domingo, 7 de enero de 2024

Otra vez la mascarada

    Algunos se alegraron sobremanera al enterarse de que en el nuevo gobierno progresista de las Españas de Dios iba a haber una médica al frente del Ministerio de Sanidad, que parece que es lo que corresponde, después de haber tenido un filósofo con un máster en economía y dirección de empresas, una licenciada en derecho, y un doctor en farmacia. La actual ministra de Sanidad se define a sí misma en su perfil de X, antiguo tuíter, como: Ministra de Sanidad. Portavoz de Más Madrid. Médica y madre de tres hijos. Con la mirada puesta en la sanidad pública y el bien común. 
 
    Nuestro gozo en un poco, sin embargo, cuando leemos en la prensa que, recomendada ya la mascarilla por su Ministerio en centros sanitarios, residencias y aglomeraciones, va a pedir a las Comunidades Autónomas o Reinos de Taifas de las Españas de Dios el lunes ocho de enero, o sea, mañana mismo, que la hagan obligatoria, pese a la nula evidencia científica de que su uso reporte algún beneficio para la salud, sino todo lo contrario. 
 
    Ella, sin embargo, es firme partidaria de su uso hasta para hacer deporte, como publicó en la red social del pajarito enjaulado el 17 de agosto de 2020, dando ejemplo a la ciudadanía, y predicando con el modelo de su ejemplo: “Comprobado. Se puede correr cuesta arriba con mascarilla. Si te falta el aire es porque no estás en forma(,) chavalote”
 
 
    Está comprobado, dice, que se puede correr cuesta arriba con mascarilla, aunque no especifica la velocidad a la que lo hace. El que se pueda, como ella certifica, no conlleva por otra parte que sea algo saludable ni siquiera aconsejable. Lo que viene a decir es que está comprobado que se puede respirar, más mal que bien, con un ridículo tapabocas que no va a evitar que cojas ningún virus ni que lo transmitas, pero es un signo visible de tu obediencia a lo que está mandado. Ahora desde el ministerio nos viene con el bozal obligatorio. 
 
    Si te falta el aire, chavalote, no es porque lleves un bozal que resulta irrisorio como parapeto ante una infección vírica, porque los virus entran y salen por sus retículas como Perico por su casa. 
 
    Si te falta el aire, chavalote, no es porque la mascarilla te impida respirar con naturalidad, sino porque tú no estás en forma como la enmascarada futura ministra, que corre cuesta arriba por una calle empinada donde no hay absolutamente nadie más que ella -se supone que ella es ella, claro- en pleno mes de agosto, ella y el fotógrafo que toma la imagen para el postureo mediático, porque hay que dar ejemplo de sumisión a la ciudadanía.
 
 
    No estaría de más que la flamante Ministra de Sanidad, que tiene la mirada puesta en la sanidad pública y en el bien común, según alardea en su red social,  conociera la opinión de un colega suyo, Juan Gérvas, publicada en la misma red:  Recuerde. Las mascarillas no han servido nunca para nada ante los virus respiratorios. En ningún lugar, ni en la comunidad ni en servicios sanitarios. Las mascarillas son un talismán. Como los ajos que se colgaban del cuello en la Edad Media. 
     
    La evidencia científica la proporciona por ejemplo Cochrane. Frente a esta evidencia, la chavalota de la Ministra hace su propuesta "por sentido común", que, como se ve, es el menos común de todos los sentidos, y no deja de ser una magufada como, por ejemplo, también podría aconsejar en primera instancia y obligar por sentido común al personal sanitario, a los pacientes y a las visitas hospitalarias a que se pongan un sombrero de papel de aluminio al entrar en los inhóspitos hospitales para evitar la fuga de las neuronas, que podrían ser abducidas por los extraterrestres. 
 
     

sábado, 6 de enero de 2024

Ni oro ni incienso ni mirra: una mierda.

