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jueves, 6 de abril de 2023

"Se ruega silencio"

    Para los desmemoriados o los que pronto quieren olvidar la memoria histórica más próxima de lo que hemos vivido recientemente o, mejor dicho, de lo que nos han hecho vivir, recuerdo que hace sólo tres años por estas fechas, se colgaban carteles como este que reproduce la fotografía que colocaba la empresa de transportes urbanos de Santander en todos sus autobuses con la recomendación de no hablar “para reducir el riesgo de contagio”, basándose en la opinión de los esperpénticos expertos del CSIC, como, supongo yo, doña Margarita del Val, que salía tanto por la televisión y todos los medios habidos y por haber.
 
 El CSIC recomienda no hablar en el transporte público para reducir el riesgo de contagio por covid-19: "Silencio siempre".
 
Igualmente, en el Ayuntamiento de esta triste ciudad del Norte, Santander, la capital de la Cantabria, se colocaba este cartel, más expeditivo, si cabe por la imagen del dedo índice sobre los labios: 
 
Se ruega silencio. Así también podemos reducir el riesgo de contagio por COVID-19. Gracias por tu colaboración.
 
    No sólo nos obligaban a taparnos la nariz y la boca en interiores y en exteriores con una siempre ridícula mascarilla, sino que, además, nos ordenaban, -rogaban, decían ellos, que suena más fino- silencio, un silencio sepulcral. 
 
 
    No convenía que habláramos entre nosotros de esto que nos estaba pasando a todos, de esto que nos caía encima porque lo estaban arrojando sobre nosotros y venía impuesto por todos los medios de (in)formación de masas y altas instancias del Estado y el Capital, porque hablando es como se entiende la gente. Por eso y no por nuestra salud nos tapaban la boca, nunca mejor dicho, para que estuviéramos callados.

lunes, 3 de mayo de 2021

Un silencio que dice mucho

    Hasta una etiqueta en tuíter han sacado con su almohadilla correspondiente y todo: #ViajaCalladoEvitaContagios. El metro de Panamá ordena silencio a sus usuarios y saca eslóganes que deberían darles vergüenza como : “No hablar durante tu viaje es cuidar la salud de todos” o “Tu silencio dice mucho”. Un mimo con la cara pintada de blanco a lo Marcel Marceau nos tapa la boca con la mano a modo de mascarilla o nos hace el gesto de callarnos con el dedo índice en los labios y nos invita a que nos callemos o a expresarnos con gestos mudos en lenguaje para sordos.


     Está claro que las autoridades que velan por nuestra salud no quieren que hablemos porque hablando se entiende la gente y no quieren tampoco que entendamos lo que está pasando. Claro que ellas van a justificarlo de otro modo. No quieren que nos desentendamos del virus, que nos despreocupemos y por eso nos amordazan y nos dicen que nos callemos. Eso sí, podemos enviar todos los tuites que queramos con nuestros dispositivos telemáticos en modo silencio, que para eso están. Imponen así la escritura en detrimento de la lengua hablada y de la comunicación de viva voz entre la gente.

    Hay algo en este empeño autoritario de imponer el silencio que no se entiende muy bien: si nos obligan a ponernos la mascarilla para evitar el contagio del virus coronado, ¿por qué no basta y sobra con eso en los transportes públicos? ¿por qué además insisten en que no digamos ni pío? ¿Pretenden acaso taparnos literalmente la nariz y la boca y que nos asfixiemos sin poder comunicarnos y revelar a nuestros compañeros de viaje, por ejemplo, este modesto descubrimiento que hacemos aquí, que no deja de ser una perogrullada, de que no sólo hablar, cantar y gritar, como ellos dicen, sino también simplemente respirar con el bozal es contagioso y mortal de necesidad?

 

    Si no hablamos entre nosotros, en efecto, no podemos decirnos cosas como que no hay ninguna pandemia, que si nos hemos enterado de que la había fue por los mass media, medios cuyos fines son la manipulación, el adoctrinamiento y conformismo de las masas a través de la propaganda de agitación y de difusión del pánico.

    Pero en algo tienen razón y vamos a dársela: el virus se propaga hablando de él. Así lo han propalado ellos. Así lo hemos esparcido y ciscado nosotros haciéndonos eco de sus noticias y consignas. Lo han hecho viral. Lo hemos viralizado entre todos. Ahora tienen que prohibir también hablar, cantar y gritar no por nada, no porque sea una imposición autoritaria y dictatorial que se justifica con una falsa razón sanitaria, sino porque hablando podríamos argumentar contra la invención del virus y contra las razones que lo avalan. Ellos no lo dicen así, nos dicen que no hablemos porque si guardamos silencio, un silencio que dice mucho de nosotros, evitamos "la emisión de partículas en el aire(sic)". Ese silencio es el silencio resignado de los corderos en el matadero, el silencio sepulcral del cementerio. 

 

    Lo dicen los científicos y los expertos. Hay que evitar la emisión de aerosoles y de gotículas mortales... Así que a callar se ha dicho. Ya procuran además que no nos sentemos juntos, sino que guardemos las debidas distancias con el prójimo -el próximo, cada vez más lejano. Así que nada de comentar con el vecino de al lado esto mismo: que el virus existe porque hablamos de él, que si dejamos de hablar de él, deja de ser operativo y se hace inviable. Que el mejor antivirus es dejar de creer en él. Mejor que cualquier vacuna habida y por haber es la pérdida de la fe que lo sustenta y aferra a nuestras células. 

    Pero ese silencio que quieren imponernos en el transporte público, hay que exigírselo lo primero de todo a las propias autoridades, que se han apropiado de todos los argumentos científicos de autoridad, y a los propios medios a su servicio, que son los que han aireado el virus coronado a través de las perniciosas ondas audiovisuales. Que prediquen con el ejemplo y tiendan un tupido velo de silencio. Amén.