viernes, 19 de noviembre de 2021

Sacrificios humanos: la razón de la sinrazón del sacrificio (I)

    Aunque se quiere relativizar la importancia de los sacrificios humanos desde la óptica moderna y relegarlos a una pre-historia bárbara y salvaje, a un pasado más o menos remoto, legendario e inmemorial que se pierde en la noche brumosa de los tiempos, conviene replantearse la cuestión: ¿Hubo alguna vez sacrificios humanos? Y otra pregunta algo más inquietante: ¿Los hay?

    Podemos distinguir dos modalidades de ritos sacrificiales. La primera, los rituales de carácter cruento, donde se sacrifica a una víctima cuya sangre es ofrecida a la divinidad o a las instancias superiores, entiéndase, los ideales abstractos que ocupan su lugar, por ejemplo los millones de pavos que se sacrifican en los Estados Unidos el Thanksgiving Day con motivo del Día de Acción de Gracias, por referirnos al mundo actual. La segunda clase serían los sacrificios incruentos, que son una sublimación de los primeros y que aunque no conlleven derramamiento de sangre pueden ser tanto o más crueles que los cruentos.

 

 Suovetaurilia, sacrificio de un cerdo, un cordero y un toro. 

    Los sacrificios cruentos, en época histórica grecorromana, tenían como víctimas a los animales y entre estos los más codiciados fueron cabras, cerdos, ovejas, caballos y toros. Las vísceras se quemaban y ofrecían a los dioses y la carne se consumía entre los asistentes, salvo en el caso del holocausto en que se quemaba la víctima entera y se ofrendaba toda a las divinidades, o a cualquier otro ideal, como el de la Pureza de la Raza Aria en el caso nazi que se ha hecho proverbial entre nosotros a la hora de emplear este término.

    Si bien es cierto que al final de la república romana los cultos y ritos tradicionales entraron en franca decadencia porque la sociedad se había vuelto más escéptica, quizá por influencia de ideas griegas, como las del filósofo Epicuro, que no negaba la existencia de los dioses pero decía que no se ocupaban de los asuntos humanos, de lo que se deducía que los hombres tampoco debían ocuparse de los divinos, no por ello dejaron de realizarse sacrificios y de consumirse la carne de los animales inmolados. Simplemente se hacían con ocasión de otras 'divinidades', ideales abstractos o celebraciones. Para que haya un sacrificio es necesario que haya un destinatario sobrenatural. Si no hay tal destinatario, no hay sacrificio. Ese destinatario eran los dioses de antaño, y son los ideales abstractos de hoy, la reencarnación de los antiguos dioses. 

 

 

Sacrificio de Isaac, Tiziano Vecellio c. (1543) 

     La 'communis doctrina' considera que el sacrificio humano cruento no está históricamente atestiguado en la Grecia y Roma antiguas, pero sí aparece como motivo en los mitos, que son propiamente preliterarios y prehistóricos, y en la literatura que se hace eco de ellos, y que de alguna manera viene a sugerirnos que esa prehistoria sigue aún viva en nuestra historia, y que los sacrificios humanos, aunque no sean cruentos, no dejan de ser crueles y estar a la orden del día. Veamos dos ejemplos.

    El sacrificio humano cruento en el mundo griego aparece, por ejemplo, mencionado ya en la Ilíada de Homero, cuando Aquiles decide separar a un grupo de doce prisioneros troyanos para sacrificarlos como ofrenda fúnebre en la tumba de su amadísimo Patroclo, a los que degüella personalmente.

    El espíritu del sacrificio lo encontramos también en la inmolación de Ifigenia, a la que su propio padre, el rey Agamenón sacrificó para que la flota griega pudiera hacerse a la mar y partir hacia la guerra de Troya, cuando se hallaba varada porque el rey había ofendido a Ártemis dando caza a una cierva a ella consagrada, y la diosa había castigado la partida de la armada griega haciendo que no soplara ningún viento favorable. La diosa finalmente se apiadará de su víctima y la sustituirá por una cierva, lo que sugiere que el sacrificio animal es un sustituto del humano.

  

Sacrifico de Ifigenia, Domenichino (1609)

     El espíritu del sacrificio humano es inherente también al judeocristianismo: recuérdese el sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham por mandato divino, detenido en último extremo no por desacato del padre a la voluntad de Dios sino por la divina intervención de un ángel del Señor, dándole a entender que bastaba con la intención, y que no era preciso llegar al acto. En uno u otro caso, lo que define al sacrificio es que se hace en aras de un ideal abstracto, llámese Dios o, más llanamente, la Causa, cualquier otra abstracción. 

       Habría que distinguir entre el sacrificio forzoso y la ofrenda voluntaria, pero a menudo es difícil establecer la diferencia. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, los yihadistas islámicos que se autoinmolan lo hacen voluntariamente o por coacción ya sea física o psicológica? Es difícil trazar el límite fronterizo entre lo uno y lo otro, máxime desde la cultura occidental cristiana que tiene una actitud contradictoria ante el sacrificio que parece por un lado rechazarse pero por otro es glorificado en la figura de Jesucristo, por ejemplo, que murió, es decir, se sacrificó para salvarnos a todos nosotros, pecadores.

    El sacrificio de niños, incluso de recién nacidos, fue bastante practicado dentro de la cultura púnico-fenicia mediterránea. Es el caso de los tofets, en los que restos de niños se han interpretado como el contenido de urnas funerarias, lo que hace que algunos crean que los sacrificios de niños en Cartago, la actual Tunicia, solo son un mito realzado por el talento literario de Flaubert en su novela Salambó. Sin embargo, la mención de votos en las inscripciones indica que había un culto, y la presencia de restos infantiles y de animales, echa por tierra la interpretación fúnebre, y parece dar a entender que, en efecto, se realizaron sacrificios de niños a Moloch. 

Sacrifico a Moloch, ilustración de Charles Foster (1897)

    A las dos preguntas que nos hacíamos al principio de esta entrada deberíamos contestar que los sacrificios humanos han existido siempre, y no sólo pre-históricamente, sino precisamente en época histórica, aquí y ahora mismo, hoy mismo, sin ir más lejos, que es siempre, todavía, como cantó el poeta, más que nunca. Se nos exige constantemente, desde nuestra más tierna infancia, el sacrificio del presente en aras del día de mañana. Y ese sacrificio, aunque no conlleve derramamiento de sangre, no deja de ser una crueldad exigida por Moloch, en cuyas aras inmolamos nuestra vida, la matamos, convirtiéndola en existencia, es decir, en su futuro.

jueves, 18 de noviembre de 2021

"Por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar"

    El presidente la taifa de Cantabria ha eructado que hay que vacunar a todo el mundo "por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar". Nótese el efecto especial del paralelismo retórico que emplea y que equipara las buenas maneras al civismo, y las malas al militarismo del estado policial. Muy significativo.