    En mi infancia se decía que en la Fiesta de Reyes, el 6 de enero, los niños que se habían portado bien durante el año recibían por su buen comportamiento los regalos que les traían sus majestades los Reyes Magos de Oriente, mientras que los díscolos carbón. En realidad, buenos y malos, recibían los mismos regalos que compra el dinero: nosotros, juguetes bélicos, y ellas, muñecas, siendo el carbón una amenaza difusa que se traducía en la realidad inexcusable de la vuelta a la normalidad después de las vacaciones escolares, como nos recuerda la imagen de Gabriel Pérez-Juana. 
 
     En los belenes catalanes y valencianos, amén de los esperados pastores y pastoras que acuden a adorar al recién nacido en el portal entre pajas, los Reyes Magos, María, José, el Niño Jesús, las ovejas, la mula y el buey, se encuentra un personaje muy característico y ajeno a la iconografía de la cristiandad, se trata del caganer o cagador. Con barretina o gorro rojo, faja y pipa en los labios, agachado y con los calzones bajados y las nalgas al aire, deposita un zurullo. Él no tiene oro, incienso ni mirra, como los Reyes Magos de Oriente, que ofrecerle al recién nacido. Sólo tiene lo que produce por sus propios medios: la humilde ofrenda del mojoncito de caca que defeca en las inmediaciones del portal. 
 
    Con el paso del tiempo, la figura del caganer ha ido evolucionado y, en la actualidad, se han creado muchos modelos alternativos, entre los que destaca también la caganera, que es la versión femenina de lo mismo.  Dicen que los orígenes de esta figura se remontan por lo menos al siglo XVI, ausente según parece de la iconografía medieval. En todo caso es, esencialmente, un personaje del arte popular, cuyo lugar está fuera del pesebre, pero no lejos del portal. 
 

     ¿Qué simboliza esta figura? ¿Es un detalle irreverente, un guiño a la escatología infantil o tiene un significado más profundo? Creo que puede ser ambas cosas a la vez, y puede relacionarse con el Dukatenscheiser o cagaducados alemán. Hay también un cuento de los hermanos Grimm, que es La mesa, el asno y el bastón maravillosos, donde aparece la figura del borrico que cagaba doblones de oro. La defecación de dinero en forma de monedas de oro sólo es real en la ficción porque en verdad no puede afirmarse que la caca sea dinero, aunque sí, como reconoce el pueblo habitualmente, que el dinero -y el oro, incienso y la mirra que le llevan sus majestades de Oriente al niño- es una mierda, así como todos los dones y juguetes habidos y por haber, y que el vil metal puede comprarlo todo menos lo más valioso y lo que más importa, que es el cariño que no tiene precio. 
 
    Uno de los cuentos folclóricos más extendidos y conocidos en el Siglo de Oro español es el del borrico que cagaba dineros, muy difundido en otros países y lenguas, del que hay numerosas versiones orales españolas, algunas en verso, a más de portuguesas y americanas.  Cuentos que, retrotrayéndonos a la antigüedad grecorromana, nos llevan de algún modo hasta la fábula de la gallina de los huevos de oro, que en la versión original de Esopo no era tal gallina, sino una oca que Hermes le regala a un ferviente devoto suyo. Será Babrio y no Esopo quien consagre la gallina que nuestro Samaniego y Lafontaine popularizarán en castellano y en francés respectivamente, cuentos todos ellos que relacionan el dinero con la mierda, lo que se relaciona con el dicho popular de que si la mierda fuera dinero, que no lo es, pero no se olvide la verdad de lo contrario, los pobres no tendrían culo o, en otra versión, nunca cagarían.  
 
 
    Pero dejémonos de cuentos y de fábulas: la sorpresa que les espera a los niños tras la ilusión de abrir los envoltorios de los regalos es la desilusión de la vuelta al cole, como dice la muñeca de Pérez-Juana a la que ya no engaña nadie, la vuelta a la normalidad y al aburrimiento, representada también en esta imagen de Madrigal por el 'máximo confort' del Hostal Herodes, el único y verdadero pedagogo, al decir del poeta, del que me temo que no van a poder huir como María, José y el Niño a Egipto nuestros pequeños, abocados como están a entrar en el pudridero de la edad adulta o matadero.   

viernes, 5 de enero de 2024

El doctor Knock ha cumplido cien años.

