jueves, 6 de enero de 2022
Más sentiencias y sentires (y II)
miércoles, 5 de enero de 2022
Más sentiencias y sentires (I)
martes, 4 de enero de 2022
Algunas paradojas (y II)
Trabajo precario.- Hoy se habla mucho del trabajo precario, como si hubiera alguno que no lo fuera: el trabajo es siempre precario, por eso lanzamos contra él nuestra imprecación: una limosna que se mendiga para poder comprar un poco de vida en el mercado de la existencia: pero se han agotado las existencias de vida en el mercado.
El tiempo es oro. - No quiero que mi tiempo se convierta por la alquimia del rey Midas en oro del que cagó el moro, es decir en dinero, o sea en mierda: el tiempo de verdad, no el de los relojes y calendarios, que ese es mentira cronometrada, es el que nos arrastra ahora mismo, en el que nos estamos hundiendo ahora mismo, este tiempo que cuando queremos aprehenderlo y decir “ahora” ya se nos ha ido de las manos, ya no es ahora.
La nave de los locos, Hyeronimus Bosch, el Bosco (1490-1500)
Falsa identidad. -Yo no tengo identidad verdadera, lo que se dice una identidad propia o idiosincrasia que me defina y caracterice. O, dicho de otra manera, la identidad que tengo es falsa, pero sí tengo, para mi desgracia, DNI (Documento Nacional de Identidad), y eso es una realidad como la copa de un pino.
Del nombre propio. -Es verdad que tengo un nombre propio y unos apellidos, fruto de mi bautismo o inclusión en el registro civil, pero ese nombre y apellidos siendo reales como son, y figurando en mi DNI, sin embargo son falsos: todo nombre en última instancia es un pseudónimo.
Imagen. -Es cierto que yo proyecto una imagen si me miro en un espejo, como todo bicho viviente, como todo dios, imagen que es indudablemente mía, pero yo no soy esa imagen que de mí ven los demás o veo yo mismo si me miro en mi reflejo.
¿Cómo se come esto? -Todos los días son exactamente iguales, y, sin embargo, no hay ninguno exactamente igual que otro.
Lo que salta a la vista. -¿Por qué no vemos lo que es tan evidente que salta a la vista? Porque nuestros ojos no ven las cosas que hay sino las ideas inculcadas que tenemos previamente de las cosas que hay y que nosotros somos incapaces de ver con nuestros propios ojos cegados como están por las ideas.
Lógica de los mercados. -¿Por qué dicen los gobiernos que hay que plegarse a la lógica de los mercados? ¿Será porque los mercados llevan la voz cantante y sonante? ¿Qué pintan entonces los gobiernos?
lunes, 3 de enero de 2022
Algunas paradojas (I)
Héroes monstruosos.- Hay héroes que a fuerza de luchar contra los mostros para liberarnos de su maléfico influjo acaban pareciéndose a los propios endriagos contra los que combatían. Así pues, los legendarios caballeros andantes acaban convirtiéndose en los fabulosos dragones y basiliscos de los romances antiguos de los libros de caballerías contra los que lidiaban, como si se reencarnaran en los mostros que ellos mismos crearon a fin de combatirlos.
El sonido del silencio.- Podemos oír el sonido estremecedor de un trueno, la melodía de una flauta que suena desgranada en la lejanía como el viento, el latido de nuestro propio corazón, el canto armonioso de un pájaro al amanecer. ¿Es posible, sin embargo, que en medio de tanto ruido como hacen las máquinas y tamaño alboroto como vivimos podamos oír y escuchar siquiera una sola vez las notas musicales del silencio que nos arrebata con el suave susurro de su dulce y casi imperceptible melopea y nos aporta, como diría el poeta Manuel G. Prada, “la anestesia del olvido"? Un sonido preñado de profundo silencio sería la canción inaudita del universo entero. ¿Podemos prestar oído y atención a ese sonido hondo del silencio, ajenos al despertador que nos levanta del lecho a toque de diana todas las madrugadas, y movernos al compás de las tácitas ondas de su sintonía?
Las Aguas del Leteo por las llanuras del Elisio, John Roddan Spencer Stanhope (1880)
El mal menor.- Elegir entre dos males el mal menor no es, digan lo que digan, un buen negocio. Entre dos males no hay que elegir ninguno: esa es la mejor elección.
