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domingo, 9 de mayo de 2021

"Herido está de muerte, el pueblo que con sangre se divierte"

    Entre las numerosas citas espurias que circulan por la Red, me llega una atribuida al poeta Juan Ramón Jiménez que los amigos antitaurinos utilizan contra la celebración de las corridas de toros en el ruedo ibérico: Herido está de muerte, el pueblo que con sangre se divierte. Se acompaña la cita con una ya vieja y sarcástica imagen publicitaria de unas pipas de girasol que emplea como motivo la llamada fiesta nacional: el sufrimiento de un toro moribundo por dejar el mundo sin haber probado dichas pipas.
 
    
    El verdadero autor de los versos no es el autor de Platero y yo, sino otro poeta prácticamente desconocido llamado Leopoldo Cano y Masas (1844-1934). Aparecen en una larga silva de muchos hendecasílabos y muy pocos heptasílabos titulada “El triunfo de la fe”. El poema se abre con una cita bíblica en latín que reza fide muri Iericho corruerunt (Gracias a la fe cayeron los muros de Jericó), que alude a la toma de la ciudad por Josué y su ejército israelita gracias a que siete de sus sacerdotes derribaron milagrosamente la poderosa muralla de la fortaleza con el sonido de sus trompetas, siendo sus habitantes masacrados y la ciudad destruida y maldecida por Josué. El poema canta el martirio y muerte de una niña cristiana en el anfiteatro romano: Hoy se derramará sangre cristiana / y al Circo va la alegre caravana. / Hoy es día feliz, día de broma, / pues con la sangre se divierte Roma
 

       Foto aérea del anfiteatro romano de Nîmes tomada en 1935 durante una corrida de toros, no hace tanto tiempo. Hay tradiciones como esta de la tauromaquia que no son cultura ni arte ni nada por el estilo que se le parezca, sino vulgar entretenimiento sangriento para las masas. La plaza estaba abarrotada, como puede verse; en la arena,  el gladiador, concretamente el bestiario -el torero-,  y la bestia -el toro-, y muchos siglos de ovación y de barbarie detrás. A las cinco en punto de la tarde en todos los relojes.
 
    "El triunfo de la fe" no es un gran poema, sino por cierto bastante mediocre. Fue premiado, sin embargo, por el Ayuntamiento de Madrid con la Violeta de Oro en el certamen literario del año 1878. Desde luego no es poesía lírica, sino en todo caso un poema narrativo que entronca con cierta tradición de novela histórica de exaltación de la fe cristiana y el martirio, y de crítica furibunda de la Roma pagana.
 
    Entre los personajes que acuden al anfiteatro destaca una prostituta adinerada, una "meretriz procaz, casi desnuda”, literalmente, que es conducida por sus esclavos en una litera de marfil y de oro, donde va muellemente reclinada. En su cuello de nieve, dice el poeta, lleva más valor en joyas que el dinero que costarían en una subasta pública no ya todos los siervos que transportan su litera, sino toda su tribu esclavizada. 
 
 
 
      El grandioso anfiteatro está abarrotado de público, como un moderno y vasto estadio de balompié, digamos que como el Camp Nou de Barcelona antes de la pandemia: Cien mil espectadores / se agitan en la inmensa gradería; / en el pódium, los graves senadores, / para ver de más cerca la agonía / de una niña, que al medio de la arena / empuja un gladiador. ¡Soberbia escena! / La fiera va a salir. Llegó la hora. / Se aleja el gladiador, la niña llora; / la plebe ruge; el bronce toca a muerte; / el rey bosteza; el pueblo se divierte. 
 
    El poeta se pregunta por la niña que de pronto es arrojada a la arena y que contrasta con la prostituta ricachona previamente presentada que se encontraría entre el público espectador: ¿Quién es la niña? ¿Cuál es su delito? / ¿Por qué la turba con salvaje grito / su aparición saluda? / Miradla triste, resignada, muda, / sin temor, sin orgullo y sin enojos, / pues es cristiana, y sufre los agravios / sin entreabrir las rosas de sus labios, / sin llorar por los cielos de sus ojos.  
 
 
    Más adelante: Ha buscado el suplicio, y no es suicida, / porque va a conseguir la eterna vida. Destacan estos versos donde se afirma que la niña no ha pretendido la muerte voluntaria.  Al permitir de alguna manera que una pantera le arrebate la vida sin ofrecer resistencia va a lograr, a cambio, la vida eterna. El alma se sublima en el martirio. 
 
    Es preciso tener en cuenta que la palabra “mártir”, tomada del griego, significaba “testigo” en esa lengua, de donde viene el significado castellano de “persona que padece muerte en defensa de su religión” y también, más genérico, “persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones” y “persona que se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones” porque da testimonio con su muerte, sufrimiento o sacrificio de la fortaleza de su fe. 
  
    El dramatismo de la escena se acreciente cuando una voz grita “¡piedad!”, pero el ruego es desoído por el César, que no indulta a la niña. El poeta, entonces, exclama: ¡Impía Roma! De tu ley severa / es digno ejecutor esa pantera. Como resultado la niña muere: El héroe muere, pero no su ejemplo
     
    "El triunfo de la fe" acaba con una vaga alusión a la caída del Imperio Romano: Escucha el alarido de la guerra. / El coloso de cieno se derrumba. / ¡Pesa mucho la losa de una tumba / que mártires encierra! / ¡Roma cruel! No vistas férrea malla / ni acudas presurosa a la muralla. / Has de morir. Herido está de muerte / el pueblo que con sangre se divierte
 
    Quizá no merezca la pena recordar mucho a Leopoldo Cano y Masas por su laureado "El Triunfo de la Fe", pero sí me parece digna de admiración esta humilde y a la vez sublime saeta: Voy solo por este mundo / hacia donde no va nadie / y algunas veces me estorba / el compañero de viaje.

    oOo
 
Escena de anfiteatro. Detalle de un mosaico del siglo III de nuestra era, Bad Kreuznach (Alemania)  

    Las corridas de toros fueron declaradas el 7 de noviembre de 2013 patrimonio cultural de España después de que el pleno del Senado aprobara por mayoría el texto aceptado y tramitado por el Congreso, lo que suponía el primer reconocimiento legal de la Fiesta (?) en toda su historia. 

 

Tauromaquia en el Coliseo en ruinas,  Maerten van Heemskerk (1552)