viernes, 3 de septiembre de 2021

De cómo Zeus fecundó a Dánae

    Lo que más me ha gustado del artículo de Juan Manuel de Prada "Un fracaso indisimulable" que publicó el diario ABC el 30 de agosto de 2021, muy bien traído todo él, es la alusión mitológica que hace al final del último párrafo. Compara el silencio de médicos y periodistas sobre la implantación de las terapias génicas experimentales, vulgar- y torticeramente llamadas 'vacunas',  a la que estamos asistiendo en las sufridas Españas desde comienzos del año en curso con el silencio de los corderos, expresión cinematográfica tomada de la película de terror The silence of the lambs (1991) de Jonathan Demme. Los corderos, en efecto, cuando el matarife va a sacrificarlos en el matadero, aceptan resignadamente su muerte cerrando los ojos, sin ningún balido y sin oponer ninguna resistencia. Escribe De Prada en la última frase del párrafo y del artículo: "Así, mientras callan, los fecundan al modo que Zeus fecundó a Dánae."

    Alude De Prada a una de las muchas inseminaciones de Zeus que, enamorado de tantas diosas y mujeres, adquiría diversas formas para seducirlas, un poco al modo del dios cristiano que, según la teología, descendió en su epifanía de Espíritu Santo transformado en paloma para fecundar a la virgen María, de la que concibió a su hijo unigénito Jesucristo. Zeus, sin embargo, es un dios esencialmente promiscuo y politeísta, a diferencia del monoteísta dios judeocristiano, por lo que adoptaba numerosas metamorfosis o formas para seducir a sus numerosas amantes, ya fueran diosas o mujeres, y llenar el Olimpo y el mundo de dioses y semidioses. 

Dánae, Gustav Klimt (1907)
 

    Dánae, en concreto, era una princesa que había sido encerrada en una torre para que no conociera varón porque una profecía le había revelado a su padre, el rey Acrisio, que un hijo de ella le daría muerte algún día a él, por lo que decidió no exponerla a la codicia masculina. Zeus, enamorado de ella, por el reto que suponía su prohibición, se transformó en lluvia de oro, cayó sensualmente sobre la doncella, penetrando en todos los poros de su piel y la dejó embarazada, unión de la que nacería el héroe Perseo que, efectivamente, mataría un día accidentalmente a su abuelo. Como en el caso de Edipo, el intento de evitar que se cumpla una profecía no logra su objetivo, sino todo lo contrario: esta, una vez que ha sido formulada solemnemente, no puede dejar de realizarse, tal es su fatalidad.

    El significado de esta lluvia de oro en la pintura y en la literatura ha sido siempre económico, es decir, Zeus se convierte en dinero y gracias a él consigue a la hembra: es una alegoría de la prostitución femenina, la mujer como primera forma de compraventa. (Una visión más moderna y grosera de la historia quiere ver en la lluvia de oro una imagen de la orina, confundida con el semen en su fluidez, derramada sobre la cara y el cuerpo desnudo de la muchacha). No hace falta, pues, decir, que a lo que alude De Prada con la culta referencia al modo de fecundación que utilizó Zeus con Dánae es, obviamente, al pago de dinero para comprar el silencio de los médicos y de los periodistas ante lo que se está perpetrando.

Dánae, Mabuse (1527)
 