    ¿Cuál es su 'razonamiento'? Argumenta, si se puede llamar argumentación a esto, que “no hay derecho a que unos señores pongan en peligro al resto porque no se quieran vacunar”. Según él no tiene que quedar nadie vivo sin vacunar porque es un peligro público para los inmunizados aunque no desde un punto de vista sanitario, sino desde el político, porque el no vacunado es un ciudadano irresponsable y que no obedece a “lo que está mandado” o, como se decía en otro tiempo, “a lo que Dios manda”.

    No se entiende desde la lógica común y corriente cómo alguien que no está vacunado puede poner en peligro al que está vacunado y, se supone, aunque es mucho suponer, que inmunizado. En todo caso se pondría en peligro a sí mismo. Y no es el caso. Pero lo que no se le puede consentir, desde luego, es que goce de buena salud y no padezca los efectos secundarios de los que se han pinchado con convencimiento o sin él, porque es un ejemplo de mal ciudadano insolidario. Es como si yo voy caminando sin paraguas por la calle bajo la lluvia y alguien, protegido con su chubasquero y su paraguas, me acusa a mí de ser el responsable de la lluvia que está cayendo y que hará que muchas personas se empapen, cojan una pulmonía, colapsen las UCI,s de los hospitales y, acto seguido, se mueran, o, en el colmo del absurdo, me quiera responsabilizar de estar mojándose él por mi maldita e irresponsable culpa. 


     Si la vacuna funciona, el que la ha recibido no tendría nada que temer. Y si no funciona, ¿por qué ese afán totalitario de “vacunar a todo el mundo”? A su juicio, que no es mucho, si la vacuna fuese obligatoria este repunte que se ha producido a nivel nacional e internacional de aumento de los casos de virus coronado se hubiera “ahorrado”. 

    Al parecer la incidencia en la piel de toro que es España ha aumentado diez puntos hasta sumar 82 casos por cada 100.000 habitantes, lo que es una barbaridad que escandaliza al gerifalte cántabro porque, según el criterio aleatorio de las autoridades sanitarias si se producen más de 50 casos pasamos del riesgo “bajo”, al “medio”, que es hasta 150 personas por cada 100.000, aunque no todavía “alto” ni “extremo”? ¿Se trata de casos de enfermos ingresados en UCI,s o de fallecidos? No, ni siquiera se trata de pacientes, sino de resultados positivos, la mayoría asintomáticos, a la prueba de Reacción en Cadena a la Polimerasa o PCR, todo un chiste, una prueba que no es diagnóstica ni específica, y que su inventor, el premio Nobel Kary Mullis dijo que no servía para detectar una infección vírica. Desde la declaración de la pandemia, ese baremo de riesgo o semáforo, como lo llaman a veces, (bajo, medio, alto, extremo) ha sido uno de los marcadores que determinaba las decisiones políticas. 

 

 
     Y claro está que lo que le molesta al personaje mediático que es el Jefe Supremo de la taifa cántabra, es que el discurso negacionista “ha calado”, dice él, en la sociedad, por lo que mucha gente rechaza la vacuna. Y añade con tono intolerante: "No lo podemos tolerar, porque si no, no acabamos con la pandemia". Con la pandemia, señor presidente, entérese ya, hemos acabado hace muchísimo tiempo. Ahora bien, con las decisiones políticas autoritarias que toman nuestros gobernantes fundamentándose en ella, con esas todavía no, desgraciadamente.

    Pero lo más interesante políticamente de sus declaraciones no son esos exabruptos sino la consideración que hace de la necesidad de que “se creen instrumentos jurídicos para que sea obligatorio vacunarse”, ya que no lo es, y que los tribunales garanticen que “eso es posible”, porque ahora no lo es dado que la vacunación no es obligatoria. Según dicho gerifalte,  “para eso está el poder legislativo del país”. Analicemos esta afirmación, que es lo más relevante desde el punto de vista de lo político. El poder legislativo de un país está para adecuar las leyes a los designios del poder ejecutivo, de forma que el poder judicial no pueda poner obstáculos a los caprichos de los gobernantes. Toda una maquiavélica lección de alta política: el poder legislativo debe subordinarse al poder ejecutivo, porque “para eso está”, para que yo pueda ordenar y mandar sin que los jueces me pongan trabas legales lo que me dé la gana, y decretar como el canciller austriaco, por ejemplo, que si usted no se vacuna no sale de su casa, se queda allí confinado hasta que ceda y se someta, por las buenas o por las malas, convencido o sin convencer.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Leyendo a Lucano con Unamuno

    Ya en el primer verso de su epopeya histórica que lleva por título Farsalia nos anuncia Lucano que va a cantar guerras más que civiles —“bella… plus quam ciuilia”. Con esta afortunada expresión se refiere el cordobés a la guerra civil entre César y Pompeyo que acabó con la república romana, que efectivamente fue una guerra fratricida entre compatriotas, pero en la que se vieron involucrados muchos otros ejércitos extranjeros, sin ir más lejos varios monarcas orientales en la batalla de las llanuras de Farsalia. Pero, al mismo tiempo, es una expresión afortunada porque sugiere que todas las guerras son de algún modo civiles aunque las hagan militares o ciudadanos en armas de naciones enfrentadas.

    No hay que olvidar que los muros de la futura Roma se regaron con la sangre de dos hermanos. Sus fundadores Rómulo y Remo, que habían sido amamantados por una loba, se enfrentaron y Rómulo dio muerte a Remo, constituyendo la monarquía y estableciéndose como primer rey de Roma. Roma misma, pues, nace de una guerra civil o, si se quiere, precivil porque todavía no existía la ciudad, entre dos hermanos. Otro fratricidio hay en la Biblia judeocristiana en el origen de la humanidad: el asesinato de Abel a manos de Caín.