    El 14 de diciembre de 1923, hace ya todo un siglo que acaba de cumplirse el mes pasado, se estrenaba en el teatro de la Comédie des Champs-Élysées de París con gran éxito de público y crítica la pieza teatral Knock o El Triunfo de la Medicina de Jules Romains, que el lector curioso puede leer en la traducción castellana que ofrecemos aquí. Puede ver también en Odysee la fidedigna película de 1951 de Guy Lefranc en versión original francesa protagonizada por el actor Louis Jouvet que encarnó magistralmente al personaje en el teatro.
 
    El doctor Knock reemplaza a un médico rural con escasa clientela en un pequeño pueblo y en pocos meses transforma el único establecimiento hostelero que hay en una clínica y a la mayoría de sus habitantes en pacientes suyos. La obra analiza muy detenidamente las técnicas de manipulación que permiten “enfermar” al mayor número posible de personas sanas, para convertirlas en clientes habituales. La frase más famosa y el lema del doctor Knock es: “Las personas sanas son enfermos que se ignoran a sí mismos”. Para él, además: “Salud es sólo una palabra, que no estaría mal borrar de nuestro vocabulario. Por mi parte, sólo conozco personas más o menos afectadas por enfermedades más o menos numerosas de evolución más o menos rápida».
 
 
    El recién llegado comienza ofreciendo consultas gratuitas durante las cuales detecta enfermedades más o menos reales, que le permiten iniciar tratamientos a largo plazo, convirtiendo a los aldeanos en pacientes a los que cronifica. Utiliza al pregonero para anunciar dichas consultas. Se alía enseguida con el boticario, que es el representante a pequeña escala de la industria farmacéutica. Finalmente, organiza con el maestro del pueblo una serie de charlas pedagógicas gratuitas sobre el peligro que constituyen gérmenes, microbios y bacterias -virus diríamos hoy-, una información destinada a asustar a los pueblerinos y hacer que quieran chequear su salud. Utiliza, pues, tres pilares básicos para abrirse camino: los medios de información y comunicación, hoy en día prensa, televisión, interné, redes sociales y teléfonos móviles -el pregonero-, la industria farmacéutica que estaba de capa caída en la aldea -el boticario-, y la instrucción pedagógica -el maestro-, introduciendo finamente la peliaguda cuestión de los conflictos de intereses de la profesión médica con  la industria farmacéutica.
 
    En el momento en que se estrenó la obra, había algo en el personaje que era tan exagerado que resultaba inverosímil y hasta siniestro pero cómico. Desde entonces, sus métodos de manipulación se han generalizado tanto que hoy en día su comportamiento apenas sorprende ni asombra... y la obra parece mucho más actual y menos divertida. De hecho, no parece una comedia, sino más bien un drama o auténtica tragedia. Esto se debe a que en nuestra sociedad contemporánea todo el mundo (o casi todo el mundo) está profundamente convencido de que la “buena salud” es sólo una ilusión temporal fantasmagórica, y que la enfermedad es la esencia de nuestra alma. 
 
Litografía de la serie Fragmentos de la doctrina secreta Paul Colin (1949)
 
     Hasta tal punto, el doctor Knock nos ha dejado a todos noqueados, nunca mejor dicho, ya que to knock (out) en inglés, como se sabe, significa 'dejar sin sentido a alguien al recibir un golpe', y también 'derrotar, imponerse sobre alguien', y, en resumidas cuentas, 'dejar K.O., nocaut', como nos ha dejado la Organización Mundial de la Salud y los gobiernos que, como el español, han seguido sus pautas confinatorias de reclusión de la población, imposición de mascarillas, distanciamiento social e inoculación experimental  con la pandemia, enfermándonos a todos y haciendo que actuáramos “como si hubiéramos contraído efectivamente el virus” que no habíamos contraído porque hasta entonces no existía: la divulgación pseudocientífica fue la propagación efectiva. 