Consumo ergo sum.- Modifiquemos el “Cogito, ergo sum” o “Pienso, luego existo” de Descartes, por un: Consumo, ergo sum: consumo, por lo tanto, me consumo, lo que significa que existo. Soy un consumidor de existencias, de mi propia existencia en primer lugar. Dicho de otro modo: Sufro, luego existo. El dolor te hace sentirte vivo, te hace existir, porque la existencia es sufrimiento puro, auténtico dolor, como un diamante incandescente en estado bruto.
El otro jueves.- Este mundo no es nada del otro jueves, del jueves inexistente que no forma parte de la semana. Este mundo no es nada, valga la redundancia, del otro mundo, que es el que todos llevamos en nuestros corazones, el que todos llevamos dentro. Llevamos un mundo nuevo dentro de nuestros corazones, como dicen que dijo el anarquista Buenaventura Durruti, un mundo que se rebela contra este.
Cosas que me encantan. -Me encanta callejear, caminar sin rumbo fijo en una ciudad desconocida, es decir, en mi ciudad, la ciudad que creo conocer y en realidad desconozco, pasear sin ningún objetivo concreto ni prisa, sin plano ni guía turística; es la única forma que conozco de conocer, valga la redundancia, una ciudad desconocida como la que conozco como mía: pateándola, descubriéndola a cada paso.
Detalle de 'Las Aguas del Leteo por las llanuras del Elisio'.
Puntualidad.- Me encanta no llevar reloj. Y, paradójicamente, me gusta ser puntual. Siempre llego a mis citas antes de tiempo. Prefiero esperar a que me esperen. Odio la dictadura del reloj en la que vivimos en este mundo moderno. Si debo subordinarme a él es por razones laborales; en cuanto puedo me libro de él, me libero del trabajo. De todas formas el peor reloj que hay no es el de pulsera, sino el despertador: ese es el que más odio, el que nos despierta a toque de diana como en el cuartel. Me encanta despertar con el canto de los pájaros y los rayos del sol entrando por la ventana o las rendijas de la puerta, no que me despierte el despertador.
Sumisión a las autoridades. ¿Cómo es posible que los galenos estén tan sometidos a los mandatos gubernamentales de las llamadas autoridades sanitarias como para perder el más mínimo espíritu crítico y negarse a admitir que estamos asistiendo al fracaso de la vacunación? ¿Quién puede dejar de ver, a no ser que sea un lacayo del gobierno o un mozo de botica a sueldo de los laboratorios farmacéuticos, que una inyección que hay que repetir cada tres meses no es una vacuna sino un producto que estimula el virus, sobre todo cuando ni evita ni el contagio ni la transmisión de la enfermedad?.
Odio
libre.- Más que
predicar el amor libre, vamos a propugnar aquí el odio libre hacia
todas las instituciones, pero no hacia las personas de carne y hueso,
pobrecitas ellas; casi ninguna se merece nuestra aversión, sólo las
que tienen mucha personalidad, una personalidad arrebatadora que nos
arrolla a los demás avasallándonos. Odio libre, liberación del
odio, pues, a muerte a todas las instituciones. Gracias al odio a las
instituciones, dejo de ser el que soy, es decir, el sustentador de la
institución que más odio, la primera de todas: el último reducto
de Dios: yo mismo.
domingo, 2 de enero de 2022
Contracalendario
sábado, 1 de enero de 2022
Odio el Año Nuevo
En estos malos tiempos que corren para la lírica y la épica, en los que se ha criminalizado el odio y se habla, de hecho, de un “delito de odio” “y de incitación al odio” en esta curtida piel taurina que es España, resulta poco políticamente correcto un artículo como este que escribió Antonio Gramsci titulado “Odio el Año Nuevo” (Odio il capodanno, en su lengua, que es la de Dante y la de Petrarca), pero precisamente por eso mismo, por lo poco políticamente correcto que resulta decir que aborrecemos con toda el alma algo, y porque hay que defender la libertad de expresión a toda costa expresando nuestro deseo de libertad, no vaya a ser que acabemos mudos o afásicos, como ya decía a propósito Jules Renard en su diario de 1909, hace más de un siglo: On ne devrait rien dire, parce que tout blesse ("No habría que decir nada, porque todo ofende"), resulta oportuno este artículo memorable y sugerente de Gramsci contra la institución del Año Nuevo, que publicó precisamente un 1 de enero de 1916 en el diario socialista Avanti! de Turín, uno de sus textos más sensibles, que reproduzco por su interés y por la renovación de la guerra contra el calenario y el tiempo establecido.
