Aunque se quiere relativizar la importancia de los
sacrificios humanos desde la óptica moderna y relegarlos a una
pre-historia bárbara y salvaje, a un pasado más o menos remoto,
legendario e inmemorial que se pierde en la noche brumosa de los
tiempos, conviene replantearse la cuestión: ¿Hubo alguna vez
sacrificios humanos? Y otra pregunta algo más inquietante: ¿Los
hay?
Podemos distinguir
dos modalidades de ritos sacrificiales. La primera, los rituales de
carácter cruento, donde se sacrifica a una víctima cuya
sangre es ofrecida a la divinidad o a las instancias superiores,
entiéndase, los ideales abstractos que ocupan su lugar, por ejemplo
los millones de pavos que se sacrifican en los Estados Unidos el
Thanksgiving Day con motivo del Día de Acción de Gracias, por referirnos
al mundo actual. La segunda clase serían los sacrificios
incruentos, que son una sublimación de los primeros y que aunque no
conlleven derramamiento de sangre pueden ser tanto o más crueles que los cruentos.
Suovetaurilia, sacrificio de un cerdo, un cordero y un toro.
Los sacrificios cruentos, en época histórica
grecorromana, tenían como víctimas a los animales y entre estos los
más codiciados fueron cabras, cerdos, ovejas, caballos y toros. Las
vísceras se quemaban y ofrecían a los dioses y la carne se consumía
entre los asistentes, salvo en el caso del holocausto en que se
quemaba la víctima entera y se ofrendaba toda a las divinidades, o a
cualquier otro ideal, como el de la Pureza de la Raza Aria en el caso
nazi que se ha hecho proverbial entre nosotros a la hora de emplear
este término.
Si bien es cierto que al final de la república
romana los cultos y ritos tradicionales entraron en franca decadencia
porque la sociedad se había vuelto más escéptica, quizá por
influencia de ideas griegas, como las del filósofo Epicuro, que no
negaba la existencia de los dioses pero decía que no se ocupaban de
los asuntos humanos, de lo que se deducía que los hombres tampoco
debían ocuparse de los divinos, no por ello dejaron de realizarse
sacrificios y de consumirse la carne de los animales inmolados.
Simplemente se hacían con ocasión de otras 'divinidades', ideales
abstractos o celebraciones. Para que haya un sacrificio es necesario
que haya un destinatario sobrenatural. Si no hay tal destinatario, no
hay sacrificio. Ese destinatario eran los dioses de antaño, y son
los ideales abstractos de hoy, la reencarnación de los antiguos
dioses.
Sacrificio de Isaac, Tiziano Vecellio c. (1543)
La
'communis doctrina' considera que el sacrificio humano cruento no
está históricamente atestiguado en la Grecia y Roma antiguas, pero
sí aparece como motivo en los mitos, que son propiamente
preliterarios y prehistóricos, y en la literatura que se hace eco de
ellos, y que de alguna manera viene a sugerirnos que esa prehistoria
sigue aún viva en nuestra historia, y que los sacrificios humanos,
aunque no sean cruentos, no dejan de ser crueles y estar a la orden
del día. Veamos dos ejemplos.
El
sacrificio humano cruento en el mundo griego aparece, por ejemplo,
mencionado ya en la Ilíada de Homero, cuando Aquiles decide separar a un grupo de doce
prisioneros troyanos para sacrificarlos como ofrenda fúnebre en la
tumba de su amadísimo Patroclo, a los que degüella personalmente.
El
espíritu del sacrificio lo encontramos también en la inmolación de
Ifigenia, a la que su propio padre, el rey Agamenón sacrificó para que la
flota griega pudiera hacerse a la mar y partir hacia la guerra de
Troya, cuando se hallaba varada porque el rey había ofendido a
Ártemis dando caza a una cierva a ella consagrada, y la diosa había
castigado la partida de la armada griega haciendo que no soplara
ningún viento favorable. La diosa finalmente se apiadará de su víctima y la sustituirá por una cierva, lo que sugiere que el sacrificio animal es un sustituto del humano.
Sacrifico de Ifigenia, Domenichino (1609)
El
espíritu del sacrificio humano es inherente también al judeocristianismo:
recuérdese el sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham por
mandato divino, detenido en último extremo no por desacato del padre
a la voluntad de Dios sino por la divina intervención de un ángel
del Señor, dándole a entender que bastaba con la intención, y que
no era preciso llegar al acto. En uno u otro caso, lo que define al
sacrificio es que se hace en aras de un ideal abstracto, llámese
Dios o, más llanamente, la Causa, cualquier otra abstracción.
Habría
que distinguir entre el sacrificio forzoso y la ofrenda voluntaria,
pero a menudo es difícil establecer la diferencia. ¿Hasta qué
punto, por ejemplo, los yihadistas islámicos que se autoinmolan lo
hacen voluntariamente o por coacción ya sea física o psicológica?
Es difícil trazar el límite fronterizo entre lo uno y lo otro,
máxime desde la cultura occidental cristiana que tiene una actitud
contradictoria ante el sacrificio que parece por un lado rechazarse
pero por otro es glorificado en la figura de Jesucristo, por ejemplo,
que murió, es decir, se sacrificó para salvarnos a todos nosotros,
pecadores.
El
sacrificio de niños, incluso de recién nacidos, fue bastante
practicado dentro de la cultura púnico-fenicia mediterránea. Es el
caso de los tofets, en los que restos de niños se han interpretado
como el contenido de urnas funerarias, lo que hace que algunos crean
que los sacrificios de niños en Cartago, la actual Tunicia, solo son un mito realzado
por el talento literario de Flaubert en su novela Salambó.
Sin embargo, la mención de votos en las inscripciones indica que
había un culto, y la presencia de restos infantiles y de animales,
echa por tierra la interpretación fúnebre, y parece dar a entender
que, en efecto, se realizaron sacrificios de niños a Moloch.
Sacrifico a Moloch, ilustración de Charles Foster (1897)
A
las dos preguntas que nos hacíamos al principio de esta entrada
deberíamos contestar que los sacrificios humanos han existido
siempre, y no sólo pre-históricamente, sino precisamente en época
histórica, aquí y ahora mismo, hoy mismo, sin ir más lejos, que es
siempre, todavía, como cantó el poeta, más que nunca. Se nos exige
constantemente, desde nuestra más tierna infancia, el sacrificio del
presente en aras del día de mañana. Y ese sacrificio, aunque no
conlleve derramamiento de sangre, no deja de ser una crueldad exigida por Moloch, en cuyas aras inmolamos nuestra vida, la matamos, convirtiéndola en existencia, es decir, en su futuro.