domingo, 19 de abril de 2020

Túcidides a propósito de la peste ilustrado por Arnold Böcklin

Escribe Tucídides a propósito de la peste de Atenas (La Guerra del Peloponeso, II, 53): πρῶτόν τε ἦρξε καὶ ἐς τἆλλα τῇ πόλει ἐπὶ πλέον ἀνομίας τὸ νόσημα. Por lo demás, la epidemia -hoy ya pandemia- fue también para la ciudad -la polis en griego, pero hoy diríamos el Estado- el comienzo de un mayor desprecio por las leyes (anomía, en griego, con prefijo negativo). 

Lo mismo podríamos decir en la coyuntura actual en la que el virus coronado ha supuesto la suspensión de algunos derechos no voy a decir ya constitucionales sino fundamentales como el de reunión y asociación, imponiendo el llamado distanciamiento social, así como el de la libre circulación de las personas, que se ven constreñidas al confinamiento en sus hogares, que pueden ser un auténtico infierno, renunciando a todo contacto físico con el exterior. 


 La Peste, Arnold Böcklin (1898)

Ilustro la cita de Tucídides con una imagen del cuadro “La Peste” (1898) de Arnold Böcklin (1827-1901), el pintor suizo considerado uno de los grandes maestros del simbolismo romántico alemán. 

En este impresionante cuadro pintado al temple sobre madera, antigua técnica pictórica característica de los estilos románico y gótico, y de los iconos bizantinos y ortodoxos, el objetivo del artista es representar el sufrimiento de la gente bajo la Peste Negra que azotó Europa en el siglo XIV. 

El cuadro representa la cabalgada de la Muerte, en su alegoría de Señora de la Guadaña, que blande con dos manos, sobre una criatura alada similar a un dragón con alas de murciélago que sobrevuela la calle de una ciudad cercenando la vida de todas  las personas que encuentra a su paso.  En esta alegoría la Muerte no es la consecuencia de la peste, sino que ella misma es la peste. 

La Muerte, vestida de negro, presenta en rostro y extremidades un tono verde pálido cadavérico. Destacan, por lo demás, los tonos oscuros en la ropa de las víctimas. El color rojo de la mujer cuya vida ha sido truncada simboliza la sangre, el único color vivo en el cuadro, que contrasta con el vestido blanco de la otra mujer sobre la que yace.

sábado, 18 de abril de 2020

Proverbio georgiano y un jaicu.


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Es el jaicu o jaicú, como se sabe, una composición poética breve japonesa que consta sólo de tres versos de arte menor de 5, 7 y 5 sílabas en este orden. Esta definición no nos dice nada, sin embargo, del ritmo de esos versos, que teóricamente podrían acabar en una sílaba átona o no marcada rítmicamente, como este ejemplo que es traducción de Kobayashi Issa: Huye el rocío. / En este mundo sucio / no hago yo nada; o podrían acabar con la última sílaba marcada rítmicamente y, por lo tanto, tónica; nos encontraríamos entonces con jaicús de  otro tipo, que según el cómputo castellano serían versos de 6, 8 y 6 sílabas, porque al acabar en sílaba tónica se cuenta una sílaba más, como este que improviso: Lo sacrificó / al cordero el buen pastor, / carnicero al fin; o como los Ocho jaicus para una cuarentena que saqué .
 

El buen pastor, José García Hidalgo (1646-1717)

El verso del jaicu o jaicú japonés acaba siempre en tiempo marcado rítmicamente, como el último ejemplo. Eso es al menos lo que se desprende del minucioso estudio de Agustín García Calvo en su monumental Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación. (Editorial Lucina, 2006 Zamora, 1691 páginas).

viernes, 17 de abril de 2020

Más seguiriyas y jaicus contra el confinamiento

Confinado en casa, 
muy a mi pesar, 
guardando las distancias que el Estado
 obliga a guardar. 

Si insisten, me pongo
 mascarilla ahora, 
pero mordaza no voy a ponerme 
que calle mi boca. 

Algunos vecinos 
toditas las tardes 
se asoman a la ventana a las ocho
y cantan y aplauden. 

