miércoles, 10 de marzo de 2021
El gozque de san Roque
martes, 9 de marzo de 2021
Negacionistas
En tiempos antiguos, serían denominados sin duda alguna herejes, apóstatas, blasfemos, negadores de Dios. Hoy son llamados negacionistas, que es una mala traducción de deniers en la lengua del Imperio.
Analicemos un poco el término anglosajón. El diccionario de Cambridge define así el término denier: “Una persona que dice que algo no ha sucedido o que una situación no existe, especialmente algo que la mayoría de la gente está de acuerdo en que ha sucedido o que existe” (a person who says that something did not happen or that a situation does not exist, especially something that most people agree did happen or does exist). Los ejemplos más habituales conciernen a la negación de la existencia del cambio climático y del holocausto judío y, más recientemente, la pandemia del virus coronado.

El término es un derivado lejano del latín DENEGARE, compuesto a su vez del prefijo intensivo DE- y del verbo NEGARE (it. dinegare, fr. dénier, esp. y port. denegar), que entró en la lengua de Shakespeare a través del francés, y que da origen al verbo to deny, de donde surge con el sufijo de agente -er. Es por lo tanto un pariente lejano de DENEGATOR, aquel que niega y que reniega, y también, tomando la activa por pasiva, el renegado.
Suele traducirse al castellano por “negacionista”, que nuestro venerable diccionario define como “perteneciente o relativo y también partidario del negacionismo”, que, a su vez, define como “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.”
Sería, sin embargo, más propio traducirlo al castellano por “negador”, sin más, sin el sufijo -ista. Según esto los negacionistas serían los negadores de la Ciencia, los que saben más que la Ciencia, sea quien sea esa señora a la que no le cabe ninguna duda, los que reniegan del Virus Coronado, y, en último extremo, de la Realidad. (Las mayúsculas honoríficas quieren sugerir la divinización de esos conceptos que vienen a ocupar el lugar de Dios como artículos de fe).
La negación de la Realidad nos lleva por los caminos del psicoanálisis freudiano a relacionar este fenómeno con lo que el doctor de Viena denominaba el principio de placer, que, según él, en los primeros estadios de la evolución del ser humano era enseguida relevado por el principio de realidad, la “dura Realidad” que decimos a veces, que nos hace que, sin renunciar a un placer final, pospongamos la satisfacción, renunciando a varias posibilidades de lograrla y llegando incluso a tolerar lo que podríamos llamar el displacer en su largo y sin duda erróneo rodeo hacia el placer, cuyo principio reina sin restricciones en el Ello, pese a los intentos del Yo que se esfuerza una y otra vez por transmitirle al Ello el principio de realidad.
Los negacionistas odian la Realidad, no la aceptan, padecen un desorden psiquiátrico que no consiste en su distorsión o percepción errónea, sino en su negación sin más, por lo que deben ser tratados como enfermos mentales hasta que, una vez reeducados, la acepten.
Pero hay una negación, sin más, sin ideología o -ismo que la ampare, que consiste en afirmar que la realidad, igual que el dinero, que es su máxima expresión, siendo reales como son (por lo que no puede negarse su existencia), son sin embargo falsedades.
lunes, 8 de marzo de 2021
Tanto monta
«Tanto monta» fue el emblema personal del rey Fernando de Aragón, que es abreviación de “Tanto monta cortar como desatar”, que hace referencia al encuentro de Alejandro Magno con el nudo gordiano. Según la leyenda, cuando Alejandro tomó la ciudad de Gordio, en la Frigia, actual Turquía, se dirigió al templo de Júpiter, donde pudo contemplar el carro del rey Gordio y el yugo que estaba amarrado al carro por un complicadísimo nudo inextricable.
Consultado el oráculo de Apolo por los frigios a quién eligirían rey, pues había quedado el trono vacante al morir el monarca sin dejar descendencia, el oráculo respondió que al primero que entrase en el templo. Sucedió que un tal Gordio, un labrador, entró en él con las coyundas de sus bueyes en la mano, y fue enseguida coronado para dar cumplimiento a la voluntad del oráculo. En agradecimiento dejó en el templo colgadas las coyundas, dándoles un nudo indisoluble, el famoso e inextricable nudo gordiano.
