jueves, 20 de mayo de 2021

Ideas como gallos de pelea

    Releyendo ese libro inagotable en una sola lectura que es “Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo” de don Antonio Machado, me encuentro la siguiente crítica de los maestros: “Nosotros, los maestros, somos un poco egoístas, y no siempre pensamos que la cultura sea como la vida, aquella antorcha del corredor a que se refiere Lucrecio en su verso inmortal”. Busco, por curiosidad, el hexámetro lucreciano al que alude y que yo desconocía, y lo encuentro al fin, es el número 79 del libro segundo del enorme poema didáctico De rerum natura: et quasi cursores uitai lampada trahunt. Don Agustín García Calvo lo tradujo así al castellano: cual corredores que a otros la antorcha de vida les pasan. No me sorprende tanto el genitivo arcaico uitai, en lugar de uitae, propio de Lucrecio, como la imagen del corredor que transporta la antorcha y se la pasa a otro, que lo releva, y la metáfora que contiene de que la antorcha es la vida misma, como si fuera el fuego vivo de Heraclito, el puro logos, que unas generaciones de los mortales traspasan a otras en una carrera de relevos para que no se apague nunca.

    La metáfora está tomada de las carreras con antorchas encendidas que se celebraban en Atenas. No tiene nada que ver con la costumbre moderna de la antorcha olímpica, que se estableció por vez primera en las olimpiadas de Berlín en 1936 iniciándose con el encendido de la llama en Olimpia un viaje hasta la moderna sede con cuyo fuego se prenderá el pebetero. Pero en Atenas había lampadedromías o lampadeforias, carreras de antorchas en honor de Atenea, de Hefesto, dios del fuego, y de Prometeo, el benéfico y rebelde titán que se lo robó a Zeus y se lo entregó a los hombres. En dichas competiciones los atletas portaban una antorcha que les pasaban a otros para que siguieran corriendo con ella, como muestra un jarrón ático de figuras rojas del siglo IV a. de C. que se conserva en el museo del Louvre. 

 

    Pero sigamos con Mairena: “Nosotros quisiéramos acapararla”. Se refiere a la cultura, y a la vida. “Nuestras mismas ideas nos parecen hostiles en boca ajena porque pensamos que ya no son nuestras. La verdad es que las ideas no deben ser de nadie. Además -todo hay que decirlo-, cuando profesamos nuestras ideas y las convertimos en opinión propia, ya tienen algo de prendas de uso personal, y nos disgusta que otros las usen. Otrosí: las ideas profesadas como creencias son también gallos de pelea con espolones afilados. Y no es extraño que alguna vez se vuelvan contra nosotros con los espolones más afilados todavía. En suma, debemos ser indulgentes con el pensar más o menos gallináceo de nuestro vecino”.

  Profesamos, como dice Mairena, nuestras ideas convirtiéndolas en opinión propia, como si fueran una prenda de uso personal, cuando no deberían ser propiedad privada de nadie, ya que son gallos de pelea que se revuelven “contra nosotros con los espolones más afilados todavía”.

Retrato de Antonio Machado, cuya autoría desconozco.
 

    La crítica de ese profesor apócrifo que era Mairena a los maestros consiste en que se aferran a la cultura acaparándola con egoísmo como si fuera una propiedad privada, privada de vida como un peso muerto, y no se dedican a pasársela a los demás y, no hay que decirlo, a desprenderse de paso de ella, de sus propias ideas, como la antorcha de la vida de Lucrecio. Por algo decía también en otra ocasión que los mejores discípulos de los maestros son sus contradictores, los que se atreven a llevarles la contraria, ya que todo magisterio era, “a última hora, cría de cuervos, que vengan un día a sacarnos los ojos”.

    Me parece advertir en las palabras del entrañable Mairena, no sé si estaré equivocado, algún eco de Heraclito cuando dice en un célebre fragmento que siendo la razón común a todos los mortales, la mayoría vive sin embargo aferrada a su pensamiento particular u opinión propia, a sus ideas o creencias personales que impiden el razonamiento y el denominado sentido común, que, según el célebre dicho, es el menos común de los sentidos por el afán de privacidad y de posesión, lo que se debería, creo entender, al pensar gallináceo que decía Mairena.

miércoles, 19 de mayo de 2021

El Mundo al Revés

    Si toda persona tenía teóricamente al menos derecho a la presunción de inocencia, según el artículo undécimo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, mientras no se demostrara su culpabilidad fehacientemente conforme a la ley y en un juicio público en el que se asegurasen todas las garantías necesarias a su defensa, parece que lo que se ha instalado en la práctica sin embargo es todo lo contrario: la presunción de culpabilidad, según la cual todo el mundo es culpable o sospechoso al menos hasta que no se demuestre su inocencia. 