(Oigo desde aquí, /  lejos, las olas del mar / que no alcanzo a ver)

Malhaya el Estado 
que así nos condena 
a la soledad sin besos ni abrazos 
de la cuarentena. 

Ordena el Gobierno 
que nadie se salte 
el confinamiento, y yo me lo salto, 
que no hay quien lo aguante. 

Hay  otra pandemia
peor que la peste 
y el virus coronado, madre: el miedo, 
que mata a la gente.

(Por seguridad, / esa falsa sensación, / pierdes libertad.)

jueves, 16 de abril de 2020

Los Muertos, de Gabriel Albiac

Publica Gabriel Albiac una espléndida columna en el diario ABC el 13 de abril de 2020 titulada Los Muertos, que me permito transcribir para comentar tres referencias clásicas que incluye.

He aquí, sin su permiso, el texto que copio y pego: 

Es fácil descender a los infiernos. Regresar de allí es la tarea más ardua (1). Pero, sin ese viaje, quede claro, nadie accede a la plena condición humana: la experiencia de la muerte. De la muerte de los otros, que es la única muerte que experimentamos (2). Y, entre los otros, la muerte de aquellos a los que amamos. Ése es el rito de paso: el único ineludible. Retornar entre los vivos, tras haber atravesado el misterio en el cual late lo sagrado, lo indecible de la muerte, es iniciar una vida de hombre. 

Y no hay retorno si no hay viaje. Viaje al reino de las sombras, sin el cual nuestras vidas se pudrirían en una larga adolescencia, un ameno inacabamiento. 

La muerte debe ser mirada a los ojos, en la medida misma en que sabemos que nunca entenderemos su lógica. Y el viaje a través del reino de las sombras nos hará el don, si sabemos cruzarlo sin cerrar los ojos, de merecer la luz. Aunque apenas la atisbemos. Eso advierte la Sibila a Eneas: «Fácil es descender a los infiernos... Retornar de allí, no lo es tanto». Retornar es tarea de héroe. Lo demás, en su vida, habrán sido juegos. Sólo juegos. 

Al cabo ya de un mes de confinamiento, me golpea la hermética constatación de una ausencia: la de los muertos. Ausencia material como simbólica. Los muertos han quedado en sólo cifras. Y han sido, en esas cifras monstruosas -16.000 oficiales, que serán el doble, en España-, eludidos. Con el pulcro borrado de las estadísticas. No los hay en lo simbólico: sin excepción casi, sobre la necia -¿la perversa?- pantalla de los televisores, voces pizpiretas canturrean cifras y horrores con voz y tono idénticos a los usuales en concursos y pasatiempos. No hay un signo de luto verdadero. No hay ni asomo de ese serio abordaje trágico que es el exacto contrario del obsceno melodrama. Por ninguna parte. Y, sin embargo, la tragedia está aquí. Primordial como pocas veces la hemos conocido. El dolor acumulado es atroz. No se dice. Y a la muerte la desplaza el espectáculo. Inofensivo. Se tapona, así, en quien sobrevive, el dolor verdadero. De realidad humana primordial, la muerte pasa a convertirse en recurso virtual de redes e imágenes: nadería. Y queda, así, invisible. Y el duelo, esa esencial travesía del Averno en la cual afrontar la verdad más honda, queda bloqueado. 

Y, sin embargo, el duelo es lo que nos hace hombres: el dolor que se sabe inaceptable y ante el cual, sin embargo, no nos está permitido cerrar los ojos. La aceptación de este mundo inaceptablemente doliente que es el nuestro. Toda la emoción humana cabe en la larga noche en la cual Aquiles conversa con el cadáver de Patroclo. Y en la desolación de Odiseo en los infiernos ante su muerta madre que ni siquiera lo reconoce. Pero sólo después de haber atravesado, ojos abiertos, tal dolor, podrá Odiseo retornar al mar y al viaje. Con su dolor. Irrenunciable. Tras el duelo, «nuestro barco las aguas dejó del océano, el gran río, / y salió nuevamente a las olas del mar anchuroso» (3). A eso llamamos luto. Eso nos niegan. 

