jueves, 8 de abril de 2021

¿Quién manda aquí?

    Dice un politólogo singapurense, cuyo nombre propio no viene a cuento del caso para no distraernos de la cuestión que plantea: "Estados Unidos no es una democracia, es una plutocracia". 
 
    Igual que democracia, plutocracia es un término griego (πλουτοκρατία ploutokratía compuesto de πλοῦτος riqueza y, en último extremo, dinero y κράτος gobierno y Estado en griego moderno), que la docta Academia define como “Situación en la que los ricos ejercen su preponderancia en el gobierno del Estado” y también “Conjunto de ciudadanos adinerados que ejercen su influencia en el gobierno del Estado”. 
 
    Lo que afirma el politólogo es algo que puede decirse no sólo de los Estados Unidos de América, sino de cualquier democracia progresada, que es el Régimen actual del Dinero. Podemos decir, en efecto, sin riesgo de equivocarnos que cualquier país democrático, como la mayoría de los actuales,  es una plutocracia. 
 
    El Reino Unido de Gran Bretaña, por ejemplo, no es un país democrático, sino en verdad plutocrático, donde so pretexto de que manda el pueblo, reina en verdad su majestad, que no es la reina nonagenaria, sino el Big Ben, que es lo mismo que el Dinero, como reina aquí también, no hace falta decirlo, y en todas partes: por aquello del time is money que, dándole la vuelta, dice también una gran verdad: money is time.

 

miércoles, 7 de abril de 2021

¿Qué puede enseñarnos Lucrecio?

El Concilio de Trento de la Iglesia Católica en 1551 prohibió la lectura de la obra de Lucrecio De rerum natura ("Sobre la naturaleza de las cosas") porque se trata de un largo poema subversivo, que presenta una visión materialista del mundo sin recurrir al Dios cristiano o, en su defecto, a Júpiter y a los dioses paganos para explicarlo. 

Según la física materialista de Epicuro que sigue fielmente su discípulo Lucrecio, los hombres y las cosas están formados por partículas diminutas que, moviéndose, determinan la vida. Estas partículas son los átomos, palabra griega que significa “in-divisibles”, y que Lucrecio, que se queja de la penuria de la lengua latina, patrii sermonis egestas, traduce al latín como “elementa” o “primordia”. 

 Tito Lucrecio Caro

La única noticia que tenemos de la vida de Lucrecio es la que nos brinda san Jerónimo: “T. Lucretius poeta nascitur, qui postea amatorio poculo in furorem uersus cum aliquot libros per interualla insaniae conscripsisset, quos postea Cicero enmendauit, propria se manu interfecit anno aetatis XLIIII.” Lo que puede traducirse como Nace el poeta T. Lucrecio, quien, después de haberse vuelto algo así como loco por haber bebido una pócima amorosa, habiendo escrito algunos libros a lo largo de los intervalos de su enfermedad, que después enmendó Cicerón, se dio muerte a sí mismo a los 44 años de edad.

 San Jerónimo, El Greco (1609)

Resulta muy sospechosa esta noticia. ¿Cómo es posible que el poeta que maldijo la obsesión amorosa como fuente de sufrimiento que amarga la vida se vuelva loco por haber tomado un filtro erótico? ¿Fue víctima acaso de lo que él mismo denunciaba? ¿Cómo es posible que el poeta que escribió Mas conviene huir y evitar simulacros e imagen / que le dé alimento al amor; conviene el olvido, / descargar el humor amasado contra otro cuerpo, / no guardarlo para un solo amor solamente / por no sufrir y dolor no procurarse uno mismo, / pues se aviva la llaga  y con alimento no muere, / y la locura crece y se agranda, y se agrava la pena / si la primera herida no borras con nuevos flechazos / y no la curas con vagabunda Venus cualquiera / o desviar no puedes tu alma a otras mujeres,  no haya evitado el amor siguiendo su propio consejo y haya perdido la razón enamorándose?

También resulta sospechosa la noticia de san Jerónimo porque según él Lucrecio, que denunció el miedo a la muerte como fuente de sufrimiento y angustia vital, fruto de la ignorancia, se quitó la vida a la edad de 44 años. ¿Cómo iba a suicidarse el poeta que dijo que el temor a la muerte inspira a los hombres un odio tal a la vida y tal hastío de ver la luz del sol, que con el pecho afligido se dan ellos mismos la muerte, olvidándose de que el miedo a ella era la fuente de todas sus cuitas? 

Según nuestro poeta es el miedo a la muerte lo que envenena la vida, porque de la muerte en sí nada sabemos al no tener ninguna experiencia previa. El miedo a la muerte nace de creencias vanas, es decir de nuestra ignorancia. Pensamos que es algo malo porque creemos saber en qué consiste. La muerte no es nada porque cuando ella es nosotros ya no somos, y cuando nosotros somos ella no es: somos incompatibles, como sentenció el divino Epicuro. 