Cedo en este punto la palabra al verso de Sebastián de Horozco que glosa así en su cancionero el lema «Tanto monta cortar como desatar»: Alejandro cuando había / ganado aquella ciudad / que de Gordio se decía, / vio que en el templo había / un carro de majestad, / cuyo yugo estaba atado / con tan ciegas ataduras, / que a ningún hombre crïado / era posible ni dado / desatar sus ligaduras. / Y un oráculo decía / que el que aquéllas desatase / el Asia dominaría, / y señor de ella sería / cuando esto así pasase. / Teniendo por imposible / Alejandro desatarlas, / con su ánimo invencible / hizo la cosa posible / con echar mano y cortarlas. / Y como quien pretendía / el Asia y mundo ganar, / él cumplió la profecía, / que tanto monta, decía, / cortar como desatar. / Y así los antecesores / de nuestros reyes, que hoy son, / por ser tan conquistadores / con hazañas no menores / lo tomaron por blasón.
Había, en efecto, una profecía que decía que quien desatara ese nudo sería dueño de Asia. Alejandro no pudo resistir la tentación. Se puso manos a la obra. Después de luchar en vano contra el nudo y comprobar que no
era capaz de desanudarlo pacientemente, lo cortó de un tajo con su
espada, y debió de decirse a sí mismo algo así como: “Tanto
monta, o lo que es lo mismo, igual da, cortar que desatar”. Poco importa la manera de hacerlo, lo importante es hacerlo como sea, y quizá anticipó un poco a Maquiavelo por aquello de que el fin justifica los medios.
Se cuenta que fue el maestro Antonio de Nebrija quien sugirió al rey Fernando el nudo gordiano como símbolo en forma de yugo con una cuerda suelta con el mote «tanto monta», que junto con el haz de flechas atado por una cuerda de la divisa heráldica de Isabel de Castilla se convertiría en el símbolo de los católicos monarcas. El yugo de la divisa de Fernando comienza con la letra Y del nombre de la reina, escrito Ysabel, y las flechas de la reina empiezan por F, que es la inicial de su esposo Fernando.
El sentido del mote de los reyes católicos «tanto monta...» ha sido desvirtuado por la interpretación popular, fomentada desde el poder durante la dictadura franquista en pleno siglo XX, al añadirle a la expresión primitiva y original la coletilla «…monta tanto, Isabel como Fernando» por el carácter dual de aquella monarquía, ya que el régimen del dictador idealizó e idolatró el reinado de los Reyes Católicos, que con el descubrimiento de América y la expulsión de los moros habían llevado a España por los caminos del Imperio hacia Dios.
Hoy, en el día de la mujer, podemos reivindicar ese lema como consigna igualitaria, si Fernando e Isabel fueran dos nombres propios cualesquiera sin referencia a los reyes católicos, y dijéramos "tanto monta Juan como Juana". El problema es que Isabel y Fernando fueron dos reyes, y en ese sentido se da a entender que para desempeñar la monarquía vale lo mismo un rey que una reina, es decir que el poder no es exclusivamente masculino, sino que puede ser desempeñado igualmente por una mujer, y que como dice la copla que a propósito hemos fabricado: «Tanto montan Isabel / como Fernando: tanto mandan, mandan / tanto: se ha logrado ya / que igual dé el timbre de la voz de mando».
Y eso es verdad, como vemos a lo largo de la Historia: ha habido y hay reinas y presidentas del gobierno y hasta jefas de Estado y ministras y ejecutivas y banqueras, poquísimas todavía en comparación con sus congéneres masculinos, sin que por eso se desmorone ningún cimiento del entero tinglado del sistema, sino todo lo contrario.