oOo

(1) Se trata de las primeras palabras que le dice la Sibila de Cumas a Eneas, al que va a acompañar en su descenso a los infiernos en el libro VI de la Eneida de Virgilio, concretamente los versos 127-130. Así dicen en latín: ...facilis descensus Auerno; / noctes atque dies patet atri ianua Ditis; / sed reuocare gradum superasque euadere ad auras, / hoc opus, hic labor est. Vienen a decir algo así: ...es fácil bajar al Infierno, / noche y día se abre la puerta de Dite sombrío; / pero volver sobre el paso y salir al aire de arriba, / tal el trabajo y tarea. La referencia a Dite, “el rico”, es una alusión apotropaica a Plutón o Hades, el dios del inframundo. Se han hecho proverbiales entre nosotros las palabras facilis descensus Averno: fácil es la bajada al Averno, dando a entender que lo difícil es desandar el camino andado, y subir una vez que se ha bajado. Hay una máxima griega, que Diógenes Laercio (IV, 49) atribuye a Bión de Borístenes, que es el perfecto correlato griego de la frase virgiliana: εὔκολον ἔφασκε τὴν εἰς ᾄδου ὁδόν: decía que es fácil el camino al Hades.

(2) Encuentro aquí un eco de Epicuro que en su carta a Meneceo establece que nosotros y nuestra muerte somos incompatibles: El más aterrador, por tanto, de los males, la muerte, nada es para nosotros, por cuanto mientras nosotros estamos, la muerte no está presente;  y cuando la muerte esté presente, entonces nosotros no estaremos. Por tanto, ni para los que están vivos es,  ni para los que han muerto, por cuanto para unos no está, y los otros ya no están ellos. (Traducción de Luis -Andrés Bredlow). Detrás de estas palabras se oculta un descubrimiento muy sencillo, que repetirá Lucrecio en latín, haciéndose eco del divino Epicuro: nil igitur mors est ad nos neque pertinet hilum (De Rerum Natura, III, 830): Nada es pués a nosotros la muerte y nada nos toca. (Traducción de García Calvo). No tenemos ninguna experiencia previa de la muerte propia. O como dice Albiac, la única muerte que experimentamos durante nuestra vida es la de los otros, la muerte ajena, nunca la propia.

(3) Cita Albiac los dos primeros versos del canto duodécimo de la Odisea de Homero en la traducción de Pabón: Así dicen en su original griego: αὐτὰρ ἐπεὶ ποταμοῖο λίπεν ῥόον Ὠκεανοῖο / νηῦς, ἀπὸ δ᾽ ἵκετο κῦμα θαλάσσης εὐρυπόροιο. En el canto anterior se narra el descenso a los infiernos de Odiseo, que viaja a la mansión de Hades a consultar al adivino Tiresias sobre su regreso a Ítaca. Allí se encuentra con las almas de muchos combatientes que habían muerto durante la guerra de Troya, y con la de su madre, que se había quitado la vida en su ausencia. A continuación Odiseo, Ulises, vuelve al mundo de los vivos y se hace a la mar: "Tan luego como la nave, dejando la corriente del río Océano, llegó a las olas del vasto mar..."

lunes, 13 de abril de 2020

Letalidad y Exitus (letalis).

¿Hay diferencia entre letalidad y mortalidad

Juzgad vosotros mismos. 

Mortalidad: cualidad de mortal, que deriva del latín mortalem que a su vez procede de mortem: “muerte”. Mortalidad es también la tasa de muertes producidas en una población durante un tiempo dado, en general o por una causa determinada. (Más popular, es decir, más nuestra y menos latiniparla, es la palabra mortandad, que es una alteración de *mortaldad, forma apocopada de mortalidad por la pérdida de la vocal átona pretónica, y que la academia define como “gran cantidad de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra”). 

Letalidad: cualidad de letal, derivado de letalem que a su vez procede del latín letum: “muerte”. Sinónimo de mortalidad. 

