martes, 11 de mayo de 2021

Byungchulhania

    El último libro publicado en España del filósofo coreano que escribe en alemán Byung-Chul Han lleva por título “La sociedad paliativa” (Herder, 2021). Se trata de un breve opúsculo de 90 páginas, donde abundan las frases cortas de estilo aforístico que hacen fácil su lectura y resultan muy sugerentes.

    No aporta gran cosa a las que son sus obras más significativas “La sociedad del cansancio” y, sobre todo, “Psicopolítica”. A lo que escribía allí se une aquí el análisis que hace de la pandemia.

    Caracteriza el tiempo que nos toca vivir con el término “algofobia”, un miedo generalizado al sufrimiento y al dolor, que acarrea una sociedad analgésica, que no tiene el valor de enfrentarse al dolor. De ahí el título del libro: “La sociedad paliativa”.

 


     La sociedad que describe, nuestra sociedad, ha olvidado que el “dolor purifica”, que opera una catarsis, y que el arte tiene que perturbarnos y hacer que nos duela la herida.

    Critica la obligación que nos hemos impuesto de “ser felices”, el imperativo “sé feliz”. Y repite la tesis que ya aparecía en su “Psicopolítica” de que el sometido no es consciente de su sometimiento. “Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente.”

    El sufrimiento que genera la sociedad “se privatiza” y se convierte en un problema psicológico. Y quizá el hallazgo más importante que expone aquí es que (pág. 25): “Los analgésicos, prescritos masivamente, ocultan las situaciones sociales causantes de dolores. Reducir el tratamiento del dolor exclusivamente a los ámbitos de la medicación y de la farmacia impide que el dolor se haga lenguaje e incluso crítica.”


     El análisis que hace de la pandemia no deja de ser sugerente (pág. 29): “El virus invade la zona paliativa de bienestar transformándola en una cuarentena en la que la vida se anquilosa por completo en una supervivencia. Cuanto más se reduce la vida a mera supervivencia tanto más miedo se tiene de morir. La algofobia es en último término una tanatofobia. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que meticulosamente habíamos reprimido y desterrado. La omnipresencia de la muerte en los medios de masas pone nerviosa a la gente”.

    La pandemia nos ha llevado a la histeria por sobrevivir. Constata que “Acatamos sin rechistar el estado de excepción, que reduce la vida a la mera supervivencia (…) Somos demasiado vitales para morir, y estamos demasiado muertos como para vivir”. Vuelve sobre su tesis de la autoexplotación del individuo, donde se da una flagrante lucha de clases en la que uno guerrea contra sí mismo y “la explotación por otros da paso a la autoexplotación voluntaria”, y uno es al mismo tiempo explotador y explotado.

 


    En el último capítulo, titulado “El último hombre”, critica la tesis de Fukuyama de que el triunfo del liberalismo pondría fin a la historia. La sociedad paliativa no presupone necesariamente la democracia liberal. “A raíz de la pandemia nos encaminamos hacia un régimen biopolítico de control policial... Se acabará imponiendo la evidencia de que, para combatir la pandemia, conviene centrar la mirada en el individuo particular. Pero esta vigilancia biopolítica del individuo es incompatible con los principios del liberalismo.”

    Ya estamos viendo cómo la gestión de la pandemia nos está llevando a renunciar a los principios liberales. “Ya el régimen de vigilancia digital, que entre tanto está asumiendo rasgos totalitarios, socava la idea liberal de libertad”. Y concluye diciendo que el último hombre “no es ningún defensor de la democracia liberal. El confort representa para él un valor superior a la libertad (...) Cuando la dictadura interior se topa con la vigilancia biopolítica, esta última no se percibe como opresión, pues viene en nombre de la salud. Por eso el último hombre se siente libre en el régimen biopolítico. Dominación y libertad coinciden aquí de nuevo (…) Pero una vida sin muerte ni dolor ya no es una vida humana, sino una vida de muertos vivientes. El hombre abjura de sí mismo para sobrevivir. Posiblemente llegue a alcanzar la inmortalidad, pero habrá sido al precio de la vida”.

lunes, 10 de mayo de 2021

Iconoclasia

iconoclasia  Del griego bizantino εἰκονοκλασία eikonoklasía.  
1. Doctrina de los iconoclastas.
2.  Actitud iconoclasta.

iconoclasta  Del latín tardío iconoclastes, y este del griego bizantino εἰκονοκλάστης eikonoklástēs; propiamente 'rompedor de imágenes'. 

1.  Seguidor de una corriente que en el siglo VIII negaba el culto a las imágenes sagradas, las destruía y perseguía a quienes las veneraban. 
2.  Que niega y rechaza la autoridad de maestros, normas y modelos.




La querella iconoclasta. Durante la crisis iconoclasta que se produjo en el Imperio Bizantino a partir del siglo VIII, se prohibió la realización de nuevas imágenes religiosas, y además se destruyeron muchas de las hasta entonces existentes. 

En el año 726 de nuestra era, en efecto, se produjo una gran erupción en el Mar Egeo. Los cielos se cubrieron de una enorme y densa nube que se extendió hasta Egipto. El pueblo interpretó este fenómeno como una señal de la cólera de Dios contra la idolatría de los hombres. El temor apareció en el corazón de los habitantes del Imperio y comenzó la destrucción de imágenes. Ese mismo año, León III promulgó un edicto en el que se prohibía el culto y la adoración a los íconos, y exigió al Papa Gregorio II, que lo acatara y destruyera los de la ciudad de Roma. Sin embargo, el Papa se negó a obedecerlo. 

Constantino V, hijo de León III, se mostrará aún más beligerante de lo que fue su padre, llegando a escribir dos tratados en favor de la iconoclasia. Sus medidas fueron aprobadas en el Concilio de Hierea, donde se llegó a la conclusión de que era imposible representar ni a Dios (ya que era espíritu) ni a Cristo (pues no era sólo hombre, sino que también tenía esencia divina), se denunció la idolatría a la que conducía el culto a los santos, se decidió que la verdadera religión está en la Eucaristía y no en el culto a las imágenes, y se erigió la cruz de Cristo como el único símbolo del cristianismo. Paralelamente, y por orden del Emperador, se prohibió el culto a las reliquias y los santos por ser abominaciones rechazadas por Dios. 