  Primeros versos de De rerum natura

Parece que san Jerónimo quiso vengarse de Lucrecio volviéndolo loco y haciendo que se suicidara, es decir, escribiendo para la posteridad que se suicidó, lo cual se contradice con su obra, una de las más lúcidas que nos ha dejado la antigüedad grecolatina.

Aunque la práctica del suicidio no estaba moralmente mal vista en Roma, conviene decir que la palabra “suicidio” no existía como tal en latín, que prefería la expresión “mors uoluntaria”.  En la nota de san Jerónimo se dice que Lucrecio “propria se manu interfecit”, es decir, se mató por su propia mano.    

Los filósofos griegos, Giorgio di Chirico (1925)
  
Dante en el canto décimo de la Divina Comedia condena a Epicuro y a todos sus secuaces (¡pobre Lucrecio!) al Infierno. Rafael, sin embargo, en su fresco La Escuela de Atenas revalorizó a su maestro Epicuro al colocarlo entre las mentes más privilegiadas de la antigüedad que más han aportado al género humano.

martes, 6 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (y III)

Los gobiernos pretenden, seguramente con la mejor intención del mundo, salvar a sus súbditos de la muerte, cosa que no pueden hacer porque los mortales no tenemos el don de la inmortalidad. Sin embargo insisten en su misión de “salvar vidas” con una expresión que recuerda a la que esgrimía la Iglesia de “salvar almas (del purgatorio)”. Tanto el argumento de “salvar vidas” que aduce el Estado Terapéutico ahora como el de “salvar almas” que aducía la Iglesia antaño son la coartada perfecta que sirve para justificar la razón de ser de ambas instituciones benéficas,  que, so pretexto de hacer el bien velando por nuestra integridad corporal y espiritual respectivamente, hacen el mal y no poco, sino mucho. En aras de salvar nuestra vida y nuestra alma matan a la gente, condenándonos a la peor de las muertes en vida, aterrorizándonos con el espantajo de la señora inmortal de la guadaña, y a la desesperada salida del suicidio. El Ogro Filantrópico nos ama tanto que  se dedica a hacernos imposible  la vida que tenemos, es decir, a suministrarnos la Muerte por nuestro bien después de aterrorizarnos con la amenaza de la muerte que pende como espada de Damoclés sobre nuestras cabezas coronadas. Las condiciones que se imponen reducen el mero vivir a un subsistir o existir desprovisto de vitalidad y de libertad, que es lo que hace una vida digna de vivirse. El distanciamiento social que nos aleja de nuestros semejantes porque son peligrosos, acercándonos a la fantasmagoría de la World Wide Web donde los contactos  no son contagiosos como los carnales y gozosos, el uso de mascarillas que nos impiden respirar adecuadamente, y la interminable soledad que nos empuja al consumo de todo tipo de fármacos legales e ilegales. 

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Qué bueno lo que dice la subdirectora general esa de la OMS de que es "normal que haya personas que han sido inmunizadas y mueren".   Vaya, vaya... Según parece,  la inmunización como le dicen a la presunta vacunación no nos da la inmortalidad que casi  nos prometían a cambio del chute del suero mágico...  Los afirmacionistas de la letalidad del virus coronado decían que cuando moría una persona con patologías previas y CON el virus coronado (es decir con PCR positiva) había muerto POR causa del virus siempre, mientras que los negacionistas decíamos que el virus era casual, no causal, y que los fallecimientos se debían más bien a las patologías previas unidas a lo avanzado de la edad de la mayoría de los fallecidos y a las medidas de contención del presunto virus. Pues bien, ahora se han cambiado las tornas. Cuando muere alguien después de haber recibido la presunta vacuna, es decir, cuando muere CON la presunta vacuna puesta, los que defienden la letalidad del virus, dicen que es casual y no causal la relación con los casos de trombosis cerebrales, por ejemplo, que se están investigando, mientras que nosotros, los negacionistas de la letalidad del virus coronado, decimos que ha muerto POR la presunta y que la relación es causal, o, por lo menos, concomitante. ¿Mucha coincidencia, no? Convencidos como estamos de la maldad intrínseca de la presunta vacuna, nos hacemos eco del escepticismo popular que ha razonado que muchas veces suelen ser peores los remedios, como este de matar pulgas a cañonazo limpio, que las enfermedades que se pretenden combatir. No nos entra en la cabeza la terca fe de carbonero que están poniendo los medios, con la televisión a la cabeza, en su defensa a pesar de, como cacarean ellos, toda evidencia científica. Permítasenos, al menos, dudar de la seguridad de la presunta. 

 

lunes, 5 de abril de 2021

El periodismo como sostén de la realidad

    Unas declaraciones de un veterano periodista español, Iñaki Gabilondo, llaman mi atención porque dicen más verdad de la que suelen decir los periodistas, dedicados como cariátides (no en vano algunos se llaman columnistas), a sostener y no enmendar el templo de la realidad, o, como ellos prefieren decir, la actualidad. 

    Tras medio siglo de actividad profesional, que se dice pronto, este hombre decide retirarse paulatinamente de los medios de creación y manipulación de la opinión pública a los que ha servido fielmente durante tanto tiempo descolgándose con unas jugosas confesiones.