¿Por qué se emplea últimamente tanto “letalidad” en la expresión “tasa de letalidad” en lugar de la más comprensible “mortalidad” y “tasa de mortalidad”? Parece a primera vista elemental, querido Watson: porque se quiere ocultar con la culta latiniparla la realidad de la Muerte que hay detrás de la palabra. Y porque el palabro, siendo latino, nos llega sin embargo a través de la lengua del Imperio.

Asimismo, hablamos de inyección letal y no de inyección mortal para referirnos al método de ejecución consistente en inocular por vía intravenosa y de manera continua una cantidad letal, es decir, mortal, de diversos fármacos combinados, que producen, sucesivamente, inconsciencia, parálisis respiratoria y finalmente paro cardíaco. 

Igualmente los políticos y los periodistas que repiten sus palabras procedentes del lenguaje culto que no entiende el vulgo hablan ahora del elevado índice de letalidad del virus coronado el pasado año 2019, que está provocando estragos durante el presente año de 2020 entre la población de edad más avanzada confinada en las residencias geriátricas, para ocultar la mortandad real. 

El triunfo de la Muerte, Pieter Bruegel (1562) 

Si recurrimos al diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina, la cosa se aclara un poco: No es exactamente lo mismo mortalidad que letalidad, porque mortalidad es un término genérico que afecta a todo el mundo y letalidad es una mortandad específica que sólo se aplica a los afectados por alguna enfermedad. Por eso no es lo mismo la tasa de mortalidad, que se calcula tomando como referencia a la población total, que la de letalidad, que sólo tiene en cuenta a las personas afectadas por una determinada enfermedad. La tasa de mortalidad, según el citado diccionario, es la ‘proporción entre el número de fallecidos en una población durante un determinado periodo de tiempo y la población total en ese mismo período’ y la tasa de letalidad es el ‘cociente entre el número de fallecimientos a causa de una determinada enfermedad en un período de tiempo y el número de afectados por esa misma enfermedad en ese mismo período’.

Es curiosa en la lengua del Imperio la hache intercalada de lethal y lethality inexistente en latín (letalis, letalitas), que es fruto del cruce de la palabra latina letum con la griega λήθη léthe, olvido, propiamente Leteo, el legendario Río del Olvido que estaba en el Hades y que tenían que atravesar las almas de los muertos, y por lo tanto tiene también que ver con la ληθαργία lethargía y el λήθαργος léthargos, y con lo que está latente, es decir, oculto y no patente. La raíz originaria era λᾶθος, indoeuropeo *lādh-. 

En la jerigonza del gremio médico-sanitario se habla igualmente de exitus como sinónimo de muerte. Se trata de la abreviación del término latino exitus letalis, que literalmente significa “salida -como exit en la lengua del imperio- mortal”. Éxito, en efecto, es un cultismo que significa “salida”, del verbo exire, salir, que en castellano se ha caracterizado con una connotación positiva, de buena salida, de triunfo, de logro, pero que en su evolución vulgar no tiene: por ejemplo, forajido (que ha salido fuera, en primer lugar, después bandido), ejido (terreno comunal que está fuera del pueblo). 

Recuerdo que una vez solicité a un hospital público de nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo, según dice sus apologetas, un certificado del fallecimiento de un familiar de segundo grado para presentarlo en el trabajo, porque allí había fallecido, y me dijeron los responsables administrativos que sólo podían darme uno de que había sido dado de alta, literalmente,  en el hospital. Supongo que las estadísticas de ese hospital arrojan un número muy elevado de altas médicas, porque allí no se muere nadie: los fallecidos son enseguida despachados a las dependencias del otro barrio en la barca de Caronte.

domingo, 12 de abril de 2020

¿Para quitarme un mal, me das mil males?

Quevedo, entre nosotros, como no podía ser menos, se convierte en un crítico furibundo de la medicina profiláctica y no curativa,  que perjudica la salud, -algo de lo que no suelen advertirnos las llamadas autoridades sanitarias, que resultan, al fin y a la postre, las menos saludables y las más perjudiciales para nuestro bienestar. 