Bizancio quedó dividida religiosamente entre los partidarios de una y otra tendencia. El clímax de este enfrentamiento civil llegó cuando el emperador León V fue asesinado por los iconófilos. La emperatriz Teodora recuperó finalmente la ortodoxia religiosa en el 843, poniendo fin al período iconoclasta.  

A partir de entonces y hasta nuestros días, la iconofilia o veneración religiosa de las imágenes ha llegado al punto de que se rinde culto a todas las imágenes, no sólo a las religiosas. Y se dice que una vale más que mil palabras. No hay distinción entre imágenes sagradas, íconos propiamente dichos, y profanas: todas las imágenes reciben en nuestra sociedad un culto religioso, empezando por cualquier fotografía hasta las que vomitan la televisión y los teléfonos inteligentes.


El poeta persa Mahmud Shabistari nos regala esta joya: "Están ciegos, sólo ven imágenes". La imagen no es el fruto de nuestra visión, sino de nuestra ceguera. 

Las imágenes no sólo nos ciegan, sino que atrofian además nuestra imaginación; son el velo de Maya que, puesto a modo de pantalla, no nos deja ver la realidad. 

Paul Valéry nos ha brindado una preciosa definición de “mirada”. Mirar, escribió  a propósito de Blas Pascal, es olvidar los nombres de las cosas que se ven. 

Las imágenes son fotogramas inmóviles en nuestra mente: no vemos el árbol con sus hojas zarandeadas por el viento, sino la idea previa que teníamos. 

Las ideas preconcebidas nos impiden ver los árboles y el bosque que se nos ofrecen a la vista. Ni los árboles nos dejan ver el bosque ni el bosque los árboles. 

Si queremos ver de verdad, debemos cerrar los ojos a la realidad, que, ideal como es y constituida de ideas como está, es esencialmente falaz y mentirosa. 

Hay que desconfiar de las cosas que vemos con nuestros propios ojos, porque lo que vemos no es la cosa misma, sino la imagen y la idea de la cosa que tenemos.

Casi nadie rinde culto a los íconos, pero paradójicamente toda imagen, cualquiera que sea, se considera sagrada y digna de crédito: el vulgo cree en lo que ve.

domingo, 9 de mayo de 2021

"Herido está de muerte, el pueblo que con sangre se divierte"

    Entre las numerosas citas espurias que circulan por la Red, me llega una atribuida al poeta Juan Ramón Jiménez que los amigos antitaurinos utilizan contra la celebración de las corridas de toros en el ruedo ibérico: Herido está de muerte, el pueblo que con sangre se divierte. Se acompaña la cita con una ya vieja y sarcástica imagen publicitaria de unas pipas de girasol que emplea como motivo la llamada fiesta nacional: el sufrimiento de un toro moribundo por dejar el mundo sin haber probado dichas pipas.
 
    
    El verdadero autor de los versos no es el autor de Platero y yo, sino otro poeta prácticamente desconocido llamado Leopoldo Cano y Masas (1844-1934). Aparecen en una larga silva de muchos hendecasílabos y muy pocos heptasílabos titulada “El triunfo de la fe”. El poema se abre con una cita bíblica en latín que reza fide muri Iericho corruerunt (Gracias a la fe cayeron los muros de Jericó), que alude a la toma de la ciudad por Josué y su ejército israelita gracias a que siete de sus sacerdotes derribaron milagrosamente la poderosa muralla de la fortaleza con el sonido de sus trompetas, siendo sus habitantes masacrados y la ciudad destruida y maldecida por Josué. El poema canta el martirio y muerte de una niña cristiana en el anfiteatro romano: Hoy se derramará sangre cristiana / y al Circo va la alegre caravana. / Hoy es día feliz, día de broma, / pues con la sangre se divierte Roma
 

       Foto aérea del anfiteatro romano de Nîmes tomada en 1935 durante una corrida de toros, no hace tanto tiempo. Hay tradiciones como esta de la tauromaquia que no son cultura ni arte ni nada por el estilo que se le parezca, sino vulgar entretenimiento sangriento para las masas. La plaza estaba abarrotada, como puede verse; en la arena,  el gladiador, concretamente el bestiario -el torero-,  y la bestia -el toro-, y muchos siglos de ovación y de barbarie detrás. A las cinco en punto de la tarde en todos los relojes.
 
    "El triunfo de la fe" no es un gran poema, sino por cierto bastante mediocre. Fue premiado, sin embargo, por el Ayuntamiento de Madrid con la Violeta de Oro en el certamen literario del año 1878. Desde luego no es poesía lírica, sino en todo caso un poema narrativo que entronca con cierta tradición de novela histórica de exaltación de la fe cristiana y el martirio, y de crítica furibunda de la Roma pagana.
 
    Entre los personajes que acuden al anfiteatro destaca una prostituta adinerada, una "meretriz procaz, casi desnuda”, literalmente, que es conducida por sus esclavos en una litera de marfil y de oro, donde va muellemente reclinada. En su cuello de nieve, dice el poeta, lleva más valor en joyas que el dinero que costarían en una subasta pública no ya todos los siervos que transportan su litera, sino toda su tribu esclavizada. 
 
 
 
      El grandioso anfiteatro está abarrotado de público, como un moderno y vasto estadio de balompié, digamos que como el Camp Nou de Barcelona antes de la pandemia: Cien mil espectadores / se agitan en la inmensa gradería; / en el pódium, los graves senadores, / para ver de más cerca la agonía / de una niña, que al medio de la arena / empuja un gladiador. ¡Soberbia escena! / La fiera va a salir. Llegó la hora. / Se aleja el gladiador, la niña llora; / la plebe ruge; el bronce toca a muerte; / el rey bosteza; el pueblo se divierte. 
 