     Llevada al terreno sanitario, la presunción de inocencia equivaldría a la presunción de salud, que supondría que uno está sano mientras no tenga síntomas visibles y palpables de enfermedad y se haga patente su malestar. Trastocada asimismo en la práctica esta presunción sanitaria, nos encontramos con que todos somos en pleno siglo XXI presuntos enfermos, una vez instalada por el Estado Terapéutico -el Ogro Filantrópico que decía el poeta Octavio Paz, que hace sufrir a sus súbditos porque los quiere bien- la presunción o sospecha de enfermedad. Todos somos ahora enfermos eventualmente asintomáticos hasta que se determine fehacientemente lo contrario mediante las correspondientes pruebas periciales llevadas a cabo por los expertos, lo que se acreditará con un documento pertinente a todos los efectos. Es el Mundo al Revés. 
 

  

Obsérvese cómo la mujer enmascarada y con pantalla facial protectora de la fotografía de arriba empuña con sus asépticos guantes el termómento como si fuera un arma de fuego, apuntando directamente a la frente del sospechoso, que se resigna a que le tomen la temperatura. 

 

martes, 18 de mayo de 2021

Querer y poder erradicar el mal, a propósito de Dios

Hay que agradecerle a Lactancio, el llamado Cicerón cristiano, que vivió a caballo entre el siglo III y el IV, que nos haya conservado un fragmento de Epicuro, incluido en su obra De ira Dei (De la ira de Dios); no está en su versión original griega sino en una traducción latina que podría deberse al propio Lactancio, pero en principio no hay por qué desconfiar de su fiabilidad. 

En dicho texto, que se halla en el capítulo XIII 20-21 de su tratado sobre la cólera divina pone en boca de Epicuro lo siguiente: deus, inquit, aut uult tollere mala et non potest, aut potest et non uult, aut neque uult neque potest, aut et uult et potest. (Dios, dice, o quiere eliminar los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede).

Se trata, como salta enseguida a la vista, de un tetralema paradójico aplicado a un dilema que podríamos llamar “querer y poder”. El esquema más básico del tetralema es 1) es; 2) no es; 3) ni es ni no es; 4) es y no es.


¿A dónde nos llevará este tetralema dilemático? Comienza a funcionar la máquina del razonamiento, la razón común, analizando las cuatro posibilidades que se le abren. 

1er. paso: si uult et non potest, inbecillus est, quod in deum non cadit. Si quiere y no puede, es impotente, lo que no le cuadra a un dios. Al dar este paso estaríamos negando la omnipotencia de Dios, y afirmando su impotencia, aunque no su bondad. 

2º paso: si potest et non uult, inuidus, quod aeque alienum est a deo. Si puede y no quiere, malévolo, lo que igualmente es ajeno a la naturaleza de un dios. Al dar este paso estaríamos negando la bondad de Dios, aunque no su omnipotencia. 

3er. Paso: si neque uult neque potest, et inuidus et inbecillus est. ideo nec deus. Si ni quiere ni puede, es no sólo malvado sino también impotente. Y por lo tanto no es ni siquiera un dios. Si damos este paso, estaríamos negando que Dios sea omnipotente y bondadoso, y, afirmando, dando un paso más, que es impotente y malvado, por lo que no sería Dios. 

4º paso: si et uult et potest, quod solum deo conuenit, unde ergo sunt mala? aut cur illa non tollit? Si quiere y puede, cosa que le cuadra a un dios, ¿por qué entonces hay males? Y ¿por qué no los elimina? Si damos este paso, parece que podríamos compatibilizar omnipotencia y bondad divina, pero nos preguntamos ¿por qué no lo hace? Y la pregunta quedaría en el aire, sin respuesta.

La opinión de Lactancio sobre la existencia del mal resulta bastante trivial: según él, la cólera de Dios tendría un carácter pedagógico, digámoslo así, ya que el Señor perseguiría el objetivo de dejar a sus siervos libre albedrío para elegir la senda del bien o la del mal, y en función de esa elección premiar después, una vez celebrado el correspondiente juicio, a los buenos y castigar a los malvados. 

Pero esa imagen de un Dios justiciero, un juez implacable, no le cuadra tampoco a un dios bondadoso. 

Lo que nos interesa de Lactancio es que nos ha transmitido el tetralema epicúreo, y la argumentación que echa por tierra la bondad de Dios. En ningún momento Epicuro dice que Dios no exista, simplemente pone en duda la compatibilidad de algunos de sus atributos.

lunes, 17 de mayo de 2021

Una estampita de san Expedito

    Traigo hoy aquí una piadosa estampita de San Expedito, un mártir cristiano descatalogado, según leo por ahí, por la Iglesia Católica, que duda de su historicidad. Habría vivido a caballo entre los siglos III y IV, bajo el reinado de Diocleciano, y servido en las legiones romanas como comandante, llevando una vida disipada hasta su conversión a la fe cristiana, que le ocasionaría el castigo de la flagelación y posterior decapitación al no renegar de su fe. Viste como lo que es, un legionario romano. Enarbola en la diestra una cruz que lo caracteriza como cristiano. En ella está escrita la palabra latina HODIE (hoy, compuesta de HOC DIE, en este día). Enseguida veremos la razón. 
 
