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domingo, 2 de mayo de 2021

"¡Pero si no tengo ningún síntoma!"

    Se ha generalizado la opinión, creada quizá deliberada- e interesadamente, de que la infección detectada por la prueba de reacción en cadena de la polimerasa con transcripción reversa (en adelante RT-PCR en la lengua del Imperio; en la nuestra sus siglas serían a la inversa RCP-TR), es decir el resultado positivo, y la enfermedad o síndrome del virus coronado son una y la misma cosa. 

    Según esa opinión "infectado" quiere decir que uno está enfermo aunque no lo parezca, y que sus viruses pueden ser contagiosos. Puede que no tenga síntomas aparatosos o que si los tiene sean tan leves que le pasen desapercibidos al propio paciente o al observador externo.

 


    Verificadores de datos independientes y divulgadores científicos han llegado a constatar que muchos de estos sujetos que se declaran asintomáticos mienten a veces cuando dicen que no son capaces de recordar síntomas. Es verdad que  la desmemoria o amnesia podría ser uno más de los muchos y variados síntomas de la enfermedad. Pero si se hace una investigación rigurosa preguntándoles detalles y sometiéndoles a un interrogatorio concienzudo, muchos acaban recordando algún momento en que se sintieron, como suelen decir para quitarle hierro al asunto, "algo pachuchos". Es decir, acaban confesando que en realidad no eran tan asintomáticos como creían, sino que tenían una sintomatología muy liviana, pero no por ello hay que concluir que menos contagiosa y maligna que otras formas severas de la enfermedad.

    La técnica RT-PCR era aplicada, antes de la pandemia, en criminalística. Mediante ella se puede condenar a alguien utilizando como prueba alguna muestra de su ADN hallada en el lugar de autos. Dicha técnica también se usaba en la determinación de pruebas de paternidad. Como hemos visto en alguna película de televisión o leído en algún periódico, gracias a un pequeño resto que puede ser una minúscula gotícula de sangre, un trozo de una uña o un pelo se puede determinar quién es su propietario. 

    Esta técnica nunca hasta ahora se había usado para diagnosticar una enfermedad infecciosa, pero hay que agradecer que merced al avance de la ciencia se haga ahora y sirva para detectar huellas y rastros de posibles agentes homicidas contagiosos que ignoran consciente- o inconscientemente que lo son. La noción de "estar malo o enfermo" ya no se sostiene a la luz de los avances científicos actuales: una persona sana, como dijo el doctor Knock, es un enfermo que se ignora. 

    Además, que una persona no tenga síntomas en el presente no significa que no pueda desarrollarlos en un futuro más o menos inmediato y contribuir significativamente a la propagación de la pandemia universal que nos invade, por lo que las pruebas y el aislamiento preventivo de cualquier sospechoso son aún más importantes que el aire que respiramos para controlar los brotes y rebrotes. De aquí surge el no menos exitoso concepto de presintomático, que explica el caso de quien es asintomático por ahora abocado a desarrollar los síntomas con el paso del tiempo.

Hurgando en la nariz
 
     No tener síntomas o tenerlos levísimos, en realidad, se convierte en uno de los síntomas más significativos de la enfermedad contagiosa. De hecho es el síntoma más importante y estadísticamente más frecuente de resultas de las pruebas de laboratorio realizadas. En lógica parece una pura contradicción. Pero el concepto de infección asintomática ha servido para considerarnos a todos enfermos en potencia, y, como tales, poder ponernos en tratamientos y cuarentenas, y someternos a procesos de vacunación periódica, potenciales criminales contagiadores del virus maligno que somos a nuestro pesar. 

    Se impone también la consideración del prójimo -el próximo- como un potencial portador del agente patógeno desestabilizador. Uno mismo puede ser ese prójimo, por lo que nosotros mismos somos nuestro peor enemigo y nuestro enemigo interior el más difícil de desenmascarar.

    Este axioma, presentado como dogma de fe por virólogos y estudios científicos revisados por pares y publicados en las revistas científicas más prestigiosas, entronca, parece mentira pero no lo es, con la vieja creencia religiosa de que una persona puede ser víctima de una posesión diabólica y estar endemoniada, o simplemente poseída, porque un espíritu maligno ha tomado el control de su cuerpo, y no saberlo.  Se puede decir que este virus de todos los demonios, como lo definió una vez alguien, es la reencarnación laica o atea de Satanás. Los signos exteriores o síntomas de la posesión son difíciles de ver y determinar a veces, y muy variados.

    En la Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna hay documentados casos de supuestos endemoniados que fueron objeto de exorcismos. No sólo las brujas, sino también los animales eran víctimas de posesión diabólica. Cientos de gatos, cabras, y otros seres animados domésticos y salvajes fueron sacrificados debido a la creencia de que encarnaban espíritus diabólicos o estaban poseídos por un demonio. De hecho, nuestras mascotas tampoco se libran ahora de padecer el virus coronado, según dicen los expertos.

    Los exorcistas y estudiosos del tema creían que los endemoniados presentaban siempre algunos síntomas determinados, marcas en la piel, ojos en blanco, hablaban lenguas desconocidas, a veces incluso lenguas muertas como el latín o el arameo, padecían convulsiones, respiración agónica y tenían reacciones adversas imprevisibles. A ninguno de aquellos exorcistas se le había ocurrido que pudiera haber algún poseso sin síntomas de posesión, pero ya se sabe que al Maligno le gusta pasar desapercibido y que quizá su mayor éxito radique precisamente en convencernos de que no existe a fin de que no creamos en él y lo neguemos.

    Pero la moderna virología, que ha pasado a ocupar el lugar de la vieja demonología y la ha desbancado, ha hecho el mayor descubrimiento científico de todos los siglos: hay posesos asintomáticos. Nuestros virólogos, que reconocen un numerosísimo elenco de síntomas que a veces resultan difíciles de catalogar, destacan este que, sin duda ninguna, es el más importante de todos ellos y por eso mismo el más difícil de desenmascarar y el más preocupante de todos: la ausencia de síntomas. Buñuel en estado puro de genial surrealismo.