     Al final de la obra, el antiguo médico reemplazado del pueblo regresa y pregunta a Knock sobre la moralidad de su actitud, que subordina el interés del paciente al interés del médico, a lo que el doctor, esquivando el reproche, le replica que hay un interés superior a esos dos intereses, que es el interés mayúsculo de la Medicina. Finalmente, Knock acabará ingresando a su colega, un médico de los de antes, en la clínica y diagnosticándole una enfermedad imaginaria. No sólo nos hallamos ante un médico corrupto y manipulador cuya única meta es enriquecerse rápidamente a expensas de sus pacientes (nótese que no decimos “de sus enfermos”), sino que estamos ante un sumo sacerdote laico de un nuevo culto sanitario, la religión médica, una superchería en la que él mismo acaba creyendo firmemente. Lo único que le mueve es la Medicina, por eso ha convertido a todos los habitantes de la localidad  en su cluentela, por eso los ha “enfermado”, molierescos malades imaginaires
 
 
 
     Varios elementos de la obra refuerzan esta interpretación, claramente confirmada y desarrollada por el propio autor. En la última escena, justo antes de que caiga el telón, los asistentes del  doctor "aparecen, portando instrumentos rituales, y desfilan dentro de la Luz Médica". Una representación moderna de la obra haría que todos portaran mascarillas quirúrgicas, guantes asépticos y trajes EPI (acrónimo de Equipos de Protección Individual) como si fueran astronautas, una imagen que no nos resultaría cómica, sino que nos haría reflexionar sobre lo ya visto y ya vivido.  Y eso ya no nos haría tanta gracia.
 
    ¡El Doctor Knock, personificación efectiva del sistema sanitario, ha cumplido cien años y sigue vivo y coleando, más vivo que nunca desgraciadamente para nosotros que, sin querer y de la noche a la mañana, nos hemos visto convertidos en sus pacientes! La obra, que es una crítica feroz de la manipulación farmacológica, no ha perdido ni un ápice de su actualidad ni su vigencia. Es más, después de la epidemia convertida en pandemia que hemos padecido, se ha visto llevada a las tablas del teatro del mundo y al fin realizada.
 
Litografía de la serie Fragmentos de la doctrina secreta,  Paul Colin (1949)
 

jueves, 4 de enero de 2024

¿¡Todabía, con be de burro!? (y II)

 (Rememoración de Anna Mahé)

    Recojo la noticia de la simplificación de la ortografía francesa que emprendió la anarquista Anna Mahé (1882-1960), nacida en Bretaña, que fue institutriz y compañera con su hermana Amandine del también anarquista Albert Libertad, que consagró gran parte de su actividad literaria a dicha tarea de reforma de la ortografía, publicando, antes de la primera guerra mundial, artículos en diversos medios libertarios franceses, que fueron recogidos en el folleto titulado L'hérédité et l'éducation (ortografe simplifiée), publicado en París por Imp. de L'anarchie con un prefacio de su compañero Albert Libertad, traducido al español por A. Cruz con el título “La herencia y la educación” y aparecido en París en 1911 en la misma editorial, ausentes ambos libros ¿inexplicablemente? de la BnF o Bibliothèque Nationale de France, por lo que no he podido consultar ni el original ni su versión española.

Folleto inencontrable

      Por la cita que reproduce Le Monde Diplomatique, tomada de la revista L'anarchie, de un artículo de la autora que trata sobre la reforma de la educación y la ortografía, deduzco que la reforma iniciada por Anna Mahé era muy timorata todavía, a juzgar por la conservación, entre otras, de la hache inicial y por la salvaguarda de la "y" griega: «Démontons la pédagojie oficièle faite pour fabriquer des esclaves. Bâtissons une pédagojie qui conviène à des cerveaus d’homes.» La traducción de esa frase, con ortografía reformada española, sería: “Desbaratemos la pedagojía (sic) ofizial (sic) echa (sic) para fabricar esclabos (sic). Costruyamos (sic) una pedagojía que conbenga (sic) a los zerebros (sic) de los onbres (sic).”

