jueves, 25 de marzo de 2021

"¡Matadlos a todos!" o La masacre de Béziers

Los cátaros, surgidos en el siglo XI, conocidos también como “albigenses” por la ciudad francesa de Albi, identificada a veces como la sede principal que los cobijó, fueron una secta religiosa que fundó su propia iglesia. A finales del siglo XII contaban ya con once obispos y un gran número de seguidores en la región del Languedoc, en el sur de Francia. Negaban la divinidad de Cristo y la autoridad del Papa, por lo que la todopoderosa Iglesia Católica Apostólica y Romana no tardó en declararlos herejes en 1176. 
 
El Papa Inocencio III había enviado predicadores para convertir a los cátaros, pero después de que su legado, Pedro de Castelnau, fuera asesinado en enero de 1208, ordenó una cruzada contra ellos.
 
La primera gran batalla de esta cruzada fue la brutal masacre de la ciudad francesa de Béziers, bastión cátaro, que tuvo lugar los días 21 y 22 de julio de 1209, y que conmemoramos aquí. El ejército, compuesto por unos diez mil cruzados, se reunió en Lyon y marchó hacia el sur al mando del legado papal Arnaldo Amalric, abad de Cîteaux. Los defensores de la ciudad hicieron una salida para contratacar al ejército sitiador, pero fueron derrotados, y los cruzados entraron en la ciudad y la incendiaron. 
 
Ante la duda razonable de cuántos de los habitantes de la ciudad serían herejes y habría que matarlos, y cuántos serían buenos católicos, se pronunció entonces la terrible frase totalitaria: “¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos!”*. Unos veinte mil residentes fueron asesinados en una matanza en la que los cruzados cercenaron las vidas de hombres, niños, mujeres y ancianos, profanando el sagrado de las iglesias al que se habían acogido y la catedral. El abad escribió al Papa: "La ciudad fue pasada a cuchillo. Así, la venganza de Dios dio rienda suelta a su maravillosa rabia".

La matanza de Béziers es doblemente significativa porque se sitúa al comienzo de la cruzada,  que todavía durará veinte años más, que desencadenará el terror y la sed de venganza, y porque se relaciona con la terrible frase Caedite eos, nouit enim Dominus qui sunt eius ("Matadlos, pues el Señor sabe quiénes son los suyos", literalmente), que se le ha atribuido  tanto a Simón de Montfort, que participó en dicha matanza, pero que no tenía ninguna relevancia ni responsabilidad especial en ella más allá de su propia participación, como con más probabilidad al abad de Cîteaux, Arnaldo Amalric, que era el legado papal. 

Hay, en todo caso, un eco neotestamentario de la epístola segunda de san Pablo a Timoteo (2.19): “El Señor conoce a los que son suyos” (Cognouit Deus qui sunt eius), que brinda el argumento que justificaría la orden de la matanza. 

La frase corresponde de cualquier modo al estado de ánimo de los cruzados de exterminar a toda la población. La justificación, si cabe alguna, es que a principios de siglo el obispo había invitado a los católicos a abandonar la ciudad de Béziers para no confundirse con los herejes y no morir con ellos, por lo que había ya una amenaza previa de exterminio. 

En todo caso, el bellaco de Simón de Montfort, un año después, en 1210 ordenaría prender la primera hoguera en Minerve entre Béziers y Carcasonne, donde fueron quemadas aproximadamente ciento cuarenta personas. 

La responsabilidad del Papa en la masacre no es poca, dado que hizo que la herejía se asimilara a un delito que debía ser castigado por el poder civil y considerado un crimen de lesa majestad, lo que conllevaba la muerte por el fuego de los herejes, que debían perecer quemados vivos en la hoguera. 

La puta de Babilonia, como llamaban los cátaros albigenses a la Iglesia de Roma según la expresión del Apocalipsis, la gran meretriz, la mayor y más vil ramera de todos los tiempos, ha cometido numerosísimos crímenes a lo largo de su existencia, y este no es más que uno de tantos perpetrados en nombre de Cristo, desde el año 323 en que, apoyada por el emperador Constantino, pasó de perseguida a perseguidora, de víctima a verdugo. Y ya se sabe que no suele haber peor verdugo que la víctima que ha dejado de serlo y asciende a la condición de sayón. 

Con el correr de los años esta Iglesia afianza su poder terrenal mandando a la hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple tiara el poder temporal y espiritual y se declaraba Pontífice Máximo y Vicario de Cristo en la Tierra. 

Ya en nuestros días Juan Pablo II dedicó sus últimos años de pontificado a pedir perdón por un centenar de crímenes tan execrables como este de Béziers que hemos comentado. La doctrina de la iglesia católica todo lo perdona y presupone que con ese perdón se anula como por arte de magia nuestro pasado, y nuestra identidad con él, pero eso, el perdón de los pecados que ella concede y no niega a nadie, no puede esperar que se lo concedamos a ella a cambio como contrapartida: no podemos perdonarle a ella todo lo mucho y lo malo que ha hecho durante estos ya más de veinte siglos, porque en sus dos milenios de historia, la iglesia ha derramado universalmente -eso es lo que quiere decir católico en griego "universal"- sangre humana a raudales invocando la entelequia vana de Dios -un nombre común que ha ascendido a la categoría de los nombres propios y que se escribe, por lo tanto, con letra inicial mayúscula- y fundándose en un mito oriental que llamamos Cristo. 