viernes, 31 de diciembre de 2021
Pautas para el Camino.
jueves, 30 de diciembre de 2021
Médicos de los de antes
En estos tiempos que corren de dictadura sanitaria, Schlechte Zeit für Lyrik, mala temporada para la lírica, como escribió Bertolt Brecht, conviene escuchar la voz de alguno de esos médicos sabios de antes, galenos que no son robots que hacen reparaciones a enfermos considerados maquinarias averiadas, médicos como el doctor Florencio Escardó (1904-1992), que decía entre otras cosas que no se le puede pedir al médico que cure enfermedades, porque o se curan solas y entonces no hay que curarlas -algo parecido a aquella cantilinea infantil de 'sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, ya sanarás mañana'-, o no se curan, y entonces tampoco hay que curarlas. De las consideraciones del doctor Escardó sobre la medicina dimos cuenta en De los médicos según el doctor Escardó y en De la leche que mamamos y la OMS.
Otro de estos médicos de los de antes fue sin duda el canadiense William Osler (1849-1919), que nos ha dejado algunas perlas de sabiduría relacionados con el ejercicio de su profesión como esta, que conviene tener siempre presente: Uno de los primeros deberes del médico es educar a las masas para que no consuman medicina. Es un ataque en toda regla contra la industria farmacéutica, cada vez más interesada en sobrediagnosticar y medicar a todo el mundo, olvidando que a veces como reconoce la sabiduría popular es peor el remedio, en este caso el medicamento y sus efectos secundarios adversos, que la enfermedad que pretende atajar: La persona que toma medicina debe recuperarse dos veces, una de la enfermedad y otra de la medicina. Era Osler, pues, un médico partidario como los de antes, como los de toda la vida de no sobremedicar al paciente, por lo que no encajaría muy bien en nuestra sociedad hipermedicalizada y sobrediagnosticada del siglo XXI.
Encarna William Osler una medicina que podríamos llamar humanística, o quizá mejor, sencillamente humana, centrada en el paciente y no en la enfermedad: No preguntes qué enfermedad tiene una persona, sino mejor qué persona tiene una enfermedad. Para él un buen médico es el que trata y cura una enfermedad, por supuesto, pero el gran médico es el que trata y cura al paciente que tiene una enfermedad. Y por eso insiste en que hay que escuchar al paciente, porque él es el que le da al médico el diagnóstico, y no al revés.
La medicina era para él la ciencia de la incertidumbre y el arte de la probabilidad. Su consejo para cualquier paciente es Deja de preocuparte por tu salud. Ya se te pasará.
También reflexionó sobre la actividad pedagógica: La felicidad perfecta para el estudiante y el maestro llegará con la abolición de los exámenes, que son piedras de tropiezo y de ofensa en el camino del verdadero estudiante. Los pedagogos hodiernos están obsesionados con que hay que inventar nuevas y modernas técnicas pedagógicas porque no se puede enseñar como se ha hecho toda la vida, mediante la lección magistral ex cathedra. Predican que hay que introducir medios audiovisuales e informáticos en la enseñanza. Este argumento no resiste el más mínimo razonamiento crítico: Hay cosas que siempre se han hecho bien y que no necesitan ninguna puesta al día, como por ejemplo enseñar y aprender, o hacer el amor, o curar a los pacientes en el caso de la medicina que nos ocupa. Es cierto que el saber científico y técnico es imprescindible, pero no es suficiente, porque el enfermo tiene unos sentimientos, una biografía. Al saber técnico y científico hay que incorporar el arte de la medicina.