    En la traducción se ha aplicado la generalización la grafía “j” para el fonema /x/ que unas veces se escribe en castellano “j” y otras “g” (pedagojía, por pedagogía, como ya había hecho entre nosotros por las mismas fechas Juan Ramón Jiménez por su cuenta), se ha generalizado la grafía “z” para el fonema /θ/, que unas veces se escribe “z” y otras “c” cuando va generalmente delante de las vocales “e” e “i”, y “de la grafía “b” para los grafemas “b” y “v” (esclabos, conbenga en lugar de esclavos y convenga), supresión de la hache inicial, dado que no se pronuncia, (echa, onbres -donde por cierto no hay que respetar la regla ortográfica de que "n" antes de "p" y "b"  pero no de "v" se escribe "m"-  en vez de hecha y hombres).

    Tomo nota también de la noticia que da la historiadora Anna Steiner sobre la ausencia de la mayúscula en el título del semanario L'anarchie, que fue impuesta por Anna Mahé, partidaria como era de la simplificación de la escritura, lo que conllevaba, entre otras normas, la desaparición de las letras mayúsculas, que duplican innecesariamente la tarea de escribir la lengua hablada.

    Según Anna Mahé, citada por Anne Steiner, las normas ortográficas están al servicio de una estrategia de distinción llevada a cabo por la burguesía: arbitrarias como son, sobrecargan el cerebro infantil y retrasan la adquisición de la capacidad de redactar. Recuerda ella que en el siglo XVIII se escribía el francés como se quería, y que los manuscritos de Voltaire o del marqués de Sade contienen a veces las mismas palabras escritas con grafías diferentes porque no estaban fijadas las reglas todavía. Fue en el siglo XIX cuando la burguesía, constituida como clase dirigente y élite cultural, quiso marcar la diferencia imponiendo al pueblo la ortografía fijada por la Academia.

anarchie, con a minúscula.
 
     Lo interesante de la cita que damos de Anne Mahé, además de su lucha contra todas las mayúsculas, no es tanto la reforma ortográfica en sí, como la conveniencia de desmontar la pedagogía, que no sólo es la fabricación de esclavos, como dice la autora, sino como dejó sentenciado aquel heterónimo de Machado, la matanza de los inocentes: un solo pedagogo hubo, se llamaba Herodes.

miércoles, 3 de enero de 2024

¿¡Todabía, con be de burro!? (I)

 (Plan de mejora de la escritura del español para la erradicación de las faltas de ortografía).

    La escritura es un fenómeno cultural gracias al que los hablantes de una lengua toman conciencia de la lengua que hablan. En este sentido, la escritura del castellano, la del italiano y el alemán, así como la del latín para su tiempo, son bastante fieles a la lengua hablada, reflejan bastante bien en general, ya que no la pronunciación, sí la estructura fonológica, es decir, los rasgos pertinentes y distintivos de los sonidos, a diferencia del francés o del inglés. 
 
    En esta última lengua franca y babélica, que es la lengua del Imperio, la pronunciación de  la vocal larga /u:/, por poner un solo ejemplo, puede reflejarse en la escritura de siete formas diferentes: boot, move, shoe, group, flew, blue, rude. Esto supone que la mayoría de las palabras de la lengua de Shakespeare deben deletrearse si no se saben escribir, lo que se ve en las películas anglosajonas donde cada dos por tres deben deletrear los nombres propios cuya escritura se desconoce, mientras que en la lengua de Cervantes la mayoría de las palabras se leen prácticamente como se escriben, porque a cada letra por regla general suele corresponderle un fonema, y viceversa.
 