    En el canto XIV de la Ilíada de Homero (vv. 313-328,) Zeus, hace una lista de sus amores, cuando le pide a Hera en un bello pasaje que se acuesten juntos porque le ha entrado un repentino deseo muy grande de ella, mucho mayor que el que le embargó otras veces por otras mujeres o diosas, y mucho mayor que el que ha tenido otras veces por ella misma, su cónyuge legítima. Empieza aludiendo a Día, la mujer de Ixión, a la que según sabemos sedujo transformándose en caballo, y de la que nació Pirítoo. Después alude a la susodicha Dánae, la hija del rey Acrisio, a la que sedujo transformándose en lluvia de oro, como queda dicho. A continuación alude a Europa como la hija de Feniz, y madre de Minos y Radamante, a la que sedujo transformándose en un toro manso. Cita luego a Sémele dos veces, a la que dejó embarazada del dios Dioniso y fulminada, pues se presentó ante ella en su auténtica forma como dios del rayo que lanza truenos y relámpagos. Viene después Alcumena o Alcmena, ante la que tomó la figura humana de su esposo Anfitrión para seducirla, pues era ella toda una Penélope, la más fiel de todas las mujeres a su legítimo esposo, la que no podía traicionarle por nadie que no fuera él mismo, a la que Zeus hizo madre de Heraclés, con su acentuación oxítona griega, o Hércules en su forma latina. Recuerda Zeus también los amores de Deméter, de la que concibió a Perséfone, y finalmente a Leto o Letó, con igual acentuación griega, madre de los dioses Apolo y Ártemis.

    La lista no se acaba con la enumeración homérica, podríamos continuar con algunas ausencias que Zeus ha pasado por alto: por ejemplo cómo transformado en cisne sedujo a Leda, de la que nacieron los dioscuros Cástor y Pólux; o como adoptó incluso el aspecto femenino de Ártemis cazadora para seducir a una de las presas más difíciles, la ninfa Calisto, que formaba parte del cortejo exclusivamente femenino de la diosa y rechazaba a todos los varones. Tomó también la figura de águila real, su animal emblemático, para raptar a la ninfa Egina, hija del río dios Asopo, a la que arrebató de su palacio y llevó por los aires a una isla del golfo sarónico, muy cercana de Atenas, donde consumó su unión con ella, dándole el nombre de la ninfa a la isla. Transformado también en águila real arrebató al efebo Ganimedes, al que subió al monte Olimpo e invitó a su lecho, aunque algunas fuentes aseguran que sólo quería al muchacho para que le sirviera las copas, y aunque esta unión fue infructuosa en el sentido de que no dio origen a ningún héroe o semidiós, hirió más que ninguna otra a Hera, que nunca le perdonó si hemos de prestarle crédito a algunas fuentes este devaneo homoerótico con el que ella no podía competir. Pero Zeus no pretendía en el relato homérico ser exhaustivo, sino solo acostarse con Hera sin levantar muchos resquemores... 

  Dánae recibiendo la lluvia dorada, Tiziano (1520-1525)

    La traducción del pasaje homérico en ritmo dactílico con rima asonante o parcial que recuerda a nuestros romances medievales se debe a Agustín García Calvo, que crea algunos epítetos castellanos recreando a Homero, como "beltobellina" calificando a Dánae o "belcabellina" referido a Deméter para resaltar la belleza de los tobillos o de los cabellos respectivamente.

“¡Hera!, ir allá cosa es que cabe hacer otro día; / y ahora ¡en amor vamos, ea, tú y yo a acostarnos a prisa!: / Pues nunca jamás de diosa o mujer deseo me había / venido enredándoseme al corazón en ansia tan viva, / ni cuando de la mujer de Ixïón en amores ardía, / la que dio a luz a Pirítoo el par-de-dios-en-valía, / ni cuando a la hija de Acrisio, a Dánae beltobellina, / la que dio a luz a Perseo, entre todo mortal maravilla, / ni cuando amé de Feniz el de-luenga-fama a la hija, / que me parió a Minó y Radamantus, prenda divina, / ni cuando a Sémele o cuando a Alcumena en Tebas altiva, / que fue de Heraclés corazón-de-león la madre cumplida, / y Sémele de Dïonuso, a la raza mortal alegría, / ni cuando a Démeter la reina y señora belcabellina, / ni cuando a Letó glorïosa, ni cuando, no, ni a ti misma, / como ora a ti te deseo y un dulce amor me domina”.

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