 
  
*Me permito relacionar esta frase con unas recientes declaraciones del epidemiólogo a sueldo del Gobierno de España, don Fernando Simón Soria, que  justificaba la decisión del gabinete de hacer obligatorio a toda la población el uso de la mascarilla (e indirectamente, de todas las medidas de confinamiento, cierre perimetral, distancia social, libertad de reunión y asociación y un larguísimo etcétera) con el siguiente razonamiento totalitario: Sólo deberían llevar mascarilla los enfermos (para no contagiar a los sanos con el miasma), pero como no sabemos quiénes están malos y quiénes no porque no hay síntomas aparentes, se hace obligatoria para todos, porque se considera que, en la práctica, todos estamos enfermos, unos en acto y otros en potencia aristotélica. Es decir, ante la duda, se impone la certidumbre de que hay que tratar a todo el mundo como si estuviera enfermo. Lo mismo sucedió en Béziers: ante la imposibilidad de saber quién es un hereje y quién un buen cristiano, consideremos a todos herejes, y acabemos así enseguida con la herejía, en la confianza de que Dios, en su infinita misericordia y sabiduría, sabrá reconocer a los suyos y concederles la vida eterna como premio y recompensa.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Ramillete de jaicus primaverales

Ya está aquí, en sazón,/ la alergia primaveral; / ¡qué contrariedad! 

Me di la inyección / y adquirí la inmunidad: / puedo ya morir.

El endrino en flor: / otra vez, igual que ayer, / aunque nunca igual.

¡Con qué envidia ve, / enjaulado, el ruiseñor / volar al pardal!

Bajo el abedul / susurraba el viento, mil / palabras de amor.

¿Otra vez está / llamando a la puerta Abril? / No hay segunda vez.

Una bala aquí /directa y derecha entró, / en el corazón.

Yo no sé quién soy. / Si te digo la verdad, / mintiéndote estoy.

Falsa información / ¿Quién la verificará? / Falsa, sí, y real.

 

Praderas en primavera, Walter Crane (1883)

 Viendo un cuadro yo / entro como sin querer / a perderme en él.

Primavera ya: / un reclamo comercial / en la World Wide Web.

¡Espectacular / el almendro -mira- en flor! / Se lo digo ¿a quién?

Huella carmesí  / de unos labios sin bozal, / rojo de pasión.

Un rayo de sol / entra por el ventanal / a alegrarme a mí.

Ven, cuéntamelo: / cómo todo ya cambió y / cómo sigue igual.

Late el corazón / igual que una codorniz / en jaula y corral.

Miedo no lo hé, / que él me embarga y tiene a mí / clavándoseme.

¿Me liberaré / de todo, incluso de mí / mismo yo también?

La pregunta es flor / que tiene que florecer / aun sin responder.

 

Oviedo, Grabado (1885)
 

Oviedo, ciudad / que amo y que no existe ya,  / que conservo aún. 

Niño, pregunté: / ¿Tiene techo el cielo azul? / Nadie respondió.

Vuelven a anidar / negras golondrinas hoy / en mi corazón.

Suelta cada cual / su opinión particual / cual ventosidad.

Muchos años yo / tengo encima, y muchos más / desengaños ya.

Urna electoral, / que es sarcófago, ataúd / y orza funeral.

No hice voto yo / de obediencia,  mas me lo han / impuesto a pesar.

Libre creo ser / y hago lo que manda hacer / el ordenador.

 Canta el mirlo un son: / llega el día ya a su fin / de hoy sin conclusión.

martes, 23 de marzo de 2021

Nueva sarta de mensajes breves

Ver para creer: una fotografía en alta resolución de un agujero negro del universo corrobora la fe, esa vieja virtud teologal, en la ciencia, la nueva religión.


De A. Dumas hijo: Que los niños sean listos y los adultos necios, cosa que sucede, se debe, más que al paso del tiempo, a la educación recibida, que entontece.

“Yo no me quiero enterar” cantaba la Piquer, en aquella copla donde le rogaba a la vecina que no le contase la verdad que ella, “blanca de luna”, ya la conocía.

Cuando llegó, alertado por los vecinos de la presencia de una gran bandada de buitres hambrientos en el cielo, la potrilla yacía ya destripada sin entrañas.

No logro sacarme de la cabeza la imagen de la yegua despanzurrada, cuyas tripas los ávidos buitres que se resistían a emprender el vuelo devoraban a porfía.

Dos niños rusos de cinco años cavaron un túnel por debajo de la valla, utilizando las palas con que jugaban en la guardería, para escapar del Kindergarten.

Llamar "jardín de infancia" a la guardería donde los niños están recluidos y custodiados bajo tutela, a recaudo del mundo exterior, es poco menos que sarcasmo.

En la querella de los antiguos y los modernos, yo me inclino por los clásicos, unos muertos que están bien vivos y aun más vivos que muchos de nosotros.

Calino de Éfeso resuena y advierte: ἐν εἰρήνηι δὲ δοκεῖτε ἧσθαι, ἀτὰρ πόλεμος γαῖαν ἅπασαν ἔχει: En paz creéis estar pero la guerra gobierna toda la tierra.

Lo peor de la televisión no es que haya mucha telebasura en muchos programas, sino que la propia televisión convertida en espacio publicitario es telebasura.

Perder no es siempre lo peor que le puede pasar a uno: no hay pérdida que no sea de algún modo gananciosa, y viceversa: hay ganancias que nos echan a perder.

El rechazo a la tecnocracia no consiste en querer volver a la prehistoria, como dicen los apologetas de la tecnología, sino en salir de la caverna de Platón.
 
Nos andamos por las ramas buscando inútilmente entre ellas lo que sólo puede hallarse en el tronco, en la savia, en las raíces del árbol: el meollo del asunto.

 

(A H. Ibsen) El enemigo del pueblo es el sistema democrático, el régimen político que usurpa el nombre del pueblo so pretexto de representarlo y gobernarlo.