 
    Lleva la aureola de la santidad y la palma del martirio, lo que sugiere que fue ejecutado por dar testimonio de su fe cristiana. Y está pisoteando un cuervo con su pie derecho, que representa al Enemigo vencido. El cuervo es ave de mal agüero, un símbolo del mal, demoníaco, tal vez por su color negro, su ronco graznido y su necrofagia carroñera, que se contrapone a veces con la blancura de la paloma, que simboliza, como se sabe, al Espíritu Santo. Pero, además, el cuervo está graznando su onomatopeya: cras. Este monosílabo es en latín un adverbio que significa mañana, de donde procede nuestra palabra “procrastinar”, que significa, según la docta Academia, “diferir, aplazar”, es decir, dejar las cosas para el día de mañana, que está siempre pendiente de realización, y, por lo tanto y por definición, siempre futuro y nunca realizado. 
 
    Si contraponemos ahora las dos palabras hodie, que está escrita en la cruz, y cras, que grazna el cuervo, el Enemigo, está claro que ha vencido la cruz  que simboliza la conversión al cristianismo de san Expedito, que va a dar sentido a su vida muriendo en defensa de su fe recién adquirida. El premio, a cambio de su muerte, será la palma del martirio y la aureola de santidad.
 
    Viene a decirnos la estampita que no hay que dejar un asunto tan importante como la conversión para el incierto día de mañana, que no hay que diferirla, sino realizarla ya, hoy mismo, sin demora. No hay que hacer lo que decía el soneto de Lope de Vega, que no le abría la puerta al Jesús cubierto de rocío que pasaba las noches del invierno a la intemperie. Habría que escuchar la voz del Ángel que decía que le abriera la puerta ya mismo, y no la del cuervo que grazna: «Mañana le abriremos», respondía, / para lo mismo responder mañana!". 
 
Veridicus Christianus (detalle), Jan David (siglos XVI-XVII). Sobre el cuervo un diablejo.

     Nosotros, que no aspiramos ni a lo uno, el martirio, ni a lo otro, la santidad, podemos sin embargo encomendarnos a san Expedito, el santo del que renegó la Iglesia, y hacer como él en el sentido de no postergar la vida para el incierto día de mañana, haciendo un poco al revés de lo que desde pequeños nos han inculcado las instancias superiores, y de lo que el Estado y el Capital nos aconsejan a todas horas con sus planes de pensiones, seguros de vida, chequeos médicos y demás pronósticos. 
 
    Si hay algún mensaje entrañable y noble dentro del cristianismo son aquellas divinas palabras que Mateo, 6, 32 le atribuye al Verbo encarnado: En griego decían así. Mὴ οὖν μεριμνήσητε εἰς τὴν αὔριον· ἡ γὰρ αὔριον μεριμνήσει ἑαυτῆς. ἀρκετὸν τῇ ἡμέρᾳ ἡ κακία αὐτῆς. Y en latín: Nolite ergo esse solliciti in crastinum, crastinus enim dies sollicitus erit sibi ipse; sufficit diei malitia sua. (Nótese en el adjetivo “crastinus”, futuro, aplicado al “dies” el eco del graznido del cuervo). Y en nuestra lengua, derivada de aquella: No cuidéis, pues, del día de mañana; que el día de mañana cuidará de sí mismo: a cada día su mal le basta.

domingo, 16 de mayo de 2021

Confidencias de un paquidermo

    ¡Ha llegado el circo a la ciudad! ¿El mayor espectáculo del mundo? ¡Pasen y vean, señoras y señores, niños y niñas, querido público, y juzguen por sí mismos! Tigres rayados y melenudos leones atravesando aros de fuego, perritos vestidos de gitana bailando sobre las patitas traseras al son de la música, un oso peludo tocando la pandereta, una foca jugando con una pelota, caballos al galope. ¡Véanme a mí, un elefante haciendo el pino con toda su masa corporal apoyada sobre la trompa y las patas delanteras! Pasen y vean y diviértanse, pero no se crean que los animales del circo somos artistas, sino esclavos obligados a hacer cosas que la naturaleza nunca prescribió que tuviéramos que hacer.

    El otro día después de la actuación escuché una conversación entre un abuelo y un nieto que me dio mucho que pensar: "¿Por qué, le preguntó el niño al abuelo señalándome a mí, con lo grande y lo fuerte que es ese elefante, no rompe la cuerda que lo ata a la estaca?" Su abuelo le dio esta respuesta: "El elefante no se escapa porque cuando era pequeño amarraron con cadenas de hierro bien prietas una de sus patas a un árbol enorme. Entonces intentó librarse de su cadena con todas sus fuerzas. Pero no pudo. Y ahora cree que no puede librarse de ninguna atadura... Pero si quisiera, rompería la atadura en un pispás."