Ahora bien, lo que deberíamos plantearnos es si esa igualdad que persigue el movimiento feminista más domesticado y asimilado por el Poder de equiparar al hombre y a la mujer en los puestos de mando es un logro que debe perseguirse a toda costa. Dicho movimiento reivindica el empoderamiento de la mujer. Uno de sus logros fue la inclusión de la mujer en todas y cada uno de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, incluido el ejército, si aplicamos el rasero igualitario de la «cuota de poder». Sin duda es un logro en el camino hacia la igualdad bajo el mismo rasero. La lástima es que no lo es en el camino de la liberación. El movimiento igualitario ha esclavizado a la mujer al mismo yugo que el varón. ¿Es eso lo que estamos celebrando una jornada como hoy, Día Internacional de la Mujer? Pregunto.
domingo, 7 de marzo de 2021
Cogito, ergo sum
Cogito ergo sum es
la versión latina de la frase de Descartes Je pense, donc je
suis, que suele traducirse al
castellano por “Pienso, luego existo”, pero ni en francés ni en
latín se utiliza el verbo existir,
por lo que es mejor traducción: “Pienso, luego (es decir, por
lo tanto) soy”. Pero la frase queda coja entonces, porque soy... ¿qué? Necesito un predicado nominal, ser
algo, por ejemplo “el que está pensando”: Estoy
pensando luego soy el que está pensando, con lo cual incurro en
una tautología, y no es eso lo que quería decir Descartes.
La intención cartesiana iba más bien por la traducción española del “sum” por existo, es decir: Estoy pensando luego existo, que es un verbo que ya no es copulativo, sino que tiene un sentido pleno, viene a ser algo así como: soy real, soy alguien, soy el que soy, estoy dentro de la realidad.
Esta célebre frase es en el pensamiento cartesiano la primera indudable certeza racional. El pensamiento de Descartes, en el que la certidumbre del cogito y del sum surge de la duda metódica, está muy bien sintetizado en la variante: dubito ergo sum, uel quod item est, cogito ergo sum (dudo, luego soy, o lo que es lo mismo, pienso luego soy).
Para Descartes la duda es el principio de la sabiduría. Como dice el refrán popular: “el que no duda no sabe cosa alguna”. Y es que Cartesio escribe: pendant que je voulais ainsi penser que tout était faux, il fallait nécessairement que moi qui le pensais fusse quelque chose (mientras que yo quería pensar así que todo era falso, era preciso necesariamente que yo que lo pensaba fuese algo). Y es entonces cuando formula su je pense donc je suis como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Corrección: Sí: Me dejan existir. Es lo único que me dejan, lo que no me dejan es vivir.
Algo sin embargo nos dice que el sum, la existencia, el ser, no puede deducirse del hecho de pensar, del cogito, si no existe previamente antes de formular su certeza existencial. Detrás del cogito inicial hay un ego, explícito o no, es decir, una primera persona del singular, en términos gramaticales, que está diciendo “yo, que soy el que habla” digo que “yo -que soy el sujeto de la frase, es decir, el objeto de mi pensamiento, o sea, la idea que tengo de mí mismo- pienso, estoy pensando”. Da igual lo que predique de ese ego. Puedo decir dubito, ergo sum; credo, ergo sum... Cualquier predicación.
Se notaría mejor esto que trato de decir, si recurrimos a la tercera persona, a la no-persona, es decir, la que no es ni el hablante ni el oyente, sino el objeto de su discurso, y decimos COGITAT, ERGO EST. Que hay que interpretar así: Yo, que soy el hablante metalingüístico y que por lo tanto estoy fuera de la realidad, digo que alguien está pensando (o dudando, o creyendo o haciendo cualquier otra cosa que se le antoje), por lo tanto ese alguien existe, es alguien en la realidad, porque yo que, como hablante estoy fuera de ella, doy cuenta de ella, la configuro, la creo con el acto de hablar: soy su demiurgo, y he metido a ese alguien dentro de ella mencionándolo.