¿A quién se atribuye la frase?  “Sólo lo que se pierde se gana para siempre". Poco importa quién la dijo, si Agamenón o su porquero, sólo la razón de su verdad. 

Quemar o arriar una bandera no constituye un ultraje; son las banderas las que deshonran a la humanidad y nos ultrajan, cuando se izan y enarbolan, a nosotros. 

Yo voy por los mares sin rumbo ni puerto, No tengo ni sino ni horóscopo cierto, De nadie soy siervo, de nadie señor. (Versos sustraídos al romántico Zorrilla).

No somos los seres humanos quienes hacemos un uso bueno o malo de las armas; el único buen uso que cabe hacer de ellas es no dejar que nos utilicen a nosotros. 


La pistola lleva escrito en sí misma el fin para el que ha sido fabricada; el gatillo llama imperioso al dedo para que lo apriete y salga la bala disparada.

Hay reclusos encarcelados para que los que estamos fuera de las prisiones creamos que somos libres por contraposición con ellos, privados de efectiva libertad. 

Hay "enfermos mentales" en los hospitales psiquiátricos a fin de que los que estamos fuera de los manicomios creamos que somos cuerdos comparándonos con ellos. 

El "Conócete a ti mismo" del frontón del templo de Delfos es lo que Dios manda. Mejor, el verso del soneto de Unamuno: “conócete, mortal, mas no del todo”. 

La mujer del César no sólo debe ser bella, sino que además ha de parecerlo para lo que debe subordinarse a la dictadura cosmética y canon de belleza de la moda.

En el año 2012 de la era cristiana, según calendario maya, iba a llegar el fin del mundo, mas no fue así porque hacía mucho que el mundo había ya finalizado.


Nada más falso que el racismo que considera superior a una raza, porque el género humano, da igual la etnia a que pertenezca, es de todas formas despreciable. 
 
La carga más pesada a lo largo de la vida no es vivir sin existir, sino lo contrario, existir sin vivir, lo que hacemos todos y lo peor que hay que soportar. 
 
Matar pulgas a cañonazo limpio. El escepticismo popular razona que muchas veces es peor y más insufrible el remedio que la enfermedad que se pretende combatir.
 
Sira, la cantinera, a la puerta de la taberna: Saca vino y los dados; que muera el que mira al futuro. Tira de oreja y 'Vivid', dice la Muerte, 'que voy'.* 

 *Versos 37 y 38 del poema Copa, La tabernera, de la Appendix Vergiliana. 

oOo

No hace falta tener mucho talento para enseñar lo que uno sabe, que eso lo hace cualquiera, pero sí para, como hacen los profesores, enseñar lo que se ignora.


(Parafraseando a Montesquieu, que escribe en una de sus Cartas persas, la número 56, lo siguiente en su lengua: Un nombre infini de maîtres de langues, d'arts et de sciences, enseignent ce qu'ils ne savent pas; et ce talent est bien considérable: car il ne faut pas beaucoup d’esprit pour montrer ce qu'on sait; mais il en faut infiniment pour enseigner ce qu'on ignore.)

lunes, 22 de marzo de 2021

¿Y para qué? (Una lección de economía).

Un pueblecito blanco y azul de una minúscula isla griega. Un entrometido turista norteamericano o nipón o germánico –vaya usted a saber su procedencia, en todo caso extranjero y de mentalidad anglosajona, japonesa o alemana, uno de esos que  sólo se preocupa de trabajar y descansar e irse de vacaciones para recargar las pilas y poder así volver a trabajar como nuevo-, se acerca a un paisano que sestea. Un griego.  Podría tratarse de un mexicano, o un andaluz o un italiano del sur, quizá un siciliano. En todo caso, duerme apaciblemente en la playa, junto al mar. El turista le despierta de su siesta, y entabla la siguiente conversación:
 


—Oiga, buen hombre, ¿a qué se dedica usted, si puede saberse?
—A pescar. Soy pescador. –Responde el griego frotándose los ojos.
—¡Vaya, pues debe ser un trabajo muy duro y muy esclavo el suyo! Trabajará usted muchas horas.
—Sí, muchas horas, -replica el paisano de Homero.
—¿Cuántas, si no es indiscreción la pregunta? –Interroga el curioso turista impertinente que ni siquiera estando de vacaciones como está puede desconectar y olvidarse del trabajo embrutecedor.
—Bueno, trabajo unas tres o cuatro horitas al día.
—Pues no me parece a mí que sean muchas, sino todo lo contrario: muy pocas me parece a mí que son. ¿Y qué hace el resto del tiempo, si no le parece mal que le siga preguntando?
—Bueno, me levanto tarde. Voy a pescar un rato, ya le digo, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y luego, al atardecer, salgo a tomar unas cervezas y a tocar el buzuqui con los amigos en la taberna.
El turista extranjero reacciona inmediatamente de forma airada y le reprocha:—Pero hombre, ¿cómo es usted así?
—¿¡Qué quiere decir!?
—¿Por qué no trabaja usted... más…  horas?
—¿Y por qué iba a trabajar más horas?, ¿qué necesidad tengo yo de hacer una cosa así?, responde preguntando el griego.
—Para al cabo de unos años, por ejemplo, poder comprar un barco más grande que esa barca que tiene y que da pena verla, la pobre.
—¿Y para qué quiero otra barca mejor que mi “Irene”?
—Para poder aumentar así sus capturas y, si lo hace, poder contratar a algún empleado y llegar a abrir su propio negocio de pescadería en este pueblecito griego.
—¿Y para qué?
—Pues, para  poder abrir luego una pescadería en la capital, en Atenas, por ejemplo.
—¿Y para qué?
—Para más adelante montar una industria de pescado en conserva, se me ocurre, y  abrir delegaciones en Estados Unidos y en Europa, por ejemplo.
—¿Y para qué?
—Para exportar pescado griego y que las acciones de su empresa coticen en bolsa y pueda hacerse usted así inmensamente millonario.
—¿Y para qué todo eso? –Preguntó el griego un poco molesto ya por tanto interrogatorio.
—Pues para poder jubilarse tranquilamente el día de mañana, levantarse tarde sin tener que madrugar, jugar un rato con sus nietos, venir aquí a echar la siesta a la vera del mar, si quiere, salir al atardecer a tomarse unas cañas de cerveza y a tocar el buzuqui con los amigos en la taberna...
—¿Y no se da usted cuenta de que eso es lo que hago yo ya precisamente aquí y ahora sin trabajar tantas horas y sin esperar al día de mañana para poder disfrutar?