Afirma en sus Fragmentos de la Vida de Marco Bruto: “Matan los médicos y viven de matar, y la queja cae sobre la dolencia.” Y “Mata el médico al enfermo con lo que le receta para que sane”. Acusa también a los médicos de complicidad criminal con los boticarios, la industria farmacéutica, diríamos hoy, a la hora de preparar “porquerías y hediondeces”. 

En El sueño de la Muerte denuncia que utilizan una jerigonza gremial grecolatina incomprensible para el pueblo llano: "Y luego ensartan nombres de simples que parecen invocaciones de demonios: buphthalmos, opopanax, leontopetalon, tragoriganum, potamogeton, senipugino, diacathalicon, petroselinum, scilla, rapa. Y como han oído decir que quien no te conoce te compre, disfrazan las legumbres porque no sean conocidas y las compren los enfermos. Elingatis dicen lo que es lamer, catapotia las píldoras, clíster la melezina (sic, en castellano antiguo por medicina), glans o balanus la cala, errhina moquear. Y son tales los nombres de sus recetas y tales sus medicinas, que las más veces de asco de sus porquerías y hediondeces con que persiguen a los enfermos se huyen las enfermedades".

Como testimonio, vamos a leer su soneto satírico-burlesco que lleva por título: “Médico que para un mal, que no quita, receta muchos


La losa (1) en sortijón pronosticada
 y por boca una sala de viuda (2), 
la habla entre ventosas (3) y entre ayuda (4), 
con el "Denle a cenar poquito o nada". 

La mula, en el zaguán, tumba enfrenada; 
y por julio un "Arrópenle si suda; 
no beba vino; menos agua cruda; 
la hembra, ni por sueños, ni pintada". 

 Haz la cuenta conmigo, doctorcillo: 
¿Para quitarme un mal, me das mil males? 
¿Estudias medicina o Peralvillo?(5)

¿De esta cura me pides ocho reales?(6) 
Yo quiero hembra y vino y tabardillo(7), 
y gasten tu salud los hospitales. 

Retrato de Francisco de Quevedo, Juan van der Hamen (?), medidados siglo XVII 
1.- Losa: Sepulcro de un cadáver, por la lápida que se coloca sobre las tumbas. Los médicos solían llevar en el pulgar una sortija con una gran piedra, de ahí lo de sortijón, con sufijo aumentativo, que le recuerda al paciente la futura muerte, pronosticándosela. Escribe Quevedo en el Libro de todas las cosas y otras más: “Si quieres ser famoso Médico, lo primero linda mula, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga y en verano sombrerazo de tafetán.”   

2.- Sala de viuda: por la negrura asociada al luto que vestían las viudas. La cara del médico le recuerda la muerte. Madame Daulnoy escribe en su Relación del viaje por España (1691) hablando de las viudas: “Me he enterado de que pasan el primer año de su duelo en una Habitación completamente entelada de negro, donde no entra ningún rayo de sol...” Al parecer se cubrían con telas austeras los cuadros, los muebles y todo lo que pudiera distraer a la viuda de su duelo. 

3.- Ventosa: Vaso o campana, comúnmente de vidrio, que se aplica sobre una parte cualquiera de los tegumentos del paciente, enrareciendo el aire en su interior al quemar una cerilla, una estopa, etc. 

4.- Ayuda: Lavativa, enema, o más propiamente énema (del lat. tardío enĕma, y este del gr. ἔνεμα) Líquido que se introduce en el cuerpo por el ano con un instrumento adecuado para impelerlo, y sirve por lo común para limpiar y descargar el intestino. 

5.- Peralvillo es una localidad de la Mancha, cercana a Ciudad Real, camino de Toledo,  que aparece citada en el Quijote en boca de Sancho Panza en el refrán “dar o terminar en Peralvillo” como sinónimo de acabar condenado a muerte. En Peralvillo, al parecer, era donde la Santa Hermandad de la Inquisición ejecutaba a los reos asaeteándolos. El maestro Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana alude a Peralvillo como "un pago junto a Ciudad Real, adonde la Santa Hermandad hace justicia a los delinquentes... con la pena de saetas". De ahí surgió el proverbio: La justicia de Peralvillo, que después de asaetado el hombre le fulminan el proceso; es decir, que en primer lugar se ejecuta al delincuente que ha sido sorprendido in fraganti delicto, es decir, cuando el delito está tan reciente que todavía huele, y posteriormente se formaliza el proceso y se le condena. Es una manera metafórica de aludir a los que empiezan a hacer algo por el final, por ejemplo, la casa por el tejado, como se dice vulgarmente, y una forma de acusar a la justicia de actuar injustamente mediante linchamiento al anteponer la ejecución al juicio. 