    El poeta se pregunta por la niña que de pronto es arrojada a la arena y que contrasta con la prostituta ricachona previamente presentada que se encontraría entre el público espectador: ¿Quién es la niña? ¿Cuál es su delito? / ¿Por qué la turba con salvaje grito / su aparición saluda? / Miradla triste, resignada, muda, / sin temor, sin orgullo y sin enojos, / pues es cristiana, y sufre los agravios / sin entreabrir las rosas de sus labios, / sin llorar por los cielos de sus ojos.  
 
 
    Más adelante: Ha buscado el suplicio, y no es suicida, / porque va a conseguir la eterna vida. Destacan estos versos donde se afirma que la niña no ha pretendido la muerte voluntaria.  Al permitir de alguna manera que una pantera le arrebate la vida sin ofrecer resistencia va a lograr, a cambio, la vida eterna. El alma se sublima en el martirio. 
 
    Es preciso tener en cuenta que la palabra “mártir”, tomada del griego, significaba “testigo” en esa lengua, de donde viene el significado castellano de “persona que padece muerte en defensa de su religión” y también, más genérico, “persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones” y “persona que se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones” porque da testimonio con su muerte, sufrimiento o sacrificio de la fortaleza de su fe. 
  
    El dramatismo de la escena se acreciente cuando una voz grita “¡piedad!”, pero el ruego es desoído por el César, que no indulta a la niña. El poeta, entonces, exclama: ¡Impía Roma! De tu ley severa / es digno ejecutor esa pantera. Como resultado la niña muere: El héroe muere, pero no su ejemplo
     
    "El triunfo de la fe" acaba con una vaga alusión a la caída del Imperio Romano: Escucha el alarido de la guerra. / El coloso de cieno se derrumba. / ¡Pesa mucho la losa de una tumba / que mártires encierra! / ¡Roma cruel! No vistas férrea malla / ni acudas presurosa a la muralla. / Has de morir. Herido está de muerte / el pueblo que con sangre se divierte
 
    Quizá no merezca la pena recordar mucho a Leopoldo Cano y Masas por su laureado "El Triunfo de la Fe", pero sí me parece digna de admiración esta humilde y a la vez sublime saeta: Voy solo por este mundo / hacia donde no va nadie / y algunas veces me estorba / el compañero de viaje.

    oOo
 
Escena de anfiteatro. Detalle de un mosaico del siglo III de nuestra era, Bad Kreuznach (Alemania)  

    Las corridas de toros fueron declaradas el 7 de noviembre de 2013 patrimonio cultural de España después de que el pleno del Senado aprobara por mayoría el texto aceptado y tramitado por el Congreso, lo que suponía el primer reconocimiento legal de la Fiesta (?) en toda su historia. 

 

Tauromaquia en el Coliseo en ruinas,  Maerten van Heemskerk (1552)

sábado, 8 de mayo de 2021

ESQUIVA LA MUERTE. ABRÓCHATE SIEMPRE EL CINTURÓN DE SEGURIDAD

    Se considera una infracción grave no llevar puesto el cinturón de seguridad en el vehículo en marcha según el artículo tantos del Real Decreto Legislativo cuantos. En las Españas nuestras su uso es obligatorio desde 1974 en carretera, y desde 1992 también en zonas urbanas. 
 
    El argumento que esgrimen las autoridades para imponer su uso es que reduce en un cincuenta por ciento la probabilidad de morir en la carretera de resultas de un accidente de tráfico, es decir, “salva vidas”, y en un setenta y cinco por ciento el riesgo de sufrir lesiones graves, por lo que se considera un elemento de seguridad imprescindible, cuando lo más seguro sería prescindir del vehículo rodado sin más, ese utilitario que nos utiliza a nosotros convirtiendo a los conductores en chóferes y que, como el caballo de Atila, arrasa por donde pasa y no deja que crezca la hierba. 
 
 
 
    Un anuncio publicitario reza lo siguiente con lenguaje inclusivo políticamente correcto pero incorrecto gramaticalmente: El cinturón de seguridad, salva vidas. Úsalo y exige su uso. Prevenir es tarea de todas y todos. Las autoridades correspondientes no nos advierten de que no conducir un vehículo también salva vidas porque uno no se expone ni expone a los demás a los accidentes de tráfico. Uno puede conducir con el cinturón de seguridad debidamente abrochado y atropellar a un peatón y matarlo. No cabe duda de que si se prohíbe el tráfico rodado se reducen drásticamente los accidentes en la carretera.

    Hay quienes nunca van a intentar salir de los límites perimetrales que les imponen. Hay quienes no se cuestionan nunca las consignas de las Autoridades Sanitarias, y otros que, cuestionándolas, las cumplen a rajatabla para no ser señalados con el dedo por la calle y por no sufrir el reproche de sus conciudadanos.


     Hay quienes ante un anuncio como este que presentamos aquí de Obligatorio el uso de cinturón de seguridad ahora también en el exterior de los vehículos, sonreirían y la risa vendría a rebelarse con el sentido del humor contra la seriedad reinante y lo absurdo de la medida. Pero hay, seguramente, también más de uno que se apresuraría sin duda a ponérselo por la calle como ciudadano ejemplar de irreprochable conducta cívica y solidaria, como han hecho con las mascarillas, no vaya a ser multado por la Dirección General de Tráfico, con una sanción económica aparejada de pérdida de puntos.

    Si uno paga la multa lo antes posible, demostrando así que está de acuerdo con la sanción que se le ha impuesto, se beneficia de una reducción de la mitad de su cuantía, pero si no está de acuerdo puede recurrirla. De este último modo pierde el derecho a la reducción del cincuenta por ciento en el caso de no ser estimado su recurso. Recordemos que, tal y como establece la actual Ley de Tráfico, la multa por no usar de forma adecuada el cinturón de seguridad asciende a doscientos euros y conlleva la pérdida de tres puntos del carnet de conducir.