(Me contaron esta historia, cuya autoría desconozco, protagonizada por un pescador mexicano y un turista gringo, y la he transformado, más a mi gusto, en el diálogo de un turista occidental y un humilde pescador de un pueblecito griego).
 
Mi pescador, que recuerda un poco al Zorba de Cachanchaquis,  nos da una inmejorable lección de economía, ahora que tanto se valora esta asignatura incrustada a machamartillo en nuestro sistema “educativo”, o quizá habría que decir que nos da una lección de contraeconomía.
 

 
 "Al que algo quiere algo le cuesta" es un dicho, muy conocido y, sin embargo, muy poco popular: muy conocido porque, nos lo han repetido sin cesar una y otra vez nuestros mayores, padres y educadores, desde nuestra más tierna infancia, y puede decirse, sin exageración, que la educación consiste en aprender que todo en esta vida tiene un precio, que todo lo que vale cuesta dinero, que no se nos da nada gratis et amore, sino que, además, hay que renunciar a muchas cosas para poder disfrutar de ellas el día de mañana, y hacer muchos sacrificios del ahora en aras del futuro. Viene a ser una especie de mantra sacrosanto que pretende darnos una lección de abnegación y de renuncia de los bienes presentes en nombre de unos valores futuros; se nos dice que todo lo que vale la pena cuesta, es decir, siempre exigirá un esfuerzo de nuestra parte que a menudo se traduce en dolor y sufrimiento. Nuestro sacrificio no es indoloro e incruento, sino todo lo contrario. Sin embargo, sin embargo, no es un dicho popular porque no expresa el sentir del pueblo, sino en todo caso del Estado que se le impone a la gente para que acepte la realidad.

En términos freudianos nuestra educación consiste en renunciar al principio del placer en nombre del principio de realidad, a costa de aceptar el displacer, es decir, el dolor y el sufrimiento, que esto conlleva, silenciado por los tambores lejanos de la tierra prometida.

domingo, 21 de marzo de 2021

Aforismos

Como el fantasma agudo de una flecha lanzaron contra mí tu nombre: aforismo. Y te clavaste en mi corazón. (José Bergamín). 

 

 oOo

Es la rima consonante

un corsé decimonónico.

Yo prefiero la asonante

del verso camaleónico. 

oOo

Se ha parado el reloj.

Prosigue, sin embargo, andando el tiempo.

oOo

La bandera, ondeando

día y noche en los mapas,

plañendo y suspirando:

¡Qué dolor que haya patrias!

oOo

Lo que el crudo invierno mata

primavera lo devuelve.

Pro no lo mismo nunca.

Pero sí lo mismo siempre.

oOo

Romero de camino,

ignora su destino.

Viajero de verdad,

no saba a dónde va.

 

Fuga de notas musicales, Riccardo Guasco (2021)

 

oOo

La mirada verídica,

la más sincera

no sabe lo que mira:

no se hace idea.

oOo

Un hombre no es un voto

único y solo:

es un voto a dios y otro

voto al demonio.

oOo

Por el camino de las acacias,

no sé si voy o, al contrario, vengo.

oOo

Hagas la vista gorda,

o la hagas flaca,

vas a ver lo que pasa:

no pasa nada.

oOo

Siento que poco a poco

lo pierdo todo;

me voy perdiendo yo

también con todo.

oOo

Un juego en el que gana

es el que pierde;

y un juego en el que pierde

es el que gana.  

 

sábado, 20 de marzo de 2021

La cuadrilla de los poetas muertos

Marcial le dice en un epigrama (VIII, 69) a un tal Vacerra que no quiere pertenecer a la categoría de los poetas muertos, los únicos que su amigo considera poetas consagrados. Prefiere pertenecer al club de los poetas vivos: miraris ueteres, Vacerra, solos / nec laudas nisi mortuos poetas. / ignoscas petimus, Vacerra: tanti / non est, ut placeam tibi, perire.

Traduzco los hendecasílabos falecios de Marcial con el mismo ritmo: Sólo admiras, Vacerra, a los antiguos / y no alabas sino a poetas muertos. / Me perdones, Vacerra, ruego: no me / trae cuenta morir para agradarte.


Antes que Marcial, Horacio había tratado el mismo tema de la querella entre los antiguos, luego llamados clásicos, y los modernos en una de sus Epístolas (II, 1, vv. 34-49), donde razona que no es lógico el criterio de antigüedad a la hora de valorar el mérito de una obra literaria, que ofrezco en la traducción que hizo en 1844 don Javier de Burgos, vertiendo los hexámetros de Horacio en hendecasílabos castellanos romanceados con rima asonante en los pares: Si los poemas son como los vinos, / más apreciados mientras son más viejos, / saber quisiera cuántos años bastan / para que tengan los escritos precio. / ¿El que escribió hace un siglo ser contado / debe entre los antiguos y los buenos, / o ya entre los modernos y los malos? / Fíjese la cuestión para entendernos. / -Bueno es y antiguo el que escribió hace un siglo. / -Bien, y si cuenta un mes o un año menos, / ¿será bueno y antiguo, o despreciarle / presentes deberán y venideros? / -Si un mes o un año le faltare solo / siempre entre los antiguos tendrá asiento. / -Convenidos. Ahora, cual se arranca / a un caballo la cola pelo a pelo, / quito primero un año, después otro, / hasta que aquel que aprecia los talentos / por los años no más, y solo estima / lo que la muerte consagró y el tiempo, / cual de arena un montón se desmorona / vea venir a tierra su argumento.