César cruza el Rubicón, Adolphe Yvon (1875)

     Lucano, el cordobés, canta al vencido, a Pompeyo, y execra, pero admira, al vencedor, a César, al instaurador del cesarismo, que no es ni más ni menos que el fajismo, como dice a propósito Unamuno, que intentó sin mucho éxito introducir el término en castellano para adaptar el italiano “fascismo”. Unamuno empleó, quizá lo acuñó él mismo, el término fajismo, derivado de 'fajo' con el sentido de haz, gavilla o manojo. Y es que “fascismo” deriva del italiano “fascio” que es una continuación del latín 'fascis', que conservamos en el diminutivo fascículo -'haz de fibras musculares, en anatomía'-, convertido en un tema en -o: *fascium, que sería el origen de nuestro 'fajo', por ejemplo en la expresión 'fajo de billetes' pero también era el nombre de las haces de varas que llevaban los lictores de las que salía el filo de una segur o hacha, que entre nosotros se ha convertido en símbolo de la Guardia Civil.

    “La causa vencedora —nos dirá Lucano en un verso inmortal— plugo a los dioses, pero la vencida a Catón.” En otro pasaje Lucano nos presenta a Catón, al que ha parangonado con los dioses, como un santo estoico: nec sancto caruisset uita Catone: “Y la vida no se habría quedado sin el santo Catón”. La frase tiene su miga paradójica: con la muerte de Catón, que se suicidó haciendo suyo aquello que alguien dirá después que él de “vale más morir de pie que vivir de rodillas”, es la vida la que ha perdido a Catón y no Catón el que ha perdido la vida. Catón, el sabio, no sufre ninguna pérdida perdiendo la vida, porque esa pérdida no le afecta. Son los contemporáneos de Catón quienes pierden al mejor ejemplar del género humano.

 

    Ve Unamuno a Catón, por su parte, como una suerte de Don Quijote romano y pagano, que supo desafiar al Hado. Catón es el auténtico héroe de la Farsalia, Catón de Útica, 'que se suicidó por no rendirse al cesarismo, al estatismo'. Hay un verso (VII, 350) que dice: Causa iubet melior superos sperare secundos: El servir a la causa mejor nos exige esperar que los dioses del cielo nos sean favorables. Vana esperanza. La batalla de Farsalia echará por tierra la llamada 'mística de la victoria' que aseguraba que eran los mejores los que vencían y gozaban del favor de los dioses. En Farsalia sucederá lo contrario, ganarán los que defendían la peor causa, el cesarismo, el fajismo, y por ser los vencedores, no los mejores, gozarán del favor de los dioses inmortales, o lo que es lo mismo, de la Historia Universal.

    ¿Y César? -Se pregunta Unamuno-. ¿O sea el Estado, el Estado todopoderoso y absorbente? César necesita enemigos para ejercer su actividad guerrera, le daña el que le falten enemigos —“sic hostes mihi desse nocet” (III, 364)—, y así, cuando no los encuentra los inventa, u hostiga a los resignados a que se le rebelen. Duro trance cuando se nos rinde a primeras aquel contra quien vamos. Hay que provocarle a que nos provoque. Y acudir luego a una ley de supuesta defensa. 

Lictor y fasces con segur

    Unos versos de Unamuno de un poema titulado 'Fascismo' dicen: No un manojo, una manada / es el fajo del fajismo; / detrás del saludo nada, / detrás de la nada abismo. Se quejaba por cierto Unamuno de que había fajistas que empezaban 'a tomar como emblema, no el fajo, no el haz de varas de los lictores, sino la cruz del Cristo', en lo que luego sería en la España de Franco el nacional-catolicismo. El nacional-catolicismo  es un oximoro más grande que una casa, porque el catolicismo es por definición universal, que es lo que quiere decir καθολικός katholikós en griego, y malamente puede ser nacional y patriótico cuando aspira a lo universal, de ahí que para el cristianismo sólo haya una patria verdadera, Jerusalén, que no es la real, sino la celestial.

martes, 16 de noviembre de 2021

¿Pandemia? ¿Qué pandemia?

    ¿Por qué me pongo yo a hacer un ejercicio de “deconstrucción” a la francesa siguiendo los manes deconstructivistas de Jacques Derrida, y no, más llanamente, un ejercicio de “destrucción” de la pandemia? Muy sencillo, porque trato de destruir algo que está previamente prefabricado y muy bien construido desde que la Organización Mundial de la Salud eructó el 11 de marzo de 2020 por boca de su Director General: Nunca antes habíamos visto una pandemia generada por un coronavirus. Esta es la primera pandemia causada por un coronavirus. Al mismo tiempo, nunca antes habíamos visto una pandemia que pudiera ser controlada. Lo curioso es que en aquella misma alocución se advertía contra el mal uso o uso indebido del término que allí mismo se estaba empleando: Pandemia» no es una palabra que deba utilizarse a la ligera o de forma imprudente. Es una palabra que, usada de forma inadecuada, puede provocar un miedo irracional o dar pie a la idea injustificada de que la lucha ha terminado, y causar como resultado sufrimientos y muertes innecesarias.


    Trato aquí sencillamente de desmontar el cuento chino de la pandemia analíticamente, o sea, analizándola, desatando el nudo gordiano al modo de Alejandro Magno de un tajo con la espada dialéctica: tanto monta, monta tanto cortar como desatar.  Si consulto su base de datos el día en que escribo, cualquiera puede hacerlo con un artilugio tecnológico a mano, estas son las cifras oficiales que nos brindan: los muertos hasta la fecha de la pandemia son en el mundo 5.100.000 es decir, aproximadamente un 0,04% del total de la población mundial actual, lo que es irrisorio teniendo en cuenta que esas muertes no se han producido en un día ni en dos ni en tres, sino a lo largo de un año y ocho meses. Más irrisorio aún es cuando se conoce la media de edad de las víctimas: 84 años. Es decir, personas que en su mayoría han sobrepasado con creces su esperanza de vida, que en España ronda en torno a los 82 años, un poco más alta en las mujeres, un poco más baja en los varones.

    Nos hallamos, por lo tanto, ante un constructo o quimera semántica pura y simple: “Hay un virus devastadoramente letal que amenaza a todo el planeta matando al 0,04% de su población, esencialmente a personas que ya han sobrepasado su esperanza de vida”. Esta afirmación no tiene ningún sentido, se cae por su propio peso, es una falacia. Pero la cosa no se queda en lo que es la mayor y más grave manipulación política de masas perpetrada en nuestra historia, sino que se suma y continúa.

    Resulta que también, con datos oficiales que están comenzando a aparecer poco a poco, se puede deconstruir el dato de los cinco millones de muertos que acabamos de dar, porque sólo una mínima parte de ellos han muerto a causa de la pandemia del coronavirus nunca antes vista. La mayoría de esos cinco millones han muerto de otra cosa: cáncer, leucemia, insuficiencia cardíaca, diabetes, etc. Los CDC norteamericanos, que son los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades, reconocen que de todas las muertes que oficialmente han sido catalogadas y certificadas como 'covid-19' sólo el 6% estaban sin comorbilidades o patologías previas graves, es decir que el 94% de los muertos covid han muerto de otra cosa.