    A fin de cuentas: es por nuestra seguridad, por nuestro bien, por nuestra salud. El Estado vela por nosotros.


viernes, 7 de mayo de 2021

La mejor de las vacunas

    La Ministra de Defensa, doña Margarita Robles, visitó en Navarra el acuartelamiento de Aizoáin para expresar sus condolencias y trasladar su “cariño y solidaridad” a la familia y a los compañeros del cabo don Francisco Pérez Benítez de 35 años de edad que falleció a última hora del viernes 23 de abril en la Clínica Universidad de Navarra como consecuencia de una “trombosis de senos cerebrales con trombocitopenia y hemorragia cerebral”.

    A preguntas de los periodistas, doña Margarita Robles señaló que “en principio” y con los informes médicos en la mano que se han elaborado “parece que no hay ninguna duda” de que la causa de la muerte “fue la administración de la vacuna”. El cabo, en efecto, habría fallecido como resultado de la inoculación del suero de la empresa farmacéutica AstraZeneca contra la enfermedad del virus coronado el pasado 7 de abril a raíz de la cual había comenzado a sentirse mal.

    La Ministra contó que le habían comentado “la ilusión” con la que el cabo había recibido la vacuna. Con esta declaración daba a entender que nadie le había obligado a hacerlo, sino que él se había prestado voluntaria- e ilusionadamente, sin prescripción facultativa médica, a la inoculación. De esta forma, despejaba dudas Margarita Robles sobre la responsabilidad de quién le había mandado vacunarse al cabo: nadie, porque la inoculación no es obligatoria, sino voluntaria, por lo que, se deduce, tiene más valor el sacrificio individual.

    La Ministra, en la misma declaración, también subraya la importancia de seguir vacunándose, pese “a los momentos duros y dolorosos”. Se arrogaba así ella, que es la Ministra de la Guerra, como se denominaba antes al Ministerio que regenta, el punto de vista de la Medicina,  y decía: “Desde el punto de vista médico hay que seguir vacunándose, hay que animarse y que todo el mundo se vacune”. Con la mención de la “vacuna” se refería a lo que algún periódico del ruedo ibérico denominó “el fármaco anglosueco”, el preparado de los laboratorios AstraZeneca, fabricantes de Crestor, las estatinas que reducen el colesterol, que no es tan fiero como lo pintan (el colesterol, me refiero), ni tan perjudicial para la salud como decían, sino bastante saludable, pero el Crestor hay que tomarlo de por vida,  y como contrapartida te enferma de diabetes. Y con lo de "todo el mundo" incluye, a las personas jóvenes que no tienen riesgo porque están fuera de peligro. La intención autoritaria y totalitaria de la vacuna quiere extenderse también a los niños, tiernos angelitos, que parecían hasta ahora estar exentos de esa necesidad.

    Traigo aquí a colación de esto una estupenda viñeta de la Mafalda de Quino, que quiere vacunarse contra "el despotismo", que sería sin duda la mejor de las vacunas. Ella y sus amigos prestan su brazo a la jeringuilla de la enfermera estupefacta para que les inmunice contra el más peligroso de todos los viruses. Quizá habría que sustituir la palabra "despotismo", que procede del griego δεσπότης (despótēs), que significaba "señor, amo, dueño, soberano", que emplea Quino y suena ya un poco arcaica, por "autoritarismo" o "totalitarismo", de rabiosa modernidad.

 

     Parece que en este caso se impone algo así como el dicho popular “Al que le toca le tocó”. Lógicamente es una posibilidad que le toque a uno si uno decide entrar en el sorteo. Es como la lotería. Si no quieres que te toque, no juegues. Nadie te obliga. Pero si decides participar, puede recaer en ti por muy poco probable que sea estadísticamente el Premio Gordo, porque como suele decirse tienes una papeleta que podría resultar premiada. Lo que está claro, al margen de la estadística, es que si no entras en el sorteo no te va a tocar.

    Pero, en todo caso, no parece haber razones suficientes para que una persona joven, en buen estado de salud, decida libremente jugar a la ruleta rusa, y entrar en un sorteo que puede resultar mortal. Por eso no se entiende, yo al menos no lo entiendo, la obstinación de la Ministra en afirmar que hay que seguir vacunándose contra viento y marea como si la vacuna fuera beneficiosa o inocua y estuviera lejos de ser perjudicial como ha demostrado en el caso que nos ocupa.

    “Queríamos estar hoy aquí para transmitir nuestro agradecimiento, nuestro cariño, y, al mismo tiempo, pues para dar ese toque (sic) de que al virus lo tenemos que vencer y que la mejor manera de vencerlo, aunque haya momentos duros y dolorosos, es, precisamente, vacunarse.” Ha dicho la Ministra, como si el suero de AstraZeneca fuera el Santo Grial o el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

    ¿A qué se refiere con la expresión “momentos duros y dolorosos”? Quiere, sin duda, con esta fórmula abarcar por un lado los efectos secundarios adversos, o daños colaterales, como pueden ser dolores de cabeza, mareos, fiebre, diarreas y demás molestias que suelen desaparecer pasadas unas horas o al cabo de unos días de la inoculación, pero también a la muerte del inoculado, que sería estadísticamente poco frecuente y bastante rara, pero que puede suceder, y de hecho ha sucedido, lo que es obviamente más doloroso para los seres queridos por la pérdida de una vida humana que conlleva.

  

    No entiendo yo cómo puede nadie animarse a la inoculación después de esto que le ha pasado al cabo, que llevaba siete años en Navarra y estaba a punto de ser padre dentro de cuatro meses, y cuya vida se ha visto truncada por la administración del suero.

    En el caso de los militares, estas pérdidas de vidas humanas parece que son gajes del oficio, que pueden suceder en el desarrollo de cualquier ejercicio, maniobra o actividad bélica en el desempeño de su función, bien sea accidentalmente como consecuencia del manejo de las armas, que carga el diablo, o por el desarrollo de alguna misión humanitaria de pacificación y defensa de los derechos humanos, como llaman ahora a las escaramuzas guerreras.