La comparación que ofrece al final del fragmento Horacio es muy apropiada. Si alguien quiere arrancar de un tirón la cola de un caballo no podrá hacerlo, tendrá que arrancarla pelo a pelo; del mismo modo el límite de cien años que el interlocutor ficticio le propone al poeta para considerar a un escritor antiguo es absurdo por arbitrario, como todo límite que quiera fijarse. Si vamos rebajando los días, los meses, los años, al final se viene a parar en nada.

Horacio recurre en el verso 47 a la ratio ruentis acerui, es decir al argumento o razón del acervo o montón que se desmorona, para echar abajo la tesis de que un poeta necesita llevar por lo menos cien años muerto para ser considerado antiguo y, por lo tanto, clásico: dum cadat elusus ratione ruentis acerui: hasta que caiga burlado en razón del montón que se esfuma. ¿No valdría acaso con 99 años y 11 meses? ¿Habría que esperar un año más para canonizarlo? ¿No valdría acaso con 98...? Vamos quitándole al siglo un año detrás de otro, y al año un mes tras otro, y al mes una semana, y a la semana un día, y al día una hora y así hasta el infinito... como a la cola del caballo los pelos uno a uno, hasta venir a parar en nada.

El rompecabezas lógico se llama “sorites”, del griego σωρός (sorós) “montón, cúmulo”, y se atribuye su invención a Eubúlides de Mileto (siglo IV antes de C.) El argumento suele presentarse así: si de un montón de trigo quitamos un grano, el montón no deja de ser un montón. Si admitimos esta premisa de que un grano “no hace granero”, como se dice vulgarmente, es decir, no forma un montón de por sí, y vamos quitando uno tras otro llegará un momento en que ya sólo nos quedará uno, el cual, por definición no constituirá un montón, y si quitamos este último grano de arena ya no nos quedará ninguno. Resulta imposible decir cuándo el montón ha dejado de ser un montón y se ha quedado como el cuchillo sin hoja de Lichtenberg al que le falta el mango.


Se trata del viejo problema lógico del sorites del montón (de trigo) aceruus tritici que plantea el problema de cuándo un conjunto no cuantificado (aunque sí cualificado) deja de serlo por sustracción sucesiva de sus elementos.

Cicerón lo dejó muy claro en sus Cuestiones académicas (II, XXIX, 92-93): rerum natura nullam nobis dedit cognitionem finium ut ulla in re statuere possimus quatenus; nec hoc in aceruo tritici solum unde nomen est, sed nulla omnino in re —minutatim interrogati, dives pauper, clarus obscurus sit, multa pauca, magna parua, longa breuia, lata angusta, quanto aut addito aut dempto certum respondeamus non habemus: La naturaleza de las cosas no nos ha dado ningún conocimiento de los límites de modo que podamos establecer en cosa alguna hasta dónde; y esto no sólo en el montón de trigo de donde le viene el nombre, sino en ninguna cosa en absoluto -si preguntados específicamente cuánto se ha de añadir o de quitar para que el rico sea pobre, el claro oscuro, lo mucho poco, lo grande pequeño, lo largo corto, lo ancho estrecho no tenemos nada cierto que responder.

Un grano, pues, no hace granero, no forma montón de grano, pero ¿cómo es posible entonces que un solo grano marque la diferencia entre lo que es un montón y lo que no lo es?

viernes, 19 de marzo de 2021

"Lo flamenco"

    “Rocinante vuelve al camino”  es una novela, si puede llamarse así, -y así, en efecto, puede llamarse porque se vende bajo la etiqueta comercial de “novela”-  publicada por John dos Passos en 1922, quien pasó una temporada en la España de los años veinte del siglo pasado, que recoge estampas periodísticas e impresiones de viaje a modo de ensayo en las que trata de captar la realidad ideal del país.

    Su protagonista Telémaco, nombre de resonancias homéricas, tras el que se esconde el autor, estaba buscando a su padre pero se había alejado tanto en su búsqueda, como dice al principio, que ya no recordaba lo que andaba buscando. Encontrará, sin embargo, en su recorrido por España lo que no esperaba y que él cree que es la esencia de lo “español”. 

 

    A lo largo de sus páginas junto a celebridades como Pastora Imperio, Giner de los Ríos, Antonio Machado, Blasco Ibáñez, Joan Maragall, Unamuno y Benavente entre otros,  y eventos como el entierro de Pérez Galdós o una conferencia de Valle-Inclán, aparecen también taberneros, viajantes de comercio y un arriero, que no sólo dice "arre" al borrico para que camine, sino muchas cosas al autor y al lector.

    El interés de dos Passos por España no se limita, sin embargo, al del turista norteamericano fascinado por nuestra lengua y cultura. Él es un viajero que quiere impregnarse del espíritu nacional acudiendo a los teatros y museos, evoca los lienzos de El Greco y de Velázquez, lee a nuestros clásicos -ya el título es un guiño al Quijote cervantino, así como el personaje de don Alonso-,  a los que cita constantemente, y conversa con la gente anónima que encuentra a su paso. Aquí es donde radica desde mi punto de vista su mejor hallazgo. En su intento de definir lo español llega a decir: "España es la patria clásica del anarquista". 