    Si comparamos esta enfermedad con la difteria, la tuberculosis, la poliomielitis o el sarampión, enfermedades letales de por sí, la del virus coronado “19” en realidad es una risa y no mata a casi nadie, como mucho les da el tiro de gracia (ese que se da a una persona o animal herido de gravedad cuando está sufriendo para que muera rápidamente y deje así de padecer) a personas que había sobrepasado ya su esperanza de vida. 


     Si la premisa es falsa, todo el discurso es falso, por supuesto, pero no debemos quedarnos ahí, en la mera denuncia, sino que debemos interrogarnos por su intencionalidad y utilidad: cui bono prosit? ¿Qué pretendía la OMS engañándonos, haciendo “sonar la alarma de forma alta y clara”, como regoldó su Director General? Llevarnos sin duda a la iatrocracia universal del doctor Knock, es decir, al gobierno de las autoridades sanitarias auxiliadas por los expertos y la casta médica a su servicio, y llevarnos también, por aquello de que estábamos ante un gran mal, y a grandes males hay que aplicar grandes remedios, a la vacunación universal antitanática, o sea, contra la muerte misma: Vacúnate, vienen a decirnos, y evitarás la enfermedad en su forma grave -sólo te sobrevendrá, si acaso, en una forma muy liviana y casi imperceptible- y, lo que es más importante, evitarás la muerte, esa que te espera y te tienen prometida desde que naciste, logrando la inmortalidad. Los Estados han gastado ingentes sumas de dinero en vacunas que son innecesarias en el mejor de los casos, por no decir que inútiles y hasta contraproducentes en la peor de las casuísticas, como dicen los pedantes. ¿Quién se beneficia económicamente, ya que sanitariamente no parece beneficiarse nadie, de todo esto? ¿La población que las ha pagado con sus impuestos de los llamados fondos públicos diciendo amén a las directrices de sus gobiernos?

    No porque digamos que no hay pandemia estamos diciendo que la pandemia no exista. Existe y ¡cómo existe! Algunos hablan ya de pandemia persistente, y ya va casi para dos años... Sobre cómo acabar con ella de una vez por todas sin morir en el intento, ya escribimos una entrada aquí mismo hace tiempo.  Está claro que la receta que dábamos allí no se ha seguido, lo que se debe sin duda a la poca proyección que tiene este arcón donde cabe todo, ya que me consta que sólo ha tenido dos visitas contadas, y eso no significa tampoco que hayan sido dos lecturas y que, de haberlo leído, hayan hecho uso de la aplicación práctica que allí se proponía. Pero no por ello deja de ser una buena receta y de estar vigente y disponible para quien quiera así desengañarse. No caduca.

    No porque sean muchos los equivocados van a tener muchísima razón.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Algunos ríos

    El río, que es metáfora del tiempo, fluye, corriente que huye de mis ojos y mis manos, y al mismo tiempo permanece y deja algo: si el agua pasa, queda el cauce y queda el nombre. Lo escribe Séneca en una carta donde cita y comenta al tenebroso Heraclito: “Al mismo río dos veces bajas y no bajas”. No hay dos veces: ni tú ni el río ni sus aguas sois los mismos, cambiáis, dejáis de ser para poder seguir siendo los mismos, los idénticos Proteos, versátiles metamorfosis inmutables, reencarnaciones en un ciclo interminable: se vive sólo una vez, ahora o nunca, se baja sólo una vez, que no es ninguna, que ni siquiera es una en un sentido propio, a la vida, el turbio y claro arroyo que te arrolla ahora mismo. ¿Qué hora es? La misma hora, a todas horas, la misma en punto, exactamente siempre es la misma hora, ahora mismo, inmensa que se divide y subdivide y multiplica en muchas otras horas, días, noches, años... En esta incierta hora en la que escribo yo ahora, caben las inciertas horas todas de mi vida, las pasadas y las porvenir, proyectando una vasta sombra milenaria que nunca acaba de pasar ni de contarse... 
 
 
    Por eso mismo ahora estoy aquí, en Toledo, de paso, en donde el Tajo fluye, peregrino, con sus estrofas permanentes de agua clara, cruzando el puente de Alcántara, suspirando manso buscando sin querer el mar que no conoce, el mar al fin de su trascurso, su destino, el mar, que es el morir, la muerte rediviva; el mar, la muerte, el mar recomenzado siempre. La mer, la mer toujours récommencée: la mar.
 
  
    Y el Ebro fluye grande y bello, pescadero, (Catón el Viejo lo dejó en latín escrito), a orillas de esta Zaragoza del olvido en donde yo, si no era algún antepasado mío, soldado raso, sin graduación alguna, marcando el paso desfilaba torpemente, contando el tiempo que faltaba interminable; contándolo y creándolo en el mismo acto de computarlo y dividirlo en mil fragmentos, ciudad que, como el río, pasa y no se mueve quedándose pasmada en su reflejo de agua igual que en la fotografía, ahora mismo.
 
 
 
    También el Júcar fluye, aquí y ahora, en Cuenca, la ciudad encantadora de mi desencanto, flanqueado por los chopos de oro en sus riberas en medio de esta luz radiante, que llueve intensa con mansedumbre, y me abre el alma al horizonte convaleciente del amor y de su olvido. 
 

    También estoy ahora mismo en Roma, aquí, en la Ciudad Eterna, entre tantas ruinas y sombras y ecos milenarios de un ayer que se vislumbra eterno ahora todavía en este instante, donde caben los recuerdos y las visiones de un futuro inexistente, a orillas de este viejo padre nuestro Tíber que baja raudo y turbulento, como si quisiera ya precipitarse al mar Tirreno, llevándose los siglos y milenios y años de historia furibunda universal consigo: el Tíber pasa, deja atrás las milenarias y silenciosas piedras, lápidas funerarias. 
 
 
    También el Sena, que cantaba Apollinaire, también el Sena, bajo el puente Mirabeau, discurre ahora mismo, lánguido, en París dejando estelas largas de melancolía, arrastrando días que no volverán y amores, nuestros amores... Y también me arrastra a mí, que lo contemplo desde el puente, con su flujo, llevándose mi reflejo en su corriente de agua fugitiva, especular, evanescente acaso, la imagen propia, que es la sombra que proyecto y se difumina en la pantalla de la noche. 
 