    En el caso del militar que nos ocupa no estamos ante ninguno de estos dos supuestos. Él se había vacunado voluntariamente. La Ministra (y a través de ella la clase política en general) insiste en “el toque” que viene a darnos de que la solución a una enfermedad igual de letal o menos que la Gripe (según la OMS) es ponerse vacunas experimentales que pueden matar a gente joven y sana como el interfecto, porque es un sacrificio que exige la Causa Sanitaria. No sé si decir que ha dado su vida por España o por una causa aún mayor que esa, como sería la del bien de la Humanidad. En todo caso, la vieja retórica militar lleva a decir cosas como: “Gloria y honor a los que dieron su vida por la Patria”, es decir, por las Ideas.

    Destaca en el discurso de la Ministra, desde mi punto de vista la insistencia de “que al virus lo tenemos que vencer”. ¿Por qué? Porque hay una guerra implícita y explícita, y el enemigo es el virus, y en esa lucha las únicas armas de que disponemos son las supuestas vacunas. La guerra sigue adelante. El cabo ha sido el chivo expiatorio, que los antiguos griegos llamaban “pharmakós”, de donde le viene el nombre a la industria armamentística que está detrás de esta guerra. La industria farmacéutica, probablemente la más poderosa del mundo, no está interesada en curar ninguna enfermedad, sino en hacer que se conviertan en crónicas. 

    Creían, en efecto, los griegos que la muerte del “pharmakós” sanaba y redimía a la ciudad entera, y que su sacrificio merecía la pena, a lo que vino a añadirse el ideal cristiano del martirio, que daba así algún sentido además a la vida que se ofrecía voluntariamente, porque había muerto por "algo". La muerte vendría así a dar un sentido determinado y heroico a la vida.

    ¿Qué es lo que hay detrás de esta historia? Un sacrificio individual, un buco emisario que se ha prestado voluntariamente al experimento en aras del fetiche de la Sanidad Pública. Iba a decir salud en vez de Sanidad, pero la salud es otra cosa. Y esa Causa Sanitaria es una  cruenta divinidad que exige estas eventuales inmolaciones en sus altares. 

    Pero no nos engañemos con lo de “voluntariamente”; cuando la voluntad de uno es la misma que la del Gran Dictador,  voluntariamente es lo contrario de libremente.

jueves, 6 de mayo de 2021

El Gran Reseteo (y II)

    El libro no es, como podía parecer a primera vista, una defensa del capitalismo neoliberal más o menos al uso, sino ¡del capitalismo de Estado! Y no del Estado-Nación, sino de un Estado supranacional. Defiende, en efecto, la estatalización global de la economía, por lo que ha calado muy hondo en países de tradición estatal fuerte como Francia o Alemania o en otros de tradición más débil pero con gobiernos de izquierdas, por así llamarlos, o socialdemócratas, como el español. Se predican cosas como la renta básica universal y la gobernanza mundial.


    En el libro se hace también una defensa del medio ambiente y de la ecología que agrada a muchos. La necesidad del volver a empezar se plantea por el agotamiento de los recursos del planeta. Hay que salvar el planeta que se ha vuelto inhabitable, de lo que se nos responsabiliza a todos y cada uno, y hay que proseguir en la conquista del espacio, buscando planetas más habitables, buscando vida más allá de la estratosfera.  Este discurso ecológico y estatista del libro agrada especialmente a los ecologistas. Defiende la lucha de los gobiernos contra el cambio climático, por ejemplo, responsabilizando a la ciudadanía, de forma que todos y cada uno nos sintamos culpables y responsables... Da argumentos a toda la clase política. Hay una oportunidad, hay que aprovecharla.

 
    Propugna también la tecnovigilancia y el control de la sociedad y la digitalización. El triunfo de la vigilancia y la imposición del estado policial restringen más aún si cabe nuestras por otro lado escasas y siempre maltrechas libertades. Predica en definitiva, lo que se está practicando en la mayoría del mundo desde que la OMS declaró la pandemia universal, que ha servido para pisar el acelerador hacia esa meta, convirtiendo los sistemas democráticos occidentales en dictaduras sanitarias igualmente democráticas impuestas con el señuelo de un Novus Ordo Seclorum, dicho a la antigua, o Nuevo Orden Mundial.
 

    La crisis sanitaria conlleva una crisis económica que consiste en realidad en una transferencia del dinero del pequeño comercio y de las pequeñas y medianas empresas hacia las grandes, de la microeconomía a la macroeconomía, acelerada con la tecnovigilancia y la digitalización.

    El libro, viene a justificar así, a posteriori, las medidas que están practicando la mayoría de los gobiernos del mundo desde que se declaró la pandemia. El Estado y las Grandes Empresas se alían para aplastar a las pequeñas y medianas empresas (restaurantes, artesanos, comercios...). La fortuna de las GAFAM se incrementa por el trasvase del capital de los pequeños a los grandes, que se convierten así en más poderosos de lo que eran, siendo capaces, por su parte, de restringir como están haciendo la libertad de expresión de sus usuarios más críticos con el proceso. La digitalización se ve como un progreso de la dominación del hombre por el hombre. Es una trasferencia de la riqueza. Los Estados refuerzan así su control sobre la economía.

    Las medidas adoptadas por los gobiernos no son incoherentes, cuando se lee el libro de Klaus Schwab se comprueba que tienen su lógica interna. El pez grande se come al chico. 

 

    En Europa la crisis sanitaria justifica la intervención de los Estados en todos los dominios. La crisis -la pandemia- ha producido tal trauma en la población que justifica cualquier medida que quieran implementar por descabellada que parezca. Al hacer que disminuyan las interacciones sociales de todo tipo, han creado un efecto túnel donde la única salida que se ve desde el arresto domiciliario es contemplar las plataformas audiovisuales en el sentido más amplio. La gente se vuelve más maleable y dócil a los dictados sanitarios.

    La ideología de los gobiernos resulta indiferente. No hay ideologías. Sólo obediencia a un proyecto que no admite crítica porque lo que se hace es por nuestro bien, por la salud de todos, hay que salvar vidas, y por el bien del planeta, que también hay que salvar. 