    Al comentario no exento de cierto amable reproche del entrevistador de “usted parece el periodista que huye de la actualidad porque ya no la soporta”, responde: “Para hacer este trabajo hay que tener fe (y yo la estaba perdiendo)”. Respuesta con la que le da la razón en parte, reconociendo que ya no soporta la actualidad, y razonando el motivo de su incomodidad personal de tener que salir todos los días a la palestra con un "escepticismo excesivo".

    Con eso ya está dicho todo: el trabajo del periodista es defender la realidad, la actualidad como él dice. Su labor improbus consiste en sostener que la actualidad es la verdad, y para eso hace falta mucha fe porque si la actualidad fuera verdad se sostendría por sí misma ella sola y no necesitaría de la periódica charlatanería impresa y expresa de los reporteros que dé cumplida cuenta de ella. 


    El sano escepticismo o falta de fe hace que a uno le entre el gusanillo de la duda, la duda razonable que, a su vez, hace que uno se sienta incómodo con su trabajo y de algún modo empachado, como sostenía en declaraciones a otro medio: “Me retiro de este territorio a petición propia porque deseo dejar de hacer comentarios y análisis políticos. (…) El problema es que estoy empachado. Sé defender mis opiniones, pero cada vez me cuesta más tenerlas”. 

    Reconoce el afamado comentarista político que tiene, como todo hijo de vecino, sus opiniones particulares, pero cada vez le cuesta más “tenerlas”, es decir, albergarlas y asumirlas como propias, como si la razón común que le asiste a él como nos asiste a todos le estuviera liberando de la necesidad de defender a capa y espada lo menos común que tenemos, nuestras convicciones, dentro de lo común que es que cada cual tenga sus propias opiniones. Por eso reconoce, confidencialmente: “Para asomarse día a día hacen falta unas fuerzas que ya no tengo y una fe que flaquea. No quiero ser el cenizo pesimista de las 8:30. Antes de que se apague la luz, prefiero iluminar otros rincones”.

    Es una lástima que el desengaño, por así llamarlo, les llegue a las personas a una edad tan avanzada, que necesitemos tantos años, setenta y ocho en su caso, para que, como él dice, nos flaquee la fe, para que la obesa mórbida que es esa virtud teologal se nos quede en los puros y desnudos huesos. Pero así como no hay razones para el optimismo, tampoco debe haberlas para el pesimismo ceniciento. 


    Facta non uerba (hechos, no palabras) dice el proverbio clásico, pero no hay facta sin uerba, no hay actualidad sin un periodismo que la sostenga. La actualidad no deja de ser una de las hipóstasis de la eternidad, al igual que los bancos son la hipóstasis del capitalismo. Y el hecho de que los hechos, valga la redundancia, necesiten palabras muestra de alguna manera su vulnerabilidad e inconsistencia, y revela que quizá no estén tan hechos como parece a simple vista. Tal vez los hechos no estén tan hechos como su nombre indica, o "hacidos", como diría un niño que está aprendiendo a hablar. Acaso no estén tan hechos como para que, a falta de palabras que los justifiquen, no puedan deshacerse. Esto último no está garantizado por nada ni por nadie, desde luego. Pero por eso mismo puede merecer la pena intentarlo, por si acaso.

domingo, 4 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (II)

Aquí va un titular de un periódico digital. En la portada aparece una pregunta que despierta nuestra curiosidad enseguida, planteada a modo de antiguo catecismo: ¿Qué dice la ciencia sobre los contagios en el interior de los bares? Si clicamos ahí, para conocer el veredicto de la respuesta de tan docta señora como es la Santa Madre Iglesia de la Ciencia, nos sale esto: La ciencia avala el cierre del interior de los bares para frenar los contagios en lugares con altas tasas de incidencia. El cierre de la hostelería, según el aval de la ciencia, "es una de las medidas más efectivas para disminuir la incidencia y mortalidad". El aval, para quien lo entienda, se basa en una concluyente “revisión global de estudios (sic) sobre cómo afectan las limitaciones de la hostelería a la pandemia”.  Hoy en día sentarse en la mesa de un bar o acercarse a la barra -...bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar, que cantaban Gabinete Caligari-... se han convertido en delitos y para algunos en crímenes de lesa humanidad. El interés que tienen en chapar los bares, cafés y restaurantes se debe a que en esos establecimientos la gente se relaciona y habla, y a eso es a lo que más miedo le tienen, porque hablando se entiende la gente y si la gente habla y se entiende se les acaba la tontería en cuatro días. Por eso la imposición del tapabocas y las progresivas prohibiciones de reunirse y hasta de acercarse a los prójimos. 

