La imposición del estudio del inglés hace que se abandonen las lenguas maternas en pro del único idioma hablado: la neolengua imperial del mercado financiero.

La imposición del estudio del inglés hace que se abandonen las lenguas maternas en pro del único idioma hablado: la neolengua imperial del mercado financiero.
Escribe Marco Aurelio en sus Meditaciones VI. 21 (en traducción de Ramón Bach Pellicer): Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio sí se daña el que persiste en su propio engaño e ignorancia.
Se pueden rastrear algunos ecos de Sócrates en este pensamiento y actitud de Marco Aurelio, por ejemplo en la expresión “busco la verdad”, que hay que entenderlo en sentido negativo: no la poseo, por eso la persigo en una búsqueda interminable a lo largo de la vida. Los ecos socráticos también incluyen la idea subyacente de que la gente actúa mal por error y nadie obra mal a sabiendas. Es, por lo tanto, ventajoso que alguien pueda demostrarme que estoy equivocado, porque lo que daña a la gente no es la verdad, sino la persistencia en la ignorancia, como se ve en la Apología de Platón donde se habla de la búsqueda de la verdad que emprende Sócrates cuando se le dice que la pitonisa de Delfos había proclamado que él era el hombre más sabio del mundo, lo que no dejaba de ser una opinión falsa como cualquier otra:
¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho . ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: «éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era.
A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes.
El propio Marco Aurelio nos habla de la conveniencia de cambiar uno de mentalidad y de tener una mente abierta si se le demuestra el error (IV, 12) (...cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones), y también en (VI, 30), donde se dice a sí mismo: No te conviertas en un César o No te cesarices, por así decirlo, que es lo que suele pasar. Y donde se pone como ejemplo a su predecesor Antonino Pío: “Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con claridad (…) y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor”.
Marco Aurelio (121-180 de nuestra era) fue emperador de Roma entre 161 y 180, año de su muerte. De origen hispánico como el emperador Adriano o el filósofo Séneca o el poeta Lucano, Marco Aurelio, que no quería convertirse en un César ni empaparse de la púrpura imperial, se convirtió sin embargo en el décimosexto emperador del Imperio romano. Llamado el “emperador filósofo” -en sentido etimológico “amante de la sabiduría” pero no poseedor de ella-, fue considerado uno de los “cino buenos emperadores”, donde “cinco” quiere decir “pocos”. Tuvo que enfrentarse a varias tribulaciones políticas y militares, causadas por los ataques de las tribus germánicas en el límite norte del Imperio y por la rebelión de Avidio Casio en Egipto y Siria, así como a dramas personales como la muerte de algunos de sus hijos.
Su lengua materna era el latín, pero como todo romano culto hablaba con fluidez el griego, y eligió esta lengua para escribir sus reflexiones filosóficas, conocidas como Meditaciones, obra dividida en doce libros que probablemente compuso en los últimos años de su vida. Son soliloquios dirigidos a sí mismo que probablemente nunca tuvo intención de publicar, y que han llegado milagrosamente a nosotros constituyendo una especie de íntimo diario personal.
Se presenta como un defensor del estoicismo, una doctrina de la Estoa que no era incompatible con el ejercicio del Poder, muy alejada, por lo tanto, de la docrina del Pórtico original de Zenón de Cicio. La filosofía estoica que se difundió entre la aristocracia del Imperio Romano ya no era la de Zenón y sus primeros discípulos, sino una variante harto más conservadora, que es la que conocemos por los escritos de los estoicos imperiales –Séneca, Epicteto, Marco Aurelio–, los únicos que nos han llegado íntegros, en los que persiste un vago ideal humanitario y cosmopolita, pero que ya no intentan cambiar el mundo sino que lo aceptan estoicamente, nunca mejor dicho, tal y como es, lo que explica también el éxito de Las Meditaciones de Marco Aurelio en el mundo moderno como libro de cabecera de muchos poderosos.