Pero no digamos, como dice la pintada anónima en la pared: PIENSO... LUEGO NO ME DEJAN EXISTIR. Hay que corregirla: PIENSO... LUEGO ME DEJAN EXISTIR, DE HECHO ES LO ÚNICO QUE SE ME PERMITE COMO A TODO HIJO DE VECINO Y QUE YO MISMO ME PERMITO, LO QUE NO ME DEJAMOS ES... VIVIR.
sábado, 6 de marzo de 2021
Ordeno y mando
El concepto de “autoridad” recubre entre nosotros la identificación de lo que los romanos llamaban potestas (el poder político efectivo) y auctoritas (la opinión de los expertos que hace que “aumente” la confianza y el reconocimiento de los gobernados; la raíz de la palabra es el verbo augere “aumentar”): la potestas requiere auctoritas: el poder quiere autorizarse, justificarse: tener razón. No sólo quiere el gobierno, sino el reconocimiento de los gobernados, porque sin ese requisito se desautorizaría su mandato.
Pero la razón, como el logos de Heraclito, es común, no es de nadie en particular porque lo que es del común “non es de ningún”. El que pretende arrogarse la razón lo que quiere de verdad es mandar, imponer la suya. Pero la razón y el ordeno-y-mando no se confunden nunca, como pretenden nuestros mandamases, porque son todo lo contrario.
Sufrimos un poder que quiere legitimarse doblemente, por un lado democráticamente al ser elegido por la mayoría del electorado, no por el pueblo, que ese no elige a nadie, pero como eso no basta, necesita también el aval constante de la ciencia y del saber de los expertos.
Cuando ciencia y poder político se confunden entre sí de manera que no se distinguen lo uno de lo otro, no es porque el poder se vuelva más racional, sino porque la ciencia se vuelve pseudociencia irracional.
“Quienes mandan y quienes obedecen mantienen un tipo de relación que causa miseria a todos los niveles”
El poder no sólo quiere la legitimidad democrática, sino además la legitimidad divina, vamos a decir, que le da la ciencia en esta época pretendidamente atea pero en verdad teológica, a fin de que el carisma científico legitime su gobierno y este pueda pasar por la expresión de la razón y por un despotismo democrático ilustrado.
El boss, o sea el jefe que tiene la potestas, quiere revestirse, del carisma del leader, del que es seguido por su prestigio o auctoritas, por su "capacidad de liderazgo", no del que es obedecido porque tiene el mando. Pero en el fondo el leader no deja de ser el boss, el lobo disfrazado con la piel de cordero. Un calco semántico del término leader es el alemán Führer, y ya sabemos a dónde le llevó al pueblo alemán su seguimiento.
No es tanto que la ciencia se ha hecho con el poder político, como en otro tiempo lo hizo la religión, sino al revés, que el poder político se ha hecho con la ciencia, al menos la más sumisa y vendida. Con esta maniobra trata de infundirnos miedo, un miedo que está, según la ciencia a su servicio, justificado, de donde resulta que el miedo, que es lo más irracional que hay, se "racionaliza". Pero todo el mundo sabe que eso no puede ser porque es lo contrario, que el miedo que nos meten para que obedezcamos es una sinrazón.
Si
obedezco es porque a la fuerza ahorcan, no porque me parezca
razonable hacerlo, como se me exige. El Poder, no contento
con su ejercicio de gobierno y ordeno-y-mando, quiere que todos y
cada uno de sus súbditos le den la razón, hasta que lo que se manda
y lo que es razonable se confundan y sean lo mismo y parezca razonable que a uno le manden cualquier cosa que sea, de modo que dé la sensación de que uno no obedece al gobierno, sino a su fuero interno y hace lo que tiene que hacer y que, en todo caso, sometiéndose a la propia diosa Razón,
porque eso es lo razonable. Parece así que no es necesario que le
ordenen a uno hacer algo, ya que sale de uno mismo el hacerlo, sin necesidad de
que se lo mande nadie. La voluntad individual se convierte de este modo en el peor de los tiranos. Y el más efectivo porque pasa inadvertido.