6.- Real: El real fue una moneda de plata que comenzó a acuñarse a finales del siglo XIV en el reino de Castilla y que fue la base del sistema monetario español hasta el siglo XIX. Había monedas de dos reales, cuatro reales y ocho reales. Los que hemos conocido la peseta como moneda española que comenzó a acuñarse en 1869 hasta la implantanción del euro en 1999, aún recordamos la moneda de dos reales, que equivalía a 50 céntimos de peseta, ya que la peseta equivalía a cuatro reales. Y un real equivalía a dos perras gordas -dos monedas de 10 céntimos que tenían un león que popularmente se denominaba perra- y una perra chica -una moneda de 5 céntimos-. 

7.- Tabardillo: Derivado de tabardo y atestiguado desde 1570 “especie de tifus”, así llamado según Coromines por la erupción de manchitas que cubren todo el cuerpo como un tabardo, que era una prenda de abrigo de la que deriva tabardina, que cruzada con gabán, desembocó en nuestra gabardina.

viernes, 10 de abril de 2020

Romance del hijo muerto o Romance del Viernes Santo.

Una conmovedora plegaria anónima a la Virgen de la Macarena en forma de romance de la madre de un miliciano muerto en la Guerra Civil española que no recuerdo donde leí por vez primera, pero que me impresionó vivamente y que no puedo dejar de recordar hoy, festividad de Viernes Santo.


Muerte de un miliciano, Robert Capa (1936)

¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja,
Llorando en la madrugada 
Sin consuelo de su pena. 

-Si hubieras tenido un hijo, 
Virgen Santa Macarena, 
No como tú lo tuviste, 
Sin dolor y por sorpresa, 
Sino como yo lo tuve, 
Porque lo parí de veras, 
Con desgarros, con ahogos, 
Y con fiebres en las venas, 
Y te lo hubieran matado 
Los cristianos que hoy te rezan 
Y sacan en procesión 
Y alarde de sus creencias, 
¡Cómo los maldecirías, 
Virgen de la Macarena!

 ¡Viernes Santo, Viernes Santo! 
Gemía la pobre vieja. 

jueves, 9 de abril de 2020

Guerra y paz

(Glosa de un verso griego de Calino de Éfeso) 
...ἐν εἰρήνηι δὲ δοκεῖτε / ἧσθαι, ἀτὰρ πόλεμος γαῖαν ἅπασαν ἔχει.

  
Son tus versos de ardor bélico harenga sorda 
donde el poso resuena de una epopeya heroica. 

Cada cual con su lanza vaya y con el escudo
al combate y la lucha: todos y cada uno. 

 Quiero yo que se escuche, sordo, y que se oiga el eco
de tu voz: que creemos,  ay, que la paz es esto,

esta guerra, que ahora mismo vivimos, nuestra.
Y es mentira: no hay paz sobre la negra tierra.

En la guerra y la paz,  mírala, se atrinchera
y agazapa la vieja sombra de Marte fiera; 

va la bomba a estallar en Hiroshima atómica
otra vez, y de nuevo cae arrasada Troya: 

que en la guerra y la paz hay desde siempre guerra:
sin cuartel y sin tregua, guerra y no más que guerra.

martes, 7 de abril de 2020

La última cabra del señor Seguín

    Dejadme que os distraiga un poco de vuestras preocupaciones contándoos a mi manera el cuento de la cabra del señor Seguín que escribió Alphonse Daudet. El señor Seguín estaba harto de que todas sus cabras acabaran devoradas por el lobo. Por más que hiciera él para evitarlo, se escapaban siempre de su casa, se echaban al monte porque, ya se sabe, la cabra siempre tira al monte, y allí, más tarde o más temprano, pero generalmente muy pronto, acababan devoradas por el lobo feroz. 