     Será verdad lo que dice el hombre, pero ¿a dónde iba a ir yo ahora? A mí me capturaron hace muchos años. Creo que en la India. Me encerraron en una jaula. Me metieron en un barco y luego en un camión. El viaje y el desarraigo fueron muy largos y penosos. Cuando me sacaron de la jaula estaba tan débil que casi no podía mantenerme en pie. Pero como era joven y fuerte, poco a poco fui recuperándome. Terminé creciendo en un mundo extraño, donde no me faltaba la ración de comida diaria pero sí la libertad imprescindible para poder vivir, más necesaria que el aire que respiramos y el alimento que nos nutre.

    Un día vino un hombre. Se me quedó mirando, metió un palo con un gancho metálico entre los barrotes y me pinchó con él. Me hizo daño, así que me defendí y le dí un trompazo,  y él se rió: “¡Ya te quitaré yo ese genio, maldito cabrón!”. Al día siguiente empezó lo que él llamaba mi entrenamiento: Si no le obedecía, me ataba, efectivamente, una pata delantera y una trasera con una cadena y me pegaba con el palo del pincho. Yo intentaba librarme con todas mis fueras, pero no podía. Aquel hombre era mi domador, porque se suponía que yo era un animal salvaje que debía ser domesticado. Si no me doblegaba, me amenazó, me arrancaría el marfil de los colmillos...


     A veces estoy deseando que llegue la hora de la actuación porque entonces al menos puedo salir un rato de la jaula y moverme… ¡Sin que me peguen! Delante del público y a la luz de los focos nunca me golpean porque no estaría bien visto.

    Vamos de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo. Los traslados son duros. Algunos animales mueren en los viajes. Nuestros domadores se enfadan entonces porque eso les supone perder dinero. Nosotros sólo somos para ellos dinero: su principal fuente de ingresos. Ellos también están amargados porque, como llevan esta vida errante, no pueden disfrutar de la estabilidad de un hogar. El circo tampoco es bueno para ellos. Pero ellos, al fin y al cabo, han elegido ese modo de vida, dentro de lo que cabe, mientras que nosotros no hemos tenido esa opción. 


     No se engañen, señoras y señores, niños y niñas, querido público, bajo la carpa multicolor del circo, detrás de la alegría y la magia aparente y detrás de las actuaciones de los trapecistas y malabaristas y de la risa de los payasos del mayor espectáculo del mundo no hay más que dolor y sufrimiento. No vayáis al circo, pequeños. Señoras y señores, no lleven a sus hijos al circo. Si quieren que los pequeños vean animales “salvajes”, llévenlos al zoo. Si ese espectáculo también les deprime (y sólo un circo es más deprimente que un zoo donde los animales están enjaulados), pónganles a ver documentales para que vean que hay animales en la naturaleza y para que crean en lo que ven por la televisión, que les muestra que en algún lugar del ancho mundo hay algo como lo que llaman libertad.

    A mí ya sólo me queda la esperanza de que, cuando sea un viejo paquidermo, y ya no sirva para entretener a nadie, me dejen descansar en paz. Sí, quizá podría escaparme. Tal vez podría romper la cuerda que me ata a la estaca, tiene razón ese señor, pero ¿a dónde iba a ir? La vida me ha enseñado,  mala maestra,  a aprender la lección  de la obediencia.

sábado, 15 de mayo de 2021

Crónicas de la Pandemia Universal

    El año 2020 será recordado como el año en que la Organización Mundial de la Salud declaró la Pandemia en el universo mundo. Los gobiernos atemorizados y avasallados ante la que se nos venía encima repitieron hasta la saciedad que estábamos en guerra, declarando así implícita- y explícitamente la Guerra. Animaron a toda la población civil a militarizarse y a luchar contra el enemigo invisible. “No pasará”. “Juntos lo paramos”. “Saldremos mejores”. “Todo saldrá bien”... Eran algunas de las consignas de campaña. Hubo confinamientos de la población y se declararon toques de guerra, que el ridículo presidente del Gobierno español rebautizó con retórica de camuflaje “restricciones de movilidad nocturna”, provocando la irrisión general del ruedo ibérico. El enemigo invisible podía estar atrincherado dentro de cualquiera de nosotros mismos, ignorantes, o en el prójimo, al que no había que aproximarse y con el que había que guardar las distancias de seguridad. 


Distancia social patrocinada por la publicidad.

    Los periodistas, haciendo dejadez de sus funciones deontológicas, se convirtieron en propagandistas y con la propaganda del virus coronado sembraron el terror. ¿Cómo se puede distinguir en estos tiempos a un reportero carente de sentido crítico de alguien que se dedica a propagar el terrorismo informativo?