    Los nombres propios de estos ríos Tajo y Ebro, Júcar, Tíber y Sena, son conjuros contra el olvido donde se embosca, agazapado, el viejo monstruo de tres cabezas, cancerbero del infierno, el tiempo, que es metáfora de todos ellos.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Mensajería vírica breve



El virus, el enemigo perfecto, endógeno y exógeno, interno y externo, invisible y proteico como Proteo, el Viejo del Mar, que muta constantemente y se replica. 
 
El objetivo 'virus cero' es la nueva tierra prometida del futuro inalcanzable por definición de la pureza de la raza, libre al fin de enfermedades y de muerte. 
 
Un estudio científico asegura que monedas y billetes que circulan de mano en mano son fómites de bacterias y virus: el dinero mata todo, el electrónico también. 
 
Resucitaron un viejo término latino “fómite”, nombre de la yesca que arde, para meternos el virus del miedo en el cuerpo y en el alma, o sea, en las entrañas. 
 
Las autoridades sanitarias, que nos han expropiado la salud diagnosticándonos como enfermos imaginarios en potencia aristotélica, pretenden ahora inocularnos. 
 
La batida feroz contra el enemigo invisible que es el virus autoriza la persecución de los individuos en tanto que organismos portadores del germen susodicho. 
 
 Prometen, si obedecemos, el retorno al paraíso perdido, el fin del calvario y la vuelta al mundo de antes, una tierra purificada de la maldición de la pandemia. 
 
 ¿Hay que ser psiquiatra para diagnosticar a la sociedad un delirio colectivo que la lleva por la Calle de la Amargura sin número en forma de psicosis paranoica? 
 
Diseñaron un enemigo exterior e interior a la vez, un virus que amenazaba la vida, del que éramos vectores, y estalló entre nosotros una guerra pluscuancivil. 
 
Hay que erradicar el virus del mundo reduciendo a cero absoluto su incidencia. El problema radica en que el virus soy yo, yo soy el virus que hay que erradicar. 
 
Resulta que la doble inyección, objeto fetiche y talismán mágico, que iba a inmunizarnos de por vida caduca ahora a los seis meses: obsolescencia programada.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Un patriota es un idiota

Patria, antes de convertirse en el sustantivo que es, era un adjetivo que hacía referencia a otro nombre que era padre, por lo que patrio quería decir relativo al padre, paterno. La forma femenina del adjetivo se aplicó ya en latín a varios sustantivos, por ejemplo a potestas: la patria potestas o potestad paterna era el poder que tenía el padre en principio y no la madre sobre los vástagos no emancipados. El paterfamiliās ejercía sobre sus hijos e hijas un derecho absoluto (iūs uītae necisque, derecho de vida y muerte), exclusivo de los ciudadanos romanos.

También se aplicó al sustantivo terra: patria terra: la tierra del padre, la tierra paterna. En este caso, el sustantivo acabó omitiéndose y cuando se decía patria se sobrentendía terra sin necesidad de mencionarla. En ese momento la forma femenina del adjetivo se sustantivó y pasó a significar “país natal, suelo natal, lugar de origen, nación”. Así por ejemplo Cicerón le reprocha a Catilina: Nunc te patria, quae communis est parens omnium nostrum, odit ac metuit: ahora a ti la patria, que es la madre común de todos nosotros, te odia y te teme.


Desde el siglo XV disponemos en castellano de la palabra patria. Tenemos también los compuestos expatriar, repatriar, patriota y compatriota (a través del griego patriṓtēs), patriotismo, patriotero, apátrida.

En francés se dice patrie, como en el célebre himno beligerante que es La Marsellesa: allons, enfants de la patrie En italiano es patria, como en castellano. En inglés, sin embargo, se dice homeland y fatherland, como en alemán Vaterland (tierra del padre), pero existen también patriot, patriotic, patriotism de clara raigambre latina.

En cuanto a las definiciones de patria el diccionario de la RAE da dos:
1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.
Y recoge la expresión patria chica, que define como “lugar, pueblo, ciudad o región en que se ha nacido”, y la expresión patria celestial, que define como “cielo o gloria”.

En latín tenemos algunas buenas definiciones de patria:
-Patria mea tōtus hic mundus est: Mi patria es todo este mundo. Lo dijo Séneca.
-Ubi libertas ibi patria: Donde esté mi libertad, allí está mi patria.  Divisa de Benjamin Franklin.
-Ubi bene, ibi patria:  Donde se está bien, allí está la patria. Proverbio citado por Cicerón, que recuerda el verso de Pacuvio: Patria est ubicumque est bene: La patria está donde quiera que uno está bien.
-Nūlla terra exsilium est sed altera patria: Ninguna tierra es un lugar de destierro sino otra patria.  Atribuida a Séneca, por su carácter estoico y cosmopolita.


Y tenemos también algún verso de Horacio bastante despreciable, por cierto, y tristemente célebre, el hendecasílabo alcaico: dulce et decōrum est prō patriā morī. Es por la patria dulce y cabal morir. Lo escribió Horacio que no murió precisamente en combate defendiendo la república, sino que abandonó no muy decorsoamente su escudo, relicta non bene parmula, como Arquíloco, porque prefirió salvar el pellejo a convertirse en un héroe de epopeya.

Pasando a nuestras lenguas modernas, tenemos:
-Mi única patria, la mar. Verso de Espronceda, de  La canción del pirata.
-A minha pátria é a língua portuguesa: Mi patria es la lengua portuguesa.  Lo dijo Pessoa, en el Libro del Desasosiego, escrito con el heterónimo de Bernardo Soares.

 

-Ma patrie, c’est la langue française: Mi patria es la lengua francesa. Lo dijo Albert Camus al recoger el premio Nobel de Literatura en 1957.
-Die wahre Heimat ist eigentlich die Sprache: La verdadera patria es realmente la lengua. Lo dijo Wilhelm von Humboldt.

Contra la Patria y contra todas las patrias se levanta el grito popular de la gente de a pie, de los de abajo: “Un patriota es un idiota, mil patriotas mil idiotas”. No se trata con esa consigna de lanzar un insulto al patriotismo, sino de definirlo como lo que es: una forma de autismo, solipsismo, chovinismo, jingoísmo y egoísmo, y, en definitiva, de idiotismo.

