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jueves, 13 de mayo de 2021

¿Para qué sirve la utopía?

    Cuenta el llorado Eduardo Galeano que la utopía tiene sentido en el mundo de hoy. Cita a propósito una frase que dijo Fernando Birri, el director de cine argentino, gran amigo suyo, y que los lectores de Galeano injustamente se la ha atribuido a él.

    En uno, en efecto, de sus libros Galeano citó una frase de Birri diciendo que era de Birri. Ambos daban una charla mano a mano en la Universidad de Cartagena de Indias, la bellísima ciudad de la costa colombiana, y los estudiantes les hacían preguntas unas veces al uno y otras al otro.

    De pronto se levantó un estudiante y le hizo a Birri, recuerda Galeano, la pregunta más difícil de todas las que les formularon en aquel coloquio: ¿Para qué sirve la utopía? Galeano dice que miró con lástima a su amigo compadeciéndose de él porque a él le había tocado la pregunta y le correspondía responderla. 

    El director de cine argentino, sin embargo, la contestó estupendamente, de la mejor manera. Dijo que él se hacía esa misma pregunta todos los días. ¿Para qué sirve la utopía, si es que sirve para algo? Dijo que la utopía estaba en el horizonte y que si estaba en el horizonte “yo nunca voy a alcanzarla”. Y añadió: “Yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo camino diez pasos, ella se alejará diez pasos. Cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. Buena pregunta, pues la utopía sirve para eso: para caminar”. 

     Pese a la belleza de esta definición, que me recuerda a Machado (Caminante, no hay camino / se hace camino al andar...) y en cierto modo también a Cavafis en su Viaje a Ítaca, hay que decir que esa respuesta también habría servido si le hubieran preguntado para qué sirve la zanahoria que se le pone por delante de las orejeras al borrico. Sirve para hacer que este arree, es decir, para que camine y para que así tire del carro. La zanahoria está lo bastante cerca como para que crea que puede alcanzarla y a la vez lo bastante alejada como para lograrlo alguna vez.



     La historia de la palabra utopía nos lleva a la isla imaginaria que describió Tomás Moro en 1516 que gozaba de un sistema político, social y legal perfecto. La etimología nos dice que es un término griego compuesto de οὐ (ou), que es la negación 'no', y τόπος tópos, que es un sustantivo que significa 'lugar' y que aparece en otros helenismos como tópico o topografía.

    Por otro lado, las definiciones de la docta Academia insisten ambas en determinarla como un proyecto de futuro de difícil realización (“Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización” y “Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”), por lo que puede servir para promover un cambio en la sociedad que puede ser superficial o profundo. Pero si ese cambio se institucionaliza, deja de ser una utopía y se convierte en un estado: el proceso se estabiliza, cuando su esencia era la inestabilidad.

    Si, guiados por la Tierra Prometida de esa utopía, se produce algún cambio social, lo que se conseguirá es que todo cambie para seguir indefectiblemente igual. La utopía debe servir para negar la realidad siempre, sin afirmar ningún sustituto suyo a cambio. En la definición de la palabra no deberían entrar las notas de “proyecto”, “plan”, que implican cambio para que todo siga igual, para que perdure la sociedad actual, que es una distopía y no una utopía, y que por lo tanto no favorece el bien humano, el bienestar de la gente.

     Para caminar sirven la zanahoria inalcanzable y la utopía, que es la promesa de una Tierra Prometida en el futuro, ya sea en esta vida o en la otra. Pero Moisés, que es el borrico y somos nosotros, nunca entra en esa Tierra de promisión.

    La utopía sirve, pues, para engañar al pueblo, como la zanahoria que motiva o incentiva al burro. Pero también sirve para decir que no, y eso no es ningún engaño. Eso es, creo, lo que quería decir Galeano, que citaba la respuesta de su amigo Birri, cuando afirmaba que la utopía servía para caminar. Sirve para no quedarse quieto, para no estabilizarse, para estar siempre de paso, para decir que no al Estado en el que estamos y que se nos impone, como dice el primer elemento constitutivo de la palabra, que es la viva negación, y niega precisamente la “topía”, lo establecido, el establecimiento, lo que tiene lugar, es decir por otro nombre: la Realidad. 

    Sirve para espolearnos rumbo a lo desconocido y para que huyamos de la realidad, con la que no estamos conformes, porque como dice una pared anónima que habla y que expresa la voz del pueblo: “Estar conformes con esta realidad es estar ya muertos”.

    Si le decimos que no a la Realidad, falsa como es, ya estamos echando a andar. Y en ese sentido lo que decía Galeano que decía Birri me recordaba a mí a Machado y a Cavafis: no importa la meta, porque en realidad no hay ninguna meta. Lo que importa es el camino, pero no el camino del burro hacia el mercado o lo que es lo mismo al matadero. El camino no establecido hacia donde no sabemos, es verdad, porque no sabemos a dónde vamos, pero sí sabemos dónde estamos y de dónde queremos huir, y a dónde no queremos volver.