Cualquiera que pasee por la capital de provincias, como se decía antaño, que es
Santander, la llamada novia del mar, descubre algo que, aunque es evidente,
corre el peligro de pasar desapercibido por eso mismo. A
veces lo evidente es lo que menos se ve, a saber: las aceras ya no
son de los peatones.
Los
viandantes -me incluyo, dada mi condición habitual de peatón y eventual cada vez menos
de automovilista y ciclista- estamos
siendo paulatinamente desalojados de las aceras y de las calles
peatonales a nosotros en principio reservadas como su nombre indica,
porque, en primer lugar, los ciclistas campan a sus anchas por ellas en
lugar de por
las calzadas, y no es culpa suya, ya que los carriles que se han
destinado a las
bicicletas se han hecho mayormente a costa de reducir las aceras y no
las calzadas, porque, en segundo lugar, cada vez hay más patinetes y
artilugios motorizados circulando por ellas y, porque, en tercer y
último lugar, en verano las
terrazas de la hostelería se adueñan poco a poco de las aceras y calles
pedestres de la capital de la comunidad autónoma de Cantabria, como se
denomina hogaño, máxime cuando se han mantenido cerrados por razones 'sanitarias' los interiores de los establecimientos hosteleros. No
vamos a rogarle al Ayuntamiento de la "muy noble, siempre leal,
decidida, siempre benéfica y excelentísima" ciudad de Santander, cuya
pasividad es manifiestamente notoria, que
tome cartas en el asunto y recupere las aceras para los peatones,
porque no va a hacernos caso o hará caso omiso, que viene a ser lo mismo, preocupada como sin duda está la alcaldesa por otras
cuestiones de
mayor calado que le quitarán el sueño ...
Otra cosa que salta a la vista y que no miramos, ciegos que nos vuelven a fuerza de no ver lo obvio, es que, no ya las aceras, sino las propias calles y avenidas de la ciudad, tampoco son de los santanderinos de a pie, sino del tráfico automovilístico rodado.
Es el coche,
no lo olvidemos, uno de los principales embelecos del mundo en que
actualmente vivimos y uno de los medios de transporte más inútiles
que se han inventado desde que Henry Ford inauguró su producción en
cadena en los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX,
no sólo por su carácter ferozmente individualista y por la invasión de los campos y de las ciudades
que ha supuesto su proliferación,
sino también por su carga simbólica asociada al éxito social y a
la testosterona, así como al fantasma de la libertad, que diría
Buñuel. Nada más esclavo que un automóvil que, en vez de
liberarnos, nos convierte en sus siervos.
Y los coches
son, además, un peligro: atropellan a los peatones, en primer lugar
a sus conductores, si se descuidan, a los que convierten en chóferes, y después, ya
se sabe, a todo bicho viviente que se interponga en su camino rodado. Los autos son
como el caballo de Atila, arrasan a su paso y por donde han pisado ya
no crece la hierba.
Es curioso
que al coche se lo haya llamado utilitario, porque de útil no tiene
nada, y no sólo eso: además pretende utilizarnos a sus usuarios
haciéndonos creer que lo utilizamos nosotros a él como medio de
transporte, cuando es la máquina la que nos usa abusando de nosotros, sus conductores, como queda dicho.
Permítaseme
recurrir a la pedantería del expediente etimológico de la palabra
“coche”, que parece que no viene a cuento. El vocablo entró en nuestra lengua en el
siglo XVI, procedente del húngaro Kocsi, pronunciado algo parecido a como se dice coche en cántabru, es decir, cochi.
(Entre
paréntesis, las dos reglas más
importantes de “nuestra” lengua, habla o parla "autónoma" son, a saber, que las
palabras que en castellano acaban en -o lo hagan en -u, Cabárcenu,
por ejemplo en vez de Cabárceno, y las que acaban en -e lo hagan en
-i, parqui en vez de
parque, y así por ejemplo se diga y escriba sin ningún sonrojo: Parqui de Cabárcenu).
Kocsi quería
decir de la ciudad de Kocs. En el siglo XV, la ciudad húngara de
Kocs, en efecto, desarrolló un tipo de transporte ligero y rápido entre
Budapest y Viena, tirado por tres caballos, que se denominó
Kocsi-szekeret, más o
menos “el vehículo o carro de Kocs”, una carlinga o calesa hecha de mimbre
con asientos para dos personas y una tercera, que ocupaba una
plaza colocada tras el conductor. Rápidamente se difundió el uso del carricoche
por toda Europa y también el nombre del Kocsi-szekeret
o, su forma abreviada “Kosci”, y
pasó de ser un topónimo, en genitivo, a ser un nombre común en
francés, portugués y español como coche, y en inglés como coach,
donde uno de sus significados es persona que te lleva hacia la
consecución de un objetivo, por ejemplo entrenador deportivo o
asesor financiero.
Pero tanto los coches, en el sentido latino como los coachings en el anglosajón, nos han hecho un flaco favor a las personas: como vehículo, el coche ha hecho que dejemos de movernos por nuestros propios pies y que dependamos cada vez más de él para trasladarnos, y como monitor o entrenador, el coaching se ha convertido en una especie de guía espiritual, gurú o Mentor que pretende monitorizar y tutorizar nuestra propia vida, impidiendo que tomemos nosotros responsablemente las riendas y propias decisiones.
Los autos,
además, han invadido las ciudades y los parkings subterráneos y
convertido las calles en aparcamientos, privándonos a los viandantes
de amplios espacios para el esparcimiento, e impidiendo a los niños
corretear o jugar a la pelota o a cualquier otra cosa en ellas so
riesgo de atropello. No sólo circulan, sino que se estacionan en los
espacios destinados a su aparcamiento... y esos espacios y vías
públicas, no lo olvidemos, también nos las han robado a los
ciudadanos de a pie.
Llegamos
finalmente a la ingenua solución que proponen los fabricantes que utilizan el marchamo de ecologistas: el
coche eléctrico. Dejará de depender de combustibles fósiles, sin
duda alguna, pero no es ninguna solución al problema que estamos
planteando aquí, sino que, al no serlo, el hecho de que
empiecen a fabricarse y venderse coches híbridos o eléctricos es un
agravante del problema que contribuye a acrecentar la industria
y lo que se ha dado en llamar el parque automovilístico.
Como
no sé
yo si es al Ayuntamiento o a la Dirección General de Tráfico o a
qué instancia superior o autoridad competente autonómica o central,
si alguna tiene competencia sobre esto, debería yo dirigirme para presentar mi queja,
la
publico aquí por escrito por si alguien, ya sea partido político o
persona individual, a título público o privado, tiene a bien hacerse
eco de ella y
recoger la reivindicación de: ¡Fuera coches! ¡Calles y aceras para los
peatones!. O lo que es lo mismo, en cántabru: ¡Juera cochis! ¡Callis y aceras pa los peatonis!
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