Mucho más que una rima graciosa y fácil de recordar y corear en manifestaciones callejeras, tiene un sentido muy profundo que hay que buscar en la etimología griega de ambas palabras: Patrioótees idioótees: un patriota es un individuo particular, alguien que tiene una naturaleza muy propia, muy suya, una idiosincrasia, una idiocia privada, alguien, como diría Ferlosio, que se pee en botija vacía para que retumbe y al que no le huelen mal sus propias ventosidades, pero sí los pedos ajenos, que llegan incluso a ofender a su fino olfato, pero no comprende que los suyos huelen tan mal y hieden tanto como los de los demás. (Nótese el recurso estilístico del eufemismo “ventosidad” aplicado a lo propio, frente a “pedo” a lo ajeno). 


El sufijo -ot- que comparten idiota y patriota se utilizó en griego para gentilicios de algunos lugares como, por ejemplo para los nacidos en la isla mediterránea de Chipre: Chipriota 

El patriota tiene un idioóma, que es una particularidad (linguïstica) que lo aleja de lo común, de la lengua y la razón comunes, del logos, que decían los griegos, que está por debajo o por encima, como quiera verse la cosa, de todos las lenguas y dialectos de Babel. Y es que como dijo Heraclito: “Pensar es común a todos, pero cada hombre cree tener un pensamiento propio, unas ideas propias, un saber propio”. El logos es común a todos, como el sentido o la razón comunes, pero la lengua, el idioma y el idiolecto, es particular a cada uno, como las opiniones personales que se expresan por doquier.

El nacionalismo sirve para exacerbar el patriotismo en torno a lengua, bandera y demás monsergas y tradiciones culturales. La existencia de una lengua propia, como la de una patria, sólo sirve para distraernos e idiotizarnos con nuestro propio idioma y nuestra patria.

Dice el marqués de Maricá, don Mariano José Pereira da Fonseca, que el patriotismo mal entendido es egoísmo o idiotismo. Haría falta saber qué es el patriotismo bien entendido según él, porque cualquier patriotismo bien o mal entendido es una forma de egocentrismo mejor que de egoísmo y de autonfaloscopia, es decir, de autocomplacencia en la contemplación del propio ombligo, y, por lo tanto una forma de idiotismo que excluye a los demás y se excluye a sí misma de la comunidad. 


Ahora bien, todos los patriotismos tienen algo en común, y algo de razón en ello: el odio hacia los demás patriotismos, que se ven como particularismos ridículos. También dijo el susodicho marqués, en la lengua de Pessoa, que "A Filosofia, quando não extingue, dilui o patriotismo", es decir, que la filosofía sirve para diluir o atenuar, cuando no para extinguir, el patriotismo, y, diríamos también, el chovinismo, que es un patriotismo exacerbado o nacionalismo hiperbólico, que refleja una admiración exagerada y exclusiva por el país propio, es decir, una exaltación desmedida de lo nacional frente a lo extranjero, de lo particular frente a lo general y común. El nombre de Chovinismo procede al parecer de un soldado Nicolas Chauvin que defendía su país, la Francia y su bandera tricolor, por encima de todo, y que sólo sabía gritar “yo... yo...” como un idiota: “Je suis Chauvin, je suis Français”. 
 
Patria o muerte” una falsa disyuntiva: patria (como cualquier otra idea) es muerte de lo que podía haber por debajo de la idea.

Se cita mucho en castellano la frase La verdadera patria del hombre es la infancia,  y se le atribuye a Rainer Maria Rilke, quien, por lo poco que yo sé, nunca dejó escrita ni en prosa ni en verso una cosa así. Sin embargo, en el mundo literario hispánico es un tópico ya consolidado, siempre que se habla de la infancia,  recurrir a esa cita y endilgársela a Rilke.

En el prólogo de sus “Dos historias de Praga” (1897) Rilke escribió: „Dieses Buch ist lauter Vergangenheit. Heimat und Kindheit – beide längst fern – sind sein Hintergrund.“ Este libro es el pasado sin más. La patria y la infancia - ambos de larga distancia – son su trasfondo. Aquí junta por primera vez las dos palabras Heimat, que es patria y es hogar y es lugar natal, con Kindheit, que es la infancia, pero porque son el telón de fondo de sus relatos: su niñez y su patria chica, su Praga natal, no porque haya establecido la ecuación de que su patria es su infancia. Rilke, que, en efecto, nació en Praga, no sentía que esta ciudad fuera su “Heimatstadt”, su ciudad natal, su patria, por lo que no sentía un especial aprecio por ella. Dejó a propósito escrito: „Nur werden wir nicht in unsere Heimat geboren, und mir scheint sogar, als ob alles Große immer aus diesem Verlangen gekommen wäre, sie irgendwo zu finden – offen und festlich und wie wartend unsere Wiederkehr.“ No hemos nacido en nuestra patria, y hasta me parece como si todo lo bueno siempre hubiera venido de este deseo de encontrarla en algún lugar –abierta y festiva y como esperando nuestro regreso .

También hay quien atribuye la frase a Baudelaire, pero sin mucho fundamento tampoco, por lo que a mí se me alcanza. Suele pensarse que, como metáfora que es, la formuló algún poeta, ya sea Rilke, que para los alemanes es el prototipo del poeta lírico en su lengua, ya sea Baudelaire, para los franceses.

 El dibujante argentino Liniers se hace eco de la falsa cita de Rilke, y le añade una bella coletilla de su cosecha.

Rilke ha dicho cosas muy bellas sobre la infancia, y le ha dedicado muchos versos a ese "camarín que guarda el tesoro de los recuerdos", pero nunca dijo que fuera la verdadera patria del hombre como se ha hecho proverbial entre nosotros.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Patriotismo: odiar las patrias

    Existen millones de personas –de once a quince- en el mundo que no son reconocidas por ningún país como ciudadanos: son apátridas. Pero digámoslo al revés: existen, o mejor aún, hay millones de ciudadanos del mundo, entre los que modestamente me incluyo, que no reconocemos a ningún país realmente existente como su patria, porque no somos nacionalistas, o si lo somos de algún modo, nuestro nacionalismo es de una intensidad tan baja, tan baja que no tenemos ni himno ni bandera ni nación ni gobierno que nos gobierne y que nosotros reconozcamos como legítimo.
    Somos como Diógenes el Cínico, o sea el Perro, quien cuándo fue preguntado por su nacionalidad respondió, creando una palabra nueva que luego ha sido devaluada “cosmopolita”, que en griego antiguo, que era su lengua, quiere decir ciudadano del mundo mundial, es decir, ciudadano de ningún país realmente existente.
¿Nacionalidad? Desconocida.
 