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 “Sanidad planea modificar los indicadores para cerrar el interior de los bares con una tasa de incidencia de 150”. Aquí está la madre del cordero y la clave de todo: si Sanidad modifica los indicadores, puede decretar el cierre de lo que se le antoje. Sin querer identificamos dos palabras que no deberían igualarse ni coordinarse, que son “incidencia” y “mortalidad”, porque no son lo mismo. En cuanto a la incidencia, se nos da un dato numérico y como tal apabullante: incidencia de 150 casos, que, aparentemente, debe de ser la hostia. Acostumbrados como estamos a que nos den los datos en tantos por ciento, 150 parece que es muchísimo. Pero hay que tener en cuenta cuál es el parámetro que utilizan, que no es el tanto por ciento (100) sino el tanto por cien mil (100.000). La famosa indicencia de 150 casos, reducida a tanto por ciento, no llega ni siquiera a un (1) caso, dado que es 0,15%.  ¿Y qué decimos de la mortalidad? Pues que es muchísimo menor que la de la incidencia. La tasa de letalidad de 0,05% en toda la población es menor que la de la gripe estacional. Está claro que quieren chapar los bares, lo que no está tan claro es la razón. No puede ser, desde luego, la gravedad de la situación que no es tan grave en absoluto. Como decía Ferlosio, mientras no cambien los dioses -en este caso los parámetros científicos- nada habrá cambiado. Los umbrales epidémicos, definidos según criterios inalcanzables, dibujan un horizonte sanitario imposible de lograr, el covid cero, alimentado por la utopía higienista de la seguridad total sin riesgo. Una vez que hemos mencionado a la bicha, ya la hemos creado y dado la existencia. No podemos pretender ahora que desaparezca así como así por las buenas si no dejamos de conjurarla y de creer en ella y en la Ciencia que la justifica y que la ampara. 

 
oOo 

Pero todavía hay que decir algo sobre la famosa incidencia de contagio y los famosos "casos" sensacionalistas. El triunfo de esta pandemia ha sido el carácter asintomático de la mayoría de sus contagios, que de una manera capciosa se han identificado con enfermos apestados como los antiguos leprosos. Hay gente sana a la que le ha entrado la paranoia  de someterse voluntariamente a sofisticadas y caras pruebas de laboratorio y análisis para ver si estaba enferma y por lo tanto era contagiosa. En una situación normal a nadie le da por ir una vez a la semana al cementerio o consultar a diario las esquelas o notas necrológicas de los periódicos y tanatorios para saber si uno mismo ya está muerto y no se había percatado. Claro, pero no estamos en una situación normal. Y por eso a mucha gente le ha dado la psicosis paranoica de querer saber si estaba enferma y no se había enterado y tenía que ponerse en tratamiento enseguida quedándose en casa y tomando, si le subía al pensarlo la fiebre, paracetamol. Ya se han encargado los que nos gobiernan democráticamente, con la colaboración inestimable de los medios de formación y manipulación de la opinión pública a su servicio, de declarar el Estado de Alarma y de implementar, como dicen ellos, el concepto vacío de Nueva Normalidad para que esto no fuera una situación normal. Y nos lo recuerdan todos los días, desde hace ya algo más de un año. Y ya está bien, me parece a mí y a mucha gente que ya está empezando a hartarse, de tanta tontería.
 

sábado, 3 de abril de 2021

¡Trágala, perro! (Una estampa de Goya)

 


Explicación de esta estampa del manuscrito del Museo del Prado: El que viva entre hombres será jeringado irremediablemente: si quiere evitarlo habrá de irse a habitar a los montes y cuando esté allí conocerá también que esto de vivir solo es una jeringa.

...del manuscrito de la Biblioteca Nacional: No le echan mala lavativa a cierto Juan Lanas unos frailes que galantean a su mujer, y le ponen un taleguillo al cuello a manera de reliquia para que se cure y calle. La mujer se ve detrás cubierta por un velo, y un monstruo de enorme cornamenta preside la función autorizándolo todo nuestro Padre Prior.

...del manuscrito de Ayala: Intentan unos frailes curar a un pobre Marcos, colgándole al cuello una reliquia y echándole lavativas por fuerza.

Goya en este Capricho presenta, en primer término, a un fraile que sujeta una enorme jeringa preparada para el hombre arrodillado y suplicante, un Juan Lanas o un pobre Marcos, es decir, uno cualquiera, un buenazo y bobo que se somete y se presta sin oponer resistencia a todo lo que se quiere hacer de él, por muy vergonzoso y humillante que sea, al que va a administrar una lavativa. 

Al parecer Goya se inspiró en un suceso de la época. Un marido cornudo, engañado por un fraile, pretendió burlarse de su burlador y resultó burlado. Aquí no nos interesa mucho ahora porque el autor hace abstracción del caso particular y lo hace universal desarrollando la sátira de la sociedad española de su tiempo que es este nuestro todavía, en la que un estamento, la clerigalla, abusa de la gente obligándola a “tragar” lo inaceptable. El pueblo, por su parte, representado por el Juan Lanas o pobre Marcos arrodillado representa al inculto y supersticioso pueblo español.