    Precisamente, lo que más me ha interesado de este Rocinante vuelve al camino es cómo suena y resuena la voz de la gente del pueblo, lo que dos Passos llama, “lo flamenco”, palabra con la que se denominó a los naturales de Flandes por su tez encarnada, a las aves palmípedas sonrosadas -flamingos/flamingoes en la lengua del Imperio-, las mejillas coloradas de las mozas gallardas y de buena presencia, y finalmente el aire agitanado y andaluz que se expresa en el rostro y en el canto encendido como la llama del fuego, dado que al fin y al cabo la palabra latina que parece que está detrás del vocablo y en su origen es "flamma". 

    "Lo flamenco" habla principalmente por la boca del arriero cuando,  al vadear una corriente montado en su borrico bajando de las Alpujarras, le dice criticando lo que nosotros denominamos el American way of life


- Ca. En América no se hase na má que trabahá y de'cansá pa podé trabahá otra vé. No es vida pa un hombre. Ayí la hente no se divierte. Me lo dijo un marinero de Málaga que pesca esponjas. Y él lo sabía. No es plata lo que el pueblo nesesita, sino vino y pan y… vida. Ayí no hasen má que trabahá y de'cansá pa podé trabahá otra vé…

(…)

Todo el mundo se burlaba del arriero pero él seguía en sus trece, sacudiendo la cabeza y murmurando: «Ésa no es vida pa un hombre».

(…)

- Lo que usted quiere decir es que ésta sí que es vida para un hombre -dije yo al arriero, que echó atrás la cabeza, en una carcajada de aprobación-. Algo que no es ni trabajar ni prepararse a trabajar.

- Eso es -contestó, y gritó «¡Arre!» al burro... 

(…)

- En estas tierras, señor inglés, no trabajamos mucho, somos sucios e ignorantes; pero vivimos. ¿A que no sabe usted lo que hace la gente pobre de los pueblos por el verano? Alquilan una higuera y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según van madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices. No temen a nadie, ni dependen de nadie; cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos. Usted ha viajado mucho; yo he viajado poco, no he pasado de Madrid; pero le juro que no hay en ninguna parte del mundo mujeres más bonitas, ni tierra más fértil, ni cocina mejor que en esta vega de Almuñécar… Si el vino no fuera tan espeso…


Aquí se contrapone el mundo moderno, el American way of life, a "lo flamenco". El modo de vida americano no es vida para un hombre, dice el arriero, porque la gente en América no goza de la vida pese al dinero que tenga y lo rica que sea, y porque la vida no consiste ni en trabajar ni en descansar para recargar las pilas y volver al tajo y al trabajo. Pero América no sólo es geográficamente América, sino universalmente ya el mundo entero, salvo aquel rincón "atrasado" de España donde la voz del pueblo está despotricando contra el progreso moderno y contra el mundo.

 Resuena el sentido común en la voz del arriero cuando dice: “No es plata -o sea dinero- lo que el pueblo nesesita, sino vino y pan y… vida.” 

 "Lo flamenco" se define negativamente por contraposición a lo americano y lo moderno como "lo que  no es ni trabajar ni prepararse a trabajar". Lo flamenco nos enseña que lo esencial del camino es que uno no necesita destino. Por eso Telémaco al principio de la novela se olvida de su padre Ulises u Odiseo, al que estaba buscando, para encontrar lo inesperado, que es este regalo: la gente pobre que alquila una higuera en el verano “y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según van madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices.” No necesitan más, tampoco menos. Son libres. “No temen a nadie, ni dependen de nadie; cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos.”

jueves, 18 de marzo de 2021

Imágenes con palabras

 

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 El consejero señala que la hipotética vacuna no causa trombosis cerebral, sino que es casualidad, convencido con fe de carbonero de la seguridad de la presunta.

Murió a consecuencia de las heridas punzantes del cuchillo sin hoja al que le falta el mango de Lichtenberg, sin que el arma blanca y homicida haya aparecido.

Las autoridades sostienen la entelequia fantasmagórica y piden a la gente que no se confíe ni relaje las medidas de protección: "El virus sigue entre nosotros".

  El doble rasero: Si muere un paciente con el virus, la causa de su muerte es el virus; si muere con la vacuna, no hay relación de causa a efecto, es casualidad. 

Lógica epidemio-ilógica gubernamental: Sólo los enfermos deberían llevar mascarilla, pero como no sabemos quién está enfermo, debe ser obligatoria para todos. 

El epidemiólogo a sueldo del gobierno de España en entrevista televisada a todo el país: La mascarilla -obligatoria- no es la clave para detener la transmisión. 

miércoles, 17 de marzo de 2021

Nefelibacias

Se ha llamado al cuadro “El viajero que contempla un mar de nubes”, y como definición descriptiva de lo que se ve no está mal, pero el título que le dio a su obra su autor, el romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840),  fue Der wanderer über dem Nebelmeer, que viene a ser “El caminante sobre el mar de nubes”. 
 
 
El caminante sobre el mar de nubes, Caspar David Friedrich (1818)
 

Que el caminante se encuentre dando la espalda al espectador del cuadro es bastante significativo: Al no poder vérsele la cara, el personaje central que atrae nuestra mirada enseguida resulta anónimo, podría ser cualquiera, un individuo cualquiera, que como tal está solo. Los rasgos de su fisonomía personal se disuelven en la contemplación del paisaje velado en parte por el mar de nubes.