El poder no se conforma con el hecho de vencernos, sino que quiere convencernos. Y ahí es donde falla, porque siempre podremos soltarle aquellas palabras tal vez apócrifas que se le atribuyen a don Miguel de Unamuno, rector a la sazón de la Universidad de Salamanca, que el 12 de octubre de 1936 le espetó al general franquista Millán Astray : “Venceréis pero no convenceréis”. Es la eterna lucha de la razón y la fuerza: la fuerza de la razón contra la razón de la fuerza, el poder de la razón contra la razón del poder.
viernes, 5 de marzo de 2021
La corbata o la soga al cuello
jueves, 4 de marzo de 2021
Siete mensajes breves
miércoles, 3 de marzo de 2021
Como el santo Job
martes, 2 de marzo de 2021
Mascarilla, pandemia, televisión
El amuleto (del latín amuletum "objeto pequeño que se lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien") que es la mascarilla se impuso gracias a la invención de la pandemia por obra y gracia de la OMS. La pandemia, por su parte, se propagó y viralizó por el universo mundo por el influjo de los medios de información, conformación y formación de masas (mass media, en la lengua del Imperio). Si hubiésemos estado libres de su maleficio pernicioso, otro gallo más saludable nos habría cantado. La pestilencia no habría existido de no ser por la retransmisión televisiva. En el término "televisiva" incluyo la nueva epifanía de la caja tonta que es la Red Informática Universal y las Redes Sociales, en cuya maraña se ven atrapados y enzarzados los mileniales, que ya no ven la tele, y los más incautos de nosotros, es decir, la mayoría, aunque no la totalidad de la población. Siempre hay alguna gente, aunque sea poca, que se salva.
La buena noticia después de un año es que al parecer están descendiendo los "casos" de la dichosa pandemia de todos los demonios en todo el mundo desde hace algún tiempo.
¿Se deberá al amuleto de la mascarilla y demás medidas profilácticas de supuesta barrera y contención como la distancia social y los cierres, lockdowns en la lengua del Imperio, confinamientos y cuarentenas? Parece que va a ser que no es por eso. En los raros países del universo mundo como Suecia o Bielorrusia donde no se impusieron dichas medidas represivas y draconianas también están descendiendo los llamados “casos”, y lo que es más importante, las hospitalizaciones y las muertes en la mayoría aunque no en la totalidad de la población.
¿Se deberá la remisión al mágico talismán de las vacunas? Pues parece que va a ser que tampoco, porque la disminución se da en países donde van muy adelantados en eso de los pinchazos, como Israel, en efecto, pero también en otros como sus vecinos de Líbano o Palestina donde no hay jeringuillazos y donde también están disminuyendo los “casos”, hospitalizaciones y muertes de la mayoría aunque no de la totalidad de la población.
¿Desde cuándo se observa este fenómeno? Pues parece que desde hace cosa de un mes o así. ¿Habrá desaparecido milagrosamente la peste de la faz de la Tierra? Pues va a ser que tampoco. ¿Qué ha sucedido entonces? Pues parece que hay una explicación muy simple pero no sencilla: A mediados de enero la OMS, que es la madre del cordero y responsable de la plaga, avisó de que la mayoría de las pruebas de laboratorio que se estaban haciendo en todo el mundo para la detección del presunto virus arrojaban elevados índices de falsos positivos, es decir, de "casos" de enfermos que no sabían que lo estaban, asintomáticos, porque se estaban haciendo mal, cosa que se sabía desde el principio y que algunos científicos honrados denunciaron sin que se les hiciera ningún caso porque no interesaba a la industria farmacéutica.
A raíz de esa fecha, los laboratorios, sin dejar de hacer nunca pruebas y más pruebas que hasta entonces habían servido para mantener viva la fe en la pandemia, se aplicaron el cuento y comenzaron a hacerlas según las nuevas directrices, encaminadas como estaban a certificar el éxito del amuleto de la vacuna, porque ahora sí que le interesaba a la industria fabricante a la que sirve la OMS. Y claro está: se produce el milagro, pero no por la vacunación, que está todavía en pañales, sino porque se demuestra que la pandemia es una creación e invención de los laboratorios, que estaban realizando las pruebas adrede para arrojar altos índices de contagios y que cundiera el pánico, como se les había sugerido, a fin de que todo dios quisiera inmunizar se, o sea, vacunarse.

lunes, 1 de marzo de 2021
RES NON VERBA