Si donde el manuscrito de la Biblioteca Nacional dice “frailes” entendemos ahora “personal sanitario” y Juan Lanas o el pobre Marcos se quedan como símbolo de quienes padecemos las recomendaciones de las autoridades del Ministerio de Sanidad del Gobierno, tenemos una radiografía perfecta de lo que está sucediendo en España, sometida a la dictadura sanitaria decretada por una organización filantrópica (hay amores que matan, dice el refrán) como es la Organización Mundial de la Salud, que nos quiere tanto que nos hará sufrir por nuestro bien, como reza otro refrán.

De poco vale, como aquí vemos, que el humillado Juan Lanas o pobre Marcos junte sus manos y suplique clemencia o caridad. De nada le sirve el taleguillo colgado del cuello a modo de reliquia para que se cure, es decir, la mascarilla obligatoria en el exterior a la vista de todos, que ya está preparada la descomunal jeringuilla, es decir la inyección del suero milagroso y purgativo, que el frailazo va a endilgarle por salva sea la parte de su anatomía.

Algo hay de sádico en la expresión de los frailes que deja corto al marqués de Sade. Estos, en efecto, disfrutan sintiendo el gozo que están cometiendo y la atrocidad que van a llevar a cabo, gritando "¡Trágala, perro!", como leemos en el texto. Es los que los ministros de sanidad de los gobiernos nos espetan. El pobre Marcos o Juan Lanas -da igual su nombre, mutato nomine de te -es decir, de nosotros- fabula narratur- acabará dando gracias a Dios por la merced que el personal sanitario le ha infligido inyectándole el suero milagroso que aliviará sin duda su enfermedad inexistente.

Goya nos ha legado, quizá sin querer, quizá queriendo, en este grabado con su lenguaje simbólico la descripción magistral no de un hecho concreto de un momento histórico y los actores que en él intervinieron, sino el retrato universal y atemporal de lo que estamos viviendo ahora, jeringados como estamos en aras de la Salud, ese enfermizo ideal que nos enferma. Hay un macho cabrío en el trasfondo que preside la escena. ¿A quién representará? De algún modo es el Padre Prior que no sólo no impide que esto suceda, sino que lo autoriza.

El comentario del Museo de El Prado viene a decirnos que así es nuestra vida: esto del vivir es una geringa (sic). El argumento que utilizan las autoridades sanitarias es que es por nuestro bien y nuestra quebrantada salud, y de rebote, por el bien y la salud de los demás, que se antepone como ideal perverso a la libertad y dignidad de la propia vida de todos y de cada uno. Encima, tendremos que darles las gracias por obligarnos a comulgar con piedras de molino.

viernes, 2 de abril de 2021

Nótulas coronavíricas (I)

¡Bulo! Titular periodístico más falso que Judas: Las vacunas devuelven la vida a las residencias (de ancianos)”. No son los sueros inyectados en sí lo que les devuelve la vida a los residentes que han sobrevivido a duras penas, sino el efecto placebo que provocan. Dicen, los supervivientes: “Estábamos esperándolo como agua de mayo”. Estos pueden volver a la vida, los que han muerto no. El titular del periódico aclara innecesariamente: La movilidad interna de los residentes fue restringida durante muchos meses, no han podido recibir visitas y no se les ha permitido salir. Ahora, con la llegada de la vacuna, las medidas de control se relajan poco a poco. Hasta ahora no se les dejaba salir a no ser que fuera, como suele decirse, con los pies por delante a fin de aumentar estadísticamente el número de muertos y la tasa de mortalidad. A partir de ahora, ya pueden entrar y salir de los tanatorios..., ¡perdón!, quería decir geriátricos, o, más políticamente corregido, residencias de mayores cuando y como quieran. Una enfermera reconoce: “Estoy contenta. La vacuna era uno de los objetivos de la pandemia."  Yo no voy a negar que la sanitaria esté contenta. Si ella lo dice, será cierto. Es algo que depende de su estado de ánimo, en donde yo ni entro ni salgo, pero sí voy a matizar y corregir su razonamiento: La vacuna, por así llamarla, no se inventó para la pandemia, sino al revés: la pandemia para la vacuna. 

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El 24 de marzo de 2021, publicaba El País un editorial titulado “Vacunas: última llamada”, que recuerda al último aviso que se da en un aeropuerto a los pasajeros para que procedan al embarque, a riesgo, si no lo hacen, de perder el avión. A continuación advierte el periódico global, uno de los más influyentes, si no el que más, en lengua española, y lacayo como el que más del Régimen: “Es imperativo acelerar la vacunación ya para salvar vidas y la fe en la UE”. ¿Por qué tanta prisa y con tanta urgencia? ¿Por qué hay que acelerar la inoculación del suero ya, con esa exigencia perentoria? ¿Por qué es tan imperativo? Las dos razones que esgrime el editorialista son muy distintas: porque estamos a punto, dice, de perder nuestra última oportunidad de salvar nuestras vidas, que corren peligro de muerte, y, en segundo y no menos importante lugar, porque hay que salvar la fe en la UE, que supongo que son las siglas de la sacrosanta Unión Europea. Esto último no lo había oído nunca hasta ahora. Y me llama la atención por su carácter teológico y porque me parece muy significativo que se compare con la primera razón y de alguna manera se equipare a ella, como si tuvieran algo que ver nuestras vidas con la existencia de ese engendro político. ¿Por qué es tan importante la salvaguarda de la fe, esa vieja virtud teologal, en el esperpento ese de la UE, maldita la falta que le hace a nadie, y se pone al mismo nivel que nuestras propias vidas? ¿A quién le va la vida en ello para exigir imperativamente que aceleremos la comunión salvífica con el elixir de la eterna juventud si no es a la propia industria farmacológica que nos convierte de ese modo a todos sin excepción en sus conejillos de Indias, y en sus pacientes o, lo que es lo mismo, sus clientes como si fuéramos enfermos crónicos?

