Asistimos a un significativo y trascendental cambio de escenario en el teatro del mundo: se retira, al menos momentáneamente, el decorado de la pandemia y es sustituido enseguida por el de la guerra, bajo la atenta batuta del director de orquesta. El foco comienza a iluminar la Guerra, centrando en ella nuestra atención. Todo perfectamente orquestado dentro de la Sociedad del Espectáculo, como sugiere la viñeta. Se retira (Pan)demic y hace su aparición estelar War.
El Ayuntamiento de Villaescusa, por su parte, como tantísimos otros, se hace eco de este cambio de escenario, y exhibe esta pancarta, a modo de declaración institucional bien intencionada, con los colores azul y amarillo de la bandera nacional de Ucrania y el siguiente texto, que es toda una declaración de principios: No a la guerra, paz para Ucrania.
Pareciera que uno no puede más que estar de acuerdo con una proclamación como esta si no hubiera no una sola Guerra en exclusiva sino muchas más guerras en el mundo. Sin embargo sólo se habla de una, porque es la única que interesa en el sentido económico del término, que es el único que importa. Y sin embargo, hay algo que, por debajo de los buenos deseos de paz para Ucrania, le hace a uno sublevarse no sólo contra la guerra sino también contra la paz complementaria. Paz para Ucrania, de acuerdo, pero también paz para Palestina, paz para Yemen también, paz para Siria, paz para Etiopía, paz para Afganistán...
Uno, en efecto, se rebela contra este dirigismo de nuestra atención a un único y exclusivo foco, centrando nuestra mirada en un solo punto, cuando hay muchos otros puntos conflictivos, por decirlo suavemente, como denominan algunos a las guerras con eufemismo sangrante.
¿Qué pretenden dirigiendo y centrando de este modo nuestra atención? Modificar nuestra conducta provocando una respuesta emotiva y caritativa: que acojamos a refugiados ucranianos, que donemos ropa y comida, que justifiquemos la enésima crisis económica del sistema que se nos viene encima, que nos apretemos el cinturón. El foco que ilumina un punto oscurece todo lo demás, su exclusividad resulta excluyente y oculta sobre todo la principal paradoja: En paz creéis vivir, pero la guerra domina toda la Tierra, como decía el poeta griego Calino de Éfeso hace más de dos mil quinientos años. Y eso que cantaba el poeta sigue siendo válido ahora mismo: hoy es siempre todavía. Nuestro No a la guerra no es una simple y honesta negación de la guerra en general y de todas las guerras o conflictos armados en particular, sino que se traduce enseguida en un deseo de paz verdadera, de paz que no sea un trasunto de la guerra y una coartada para aumentar el gasto militar.
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