 
     El poeta Juan Ramón Jiménez emprendió por su cuenta su pequeña reforma ortográfica en lo que a la ge y a la jota concierne, escribiendo con jota, por ejemplo, “antolojía” y reservando la ge exclusivamente para la oclusiva velar sonora, como en gato
 
    Agustín García Calvo optó en sus últimos textos por eliminar la x en el margen postnuclear de la sílaba, y escribir en su lugar, una "s", por ejemplo, "testo" en vez de "texto", igualmente optó por la eliminación de la "n" cuando iba seguida de silbante más consonante, en una tendencia que ya recoge la RAE, que en algunas ocasiones admite la doble forma como en "transporte" y "trasporte".

    No obstante, todavía chocamos en castellano con algunos obstáculos, que deberíamos desechar si queremos ser más respetuosos con la procura de escribir bien la lengua que hablamos. Las letras “b” y “v”, por ejemplo, representan el mismo fonema oclusivo labial sonoro hoy día, a pesar de algunos cultiparlantes que se empeñan en africar las uves al modo francés. Parece lo más razonable usar una grafía común para este fonema: o siempre la “v” o siempre la “b”, pero no unas veces uno y otras otro como sucede ahora por unas razones conservadoras que la inmensa mayoría de los hablantes y escribientes desconoce.


    Otro ejemplo: la hache no es un fonema castellano y no se incluye dentro del sistema fonológico (aunque alguna vez se aspirara, como revela la expresión cante jondo, es decir, hondo). Deberíamos olvidarnos de ellas al comienzo de las palabras, como hicieron los italianos -sólo queda alguna reliquia en la lengua de Dante. O, de lo contrario, los conservadores de grafías obsoletas deberían reclamar que España se escribiera con hache, sí, porque viene del latín “Hispania”, como se sabe, con hache (aquí tienen el argumento etimológico que necesitan), y deberían escribir, de acuerdo con eso, Hespaña por lo tanto. 

    Igualmente, el problema de los acentos se resolvería con un poco de buena voluntad si acentuáramos todas las palabras tónicas y nos olvidáramos de normas ortográficas que huelen a alcanfor y a naftalina, que impone la santa madre inquisición de la corrección ortográfica. Las autoridades académicas nos han dispensado de escribir la tilde del acento en algunos monosílabos tónicos, pero sería mucho más fácil ponérsela a todos que no acordarse de que hay que ponerla en cuando no es posesivo, sino personal, y en , cuando es afirmación y no la conjunción condicional, pero no en ti por ejemplo.
 
 

    Se podría objetar que lo que aquí se predica traería consecuencias desastrosas y funestas para el cabal entendimiento de la lengua, o sea para la gramática. No es así en absoluto. Al contrario, nadie confundiría, por poner un ejemplo, la preposición “a” (a casa) con el verbo auxiliar “ha” (ha ido), porque la diferencia más importante no radica en la hache, que es sólo superficial y literaria, y no es más que una rémora de nuestra tradición escrita, sino en el acento: la preposición es átona y el verbo tónico. Bastaría solamente con prestarle oído a la propia lengua que hablamos para saber que “a” no lleva acento en “a casa”, pero sí lo lleva, aunque secundario, en “hà ído”… ¡Lástima que algunos estén ya irremediablemente sordos para el resto de sus días por culpa del propio sistema educativo, que pretende ensordecernos a todos o, al menos, a la inmensa mayoría democrática, anteponiendo el carro de las reglas ortográficas del acento a los bueyes del sentido del oído y la prosodia!