jueves, 1 de abril de 2021

Mascarillas playeras

    La distancia interpersonal ya no será determinante para obligar al uso de la mascarilla, como al parecer era hasta ahora y no nos habíamos enterado muy bien... El Boletín Oracular del Estado (BOE) promulga una ley que obliga a llevar el tapabocas en cualquier espacio público, sin importar la distancia a la que uno se encuentre de sus congéneres.

    Hasta ahora, en la vía pública o en los espacios al aire libre era obligatorio el uso de mascarilla si no se podía mantener una distancia mínima de un metro y medio con el resto de la humanidad, según la norma estatal, aunque las comunidades autónomas, más papistas que el papa, es decir que papá Estado, habían establecido exigencias más duras con sus propias excepciones que confirmaban la regla y que chocaban con la legalidad vigente de ámbito estatal. 

 

      El Ejecutivo ha hecho los deberes y se ha puesto al día, actualizando su página güeb para incluir que el cubrebocas* es obligatorio “siempre”. Y eso quiere decir que también en la playa, ahora que llega el buen tiempo. Y esto significa que también en las playas nudistas donde se permite a los naturistas tomar el sol in puris naturalibus, pero con la mascarilla puesta en su sitio... Se convierte así esta prenda en un complemento playero imprescindible junto con el traje de baño, las chanclas, las gafas de sol, la sombrilla... y los arenales de las playas, por su parte, se convierten en quirófanos y clínicas donde cada toalla es una cama de hospital de campaña atiborradas de enfermos imaginarios con máscaras quirúrgicas, gracias al Estado Terapéutico que vela por nuestra óptima salud.


    No dice nada el BOE sobre el baño. Se admite como exención de la mascarilla la práctica del deporte individual, pero bañarse en la playa sorteando las olas y sumergiendo de vez en cuando la cabeza en el agua no es practicar la natación, que es un deporte olímpico, por lo que el baño de olas, como se decía antaño, no nos eximiría de llevar el embozo. Pero aquí empiezan los problemas: si uno decide pegarse un chapuzón con la mascarilla obligatoria puesta, es muy probable que esta dificulte su respiración, y si se empeña en meter la cabeza debajo del agua pueda provocar su propia asfixia. Claro que si uno se ahoga con el barbijo no habrá contagiado afortunadamente a nadie, gracias a lo que se habrá logrado lo que se pretendía con esta medida profiláctica, que era que descienda la tasa de contagios. 

    Si uno no se ahoga bañándose con el bozal reglamentario, es probable que este se deteriore y pierda su funcionalidad y se venga abajo por su propio peso, desprotegiéndonos a nosotros y a los demás, lo que acrecentará sin duda la incidencia de los contagios estivales. Uno se arriesga así, además, a que algún agente de policía que patrulle por allí para vigilar el cumplimiento de la legalidad vigente le proponga amablemente para una sanción... 



NOTA BENE.- La docta Academia de la lengua aclara que "los términos tapaboca(s) y cubreboca(s), referidos a la mascarilla sanitaria, son igualmente válidos y se documentan en el español americano, con diversa preferencia según las áreas". Cubreboca(s) me parece a mí más políticamente correcto porque insiste en la cobertura protectora que supuestamente ofrece la prenda, mientras que tapaboca(s), más realista, aporta a la idea de "cubrir" la de cerrar lo que está descubierto o abierto. Además, la propia Academia recoge la locución verbal, de uso coloquial, "tapar la boca a alguien" y la define como "cohecharlo con dinero u otra cosa para que calle", y también "citarle un hecho o darle una razón tan concluyente que no tenga qué responder".

miércoles, 31 de marzo de 2021

¡Que viene una ola! ¡Socorro!

    Vino una ola era una canción de Manolo Díaz (1967), dramática y alarmista en su fondo y forma como ella sola. Alertaba de la llegada inminente de una ola gigantesca y peligrosa para los bañistas desprevenidos, como la persona querida que se estaba bañando con el cantante. Éste le ruega, tendiéndole la mano, que se aferre a él después de repetir cuatro veces que viene una ola y que le dé la mano. 

    Viene una ola, viene una ola, viene una ola, viene una ola, y su corriente te aparta de mí. / Dame la mano, dame la mano, dame la mano, dame la mano, haz un esfuerzo y agárrate a mí.