Otro de estos médicos de los de antes fue el estadounidense Robert S. Mendelsohn (1926-1988), considerado uno de los primeros pediatras contrarios a la vacunación infantil. Su libro Confesiones de un médico herético (1979) no fue muy bien recibido por la comunidad médica ortodoxa por algunas de sus afirmaciones. Comienza con un significativo Non credo Y se explica: No creo en la Medicina Moderna. Soy un médico herético. Mi objetivo con este libro es persuadirle a usted de que se convierta en un hereje también. No siempre he sido un médico herético. Una vez creí en la Medicina Moderna.
Algo que, escrito hace más de cuarenta años, está de plena actualidad a propósito de las llamadas vacunas anti covid-19, que se han aprobado apresuradamente y prescrito indiscriminadamente para toda la población sin haberse estudiado y experimentado bien y sin conocerse, por lo tanto, sus efectos adversos, que están empezando a aflorar y que seguramente seguirán saliendo a la superficie: Una de las reglas no escritas de la Medicina Moderna es la de recetar siempre un nuevo medicamento rápidamente, antes de que afloren todos sus efectos secundarios...
"Proceso de la FDA para la probación de nuevos medicamentos.
Hay que conocer todos los medicamentos cuyos efectos secundarios coinciden con las indicaciones. Esto no es tan raro como se puede creer. Por ejemplo, si usted lee la lista de indicaciones del Valium y luego la lista de efectos secundarios, ¡verá que las listas son más o menos intercambiables! En las indicaciones encontrará: ansiedad, fatiga, depresión, agitación aguda, temblores, alucinosis, espasmos musculares. Y bajo los efectos secundarios: ¡ansiedad, fatiga, depresión, estados de hiperexcitación aguda, temblores, alucinaciones, aumento de la rigidez muscular! Reconozco que no sé cómo utilizar un medicamento así: ¿qué debo hacer si lo prescribo y los síntomas continúan? ¿Suspender el fármaco o duplicar la dosis?
También nos ha dejado Mendelsohn esta reflexión sobre los inhóspitos hospitales: Un hospital es como una guerra. Hay que intentar mantenerse al margen. Y si te metes en ella debes llevarte a todos los aliados posibles y salir lo antes posible... Porque el hospital es el Templo de la Iglesia de la Medicina Moderna y, por tanto, uno de los lugares más peligrosos de la tierra.
No sería justo dejar de citar aquí el nombre del doctor Máximo de la Peña, que no sé si no se habrá jubilado ya a estas alturas. Por edad le correspondería desde luego. El caso es que consultado por una mujer que había entrado en la menopausia y sufría muchos sofocos sobre qué medicamento podría tomar para aliviarlos, le dijo que ninguno era bueno, habida cuenta de los efectos secundarios indeseables que eran sin duda mucho peores que los sofocos. Y le recomendó un remedio sencillo y económico, sin contraindicaciones: -Hay un remedio que le puedo recetar, un remedio que no se vende en farmacias y que es el que usaban nuestras abuelas toda la vida cuando llegaban a este trance: el abanico.
Por sugerencia de un anónimo lector, incluyo esta receta del doctor Gazo, que prescribe una terapia para mejorar la salud mental de todos nosotros consistente en "dejar de ver las noticias de T.V."
miércoles, 29 de diciembre de 2021
Sentiencias
El que más mira no suele ser el que más ve, sino por el contrario, el que menos: la mirada enceguece.
La mayoría democrática de la gente ha sido abducida, adormecida, anestesiada con la vacuna que nos predispone a creer que la mentira es verdad, a creer a pie juntillas en algo, en cualquier cosa, sea la que sea, porque cualquier cosa sirve, todo vale, vale todo con tal de renovar el inveterado fetiche, la cacharrería fantasmagórica de la vieja fe.
La Ciencia -hay que escribir esta palabra con mayúscula inicial, como corresponde a Dios- es la nueva fe en la que cree la mayoría religiosamente, ciegamente. La Ciencia ha servido para fortalecer la fe. Quien se atreva a poner en duda y tela de juicio el dogma de la Ciencia es considerado un hereje... y excomulgado, porque la Ciencia es una reencarnación de la vieja deidad monoteísta judeocristiana: la nueva teología.