    La apatridia en los países europeos con altas tasas de inmigración es habitual en el caso de los inmigrantes ilegales que se niegan a revelar de qué país provienen cuando se lo preguntan en los interrogatorios policiales para ficharlos. Así, al no saber cuál es su procedencia, las autoridades locales no pueden establecer a dónde deben deportarlos o expatriarlos. Estos inmigrantes ingresan en el circuito de la ilegalidad.
    Extranjeros, todos somos extranjeros. O lo que es lo mismo: ninguno de nosotros debe serlo en ningún lugar de este mundo. Porque los problemas no los crean los extranjeros, sino la existencia de los Estados y fronteras.
    En un mundo donde, teóricamente, las fronteras tienden a desaparecer, una persona sin una nacionalidad es, paradójicamente,  un ente sin derechos. Los apátridas son un colectivo invisible, y no son un problema en tanto que no son considerados como tal en el imaginario social, lo que es lo mismo que decir directamente que no existen.

    Aunque, como en el caso de las meigas, no existirán, admitámoslo, pero haberlas haylas. Y hay muchos más que sin ser apátridas renunciamos gustosos a la nacionalidad: nuestro patriotismo consiste en odiar todas las patrias.  El verdadero patriotismo, escribió Bertolt Brecht en sus “Historias del señor Keuner”, consiste en odiar las patrias. El patriotismo o, más literalmente el amor (Liebe) a la patria (Vaterland, o tierra del padre) consiste en el odio a las diversas patrias realmente existentes, porque precisamente ese odio está motivado por amor a la patria auténtica que no existe, dado que ninguna de las que hay, y menos la nuestra propia que nos haya tocado en suerte o desgracia, habiendo tantas como hay,  es la verdadera de verdad que nos corresponde. 
     
   

VATERLANDSLIEBE, DER HASS GEGEN VATERLÄNDER

Herr K. hielt es nicht für nötig, in einem bestimmten Lande zu leben. Er sagte: „Ich kann überall hungern“.
Eines Tages aber ging er durch eine Stadt, die vom Feind des Landes besetzt war, in dem er lebte. Da kam ihm entgegen ein Offizier dieses Feindes und zwang ihn, vom Bürgersteig herunterzugehen.
Herr K. ging herunter und nahm an sich wahr, dass er gegen diesen Mann empört war; und zwar nicht nur gegen diesen Mann, sondern besonders gegen das Land, dem der Mann angehörte; also dass er wünschte, es möchte vom Erdboden vertilgt werden.
– „Wodurch“, fragte Herr K., „bin ich für diese Minute ein Nationalist geworden? Dadurch, dass ich einem Nationalisten begegnete. Aber darum muss man die Dummheit ja ausrotten; weil sie dumm macht, die ihr begegnen.’


PATRIOTISMO: ODIAR LAS PATRIAS.
El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
– “Puedo morirme de hambre en cualquier parte”
Pero un día iba por una ciudad que estaba ocupada por el enemigo del país en el que él vivía. Entonces se topó con un oficial del enemigo y le obligó a bajar de la acera.
El señor K. se bajó, y se dio cuenta de que odiaba a este hombre, y no solamente a ese hombre, sino sobre todo al país al que pertenecía el hombre; hasta tal punto que deseaba que fuese borrado de la faz de la tierra por un terremoto.
-“¿Por qué, preguntó el señor K. me he convertido en este instante en un nacionalista? Porque me he topado con un nacionalista. Pero por eso hay que erradicar la estupidez, porque vuelve estúpidos a los que se topan con ella.”

      ¿Papeles para todos? No, papeles para nadie: que no haya papeles ni fronteras, ni patrias, que es lo peor que hay. Estamos contra las patrias, las grandes y las chicas. Pero si hay que elegir nos quedamos con las chicas, las que son tan chicas que ni siquiera existen; o con las grandes, tan grandes que no caben en el mundo porque se extiendan más allá de este ridículo planeta donde nos empeñamos en decir que hay vida.
     

    Samuel Johnson definió el patriotismo como el último refugio de un canalla: Patriotism is the last refuge of a scoundrel; a lo que Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo añade un importante matiz: PATRIOTISMO- Basura combustible adherida a la antorcha de cualquiera que quiera iluminar su propio nombre. En el famoso diccionario del Dr. Johnson, el patriotismo es definido como el último recurso de un granuja. Con el debido respeto a un lexicógrafo tan iluminado, aunque inferior, me atrevo a afirmar que es el primero. 

    De otro lado, autores cristianos mucho más antiguos que Bertolt Brecht, Samuel Johnson y Ambrose Bierce también nos invitan al antipatriotismo. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo. Cuando estos autores hablan de la patria no se refieren a la terrenal, sino a la celestial, la “caelestis patria”, ya que la patria terrena tiene poca importancia. Es más, algunos invitan a abandonarla e incluso a despreciarla para poder alcanzar la celestial. 

    San Ambrosio de Milán, por citar otro autor, llega a escribir en sus Comentarios al Cantar de los Cantares: “Huyamos entonces a la patria más verdadera. Allí nuestra patria, y el padre por el que hemos sido creados, donde está la ciudad de Jerusalén, que es la madre de todas": Fugiamus ergo in patriam uerissimam. Illic patria nobis, et pater a quo creati sumus, ubi est Hierusalem ciuitas quae est mater omnium. 

    En términos cristianos el patriotismo más acrisolado consiste en odiar todas las patrias terrenales porque ninguna de ellas es la Jerusalén celestial, que es la verdadera; y en términos platónicos, odiar las patrias materiales porque ninguna es la espiritual. 

    Hemos, pues, de denunciar toda forma de patriotismo, incluido el patriotismo de baja intensidad de la patria chica, y desenmascarar la más sibilina de todas ellas, el último reducto del patriotismo, que es el egoísmo, el creer que el hombre encarnado en mí mismo,  es el centro del universo, la criatura formada a imagen y semejanza de su creador, que es Dios, con el que se identifica, porque esa fe, esa creencia arraigada e incrustada en nosotros, ha arrasado a lo largo de la Historia campos y ciudades, ha declarado guerras contra los otros y lo otro, ha talado selvas y bosques, ha matado bestias criadas en cadena, ha sacrificado todo poniéndolo al servicio del humanismo y del Hombre encarnado en el Ego, ese ser monoteísta, que se ha proclamado como el único ser racional, quitándoles la razón a los demás seres, a todas las cosas.

jueves, 11 de noviembre de 2021

El rayo de luna

Se cuenta que una noche la Luna, la misma diosa noctívaga que inspirará a los poetas románticos y que los griegos llamaron Selene, la reina de la nocturna bóveda celeste que nunca permanece idéntica a sí misma sino que experimenta cambios que la hacen crecer y menguar, la que desaparece durante tres noches del cielo para renacer al cuarto día, contempló a un joven y hermoso pastor que dormía descuidado y desnudo en un agreste paraje cercano a Mileto, en el Asia Menor, y se enamoró apasionadamente de él.