    Curiosa palabra, por cierto, esta de propagar, que significaba en la vieja lengua de campesinos que era el latín, amugronar, es decir, acodar los mugrones, que eran los sarmientos de las vides que, sin cortarlos, se enterraban para que arraigaran y produjeran así una nueva planta consagrada a Baco, dios del vino. El término se convirtió enseguida en sinónimo de acrecentar, extender, prolongar tanto en el tiempo como en el espacio. Hay usos clásicos atestiguados en Cicerón de propagare fines imperii (extender las fronteras del imperio) y propagare uitam (prolongar la vida).

    El término propagare tiene una curiosa historia: es un compuesto del prefijo pro- con el sentido de delante y del verbo pangere “clavar en tierra, plantar, hincar”, que, con un infijo nasal, se remonta a la raíz indoeuropea *pak, cuyo significado sería “fijar, atar, asegurar”, de donde nos viene derivados tan curiosos como pax, el nombre de la paz, pactum el pacto y pagus, el nombre de la aldea o del pago, en la expresión “por estos pagos”, y en ese sentido sinónimo de región o de lugar en general, pero también, según la docta Academia del “distrito determinado de tierras o heredades, especialmente de viñas u olivares”. Otra vez aparece el simbolismo de la vieja vid. Y es el origen del adjetivo paganus, que da lugar tanto a nuestro paisano como a pagano, que utilizado por los cristianos denominaba a los resistentes a la cristianización, enraizados como estaban en cultos autóctonos más relacionados con el cultivo de la tierra que con el cuidado de las almas. Y también dio origen a pagina, que en la vieja lengua rural del Lacio era el nombre del rectángulo formado por cuatro hileras de vides compaginadas. Volvemos de nuevo a la vid y a los viñedos, de donde sale el vino, que los cristianos adoptarán como materialización de la sangre de Cristo en la eucaristía.

    Y la etimología nos sugiere cómo se ha propagado la Pandemia Universal por las ondas y por numerosísimas páginas electrónicas, y de ahí por las conversaciones de la gente. Pero entre los derivados de propagare merece un lugar aparte por su especial trascendencia propaganda, el gerundivo de las viejas gramáticas, que se tomó en 1843 de la locución latina De propaganda fide (sobre la propagación de la fe), título de una congregación del Vaticano. Lo que se propaga en nuestros días y se  propala, es decir, se hace público, es la información, que, como los mugrones de las vides, se entierra para que dé origen a una nueva noticia, y esa información no es otra cosa más que un artículo de fe que sustenta la falsa creencia de que la realidad es verdadera.

Haz como si lo tuvieras. Quédate en casa. Salva vidas.
 

    Sólo un estricto ermitaño anacoreta que se hubiera retirado al desierto como Simón el Estilita podía haber llegado a ignorar la existencia de la crisis sanitaria provocada por la difusión del virus coronado, cuyo impacto, afectó en mayor o menor medida a la inmensa mayoría de habitantes del planeta. Otro término, por cierto, este de impacto que nos retrotrae a pangere con el prefijo intrusivo in-:  *inpangere modificado por apofonía vocálica de la raíz en inpingere,  y que significa choque con penetración, como el de la flecha en la diana, o la bala en el blanco, en el caso de las armas de fuego.

    De uno al otro confín del mundo millones de personas vieron sus vidas instaladas en lo que se denominó la Nueva Normalidad, que es el nombre de la Nueva Era Sanitaria. El Estado de Excepción se convirtió en la regla, como dijo Agamben. No hizo falta afirmar que la humanidad afrontaba la catástrofe de la más peligrosa de las pandemias jamás vividas. No se afirmó, porque si se hubiera dicho, habría sido fácilmente refutado, comparándola, por ejemplo, con la terrible gripe española del siglo XX, pero a los que minimizaban su importancia se les tachó enseguida de negacionistas, porque se consiguió que, sin decirlo, la mayoría de la población de todo el mundo aceptara el relato oficial, la narrativa gubernamental, y se cagara, perdón por la expresión pero no cabe otra, de miedo literalmente, amenazada por un germen invisible como nunca antes lo había sido.


    Para la inmensa mayoría de la gente la lucha contra el virus coronado, nueva guerra mundial,  trastornó sus vidas y ocupó día y noche la atención de los medios de (in)comunicación. Durante meses vivimos en un clima apocalíptico en el que seguimos inmersos: muerte instalada en las pantallas, miedo por todas partes a la infección, miedo a la reinfección, miedo a las secuelas persistentes, miedo a la enésima ola, variantes y mutaciones, miedo a la muerte, y en definitiva, miedo a la vida. Durante meses vivimos una histérica psicosis colectiva y angustia existencial, millones de personas confinadas en sus casas bajo arresto domiciliario: algo nunca antes visto, con la única oportunidad de asomarse al mundo a través de la televisión o de las ventanas de la Red. Ni siquiera la segunda guerra "mundial" del siglo XX, pese a su nombre, afectó tanto al mundo como esta Pandemia Universal, que ha logrado que tantos países cerraran a cal y canto sus fronteras, apareciendo incluso algunas que no habían existido nunca. Se llamaron cierres perimetrales. Se establecieron controles barriales, municipales, regionales, autonómicos, nacionales. Renacieron los viejos salvoconductos.