    El espíritu crítico es calificado enseguida de conspiracionista, cuando la conspiración no está en la denuncia, sino cuando alguien denuncia el reseteo que se está llevando a cabo. Se ha demostrado que nuestros gobiernos no son de derechas ni de izquierdas (ni por supuesto de centro): son de arriba, de arriba de donde no puede venirnos nada bueno a los de abajo.

miércoles, 5 de mayo de 2021

El Gran Reseteo (I)

    He estado leyendo un libro vomitivo como él solo que se llama "The Great Reset" (El Gran Reinicio) escrito por Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, también llamado Foro de Davos. El señor Schwab se codea con todos los jefes de Estado y los grandes de la economía de este mundo. Es el libro de cabecera o la hoja de ruta, como dicen ellos, de nuestros gobernantes.

    Me llama la atención, lo primero de todo, el título, tomado de la informática. Hagamos su análisis. Comencemos por el sustantivo “Reset”. Puede adaptarse el anglicismo como “reseteo” o traducirse por “reinicialización” o “reinicio”, mucho más sencillo por economía de sílabas, es decir, “vuelta al comienzo”. La docta Academia define reiniciar como “Cargar de nuevo el sistema operativo en una computadora u otro dispositivo electrónico”. Pero, al parecer, no es lo mismo reiniciar que resetear, que la Academia no acepta todavía. Reiniciar es apagar simplemente, pero resetear es en algunos dispositivos sinónimo de borrar o formatear de nuevo.

Klaus Schwab

    En el mundo de los teléfonos móviles, resetear (“hard reset”) es una función que borra todo lo almacenado dejando el teléfono casi nuevo como de fábrica. Resetear un ordenador o terminal móvil no es otra cosa que reiniciar el equipo, pero hay dos formas de hacerlo. Las dos formas se denominan por su nombre en inglés como Soft Reset o simplemente Reset (reset suave o mero reinicio) y Hard Reset (reset duro o reinstalación). La función principal es limpiar el sistema ante cualquier tipo de error que esté impidiendo su buen funcionamiento.

    Cuando el dispositivo ha sufrido una intrusión, la acción más sencilla para poner coto al problema pasa por resetear el móvil restaurando los valores iniciales y poder así volver al estado primigenio del teléfono. Para ello, se recomienda realizar previamente una copia de seguridad en la nube para poder contar con la configuración anterior a la hora de volver a disfrutar del aparato.

 

    No es exactamente lo mismo resetear que reiniciar, hablando de güindous, el sistema que ideó el multimillonario filántropo, como le llaman servilmente algunos, pero ambas cosas sirven para que funcione mejor. Los viruses siempre están presentes en todos los equipos tecnológicos e informáticos. ¿No suena esto? ¿No sucede lo mismo dentro de nuestro organismo, donde hay también viruses contagiosos?

    Vayamos ahora al adjetivo: “gran”, apócope de grande. El título podría haber sido simplemente “The Reset”, sin adjetivo calificativo, pero el uso de “Great”, ya nos indica que es algo mucho más importante que el mero reseteo, da igual duro que suave en este caso, de un cacharro informático de estos. Se trata del Sistema Operativo del mundo entero.  

martes, 4 de mayo de 2021

¿Es lo mismo vacunar que inmunizar?

    Un titular de un periódico cualquiera de provincias reza así: “Administradas 69.545 vacunas con las que se ha inmunizado al 8,1% de la población”. Al margen del dato numérico, que no nos interesa, hay que reparar en que para no decir “...vacunas con las que se ha vacunado...”, que resultaría redundante, el periodista ha buscado un sinónimo de “vacunar” y ha encontrado “inmunizar”, y lo ha empleado sin mayor problema para evitar la tautología. Hasta aquí nada que no se les enseñe a los estudiantes de periodismo en primero de carrera y que no venga en el manual de estilo de cualquier diario que se precie.

    Cabe preguntarse, sin embargo, a propósito de esto en concreto, si “inmunizar” es sinónimo de “vacunar”, y, más en general, si en verdad hay sinónimos en la lengua, es decir, dos o más palabras formalmente distintas que tengan un mismo y unívoco significado. 

    Sospecho que ya el propio término “sinonimia” es engañoso, y que en verdad no hay sinónimos en la lengua, porque nunca se da una igualdad exacta de valores entre dos unidades léxicas que pueden aludir a una misma realidad. Siempre hay factores de diferencia social y educación, de registro, jerga o moda en la preferencia por el empleo de un término o de otros, con lo que cambia el significado. 


   Vengamos al caso que nos ocupa: Preguntémonos si “inmunizado” es en verdad sinónimo de “vacunado”. Resulta que, por mucho que se empeñen los partidarios de las vacunas, no es lo mismo. El término “vacunar” prodece del latín “uacca” que es el nombre de la “vaca”, que Pasteur acuñó como homenaje a Edward Jenner, el médico rural del siglo XVIII que descubrió que las ordeñadoras de vacas tenían en sus manos pequeñas ampollas de viruela bovina, pero que no padecían la letal viruela humana que causaba estragos en Europa, de lo que dedujo que inocular un virus leve como la viruela bovina en una persona podría protegerla de una variante más mortífera. Al parecer inoculó a través de una inyección la viruela bovina de una ordeñadora al hijo de su jardinero, un niño de ocho años llamado James Phipps. Cuando este se recuperó de los síntomas de la viruela bovina, 48 días más tarde, el doctor Jenner le inyectó la viruela humana, ante la cual no mostró ningún síntoma. 

   Inmunizar es etimológicamente hacer inmune, e inmune quiere decir que no puede ser atacado por ciertas enfermedades, porque está fortificado como si estuviera protegido por una armadura o por un caparazón y fuera invulnerable. Según el diccionario de la docta Academia: "Estado de resistencia, natural o adquirida, que poseen ciertos individuos o especies frente a determinadas acciones patógenas de microorganismos o sustancias extrañas." Se habla, asimismo, de inmunidad parlamentaria, que es la prerrogativa de los diputados y senadores, que los libra de ser procesados y juzgados sin la autorización de la cámara a la que pertenecen, y de inmunidad diplomática, de la que gozan los representantes diplomáticos acreditados de un país en otro. Y vacunar es inocular una vacuna, es decir, un preparado de antígenos que, aplicado a un organismo, provoca en él una respuesta de defensa. La imprecisión de la realidad se traduce en la de sus significados.

