Cuenta Horacio una vieja fábula griega en la décima del libro primero de sus Epístolas (versos 34-41), en la que contrapone la libertad del animal salvaje con la servidumbre del doméstico. La historia se incluye en el contexto de ensalzamiento de la vida rural frente a la urbana abordando el tópico literario del menosprecio de corte y alabanza de aldea. Narra cómo el caballo se sometió al hombre al aceptar su domesticación motivada por una disputa por el pasto con el ciervo:
Ceruus equum pugna melior communibus herbis / pellebat, donec minor in certamine longo / implorauit opes hominis frenumque recepit; / sed postquam uictor uiolens discessit ab hoste, / non equitem dorso, non frenum depulit ore. / sic qui pauperiem ueritus potiore metallis / libertate caret, dominum uehet improbus atque / seruiet aeternum, quia paruo nesciet uti.
Un venado, mejor en la lid, alejaba a caballo / siempre del pasto, hasta que este, menor en larga pelea, / fue a pedir la ayuda del hombre y sufrió su bocado; / mas después que libró de rival, venciendo fogoso, / no se quitó a su jinete de encima, ni brida del morro. / El que temiendo así la pobreza se priva, más cara / que oro, de su libertad, cargará, desgraciado, con su amo y / siempre esclavo será, porque no gozará de lo poco.
Podemos retrotraernos a Esopo que nos ofrece la misma fábula con un jabalí en lugar de un ciervo, introduciendo la figura humana de un cazador (Hsr. 238, Ch. 328), cuya historia dice así en traducción de P. Bádenas de la Peña: “Un jabalí y un caballo pacían en el mismo lugar. El jabalí constantemente estropeaba la yerba y removía el agua, el caballo quería vengarse de él y recurrió a la ayuda de un cazador. Pero éste le dijo que no le podía ayudar de otra manera sino aceptando el freno y consentir en ser montado; el caballo se sometió por completo. Entonces, el cazador se montó en él, acabó con el jabalí y luego se llevó al caballo y lo ató al pesebre. Así, muchos, por una cólera irracional, queriendo librarse de sus enemigos, se arrojan ellos mismos bajo el yugo de otros.”
Interesante la moraleja, por su carácter paradójico y político: muchos para librarse de un enemigo caen bajo el yugo de otro, como sucede en las democracias representativas modernas donde los electores no ven más salida para librarse de un mal gobierno que elegir otro que acabará haciendo bueno al precedente. Y también nos recuerda a su modo aquella paradoja de Lucrecio de los suicidas, a los que el miedo a la muerte los empuja precisamente a darse ellos la muerte que temían.
Otra fábula esópica, la del asno salvaje y el doméstico (Hsr. 194, Ch. 264), nos presenta el mismo tema del animal libre frente a la esclavitud del doméstico, en la misma traducción: Un asno salvaje, que vio a uno doméstico en un lugar bien soleado, se acercó para felicitarle por su cuerpo tan lustroso y por el pasto de que gozaba. Pero al verlo más tarde llevando la carga y seguido detrás por el arriero, que le pegaba con el palo dijo ‘pues ya no le considero tan afortunado, porque veo que tu abundancia la tienes a base de males enormes’ (Así, no son envidiables las ventajas que van acompañadas de peligros y desgracias).
Fedro recogerá este mismo argumento en su repertorio de fábulas latinas cambiando los protagonistas, que serán el perro y el lobo.
El caballo que se vengó del ciervo, C. Vernet (s.XIX)
Nuestro Samaniego se hará eco en castellano de la fábula del ciervo y el caballo, inspirándose seguramente en los versos de Horacio que citábamos al principio, y versificándola magistralmente en cuartetos de hendecasílabos con rima consonante:
Perseguía un Caballo vengativo / a un Ciervo que le hizo leve ofensa; / mas hallaba segura la defensa / en veloz carrera el fugitivo.
El vengador, perdida la esperanza / de alcanzarlo, y lograr así su intento, / al hombre le pidió su valimiento / para tomar del ofensor venganza.
Consiente el hombre, y el Caballo airado / sale con su jinete a la campaña; / corre con dirección, sigue con maña, / y queda al fin del ofensor vengado.
Muéstrase al bienhechor agradecido; / quiere marcharse libre de su peso; / mas desde entonces mismo quedó preso, / y eternamente al hombre sometido.
El Caballo que suelto y rozagante / en el frondoso bosque y prado ameno / su libertad gozaba tan de lleno, / padece sujeción desde ese instante.
Oprimido del yugo ara la tierra; / pasa tal vez la vida más amarga; / sufre la silla, freno, espuela, carga, / y aguanta los horrores de la guerra.
En fin perdió la libertad amable / por vengar una ofensa solamente. / Tales los frutos son que ciertamente / produce la venganza detestable.
Extraordinariamente narrada y versificada, la fábula de Samaniego se estropea con el epimitio o moraleja final a la que subordina la narración. Sobra, desde mi punto de vista, como sobra en la colección de fábulas atribuidas a Esopo la enseñanza moral o moralizante, mejor dicho, que se desprende de la fábula, en este caso cómo la venganza de una ofensa puede conllevar la pérdida de libertad, porque dicha pérdida no se debe sólo al deseo de vendetta del caballo sino, como se desprende del relato, a la domesticación humana.