Si toda persona tenía teóricamente al menos derecho a la presunción de inocencia, según
el artículo undécimo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, mientras no se demostrara su culpabilidad fehacientemente
conforme a la ley y en un juicio público en el que se asegurasen
todas las garantías necesarias a su defensa, parece que lo que se ha
instalado en la práctica sin embargo es todo lo contrario: la presunción de
culpabilidad, según la cual todo el mundo es culpable
o sospechoso al menos hasta que no se demuestre su inocencia.
Llevada al terreno sanitario, la
presunción de inocencia equivaldría a la presunción de salud, que
supondría que uno está sano mientras no tenga síntomas visibles y
palpables de enfermedad y se haga patente su malestar. Trastocada
asimismo en la práctica esta presunción sanitaria, nos encontramos
con que todos somos en pleno siglo XXI presuntos enfermos, una vez instalada por el
Estado Terapéutico -el Ogro Filantrópico que decía el poeta
Octavio Paz, que hace sufrir a sus súbditos porque los quiere bien-
la presunción o sospecha de enfermedad. Todos somos ahora enfermos eventualmente
asintomáticos hasta que se determine fehacientemente lo contrario
mediante
las correspondientes pruebas periciales llevadas a cabo por los expertos, lo que se acreditará con un documento pertinente a todos los efectos. Es el Mundo al Revés.
Obsérvese cómo la mujer enmascarada y con pantalla facial protectora de la fotografía de arriba empuña con sus asépticos guantes el termómento como si fuera un arma de fuego, apuntando directamente a la frente del sospechoso, que se resigna a que le tomen la temperatura.