    Y, aunque no se nos dice porque hay una elipsis u omisión intencionada de un segmento narrativo importante, la ola se lleva a la persona querida.  El cantante le ruega entonces a Dios encarecidamente que salve a la persona amada, perdonándole la vida, que no permita que se ahogue ya que se ha arrepentido... 

     ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Pero sucede lo inevitable, lo que el Señor no pudo o no quiso evitar, pese a la encarecida súplica del cantante: vino la ola, lo repite cuatro veces, y se llevó a esa persona querida; cuatro veces repite "algo querido". Nunca había sentido el cantante, que había visto venir la tragedia,  tantísima impotencia y tanto dolor.

     Vino una ola, vino una ola, vino una ola, vino una ola, y sin motivo el mar me robó algo querido, algo querido, algo querido, algo querido; nunca he sentido yo tanto dolor.

    Vuelve a repetirse el estribillo, que es la plegaria contrafactual del cantante al Señor para que no suceda lo que ha sucedido: ¡Oh no, por Dios! ¡vuelve aquí!, ¡oh Señor, por favor,  sálvala! Yo te lo pido: ¡ayúdala, sé buen amigo, perdónala, se ha arrepentido ya!

    Y se cuatripite  "viene una ola" como colofón de la canción y como advertencia para futuras oleadas. 

    Según algunos se trataba de una canción protesta por la ausencia de socorristas dedicados a salvar las vidas de los intrépidos bañistas en las playas españolas de aquellos años.

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (1830-1833)
 
   Recordaba esa canción cuando leía esta mañana en un periódico cualquiera este titular: Las restricciones de Semana Santa, claves para frenar la cuarta ola.Los periodistas recurren habitualmente a la metáfora de las olas para hablar, por ejemplo, de temperaturas muy elevadas, alertándonos de una “ola de calor”.  También recuerdo que en las postrimerías de la dictadura franquista y durante la transición, con la denominada “apertura”, se hablaba, sobre todo en los medios más conservadores, de la “ola de creciente inmoralidad y de pornografía y erotismo que nos invade”. Ahora nos alertan de que viene una ola, como en la canción de Manolo Díaz, pero esta vez pandémica, más propiamente epidémica, que es la cuarta según su cómputo. Por otra parte nos tranquilizan, porque hay unas "restricciones" que pueden frenarla.
 
    Cada vez que se avecina un período vacacional se intensifican las restricciones gubernativas supuestamente “sanitarias”. En realidad no tienen que ver con nuestra salud física y mental, no menos importante la una que la otra, sino con el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España del que emanan, y de sus consejerías y versiones autonómicas vasallas y adláteres. Al hacer de la salud el valor supremo de la vida por encima de la libertad, nos restringen esta en nombre de la seguridad y aquella en aras de la salvación de futuras vidas, lo que resulta incongruente. Puede afirmarse sin empacho que hemos asistido a la mayor represión de la libertad y de la sociedad a lo largo de nuestra vida sin que la mayoría democrática y sumisa de la gente haya protestado ni levantado la voz. 


     No es extraño, pues, que un periódico cualquiera del Régimen -y todos lo son de un modo u otro- justifique las limitaciones gubernativas, encaminadas a frenar la presunta cuarta ola con el fin supremo de “salvar vidas”. Su saludable, bienintencionado y salvífico propósito justificaría los medios, en este caso unas medidas represivas que impiden nuestra movilidad tanto en el tiempo como en el espacio, y que nos fuerzan a llevar mascarilla para “filtrar” los supuestos virus que pululan en el exterior y el interior de nosotros mismos así como a pedir cita previa hasta para hacer nuestras necesidades fisiológicas más elementales.

    Pero una cosa es cierta: desde la orilla no se ve ningún oleaje porque no hay cuarta ola, que no es más que una metáfora, aunque sí que existe mucha resignada expectación por su llegada. Son los que dictan las medidas restrictivas para evitar la catástrofe los que paradójicamente conjuran, airean y crean la catástrofe de la que después darán cumplida cuenta periodística. Juegan las autoridades sanitarias, con la ayuda inestimable de los medios de manipulación y creación de la opinión pública a su servicio y con el apoyo de los científicos a sueldo de los gobiernos e industrias farmacéuticas, a hacer profecías falsas y apocalípticas para justificar medidas que restringen nuestras libertades formales y burguesas, que son las únicas que tenemos, aunque tampoco sean gran cosa.

    Si no pasa nada después de Semana Santa se dirá que ha sido gracias al seguimiento obediente de dichas restricciones. Si pasa algo, cacarearán que "estaba cantado" y lo achacarán a nuestro incumplimiento y falta de responsabilidad. Nos reprocharán como a niños pequeños que hemos sido malos y ahora tenemos que pagar el impuesto revolucionario en muertes e incidencias de casos y más casos cuya tasa subirá como la espuma a su conveniencia, por seguir con la metáfora marina, tras la resaca de la ola.