    Estaba tan harto que un día compró una cabritilla nueva, la séptima que llevaba ya si no había perdido la cuenta de las seis que le había matado el maldito lobo, y la eligió bien joven, para acostumbrarla desde muy pronto a la cautividad. La llamó Blanquita. Era preciosa, toda blanca con sus zapatitos negros y unos incipientes cuernos rayados.

    A la cabra no le faltaba nada en la finca del señor Seguín, pero ella no hacía más que mirar por el ventanuco de la cuadra hacia la montaña que veía a lo lejos, y añorarla, aunque nunca había estado allí. ¿Cómo se puede añorar algo que no se conoce? Ella lo añoraba. Quizá porque también se añora lo que no se tiene y se desconoce. 

    La cabra le rogó al señor Seguín, a los dos días, que la dejara marchar. Este trató de disuadirla hablándole del lobo y de los peligros que acechan en la montaña, pero lejos de hacer que desapareciera el deseo de libertad de la cabra, aumentó considerablemente… 

    -¿Qué harás cuando venga el lobo, Blanquita? -Le preguntaba el dueño. 
     -Lucharé contra él con todas mis fuerzas. –Le respondía la ingenua cabritilla. 

    Pero el señor Seguín, que no estaba dispuesto a perder una cabra más, decidió encerrarla. Blanquita, sin embargo, huyó por el ventanuco que un día se le olvidó cerrar a su dueño. 

    Llegó a la montaña, y comenzó a sentir algo que nunca había experimentado: una felicidad sin fin. Se sentía como una reina. Las flores olían bien. La hierba era deliciosa, estaba fresca y fragante, y sabía a gloria, mucho más rica que la del prado del señor Seguín allá a lo lejos, en el valle. 

 
    Cuando llegó la noche, tuvo miedo bajo la bóveda del cielo estrellado. Estuvo tentada de volver a la cabaña de su dueño, pero el recuerdo de la soga disipó esa idea. Valían más aquellas pocas horas vividas en libertad en la montaña que toda una vida en cautividad junto al señor Seguín, aunque -lo reconocía- había sido, sin embargo, muy bueno con ella, muy amable. 

    Pero pronto, en medio de la noche, dos ojos brillaron entre dos orejas cortas y afiladas. Era el lobo, el viejo lobo de todos los cuentos infantiles, el malvado personaje que acechaba en el bosque a todos los que se atrevían a ser libres. 

    Blanquita decide luchar contra él. Abaja la cabeza y amenaza con sus ridículos cuernos al lobo, que retrocede una vez. De vez en cuando la cabritilla trisca y come algo de hierba para saborear su libertad. Mira hacia las estrellas y piensa que debe resistir, como sea, hasta el canto del gallo al amanecer. 

    Cantó el gallo al fin a lo lejos. Blanquita, agotada, duerme sobre la verde hierba. Está extenuada completamente después de la intensísima batalla de la noche. 

    La sangre roja mancha su blanquísima piel resplandeciente. El lobo, cansado ya de las escaramuzas de la refriega nocturna,  se precipita sobre ella y al fin la devora. Ella, sin embargo, se siente feliz. Lleva escrito en las pupilas dilatadas de sus ojos que nunca podrá olvidar esa noche, la más intensa de su efímera vida, la única noche que ha valido la pena. Lleva escrita en sus ojos su apasionada aventura con el lobo y el encuentro final con la muerte.

lunes, 6 de abril de 2020

¿El COVID-19 o la COVID-19?

Casi todo el mundo de habla española le ha puesto al COVID-19 el género gramatical masculino, no por nada en especial que tenga que ver con el sexo masculino, porque el género gramatical y el sexual tienen poco que ver, creo yo, sino por aquello de que es un virus, y uirus, que es palabra latina que significaba en la lengua de Virgilio jugo, zumo, veneno, ponzoña y tenía género neutro igual que vulgus y pelagus, lo tiene masculino, una vez desaparecido el neutro latino, en castellano, y en romance en general por lo que se me alcanza, salvo en rumano donde conserva la reliquia del género neutro, igual que en alemán. 

