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viernes, 12 de febrero de 2021

Citas a ciegas en la casa de citas

Con Tomás Ibáñez (1944-), que publica un artículo muy interesante en la revista Libre Pensamiento, núm. 85, titulado “La razón científica como dispositivo de dominación”, que nos hace reflexionar sobre la razón científica que nos enseña a dudar de todo y a cuestionarlo todo salvo la propia razón científica, que pasa así a convertirse en un objeto de fe como lo era Dios en la vieja religión, y en un instrumento de dominación, desembocando en una nueva religión y, por lo tanto, según el clásico adagio de Marx, en el opio del pueblo. La Ciencia -hay que escribir esta palabra con mayúscula inicial- es la nueva fe en la que cree la mayoría religiosamente, ciegamente. La Ciencia ha servido para fortalecer la fe. Quien se atreva a poner en duda y tela de juicio los dogmas de la Ciencia es considerado un hereje... y excomulgado de la comunidad científica, porque la Ciencia es la nueva religión monoteísta, otra reencarnación del viejo Dios: “(La ciencia) nunca da nada por definitivo, dirigiendo permanentemente su enorme capacidad crítica hacia sus propios resultados, examinándolos una y otra vez hasta detectar la parte de error que contienen y procurar corregirla. Sin embargo, hay una cosa que la ciencia se resiste a hacer y un riesgo que se niega a correr. La razón científica es reacia a orientar su potencial crítico hacia ella misma y hacia sus principios más fundamentales. Nos dice que hay que dudar de todo, que hay que cuestionarlo todo... salvo la propia razón científica.”


Con Thomas Szasz (1920-2012), autor de un libro cuyo título lo dice todo “El mito de la enfermedad mental”, que escribe en “El segundo pecado”: Hoy en día, particularmente en los Estados Unidos, todas las dificultades y problemas de la vida se consideran problemas psiquiátricos, y casi todo el mundo se considera hasta cierto punto mentalmente enfermo. De hecho, no es una exageración decir que la vida misma se ve ahora como una enfermedad que comienza con la concepción y acaba con la muerte, que precisa, en cada momento del camino, la asistencia experta de médicos y especialmente de profesionales de la salud mental.
 

Con Jorge Luis Borges (1899-1986): Democracia: es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística. La democracia, literalmente gobierno del pueblo, es una ilusión y una superchería, una falsa creencia como todas las creencias,  porque no se hace lo que quiere el pueblo, que no quiere que lo gobierne nadie, sino lo que desea una mayoría relativa y engañada por los demagogos, y la mayoría no es la totalidad. Ese es el gran engaño estadístico hacer pasar a una mayoría aborregada por la totalidad, eliminando los elementos críticos discrepantes, que tienen que someterse a los designios de las urnas por fuerza mayor.
 
Con Umberto Eco (1932-2016), que escribe en su libro Construir al enemigo la siguiente reflexión: ¿Quién es el imbécil que va por la calle con el iPod en las orejas o que no aguanta estarse una hora en el tren leyéndose el periódico o mirando el paisaje, sino que debe inmediatamente activar el móvil para decir en la primera parte del trayecto: “He salido” y en la segunda parte: “Estoy llegando”? Son ya personas que no pueden vivir sin ruido. Y es por lo que los restaurantes, ya ruidosos de por sí por la afluencia de los clientes, ofrecen ruido añadido mediante dos televisores encendidos, a veces, y la música; y si les pedís que lo apaguen, os miran como si estuviéseis locos. Esta intensa necesidad de ruido cumple la función de droga e impide centrarse en lo que sería verdaderamente fundamental. Redi in interiorem hominem (vuélvete hacia el hombre interior): sí, finalmente un buen ejemplo para el mundo de la política de mañana y de la televisión sería todavía san Agustín.

Fieles hasta la muerte, Cristianos y Leones.  Herbert Gustave Schmalz (1856-1935)

Con M. I. Finley (1912-1986), el helenista norteamericano, que  nos recuerda en su libro Aspectos de la Antigüedad, Editorial Ariel, (1975), en traducción del inglés de Antonio-Pérez Ramos, (pág. 195): que si bien al emperador Diocleciano se le recuerda por la “gran” persecución de los cristianos que se llevó a cabo bajo su reinado, desde un punto de vista histórico dicha persecución no fue tan importante ni tan sangrienta a juzgar por el número tan pequeño de víctimas que hubo. Escribe: Al revés, lo que Diocleciano no hizo lo hicieron sus sucesores cristianos: en seguida acabaron con el paganismo mediante métodos no menos intolerantes y crueles. (What Diocletian failed to do, his Christian successors accomplished in reverse. They soon wiped paganism out, by methods no less intolerant and brutal, en versión original).