Propaganda de la Liga Contra la Vacunación (1884)

     Si, al hilo de las noticias sobre la inoculación del tratamiento preventivo del virus coronado (capciosamente llamado "vacuna") que se está aplicando a toda velocidad en este y otros países a toda la población, buscamos otra motivación, además de la estilística de evitar la redundancia, encontramos que no hay una razón científica de peso para considerar inmunizados a los voluntarios que han recibido dicho tratamiento cuando las propias industrias farmacéuticas que lo han elaborado reconocen que sus sueros no impiden contraer el virus ni, una vez contraído, contagiarlo, sino simplemente aligerar sus síntomas durante un período de unos pocos meses, por lo que ya advierten de la necesidad de repetir el proceso de inoculación, como sucedía con la gripe cada cierto período de tiempo. 

Propaganda de la Sociedad Anti-vacunación (1879)

    El producto, vamos a llamarlo así, no es una vacuna. Una vacuna, por definición, proporciona una respuesta defensiva contra una enfermedad. En este sentido podría decirse que "vacuna" es un hipónimo de "inmunidad", que sería su hiperónimo. Este producto que nos venden como "vacuna" no proporciona inmunidad, pese al uso torticero que han hecho de la sinonimia. En el mejor de los casos simplemente reduce la severidad del contagio. Se trata por lo tanto de un tratamiento médico y no de una vacuna. Lo cual nos lleva a plantearnos la cuestión de si tiene algún sentido tomar un tratamiento médico, o, mejor dicho, farmacéutico para una enfermedad que no se tiene, y querer aplicárselo a la población sana.

lunes, 3 de mayo de 2021

Un silencio que dice mucho

    Hasta una etiqueta en tuíter han sacado con su almohadilla correspondiente y todo: #ViajaCalladoEvitaContagios. El metro de Panamá ordena silencio a sus usuarios y saca eslóganes que deberían darles vergüenza como : “No hablar durante tu viaje es cuidar la salud de todos” o “Tu silencio dice mucho”. Un mimo con la cara pintada de blanco a lo Marcel Marceau nos tapa la boca con la mano a modo de mascarilla o nos hace el gesto de callarnos con el dedo índice en los labios y nos invita a que nos callemos o a expresarnos con gestos mudos en lenguaje para sordos.


     Está claro que las autoridades que velan por nuestra salud no quieren que hablemos porque hablando se entiende la gente y no quieren tampoco que entendamos lo que está pasando. Claro que ellas van a justificarlo de otro modo. No quieren que nos desentendamos del virus, que nos despreocupemos y por eso nos amordazan y nos dicen que nos callemos. Eso sí, podemos enviar todos los tuites que queramos con nuestros dispositivos telemáticos en modo silencio, que para eso están. Imponen así la escritura en detrimento de la lengua hablada y de la comunicación de viva voz entre la gente.

    Hay algo en este empeño autoritario de imponer el silencio que no se entiende muy bien: si nos obligan a ponernos la mascarilla para evitar el contagio del virus coronado, ¿por qué no basta y sobra con eso en los transportes públicos? ¿por qué además insisten en que no digamos ni pío? ¿Pretenden acaso taparnos literalmente la nariz y la boca y que nos asfixiemos sin poder comunicarnos y revelar a nuestros compañeros de viaje, por ejemplo, este modesto descubrimiento que hacemos aquí, que no deja de ser una perogrullada, de que no sólo hablar, cantar y gritar, como ellos dicen, sino también simplemente respirar con el bozal es contagioso y mortal de necesidad?

 

    Si no hablamos entre nosotros, en efecto, no podemos decirnos cosas como que no hay ninguna pandemia, que si nos hemos enterado de que la había fue por los mass media, medios cuyos fines son la manipulación, el adoctrinamiento y conformismo de las masas a través de la propaganda de agitación y de difusión del pánico.

    Pero en algo tienen razón y vamos a dársela: el virus se propaga hablando de él. Así lo han propalado ellos. Así lo hemos esparcido y ciscado nosotros haciéndonos eco de sus noticias y consignas. Lo han hecho viral. Lo hemos viralizado entre todos. Ahora tienen que prohibir también hablar, cantar y gritar no por nada, no porque sea una imposición autoritaria y dictatorial que se justifica con una falsa razón sanitaria, sino porque hablando podríamos argumentar contra la invención del virus y contra las razones que lo avalan. Ellos no lo dicen así, nos dicen que no hablemos porque si guardamos silencio, un silencio que dice mucho de nosotros, evitamos "la emisión de partículas en el aire(sic)". Ese silencio es el silencio resignado de los corderos en el matadero, el silencio sepulcral del cementerio. 

 

    Lo dicen los científicos y los expertos. Hay que evitar la emisión de aerosoles y de gotículas mortales... Así que a callar se ha dicho. Ya procuran además que no nos sentemos juntos, sino que guardemos las debidas distancias con el prójimo -el próximo, cada vez más lejano. Así que nada de comentar con el vecino de al lado esto mismo: que el virus existe porque hablamos de él, que si dejamos de hablar de él, deja de ser operativo y se hace inviable. Que el mejor antivirus es dejar de creer en él. Mejor que cualquier vacuna habida y por haber es la pérdida de la fe que lo sustenta y aferra a nuestras células. 

    Pero ese silencio que quieren imponernos en el transporte público, hay que exigírselo lo primero de todo a las propias autoridades, que se han apropiado de todos los argumentos científicos de autoridad, y a los propios medios a su servicio, que son los que han aireado el virus coronado a través de las perniciosas ondas audiovisuales. Que prediquen con el ejemplo y tiendan un tupido velo de silencio. Amén.

domingo, 2 de mayo de 2021

"¡Pero si no tengo ningún síntoma!"