    El pasaporte “verde”, color de la esperanza, está llamado a ser el moderno Certificado de Buena Conducta que expiden las autoridades sanitarias y que otorgan a los que han recibido la gracia divina de la inoculación. El Estado reveló su verdadera cara dura, que es su esencia policial y, todo hay que decirlo, militar. Y en eso estamos. Es decir, contra eso. 

    Lo que ha hecho que esta pandemia no tenga precedentes no es el virus, sino las respuestas autoritarias de los gobiernos y sus ministerios sanitarios, unas respuestas no sólo desproporcionadas, sino fundamentalmente contraproducentes y, por lo tanto, irracionales.

    El año 2021 en el que estamos inmersos será recordado como el año 1 después de la Pandemia. Hemos abandonado el cómputo de la era cristiana, e inauguramos la Era Sanitaria pospandémica. 

viernes, 14 de mayo de 2021

Jacques Attali, teórico de la conspiración

    Jacques Attali, que fuera asesor de Mitterand y ayudó a Macron a llegar al poder en el país vecino, escribió el 3 de mayo de 2009 un artículo titulado “Cambiar, por precaución”, publicado en L'Express, que comienza diciendo: “La Historia nos enseña que la humanidad sólo evoluciona significativamente cuando tiene verdaderamente miedo”. Resulta curioso que comience mencionando el miedo como motor significativo que hace que la humanidad evolucione, como fuerza motriz de la Historia, que él escribe con inicial mayúscula. 


     Un poco más adelante leemos: “La pandemia que comienza -se refería a la gripe H1N1 de 2009-, podría desencadenar uno de estos miedos estructurantes”. Era un poco aventurado pero se sugería que la finalmente fallida pandemia porcina podría desencadenar un miedo que califica con el sorprendente adjetivo de “estructurante” es decir que estructura, estructurador. La incipiente pandemia podría hacer que cundiera un miedo edificante que hiciera evolucionar a la humanidad significativamente, como no habían logrado las dos pandemias anteriores que cita: la crisis de las vacas locas de 2001 en Gran Bretaña y la de la gripe aviar de 2003 en China.

    Attali no podía saber entonces si aquella incipiente pandemia iba a ser más grave que las anteriores o iba a quedarse en agua de borrajas, como al final se quedó, pero si fuera más grave, lo que era posible, traería consecuencias planetarias tanto económicas como políticas; y si no era más grave que las anteriores, como cabía esperar, no había que desaprovechar las lecciones que había que sacar de ella “antes de la próxima, inevitable” (“avant la prochaine, inévitable”.) Se refería a la próxima pandemia, claro está, que él, autor de un libro titulado “Una breve historia del futuro”, publicado tres años antes en 2006, ya estaba vaticinando.

    Y hacia el final del artículo decía: “Entonces se llegará, mucho más rápidamente de lo que hubiera permitido la sola razón económica, a sentar las bases de un verdadero gobierno mundial.”

    Leído ahora, doce años después, este texto resulta visionario y apocalíptico, en el sentido etimológico del término, esto es: revelador. Pero sobre todo profético: Ante la incipiente pandemia fallida de entonces, vaticinaba con un sorprendente oximoro a modo de traca final: “Una pandemia mayor hará entonces surgir, mejor que ningún discurso humanitario o ecológico, la toma de conciencia de la necesidad de un altruismo, por lo menos interesado”.

    Constata Attali, como buen historiador del pasado, que en el siglo XVII comenzó en Francia gracias al “hospital” (sic) la “mise en place”, expresión que le es especialmente grata y repite hasta cinco veces en el texto y que podríamos traducir como el “establecimiento”, de un verdadero Estado. ¿No estaremos ahora, a comienzos del siglo XXI, invirtiendo las tornas y haciendo que el Estado se convierta en un verdadero hospital donde todos los ciudadanos somos tratados como pacientes objetos de vigilancia intensiva y de control? ¿No es, pregunto yo, Jacques Attali un teórico de la conspiración? Desde luego, si lo hubiera dicho otro habría sido tildado enseguida de conspiranoico o, como dicen los franceses, de “complotiste”.

jueves, 13 de mayo de 2021

¿Para qué sirve la utopía?

    Cuenta el llorado Eduardo Galeano que la utopía tiene sentido en el mundo de hoy. Cita a propósito una frase que dijo Fernando Birri, el director de cine argentino, gran amigo suyo, y que los lectores de Galeano injustamente se la ha atribuido a él.

