En estos malos tiempos que corren para la lírica y la épica, en los que se ha criminalizado el odio y se habla, de hecho, de un “delito de odio” “y de incitación al odio” en esta curtida piel taurina que es España, resulta poco políticamente correcto un artículo como este que escribió Antonio Gramsci titulado “Odio el Año Nuevo” (Odio il capodanno, en su lengua, que es la de Dante y la de Petrarca), pero precisamente por eso mismo, por lo poco políticamente correcto que resulta decir que aborrecemos con toda el alma algo, y porque hay que defender la libertad de expresión a toda costa expresando nuestro deseo de libertad, no vaya a ser que acabemos mudos o afásicos, como ya decía a propósito Jules Renard en su diario de 1909, hace más de un siglo: On ne devrait rien dire, parce que tout blesse ("No habría que decir nada, porque todo ofende"), resulta oportuno este artículo memorable y sugerente de Gramsci contra la institución del Año Nuevo, que publicó precisamente un 1 de enero de 1916 en el diario socialista Avanti! de Turín, uno de sus textos más sensibles, que reproduzco por su interés y por la renovación de la guerra contra el calenario y el tiempo establecido.
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sábado, 1 de enero de 2022
Odio el Año Nuevo
Estudio para Meninas, Gabriel Pérez-Juana (2021)
Cada mañana, cuando me despierto aún
bajo la bóveda del cielo, siento que para mí es Año Nuevo.
Por eso odio estos Año-Nuevos con
fecha fija que hacen de la vida y del espíritu humano una empresa comercial con
su balance correspondiente, su cálculo y presupuesto para la nueva
administración. Nos hacen perder el sentido de la continuidad de la vida
y del espíritu. Se acaba tomando en serio que entre un año y otro hay una
solución de continuidad y que comienza una historia nueva, y se hacen buenos
propósitos y se arrepiente uno de los despropósitos, etc. etc. Es un error en
general de las fechas.
Dicen que la cronología es el
esqueleto de la historia; y puede admitirse. Pero es necesario admitir también
que hay cuatro o cinco fechas fundamentales, que cada persona bien educada
conserva guardadas en su cerebro, que han jugado malas pasadas a la historia.
También son Año Nuevo. El Año Nuevo de la Historia romana, o de la Edad Media,
o de la Edad Moderna.
Y han llegado a ser tan invasivas y
casi fosilizadoras que nos sorprendemos nosotros mismos pensando tal vez que la
vida en Italia comenzó en el 752, y que el 1490 o 1492 son como montañas que la
humanidad ha franqueado de golpe encontrándose en un nuevo mundo, entrando en
una nueva vida. Así la fecha se convierte en un estorbo, un parapeto que impide
ver que la historia continua desarrollándose con la misma línea fundamental sin
cambios, sin detenerse bruscamente, como cuando en el cinematógrafo se rompe la
película y se produce un fogonazo de luz cegadora.
Por eso odio el Año Nuevo. Quiero que
cada mañana sea para mí un Año Nuevo. Cada día quiero echar cuentas conmigo
mismo, y renovarme cada día. Ningún día dispuesto previamente para el reposo.
Mis pausas me las escojo yo, cuando me siento ebrio de intensa vida y quiero sumergirme
en la animalidad para sacar de ahí nuevo vigor.
Ningún disfraz espiritual. Cada hora
de mi vida quisiera que fuese nueva, aun vinculándose con las pasadas. Ningún
día de festejo con cánticos obligados colectivos, para compartir con todos los
extraños que no me interesan. Porque han celebrado las fiestas los abuelos de
nuestros abuelos etc., deberíamos sentir nosotros la necesidad de celebrar las
fiestas. Todo eso revuelve el estómago.
Espero el socialismo también por esta
razón. Porque arrojará al estercolero todas estas fechas que ya no tienen
ninguna resonancia en nuestro espíritu, y si crea otras, serán al menos las
nuestras, y no las que tenemos que aceptar sin beneficio de inventario de
nuestros muy necios antepasados.
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