La infancia es una especie en vías de extinción. La infancia, en estado de sitio. La infancia, en obras permanentemente y en construcción. Perdonen las molestias. Estamos trabajando por su bienestar, por su futuro. La educación, que, no se olvide, es obligatoria hasta los dieciséis años, es otra jurisdicción de poder, otro espacio donde se despliegan estrategias de dominación, como la de la salud: es por tu bien, es por tu salud: cuídate. Nos dicen que nos cuidemos para que no nos descuidemos. Ojalá pudiéramos descuidarnos.
He oído que a los presos ya no se los llama presos, ni tampoco reclusos, eufemismo de presos, sino “residentes”. He oído que en sus celdas ya no son celdas, sino habitáculos, donde tienen hasta televisión de plasma. He oído que la cárcel ya no se llama así, sino "residencia de personal recluido". Pero, aunque cambien los nombres para disimular la realidad -ese era el "cambio, change, wechsel" que nos prometieron-, la cárcel sigue siendo prisión.
El SIDA no tiene entidad
biológica o patológica como el cáncer, no es una enfermedad sino
una construcción realizada concienzudamente, que aprovecha problemas
de salud realmente existentes aunque ya conocidos para constituirse
en uno de los mayores mecanismos de producción de terror, dinero y
poder de finales del siglo XX y comienzos del XXI. El supuesto
descubrimiento del VIH fue un fraude intencionado llevado a cabo por
el Dr. Gallo en 1984. Pero no es nada en comparación con el COVID-19 que nos cayó el año pasado y que persiste todavía: covid persistente lo llaman.
La salud y la enfermedad son un campo abonado para el ejercicio autoritario y despótico del Poder, desde antes del nacimiento, pasando por una interminable sucesión de momentos claves de nuestra vida, hasta el trance final de la muerte. Nacemos y morimos en un Hospital. Nos pasamos media vida entre el quirófano y la sala de espera de la consulta médica, ya no sólo presencial, sino telefónica: subordinan nuestra existencia a lo que ellos entienden por salud, es decir, a la profilaxis, dicho en griego, o prevención. Nacemos y morimos en un hospital, condenados a follar siempre con preservativo, a no ser que lo hagamos bajo la bendición del matrimonio homosexual o heterosexual, ya da igual. Y la vida se ensombrece por el miedo a la muerte. Y la salud, por el fantasma de la enfermedad.
¿No estamos acaso más locos y somos más peligrosos algunos de los supuestos cuerdos que la mayoría de los internados y privados de libertad en un hospital psiquiátrico?
No entro en el debate estéril y politiquero de “izquierdas” y “derechas”: es lo mismo, son la cara y la cruz de la misma moneda. En las alturas puede gobernar quien le dé la gana, la izquierda o la derecha. Da lo mismo. Aquí abajo da igual quien gobierne arriba. Lo que uno quiere es que no gobierne nadie: que no haya arriba ni abajo.
¿Cómo quieres que el Estado solucione nuestros problemas políticos si el mayor problema político que tenemos es la polis que decían los griegos, o sea el Estado?
martes, 28 de diciembre de 2021
Conmemoración de la matanza de los Santos Inocentes
Vivimos tiempos bíblicos y plucuambíblicos, apocalípticos en el sentido etimológico del término de reveladores, nos tienen en vilo y nos desvelan la catástrofe.
Los sacrificios se hacen siempre por algo, generalmente en aras del bien común, en beneficio de otros o de otro, distinto, claro está, del chivo que se inmola.
Hay comités de expertos, pediatras, pedagogos, médicos y sobre todo padres, que apoyan la matanza de los inocentes. Se le hiela a uno el alma sólo de pensarlo.
La masacre de los inocentes, narrada sólo en el evangelio de Mateo, no tiene muchos visos de ser histórica, pero posee un valor simbólico metafórico innegable.
Pero no todo es tan fatal. Aunque Herodes mata a las tiernas criaturas, no las mata nunca del todo: Dios aprieta pero no ahoga, por más que no deje de apretar.
En el lienzo de Guido Reni dos angelotes aguardan en el cielo con palmas de martirio a los niños ejecutados para consagrarlos como futuros santos inocentes.
Si algo de sangre nos queda en las venas, rebeldía
contra lo que está mandado y amor hacia lo que no se sabe, es para sublevarnos contra el poder y el capital.