    El lema de la canción, que repetía machaconamente “viene una ola”, alcanzó tanta popularidad en España en los años sesenta y setenta que los hermanos Calatrava hicieron una versión bufa de ella que llegó a tener tanta fama o más que la original. Uno de los hermanos canta la canción original, y el otro hace sus comentarios satíricos. No viene nada mal recordarla para reírnos un poco de tanto alarmismo alarmante y maldecir el estado de alarma (del italiano all(e) arme "¡a las armas!") a la espera del armisticio o supresión de hostilidades.

 

martes, 30 de marzo de 2021

Sobre Alejandro Magno

Iron Maiden, el legendario grupo británico de heavy metal, cuyo nombre, la Doncella de Hierro, evoca una terrible máquina de tortura medieval, dedicó una canción a la figura de Alejandro Magno en su álbum Somewhere in Time, publicado en 1986.



La letra refleja bastante bien algunas de las facetas más importantes que la historiografía le ha atribuido a la figura de este personaje: la conquista de Asia Menor, la difusión del helenismo, la fundación de Alejandría en Egipto, ciudad que todavía lleva su nombre, y de tantas otras Alejandrías,  la anécdota del nudo gordiano... No se entiende sin embargo muy bien la afirmación que hace la canción de He paved the way for Christianity ("¿allanó el camino a la Cristiandad?"). Se pueden afirmar muchas cosas sobre Alejandro, pero esa, precisamente, y en sentido riguroso, no, a no ser que consideremos que la cruz se propagó por el mundo gracias a la espada. Alejandro es pagano, vivió y murió en el siglo IV antes de Cristo (366-323), y bajo ningún concepto puede considerarse un precursor del cristianismo.

La letra de la canción comienza con una cita de Plutarco, que pone en boca de Filipo de Macedonia, padre de Alejandro, cuando este cumplió 16 años: My son,  ask for thyself another Kingdom, for that which I leave is too small for thee: "Hijo mío, reclama para tí otro reino, porque este que te dejo es demasiado pequeño para ti".

He aquí un vídeo que subtitula la letra de la canción en castellano sobre imágenes de la fallida y espléndida película que Oliver Stone consagró a la figura de Alejandro en el año 2004.

Frente al fenómeno de mitificación de la figura de Alejandro de la citada película y de la susodicha canción como difusor del helenismo a la que hemos asistido en la modernidad, se alza contra la opinión de estos papanatas el criterio de Séneca, el filósofo cordobés, quien en una carta a su amigo Lucilio, la epístola núm. 94, arremete contra la figura histórica del macedonio, que propagó la guerra por el mundo entero.

De Alejandro Magno escribe: La locura de devastar las tierras ajenas incitaba al desdichado Alejandro y lo impulsaba hacia lo desconocido. ¿Piensas acaso que está cuerdo quien comienza por realizar sus matanzas precisamente en Grecia, donde ha sido educado? ¿Quien arrebata a cada uno lo que le es más querido: a Esparta le impone la servidumbre y a Atenas el silencio? No satisfecho con la ruina de tantas ciudades que Filipo había vencido o comprado, abate a otras en otros países y propaga la guerra por el mundo entero sin que, agotada, se detenga su crueldad en parte alguna, al modo de las fieras salvajes que muerden más de lo que su hambre reclama.

Ya tiene reunidos muchos reinos en uno solo, ya los griegos y los persas temen al mismo déspota, ya sufren el yugo hasta los pueblos que eran libres del poder de Darío; con todo, va más allá del océano y del Oriente y se indigna de que la victoria lo aparte de las huellas de Hércules y de Baco; se dispone a violentar a la misma naturaleza. No es que quiera andar, es que no puede detenerse, como las pesas arrojadas al precipicio que no se detienen hasta yacer en el fondo.

El juicio que emite sobre Alejandro es implacable: estaba loco. Su ira devastadora comienza por Grecia. Alude Séneca, aunque no lo menciona expresamente, a la destrucción de Tebas en el 355 ante porque la ciudad se había rebelado ante el falso rumor de la muerte del macedonio, y menciona el castigo que le infligió a Esparta, dominándola por el terror, y a Atenas, a la que ofreció condiciones más favorables de rendición privándola de su parresía o libertad de expresión. No pudo, sin embargo, emular a Hércules y a Baco que, según la leyenda, habían llegado hasta la India, porque cuando arribó con sus huestes al Indo, sus soldados, fatigados, le obligaron a volver sobre sus pasos y a abandonar su loca carrera hacia adelante.

Concluye Séneca su reflexión sobre este personaje, después de cargar también contra los romanos Pompeyo, Julio César y Mario: Éstos, mientras lo trastornaban todo, eran trastornados ellos mismos a la manera de los torbellinos, que hacen dar vueltas a los objetos que han arrebatado, pero son ellos mismos los que dan vueltas primero y su acometida es tanto más violenta por cuanto no pueden controlarse en absoluto; de ahí que, habiendo ocasionado el mal a muchos, también ellos experimentan aquella fuerza destructora con la que han dañado a tantos. No hay que pensar que uno puede ser feliz a costa de la infelicidad ajena.