 
El título original del cuadro me trae al recuerdo una palabra griega compuesta que es “nefelíbata”, que el diccionario de la Academia recoge sin tilde esdrújula nefelibata, pronunciado a la pata la llana (a diferencia de acróbata, por ejemplo) y explica su etimología: Formación culta del gr. νεφέλη nephélē 'nube' y -βάτης -bátēs 'que anda', y este der. de βαίνειν baínein 'andar', y lo define como adjetivo referente a una persona: Soñadora, que no se apercibe de la realidad.
 
No reconoce, sin embargo la Academia la legitimidad  del sustantivo “nefelibacia”, formado a imagen y semejanza de acrobacia, y que podríamos definir a la manera de aquella como "profesión o actividad del nefelíbata". 
 
Nefelibacia es lo que normalmente se llama “andar entre las nubes”, como dice Aristófanes de Sócrates en su comedia “Las nubes”.
 
Bien quisiera encandilar a mis escasos lectores con esta palabra mágica, culterana, esdrújula y no llana como la acentúa la Academia, e inaudita o, por lo menos, poco o casi nada oída: “nefelíbata”.
 
Nefelíbatas son los seres leves y no graves que levitan y no gravitan y que, por lo tanto, practican nefelibacias, como Sócrates, y como Tales, que por mirar a las estrellas del universo metió la pata en un pozo inadvertido que había a sus pies, provocando la carcajada de la muchacha tracia, que se reía del sabio despistado.    
 
Las nefelibacias son acrobacias en las nubes, piruetas y volteretas en los aires que hacen burla de la ley de gravitación universal que decretara Isaac Newton. 
 
No sé si he inventado yo la palabra "nefelibacia"; es posible que otros la hayan inventado antes, a imagen y semejanza de acrobacia, pero las palabras son del común y, por eso mismo, de ningún, de ninguno, son de todos y de nadie: aquí la dejo, por si alguien quiere adoptarla.
 
Es una palabra griega, mejor dicho, dos palabras griegas soldadas en una sola y compuesta, como explica la docta Academia, porque seguimos hablando la vieja lengua helénica del viejo Homero sin darnos ya cuenta. 
 
Los nefelíbatas son acróbatas de los cielos, peregrinos de las nubes etéreas, los espacios siderales, los astros y las estrellas, son ángeles soñadores empedernidos que no pisan la realidad, la tierra, mensajeros de otro mundo que todos llevamos dentro, como Sócrates, aquel hombre que, lejos de albergar sólidas creencias como hacemos de ordinario los demás, tontos de nosotros, ni siquiera sabía que no sabía nada, como de ordinario se nos dice y se nos repite hasta la saciedad. "No soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma" dice Sócrates en el Teeteto (150d)  de Platón (μὲν οὐ πάνυ τι σοφός, οὐδέ τί μοι ἔστιν εὕρημα τοιοῦτον γεγονὸς τῆς ἐμῆς ψυχῆς ἔκγονον). Lo que Sócrates llegó a decir es simplemente que no sabiendo, no cree tampoco saber lo que no sabe. 
 
Por lo demás, tampoco caminaba tanto entre las nubes como le hubiera gustado y como pretendía Aristófanes: también él tenía que aterrizar y pisar el suelo, sometiéndose a un juicio injusto como todos que le acarreó la muerte.

martes, 16 de marzo de 2021

Tontos que somos y atontaos que estamos.

 

Nos hacemos a la mar de las nuevas tecnologías, (yo, que no soy el primero, tampoco voy a ser el último) y navegamos por las mares procelosas de la Red sin llegar a buen puerto nunca, y, aun peor, acabamos hundiéndonos y yéndonos a pique. Naufragamos en las redes sociales, caemos en sus redes como incautos mileniales, y de ser el pececito que nadaba en la mar salada como pez, nunca mejor dicho, en el agua pasamos a convertirnos en un pescado ya fresco en el mostrador de la pescadería y listo para la futura fritanga del chiringuito playero, o ya congelado en la cámara frigorífica, esperando su hora. Naufragamos ante los cantos de las sirenas, como en aquel precioso fandango por otra parte de Huelva.  Niña, son verdes tus ojos / como las olas del mar. / ¡Pobre del que mire en ellos / y que no sepa nadar! / Niña, son verdes tus ojos. ¡Quién naufragara en esos ojos y no en la Red Informática Universal!

Creímos que interné era la panacea universal, tontos de nosotros, que ponía el mundo entero a nuestra disposición, cuando en realidad lo que hace es someternos a nosotros, aislarnos de la gente, apartarnos de la realidad, enfrascarnos en la nebulosa del ciberespacio, hacernos nefelíbatas que caminan sobre la nube, sin apercibirnos de la realidad que tenemos bajo nuestros pies porque, de hecho, cuando estamos conectados, no pisamos tierra.  


Creímos que teníamos muchos “amigos”, “seguidores” y “contactos”, cuando en realidad éramos cada vez más autistas, y estábamos más solos que la una. So pretexto de interrelacionarnos con los demás nos atomizábamos individualmente, valga la redundancia etimológica grecolatina y pedante (in-dividuum es la versión latina del griego á-tomon),  condenándonos a un aislamiento cibernético, a una soledad monádica y monástica, agravada si cabe aún más por las autoridades sanitarias que, además de taparnos la boca, nos han forzado a la distancia física y social.