    Se ha generalizado la opinión, creada quizá deliberada- e interesadamente, de que la infección detectada por la prueba de reacción en cadena de la polimerasa con transcripción reversa (en adelante RT-PCR en la lengua del Imperio; en la nuestra sus siglas serían a la inversa RCP-TR), es decir el resultado positivo, y la enfermedad o síndrome del virus coronado son una y la misma cosa. 

    Según esa opinión "infectado" quiere decir que uno está enfermo aunque no lo parezca, y que sus viruses pueden ser contagiosos. Puede que no tenga síntomas aparatosos o que si los tiene sean tan leves que le pasen desapercibidos al propio paciente o al observador externo.

 


    Verificadores de datos independientes y divulgadores científicos han llegado a constatar que muchos de estos sujetos que se declaran asintomáticos mienten a veces cuando dicen que no son capaces de recordar síntomas. Es verdad que  la desmemoria o amnesia podría ser uno más de los muchos y variados síntomas de la enfermedad. Pero si se hace una investigación rigurosa preguntándoles detalles y sometiéndoles a un interrogatorio concienzudo, muchos acaban recordando algún momento en que se sintieron, como suelen decir para quitarle hierro al asunto, "algo pachuchos". Es decir, acaban confesando que en realidad no eran tan asintomáticos como creían, sino que tenían una sintomatología muy liviana, pero no por ello hay que concluir que menos contagiosa y maligna que otras formas severas de la enfermedad.

    La técnica RT-PCR era aplicada, antes de la pandemia, en criminalística. Mediante ella se puede condenar a alguien utilizando como prueba alguna muestra de su ADN hallada en el lugar de autos. Dicha técnica también se usaba en la determinación de pruebas de paternidad. Como hemos visto en alguna película de televisión o leído en algún periódico, gracias a un pequeño resto que puede ser una minúscula gotícula de sangre, un trozo de una uña o un pelo se puede determinar quién es su propietario. 

    Esta técnica nunca hasta ahora se había usado para diagnosticar una enfermedad infecciosa, pero hay que agradecer que merced al avance de la ciencia se haga ahora y sirva para detectar huellas y rastros de posibles agentes homicidas contagiosos que ignoran consciente- o inconscientemente que lo son. La noción de "estar malo o enfermo" ya no se sostiene a la luz de los avances científicos actuales: una persona sana, como dijo el doctor Knock, es un enfermo que se ignora. 

    Además, que una persona no tenga síntomas en el presente no significa que no pueda desarrollarlos en un futuro más o menos inmediato y contribuir significativamente a la propagación de la pandemia universal que nos invade, por lo que las pruebas y el aislamiento preventivo de cualquier sospechoso son aún más importantes que el aire que respiramos para controlar los brotes y rebrotes. De aquí surge el no menos exitoso concepto de presintomático, que explica el caso de quien es asintomático por ahora abocado a desarrollar los síntomas con el paso del tiempo.

Hurgando en la nariz
 
     No tener síntomas o tenerlos levísimos, en realidad, se convierte en uno de los síntomas más significativos de la enfermedad contagiosa. De hecho es el síntoma más importante y estadísticamente más frecuente de resultas de las pruebas de laboratorio realizadas. En lógica parece una pura contradicción. Pero el concepto de infección asintomática ha servido para considerarnos a todos enfermos en potencia, y, como tales, poder ponernos en tratamientos y cuarentenas, y someternos a procesos de vacunación periódica, potenciales criminales contagiadores del virus maligno que somos a nuestro pesar. 

    Se impone también la consideración del prójimo -el próximo- como un potencial portador del agente patógeno desestabilizador. Uno mismo puede ser ese prójimo, por lo que nosotros mismos somos nuestro peor enemigo y nuestro enemigo interior el más difícil de desenmascarar.

    Este axioma, presentado como dogma de fe por virólogos y estudios científicos revisados por pares y publicados en las revistas científicas más prestigiosas, entronca, parece mentira pero no lo es, con la vieja creencia religiosa de que una persona puede ser víctima de una posesión diabólica y estar endemoniada, o simplemente poseída, porque un espíritu maligno ha tomado el control de su cuerpo, y no saberlo.  Se puede decir que este virus de todos los demonios, como lo definió una vez alguien, es la reencarnación laica o atea de Satanás. Los signos exteriores o síntomas de la posesión son difíciles de ver y determinar a veces, y muy variados.

    En la Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna hay documentados casos de supuestos endemoniados que fueron objeto de exorcismos. No sólo las brujas, sino también los animales eran víctimas de posesión diabólica. Cientos de gatos, cabras, y otros seres animados domésticos y salvajes fueron sacrificados debido a la creencia de que encarnaban espíritus diabólicos o estaban poseídos por un demonio. De hecho, nuestras mascotas tampoco se libran ahora de padecer el virus coronado, según dicen los expertos.

    Los exorcistas y estudiosos del tema creían que los endemoniados presentaban siempre algunos síntomas determinados, marcas en la piel, ojos en blanco, hablaban lenguas desconocidas, a veces incluso lenguas muertas como el latín o el arameo, padecían convulsiones, respiración agónica y tenían reacciones adversas imprevisibles. A ninguno de aquellos exorcistas se le había ocurrido que pudiera haber algún poseso sin síntomas de posesión, pero ya se sabe que al Maligno le gusta pasar desapercibido y que quizá su mayor éxito radique precisamente en convencernos de que no existe a fin de que no creamos en él y lo neguemos.

    Pero la moderna virología, que ha pasado a ocupar el lugar de la vieja demonología y la ha desbancado, ha hecho el mayor descubrimiento científico de todos los siglos: hay posesos asintomáticos. Nuestros virólogos, que reconocen un numerosísimo elenco de síntomas que a veces resultan difíciles de catalogar, destacan este que, sin duda ninguna, es el más importante de todos ellos y por eso mismo el más difícil de desenmascarar y el más preocupante de todos: la ausencia de síntomas. Buñuel en estado puro de genial surrealismo.