    En uno, en efecto, de sus libros Galeano citó una frase de Birri diciendo que era de Birri. Ambos daban una charla mano a mano en la Universidad de Cartagena de Indias, la bellísima ciudad de la costa colombiana, y los estudiantes les hacían preguntas unas veces al uno y otras al otro.

    De pronto se levantó un estudiante y le hizo a Birri, recuerda Galeano, la pregunta más difícil de todas las que les formularon en aquel coloquio: ¿Para qué sirve la utopía? Galeano dice que miró con lástima a su amigo compadeciéndose de él porque a él le había tocado la pregunta y le correspondía responderla. 

    El director de cine argentino, sin embargo, la contestó estupendamente, de la mejor manera. Dijo que él se hacía esa misma pregunta todos los días. ¿Para qué sirve la utopía, si es que sirve para algo? Dijo que la utopía estaba en el horizonte y que si estaba en el horizonte “yo nunca voy a alcanzarla”. Y añadió: “Yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo camino diez pasos, ella se alejará diez pasos. Cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. Buena pregunta, pues la utopía sirve para eso: para caminar”. 

     Pese a la belleza de esta definición, que me recuerda a Machado (Caminante, no hay camino / se hace camino al andar...) y en cierto modo también a Cavafis en su Viaje a Ítaca, hay que decir que esa respuesta también habría servido si le hubieran preguntado para qué sirve la zanahoria que se le pone por delante de las orejeras al borrico. Sirve para hacer que este arree, es decir, para que camine y para que así tire del carro. La zanahoria está lo bastante cerca como para que crea que puede alcanzarla y a la vez lo bastante alejada como para lograrlo alguna vez.



     La historia de la palabra utopía nos lleva a la isla imaginaria que describió Tomás Moro en 1516 que gozaba de un sistema político, social y legal perfecto. La etimología nos dice que es un término griego compuesto de οὐ (ou), que es la negación 'no', y τόπος tópos, que es un sustantivo que significa 'lugar' y que aparece en otros helenismos como tópico o topografía.

    Por otro lado, las definiciones de la docta Academia insisten ambas en determinarla como un proyecto de futuro de difícil realización (“Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización” y “Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”), por lo que puede servir para promover un cambio en la sociedad que puede ser superficial o profundo. Pero si ese cambio se institucionaliza, deja de ser una utopía y se convierte en un estado: el proceso se estabiliza, cuando su esencia era la inestabilidad.

    Si, guiados por la Tierra Prometida de esa utopía, se produce algún cambio social, lo que se conseguirá es que todo cambie para seguir indefectiblemente igual. La utopía debe servir para negar la realidad siempre, sin afirmar ningún sustituto suyo a cambio. En la definición de la palabra no deberían entrar las notas de “proyecto”, “plan”, que implican cambio para que todo siga igual, para que perdure la sociedad actual, que es una distopía y no una utopía, y que por lo tanto no favorece el bien humano, el bienestar de la gente.

     Para caminar sirven la zanahoria inalcanzable y la utopía, que es la promesa de una Tierra Prometida en el futuro, ya sea en esta vida o en la otra. Pero Moisés, que es el borrico y somos nosotros, nunca entra en esa Tierra de promisión.

    La utopía sirve, pues, para engañar al pueblo, como la zanahoria que motiva o incentiva al burro. Pero también sirve para decir que no, y eso no es ningún engaño. Eso es, creo, lo que quería decir Galeano, que citaba la respuesta de su amigo Birri, cuando afirmaba que la utopía servía para caminar. Sirve para no quedarse quieto, para no estabilizarse, para estar siempre de paso, para decir que no al Estado en el que estamos y que se nos impone, como dice el primer elemento constitutivo de la palabra, que es la viva negación, y niega precisamente la “topía”, lo establecido, el establecimiento, lo que tiene lugar, es decir por otro nombre: la Realidad. 

    Sirve para espolearnos rumbo a lo desconocido y para que huyamos de la realidad, con la que no estamos conformes, porque como dice una pared anónima que habla y que expresa la voz del pueblo: “Estar conformes con esta realidad es estar ya muertos”.

    Si le decimos que no a la Realidad, falsa como es, ya estamos echando a andar. Y en ese sentido lo que decía Galeano que decía Birri me recordaba a mí a Machado y a Cavafis: no importa la meta, porque en realidad no hay ninguna meta. Lo que importa es el camino, pero no el camino del burro hacia el mercado o lo que es lo mismo al matadero. El camino no establecido hacia donde no sabemos, es verdad, porque no sabemos a dónde vamos, pero sí sabemos dónde estamos y de dónde queremos huir, y a dónde no queremos volver.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Espectáculo de variedades

El fin del Estado de Alarma no supone el fin del Estado. El virus, o lo que es lo mismo, el Estado, sigue ahí, igual que el dinosaurio de Augusto Monterroso.