    ¿Qué sucedería si de repente, de la noche a la mañana, como suele decirse, nos pusiéramos todos a escribir como hablamos? ¿Pasaría algo grave? No, nada más que no habría lugar a cometer faltas de ortografía. ¿Nada más que eso? Nada más y nada menos. ¡Sería estupendo! Nadie se escandalizaría por el hecho de que se escribiera “abézes”, por ejemplo, todo junto y con “b” y con “z” (sí que sería una idiotez, un signo de cobardía, sumisión a la autoridad y miedo a cometer una falta –pero no una falta propiamente dicha, sino en todo caso una sobra- escribir “habézes”, lo que pasa hoy: algunos se pasan por miedo de no llegar y ponen o intercalan haches donde no las hay, como en teléfono in(h)alámbrico, creyendo que escriben más cultamente, y ponen tildes donde no hay que ponerlas como en vinierón y todo lo que acaba en –on, porque han interiorizado la norma de que se acentúan las palabras oxítonas que acaban en ene o ese, y no escuchan a su oído que debería hacerles sentir cuál es la sílaba tónica, que no es la última sino la penúltima en este caso, complicando las cosas así sobremanera.
 
    Y es que la normativa académica vigente cumple a mi ver dos funciones importantes: la de inducir a errores ocultando y falsificando la realidad de la propia lengua que se habla, y la política (todo es política en esta vida, ya lo ves, hija mía, hasta lo que no lo parecía), de imponerle a la gente (analfabeta como viene al mundo) normas, reglas y autoridades académicas y pedantes desde su más temprana infancia para someterla también al yugo ortopédico y ortodoxo de la ortografía.
 
 

(1) La palabra todavía procede de dos palabras latinas tota uia, expresión que significa “en todo el recorrido del camino”, como en la frase “tōtā uiā errāre”: equivocarse totalmente, de cabo a rabo. De ahí viene, escrito en una sola palabra, nuestro todavía, que en castellano viejo se usaba como sinónimo de siempre (cf. ing. allways), como en el verso aquel del Arcipreste de Hita del Libro de Buen Amor: adulterio e forniçio todavía deseas. La Real Academia Española de la Lengua, esencialmente conservadora, prescribe que se escriba todavía con uve para recordar precisamente su origen etimológico latino. Pero el argumento cae por su propio peso: en latín no había uves: la palabra VIA se pronunciaba “uia”, no “bia” (al menos en el latín clásico, porque, según sabemos, los hispanos confundieron enseguida en latín vulgar VĪVERE (uiíuere: vivir) con BIBERE (bíbere: beber), haciendo ambas palabras equivalentes al oído. Y es que hoy sólo hay una pequeña diferencia de timbre vocálico entre vivamos y bebamos, lo que no deja de tener su miga de gracia por su parte.

 

martes, 2 de enero de 2024

Fiebre napoleónica

    Aprovechando el revuelo generado por la película 'Napoleón' (2023) de Ridley Scott, protagonizada por Joaquin Phoenix, una página güeb llamada Napoleon-world comercializa bustos del emperador en colores llamativos, destacando el rosa caramelo al estilo Barbie,  a fin de llegar a un público mundial -global que dicen ahora- cada vez más joven, internacional e iconoclasta, convirtiendo a Bonaparte en un ídolo popular.


     Presentan estos bustos multicolores una iconografía típica y tópica de Napoleón Bonaparte con su uniforme de coronel de los caballeros de la Guardia Imperial, sin olvidar detalles iconográficos importantes como la mano metida bajo la solapa de la chaqueta, las medallas en el pecho y, por supuesto, su legendario e icónico bicornio.

Napoleón I, Antoine-Denis Chauvet (1811)
 

    Para los amantes del Napoleón más clásico, comercializan otro busto inspirado, si no copiado, de la obra neoclásica de Antoine Denis Chaudet (1763-1810) con corona de laurel símbolo de la paradójica victoria de Apolo que conquista a la ninfa Dafne que se convierte en un arbusto lauráceo, al estilo Julio César, el cual, presumido como era, gustaba de llevarla para disimular su incipiente calvicie. 