El término figura entre nosotros desde 1817, en que entró a formar parte de nuestro vocabulario, aunque ya teníamos el adjetivo virulento desde 1435, tomado también del latín uirulentus, y el sustantivo virulencia desde 1739, según leo en el Diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Coromines. 

 


Sin embargo, en la lengua del Imperio que, huelga decirlo, es el inglés, los sustantivos carecen, como se sabe, de género gramatical: the virus

Los hablantes de lengua germana, cuando hablen de él lo llamarán con el artículo neutro das Virus,  así como los rumanos virusul -el artículo se coloca en rumano detrás del sustantivo-, mientras que los españoles, franceses, portugueses e italianos nos referiremos al bicho en género masculino: el virus, le virus, o virus, il virus

Al decidir los virólogos llamar a este agente infeccioso que nos ataca particularmente ahora "corona" porque visto al microscopio, que es la única forma de verlo, tiene una serie de tentáculos que semejan la corona solar, deberíamos llamarlo en la lengua de Cervantes el virus coronado; pero al revés en la lengua del Imperio, que como decía Lisardo Rubio es una lengua tipo NATO, a diferencia de la nuestra, que sería del tipo OTAN. 

¿Por qué decimos, entonces, coronavirus y no virus con corona o virus coronado? Elemental, querido Watson: por la poderosa influencia de los anglicismos de la lengua imperial, donde el elemento determinante o subordinado (en este caso la corona) precede siempre al determinado (que es el regente, o sea el virus), al revés de lo que pasa en nuestro idioma, donde el elemento determinante sigue siempre al determinado, que es el que va delante abriendo paso a su majestad. 


Las lenguas anglosajonas, sigo aquí la lección de don Lisardo Rubio, empiezan por el extremo inferior de la jerarquía estructural, mientras que las lenguas neolatinas empiezan por el extremo superior. Lo curioso de esto, subraya Rubio, es que el latín no era una lengua OTAN como las neolatinas, sino NATO como las anglosajonas. A las lenguas tipo NATO se las denomina centrípetas porque su cadena hablada arranca de la periferia hacia el centro o ascendentes, porque van del nivel de la jerarquía estructural a su nivel superior, y viceversa, las lenguas del tipo OTAN se denominan centrífugas o descendentes por lo contrario. 

Demos por sentado que el virus se llama ya coronavirus. El género gramatical de esta palabra compuesta sería el masculino, porque es el género que tiene el determinado virus en castellano. ¿Por qué algunos se empeñan, entonces en decir "la" COVID-19? Pues por un pequeño y no pedante detalle que no carece de importancia. Por la letra -D del COVID, que es la inicial de "disease" que en la lengua de Shakespeare significa "enfermedad", término que en castellano resulta que es de género femenino.

A nuestra benemérita Academia de la Lengua Española no se le ocurre llamar a la Enfermedad del Virus Coronado EVICO, que sería la "traducción" de COVID,  o, simplemente enfermedad del VICO, quitándole la -D final, porque no sólo se ha globalizado el dichoso bicho infeccioso, sino también su denominación anglosajona.  Se limita a constatar que la Organización Mundial de la Salud propuso la abreviación COVID-19 a partir del inglés COronaVIrus + Disease ‘enfermedad’ + [20]19, y a constatar que el acrónimo COVID-19 que nombra la enfermedad causada por el virus coronado del año pasado se usa en género masculino (el COVID-19) por influjo del género de coronavirus. Lo que se explica porque se toma por metonimia de la enfermedad el nombre del virus que la causa, como sucede con otras enfermedades víricas como el zika, el ébola).

Por lo que al final pontifica: "Aunque el uso en femenino (la COVID-19) está justificado por ser enfermedad (disease en inglés) el núcleo del acrónimo (COronaVIrus Disease), el uso mayoritario en masculino, por las razones expuestas, se considera plenamente válido."