 

Endimión, Diana y Cupido, de Langlois

La casta divinidad que era la Luna, encarnación de Ártemis pudorosa o Diana virginal y cazadora, hermana de Apolo solar y luminoso, había hecho voto de eterna castidad, y se veía así perturbada ante la belleza masculina de un simple mortal, un joven efebo llamado Endimión.

Todas las noches que podía buscaba con sus rayos de plata al joven y lo iluminaba para que su belleza resplandeciera aún más con su luz argentina.

                                              
 Visión de Endimión, Edmund Poynter (1901)


Selene está íntimamente relacionada con la noche. Sus rayos de luz lívida y cárdena desvelan, velándolas con un halo de misterio, las cosas del mundo. La casta diosa había concebido una pasión irracional que sólo logró algo de sosiego cuando una noche, rompiendo sus votos de castidad, se unió carnalmente con el codiciado mancebo en la intimidad de una gruta del monte Latmo, entregándole su doncellez.

El padre Zeus, a petición de Selene, le concedió a Endimión, paradigma de todos los poetas enamorados de la luna fantástica y soñada que vendrán después de él, la realización de un deseo, y él eligió, no podía elegir otro deseo más puro, la muerte: el don de dormirse en un sueño eterno, el sueño de la muerte, es decir, el don de la inmortalidad.

No en vano el hermano gemelo de Hypno, el sueño, se llama Thánato, la Muerte, que es masculina en griego como en alemán. En latín el nombre de la muerte, Mors, es femenino, y por lo tanto en nuestras lenguas romances también,  pero tenía un sinónimo de género neutro, Letum de donde deriva nuestro adjetivo "letal", que significa "mortal". 

En alemán la Luna, en su lengua Der Mond tiene género gramatical masculino que se contrapone a Die Sonne, el Sol, que lo tiene femenino; no sería para los germanos la Luna la encarnación de Diana, sino de su hermano Apolo, invirtiendo las tornas que en romance hacen masculino al astro rey y femenina a la reina de la noche. Sirva este lugar para denunciar, una vez más, la arbitrariedad de los géneros gramaticales. En aquellas lenguas que los tienen, como la nuestra -otras como el inglés carecen de ellos- sirven para clasificar el vocabulario, y el que una palabra sea de género femenino no se explica por su supuesta "feminidad", sino que, al contrario, muchas veces la "feminidad" se explica por alguna presunta característica de las palabras que tienen género gramatical femenino. Así se puede llegar a decir que la luna es "femenina" de por sí porque es pasiva y receptiva, no tienen luz propia, sino que recibe la del sol, que sería "masculino" porque es activo, y la nota "actividad" pasaría a ser una característica de la virilidad... Pero ya vemos que lo que sucede en una lengua no tiene por qué suceder en las demás, y sería muy majadero y cerril considerar que nuestra lengua es la que vale más que las otras, sin percatarnos de lo relativas que son todas. 

Volviendo al joven amante de la luna, el lunático Endimión permanecería eternamente dormido de modo que la lozanía de su juventud no sufriese alteración, por siempre y para siempre joven. Cuentan que desde entonces, la Luna vela su sueño eterno todas las noches en lo alto del universo.

Sueño de Endimión, de Girodel

Gustvao Adolfo Bécquer, que le ha regalado a nuestra lengua algunas de las más bellas palabras que en ella se han escrito, tanto en verso, en sus Rimas, como en la poética y romántica prosa de sus Leyendas, escribió una historia de amor imposible de un hombre que se enamoró de la Luna.


 [Bécquer+rayo+de+luna.JPG]

En su leyenda soriana “El rayo de luna”, crea a un personaje, Manrique, que quizá no sea más que un trasunto suyo, que “amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.” Continúa el romántico poeta: “Amaba la soledad porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, porque Manrique era poeta…” Este Manrique se enamoró de una mujer imposible, fruto de su imaginación, de su deseo o de su fantasía. Quizá mejor que de una mujer deberíamos decir nosotros que se enamoró de una criatura, es decir, de una creación de su imaginación. Mejor aún: de un ángel descarnado y asexuado.

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 El sueño de Endimión, Nichlas-Guy Antoine Brenet, 1756

¿Cuál será el sexo de los ángeles? Era esta una de las cuestiones que entretenía a los sabios de Bizancio, famosos por sus disquisiciones bizantinas. Se preguntaban dichos filósofos, mientras las tropas otomanas entraban a saco en Bizancio, si los ángeles serían hembras, machos o hermafroditas. Igual que nuestro Manrique, que no queremos que sea heterosexual, ni tampoco homosexual, sino en todo caso bisexual o, mejor aún, pansexual o asexual, enamorado de una criatura angelical sin sexo determinado o concreto y que a la vez encarna todos los sexos posibles o soñados y ninguno de ellos en particular, enamorado, como buen romántico, de la Luna, es decir, de lo imposible.

Cuando su anciana madre le preguntaba que por qué se consumía en la soledad, y por qué no buscaba una mujer real de carne y hueso a quien amar y con la que poder ser feliz, él no decía más que “El amor… es un rayo de luna”. 

 Selene y Endimión, mosaico romano, Museo del Bardo, Túnez

En su lecho de muerte, pues Manrique al igual que Endimión se adentra en el sueño de la muerte, gritaba una y otra vez “¡No!” a las vanas apariencias del mundo, y reconociendo la falsedad de todo: “Mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué? ¿Para qué? Para encontrar un rayo de luna…” 
Concluye la leyenda afirmando el poeta que Manrique, el otro poeta, estaba loco; o por lo menos todo el mundo lo creía así, matiza. Y nos hace al final una advertencia. Habla la razón por boca del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, uno de nuestros más insignes líricos, y lo hace para darle la razón a la locura: “A mí, por el contrario, se me figura que lo que había hecho era recuperar el juicio”.

 https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGtsPJzI96Q4mlExCFpjBr2OUAD-DiIDBwdCnaey7gbygLwXas2J0s0x7_RgBm0q85O5vEO4Ev4z2r3mND2KCA1kscGAYEWQvyhejqgOlOqxPj6U6MhZ0_yqD_g1lZ_LeIkq_yXUJ1DZ9_/s1600/luna.jpg

Nox erat et caelo fulgebat Luna sereno, cantó Horacio:
 "Era de noche y en cielo sereno brillaba la luna".