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Una pancarta de un manifestante en la que se puede leer una verdad despiadada: “Nos están matando”. Era el 4 de mayo de 2021, durante una protesta en Bogotá.

 


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Si uno quiere descubrir al responsable de haber cedido sus datos y dado su consentimiento para procesarlos, sólo tiene que hacer una cosa: mirarse en el espejo.

 



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Hannah Arendt señaló la debilidad política del argumento del mal menor: quien opta por él suele olvidar que, prescindiendo del adjetivo, ha optado por el mal.



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Dicen que dijo Napoleón, pero, si no fue él, pudo ser cualquier otro mandamás, que la buena política consiste en hacer creer al pueblo que es libre y soberano.

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¡Disuélvanse! Esta manifestación no está autorizada”-Vocea la policía por el megáfono. Alguien pregunta: “¿Tengo yo también que disolverme? ¿Cómo me disuelvo?”



martes, 11 de mayo de 2021

Byungchulhania

    El último libro publicado en España del filósofo coreano que escribe en alemán Byung-Chul Han lleva por título “La sociedad paliativa” (Herder, 2021). Se trata de un breve opúsculo de 90 páginas, donde abundan las frases cortas de estilo aforístico que hacen fácil su lectura y resultan muy sugerentes.

    No aporta gran cosa a las que son sus obras más significativas “La sociedad del cansancio” y, sobre todo, “Psicopolítica”. A lo que escribía allí se une aquí el análisis que hace de la pandemia.

    Caracteriza el tiempo que nos toca vivir con el término “algofobia”, un miedo generalizado al sufrimiento y al dolor, que acarrea una sociedad analgésica, que no tiene el valor de enfrentarse al dolor. De ahí el título del libro: “La sociedad paliativa”.

 


     La sociedad que describe, nuestra sociedad, ha olvidado que el “dolor purifica”, que opera una catarsis, y que el arte tiene que perturbarnos y hacer que nos duela la herida.

    Critica la obligación que nos hemos impuesto de “ser felices”, el imperativo “sé feliz”. Y repite la tesis que ya aparecía en su “Psicopolítica” de que el sometido no es consciente de su sometimiento. “Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente.”

    El sufrimiento que genera la sociedad “se privatiza” y se convierte en un problema psicológico. Y quizá el hallazgo más importante que expone aquí es que (pág. 25): “Los analgésicos, prescritos masivamente, ocultan las situaciones sociales causantes de dolores. Reducir el tratamiento del dolor exclusivamente a los ámbitos de la medicación y de la farmacia impide que el dolor se haga lenguaje e incluso crítica.”


     El análisis que hace de la pandemia no deja de ser sugerente (pág. 29): “El virus invade la zona paliativa de bienestar transformándola en una cuarentena en la que la vida se anquilosa por completo en una supervivencia. Cuanto más se reduce la vida a mera supervivencia tanto más miedo se tiene de morir. La algofobia es en último término una tanatofobia. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que meticulosamente habíamos reprimido y desterrado. La omnipresencia de la muerte en los medios de masas pone nerviosa a la gente”.

    La pandemia nos ha llevado a la histeria por sobrevivir. Constata que “Acatamos sin rechistar el estado de excepción, que reduce la vida a la mera supervivencia (…) Somos demasiado vitales para morir, y estamos demasiado muertos como para vivir”. Vuelve sobre su tesis de la autoexplotación del individuo, donde se da una flagrante lucha de clases en la que uno guerrea contra sí mismo y “la explotación por otros da paso a la autoexplotación voluntaria”, y uno es al mismo tiempo explotador y explotado.

 


    En el último capítulo, titulado “El último hombre”, critica la tesis de Fukuyama de que el triunfo del liberalismo pondría fin a la historia. La sociedad paliativa no presupone necesariamente la democracia liberal. “A raíz de la pandemia nos encaminamos hacia un régimen biopolítico de control policial... Se acabará imponiendo la evidencia de que, para combatir la pandemia, conviene centrar la mirada en el individuo particular. Pero esta vigilancia biopolítica del individuo es incompatible con los principios del liberalismo.”

    Ya estamos viendo cómo la gestión de la pandemia nos está llevando a renunciar a los principios liberales. “Ya el régimen de vigilancia digital, que entre tanto está asumiendo rasgos totalitarios, socava la idea liberal de libertad”. Y concluye diciendo que el último hombre “no es ningún defensor de la democracia liberal. El confort representa para él un valor superior a la libertad (...) Cuando la dictadura interior se topa con la vigilancia biopolítica, esta última no se percibe como opresión, pues viene en nombre de la salud. Por eso el último hombre se siente libre en el régimen biopolítico. Dominación y libertad coinciden aquí de nuevo (…) Pero una vida sin muerte ni dolor ya no es una vida humana, sino una vida de muertos vivientes. El hombre abjura de sí mismo para sobrevivir. Posiblemente llegue a alcanzar la inmortalidad, pero habrá sido al precio de la vida”.