Como muestra, un botón. He aquí una reflexión que escribe sobre la brevedad de la vida (libro IV, 48) y que nos ofrece la espléndida metáfora de la aceituna al final:
Considera constantemente cuántos médicos han muerto tras haber muchas veces fruncido el ceño sobre sus pacientes; cuántos astrólogos tras vaticinar la muerte de los demás como algo importante; cuántos filósofos, después de haber sostenido mil discusiones sobre la muerte o la inmortalidad; cuántos poderosos, después de haber dado muerte a muchos; cuántos tiranos que abusaron, con una terrible arrogancia, como si fuesen inmortales de su poder sobre vidas ajenas; y cuántas ciudades enteras, por así decir, fenecieron: Hélice, Pompeya, Herculano, y otras innumerables (*).
*NOTA: Son conocidos los casos de Pompeya y Herculano, que fueron destruidas por la erupción del Vesubio en el 79 de la era cristiana. Hélice era una ciudad griega de la Acaya que fue engullida por el mar en el año 373 antes de nuestra era.
Pasa revista también a todos los que tú has
conocido, uno tras otro. Uno, rindiendo los honores fúnebres a ese,
fue después sepultado; y otro a aquél, y todo en breve tiempo. Pues
has de ver en suma siempre las cosas humanas como efímeras y sin
valor; ayer, un moquillo; mañana, momia o ceniza. Procura, pues,
pasar este mínimo lapso de tiempo conforme a la naturaleza y
disolverte con alegría, como la aceituna que llegada a la madurez
cae bendiciendo la tierra que la crió y dando las gracias al árbol
que la produjo.
Reproduzco la partitura a continuación, a fin de que puedan cantarse las coplas si a alguien le apetece con el mismísimo compás.
Es tradicional felicitar en esta fecha el Año Nuevo a familiares, amigos y conocidos deseándoles prosperidad y que se cumplan todos sus sueños, nada más nefasto, por cierto que esto último, porque lo bueno de los sueños es que no lleguen a realizarse nunca porque, si lo hacen, dejan de ser lo que eran: sueños, y se convierten en algo peor: realidad. Sobre ello, ya sacamos una entrada en Odio el Año Nuevo, que a lo mejor no está mal que se relea por si acaso, que nunca se sabe, sirve para algo.
No voy a decir que me ha sorprendido la viñeta de Flavita Banana que publicó El Periódico Global el día 27 de diciembre de 2022, adelantándose a esta fecha, porque no es más que una vulgar imitación de otra que corre por la red desde hace años y cuya autoría no conozco, pero que aquí hemos alguna vez también utilizado. En la viñeta de Flavita, cinco planetas giran en torno del Sol. Se distinguen, por su anillo, a Saturno, por su diminuto tamaño y órbita más corta a Mercurio, también a la Tierra que con notas musicales y destellos luminosos multicolores dice: "¿¿Lo veis?? Cada vez que paso por aquí, lo mismo".
Mucho más sencilla es la que considero original y más antigua, que presenta sólo al Sol y a la Tierra, que está describiendo su órbita. El Planeta Azul exclama de pronto, como está mandado: "¡Feliz Año Nuevo!" Y es aquí el Sol el que dice algo inteligente: "No entiendo por qué hacen tanto alboroto cada vez que pasan por ahí".
Hay un meme en la lengua del Imperio que dice exactamente lo mismo, y que quizá sea la versión original en la que se ha inspirado Flavita, pero desconozco su autoría. Está fechada en 2017 y dice: Feliz viaje nuevo alrededor del Sol. Y el astro rey sentencia: No entiendo todo ese alboroto y ruido cada vez que pasan por este punto. Quizá sea el anonimato la mejor firma de las cosas que son razonables:
Se acabó, efectivamente, lo que se daba, y no me refiero al año 2022, que también se acaba, según dicen los que creen en el calendario, sino a la monarquía pandémica del virus coronado.
La pandemia de COVID-19, que es lo que se venía dando día y noche por todos los medios habidos y por haber desde marzo de 2020, puede considerarse superada, según el reputadísimo virólogo alemán Christian Drosten, jefe de virología del Hospital Universitario La Charité de Berlín y diseñador de la prueba PCR ad hoc que detectaba su existencia, y por lo tanto máximo responsable de su propagación mediática, que declaró al diario Tagesspiegel de aquel país: “Estamos experimentando la primera ola endémica de Sars-CoV-2 este invierno. En mi opinión, la pandemia ha terminado", refiriéndose al virus coronado.