El móvil o teléfono inteligente nos entontece aún más a nosotros, atontaos que estamos ya, y nos hace confundir la realidad no ya con el deseo, como a Cernuda, sino con sus pantallazos. Y que conste que al hablar de pantallas, hago este triple distingo:  

-en primer lugar, la gran pantalla o pantalla gigante, que es la cinematográfica, en la que los hermanos Lumière proyectaron por primera vez en 1895 la primera película muda, pantalla que es la que más respeto me merece por algunas de sus creaciones y carácter de espectáculo público;

-en segundo lugar, la pequeña pantalla, que es la televisiva y privada pero ya familiar de algún modo, la que se denominó despectiva- pero acertadamente “caja tonta”, el  electrodoméstico por el que sólo se emitían tonterías e idioteces, aunque más que caja tonta habría que decir “atontadora”, en el sentido de acaparadora de nuestra atención, por su poder de atraer como un imán nuestra mente y nuestra mirada y de hipnotizarnos y abstraernos de la realidad con su pernicioso magnetismo;

-y, last but not least, la micropantalla, la del móvil, exclusivamente individual y personal e intransferible, hasta el punto de que es un delito hurgar en ella si no eres su legítimo propietario, como en la intimidad de nuestros trapos sucios sentimentales, la pantallita de nuestro smartphone, teléfono inteligente en la lengua del Imperio, que por cierto podría mucho mejor llamarse dumbphone, o teléfono tonto, porque atonta, porque entontece por su capacidad de atraer la atención personalizada e individualizada, más aún que la televisión y muchísimo más que la gran pantalla cinematográfica, por supuesto.

 
El móvil nos impide movernos. Él es nuestra burbuja, el responsable de nuestro encapsulamiento, encapullamiento o cocooning, en la lengua del Imperio, con el que nos encerramos a hilar nuestra propia baba, el cordón umbilical que nos mantiene unidos al claustro materno, al cascarón del huevo que nunca romperemos ya, el objeto sagrado que hace que inclinemos sumisamente la cabeza por la calle, distraigamos la atención, y que abajemos la mirada y la vista, ajenos a lo que nos rodea y a quienes nos rodean, para asomarnos por esa minúscula pantalla a un mundo que no es de verdad; incapaces de caminar con la frente alta, la agachamos reverentemente ante el santo sacramento del altar para consultar nuestro misal y gargarizar lo que está mandado, lo que Dios manda. El es la brújula que marca nuestro camino hacia ninguna parte.

Las autoridades educativas, amén de las susodichas sanitarias, fomentan desde las altas instancias las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (la sigla ominosa es TIC, que suena a onomatopeya relojera de bomba que va a explotar y a tic nervioso), para que confundamos el mundo con lo que sale por la micropantalla, para que compartamos nuestra geolocalización y no nos perdamos, publiquemos nuestro humor y estado de ánimo, nuestras opiniones personales, cada uno las suyas, nuestros gustos/likes y nuestros disgustos/dislikes, el relato de lo que hemos visto hoy, ya puede ser extraordinario o lo más trivial del mundo, lo que hemos hecho, lo que hemos comido, lo que hemos bebido, lo que hemos defecado.
 
Nos animan a que subamos lo que se nos ocurra, todo vale con tal de que entremos y subamos algo: fotos de las vacaciones, de las salidas de fiesta, de la sagrada familia, de los colegas, de los ligues y, como no vamos a ser menos que Narciso, también de nosotros mismos,  a Instagram, a Facebook, a Google, a Snapchat... Quieren que tuiteemos para demostrar que existimos, como los políticos, que no tienen cosa mejor que hacer,  que produzcamos, que hablemos, aunque no digamos absolutamente nada que no hubiera sido preferible callar. 

Nos exhortan a que no dejemos de emitir, a que estemos constantemente retransmitiendo en la línea de fuego, dando y recibiendo. Dando y tomando.Todo para maximizar y optimizar el relato de nuestra vida cotidiana. ¡Cuánto mejor sería minimizarla y, si no pesimizarla, al menos invisibilizarla  y no exhibirla sin ningún pudor por la red de redes! ¡Cuánto mejor seguir la senda de Epicuro, que aconsejaba, bendito sea, a sus discípulos lathe biōsas: vive oculto!


Todo queda íntegramente grabado como valor de información y almacenado, y es nuestro algoritmo, nuestro alguarismo. Todo queda, como dice el Comité Invisible, bajo el imperio de los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), que son los terribles cuatro jinetes apocalípticos: la sangrienta victoria, el hambre, la guerra y la muerte. No olvidemos al quinto y más mortal de todos ellos: la información, como acertó a señalar Buñuel.

La gente que usa el transporte público, por ejemplo el tren, cada vez menos por desgracia, se coloca individualmente, si puede, y lo primero que hace una vez tomado asiento en el vagón, es sacar el aparato. Cada uno va a lo suyo. Se trata de una multitud que conjura su soledad con el cacharro: cada uno con sus cadaunadas, sus pantallazos y guasapeando o telegrameando o como se diga. Ya nadie se asoma a mirar por la ventanilla, ni se pone a charlar con el vecino, al que ignora por completo y ni siquiera saluda.


Llegará el día, si no ha llegado ya, que Dios o el Diablo nos coja confesados, en que la policía, como medida antiterrorista, establezca un fichero cibernético –esto es, etimológicamente, “gubernativo”; esta palabra como ciberespacio y cibercafé nos recuerda el timonel con el que se gobierna la nave griega, metáfora del Estado- de “personas ocultas”: allí estaremos los que no tenemos un perfil conocido en alguna red social o una cuenta de abono a un teléfono móvil. Si no hay referencias nuestras en Interné, si no existimos en la cloud computing, como quisiéramos más de uno, es probable que seamos un candidato para ese fichero policial de peligrosos terroristas yijadistas/negacionistas ordenado por el ministerio de interior del gobierno que nos haya tocado no vamos a decir la suerte, porque no es ninguna suerte, sino la desgracia de padecer.

¿Alguien puede imaginar lo mal que tiene que sentirse alguien en su sano juicio, la desolación que ha tenido que sufrir en su vida cotidiana, juventud y adolescencia,  y el profundo aburrimiento de larga tarde de domingo que ha tenido que soportar para que lleguen a serle deseables las redes sociales siquiera por un momento?