Acudamos para aclarar la noción al diccionario de la docta Academia, que así define el término 'endemia', explicando su etimología: un galicismo (del francés endémie), tomado a su vez del griego ἔνδημος (éndēmos) 'endémico', compuesto por su parte de ἐν, que significa 'en', y δῆμος, que quiere decir, como se sabe, la población: “Enfermedad que se da habitualmente, o en épocas fijas, en una zona.” O sea, igual que la gripe estacional que decían que había desaparecido milagrosamente gracias a las mascarillas cuando apareció el coronavirus, y más viejo que el catarro de Matusalén. O, dicho con otras palabras: originario de un país, indígena, opuesto a ξένος (xénos), que es 'extranjero': ya no es el virus chino, como se dijo al principio, ya es patrimonio nacional.
El renombrado virólogo achaca el final de la pandemia en Europa al éxito de la campaña de vacunación orquestada por la Unión Europea, y afirma, contrafactualmente, algo que no se puede corroborar, algo que no hay Dios que pueda demostrarlo, como decían los teólogos medievales de la contrafactualidad, que “si no se hubiera hecho nada, habría habido un millón o más de muertes en Alemania”. Esas muertes de más que, según él, habría habido no pueden demostrarse porque no sabemos qué hubiera sucedido en caso contrario: lo único que sabemos es lo que ha pasado y sigue pasando: que la gente se sigue muriendo, que hay incluso según todos los contadores un exceso de mortalidad considerable, y que las causas de esas muertes permanecen inexplicadas.
El ministro de Justicia teutón solicitó rápidamente el
levantamiento de las últimas medidas restrictivas que todavía
imperaban en Alemania, donde se mantenía, como en España, el uso
obligatorio de mascarillas en el transporte público y en hospitales,
centros asistenciales y consultorios médicos.
Fabio Coala es un dibujante de cómic brasileño, que publica desde 2010 historietas en su página mentirinhas con diferentes personajes, generalmente animales, en cuatro viñetas, con un estilo muy característico. He elegido esta en que un cuervo le pregunta a otro si lo que ven desde las alturas es un ser humano, a lo que el otro le responde que no, que se trata de un espantapájaros, de lo que está seguro por la sencilla razón de que no está mirando su teléfono móvil.
La respuesta nos produce una ligera sonrisa. No puede
decirse que 'mirar el móvil' sea una nota característica esencial
de las personas. Al menos, no lo había sido hasta ahora. Pero ya lo es. Hay tantos móviles como personas. De hecho hay más. Cada teléfono móvil está asociado a un número personalizado que lo identifica, tan característico y definitorio como el número del DNI español o el de la tarjeta de crédito o débito o nuestro ADN esencial.
Cada vez es más frecuente ver niños en edad escolar absortos en su teléfono móvil que llevan siempre consigo como un apéndice imprescindible de su personalidad. Es la imagen típica característica de esta época. Probablemente es el objeto que más atraiga nuestra atención, tanto de los pequeños como de los adultos, también el que más tocamos a lo largo del día. En el caso de los primeros parece más grave porque para ellos la realidad es una novedad todavía, y en consecuencia, un espectáculo, pero la realidad que les entra por los ojos a través del teléfono inteligente no es la real, valga la redundancia, sino la virtual.
La realidad virtual gana con creces a la real porque decide por nosotros dónde centrar nuestra atención haciéndonos creer que somos nosotros los que decidimos. La primera reflexión que surge cuando se trata este tema es cómo el progreso de la tecnología ha trastornado nuestros hábitos. Es algo evidente, pero estaba ya en nuestra naturaleza crear un mundo virtual, ideal, que sustituyera al real, para evadirnos de este.
No son internet y el esmarfon los que han provocado el cambio de hábitos nuestros, sino que tanto lo uno como lo otro son el resultado de lo que siempre hemos querido tener entre manos. Una herramienta que pone todo a nuestra disposición, incluidos los otros usuarios. La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué anhelamos tanto la creación de un mundo virtual y tener acceso inmediato a él?
Podemos criticar el transhumanismo todo lo que queramos,
pero de hecho lo estamos aceptando tácitamente desde el momento en que
incorporamos a nuestras vidas como lo más normal del mundo estos
artilugios que a modo de apéndices nos anulan como seres humanos. Y a eso lo llamamos
progreso o camino hacia delante, pero ¿a dónde vamos?