Carátula de Napoleón, Ridely Scott (2023)
 

      Tratan de rehabilitar así la imagen y la 'grandeur' de Napoleón y de La France, porque se sea o no fiel a su política, a la persona y a lo que representa, Napoleón es como Julio César, Alejandro Magno o Gengis Khan un personajón histórico, un Gran Hombre que, como dice la carátula de la película "salió de la nada, lo conquistó todo", y marcó su época, un líder excepcional que arrastró a miles de hombres que le siguieron a los campos de batalla a morir por la patria y las ideas. En Francia es un héroe nacional que, entre otras cosas, instituyó el Código Civil creó el Banco de Francia y reafirmó el derecho a la propiedad privada... Por eso algunos gustan del Napoleón tricolor con los colores patrios azul, blanco y rojo de la bandera nacional.


Napoleón tricolor.
 
    Suele decirse que todo loco se cree alguna vez Napoleón, lo que nadie nos dice es qué se cree o creía entonces Napoleón mismo que era. ¿Estaba loco Napoleón acaso por creer que era Napoleón? ¿Nos creemos entonces nosotros mismos que somos lo que somos? ¿Estamos locos?  
 
    De este personajón que ha pasado a la Historia con mayúscula, ya dimos cuenta en alguna ocasión de la cantilena en octosílabos hagesicoreos que le dedicó a él y a todo aquel que, como él, quiere pasar a la Historia, el pueblo español, ese gran iconoclasta: Me cago en Napoleón, / me cago en José Primero, / y, puesto a cagar así, / me cago en el mundo entero.
 

lunes, 1 de enero de 2024

Pareceres (XXXVII)

181.- La mejor traducción: No hay una traducción definitiva en absoluto de ninguna obra literaria. Si existiera algo así, no habría ninguna necesidad de traducir periódicamente los mismos textos una y otra vez. En cambio, vemos que cada cierto tiempo aparecen nuevas traducciones de muchísimas obras que tienen ya decenas de versiones a un mismo idioma, lo que se debe, entre otros motivos, a que las lenguas cambian, evolucionan como organismos vivos que son. Algunas palabras caen en desuso y otras entran de repente en la lengua, dependiendo de modas y costumbres, por eso lo ideal sería leer las obras en su versión original pero como non omnia possumus omnes y nuestros conocimientos de otras lenguas son siempre muy limitados, tenemos que recurrir a las traducciones, a falta de poder beber de las fuentes originales. Las traducciones envejecen, se hacen obsoletas con el paso del tiempo, por eso hay que rehacerlas constantemente.


182.- Prostituir(se): El verbo latino «prostituere» es verbo compuesto de «pro» y «statuere», con el sentido primigenio de 'estar frente', 'estar a la vista', de donde acaba significando “estar expuesto a la venta”, vía exponerse a la codicia o antojo del deseo. Dícese tanto de los vendedores que están frente a sus tiendas para anunciar sus productos como de los productos mismos que se exponen para su venta en el escaparate de la tienda. Especialmente, dícese de quienes PRO-ST-itυyen a otros o se PRO-ST-itυyen a sí mismos poniéndose frente al PRO-ST-íbυlο (destaco con las mayúsculas el preijo PRO- y la raíz simple -ST- del verbo stare que comparte con statuerel). Horacio usa ese verbo una vez referido a su libro que había de ponerse en venta, y que estaba impaciente por salir a la luz y exhibirse, al igual que un joven esclavo deseoso de hacer la calle, como dice Moralejo en su traducción de las Epístolas horacianas.  El autor le previene a su libro que va a aparecer en el mercado de lo que le espera, y que lo hará arrepentirse cuando su amante se harte de él. Ha de gustar a todos mientras esté en la flor de la vida; pero a la postre acabará devorado por las polillas o exiliado en algún remoto lugar. Más aún, acabará rebajado (¿o elevado?) a la categoría de libro escolar, es decir, de lectura obligatoria de los escolares. 

183.- Más o menos. Este desgraciado planeta Tierra, y nosotros, sus humanos habitantes, que gira dentro del sistema solar no alrededor del Sol, sino de la palabra “más” debería rectificar su órbita y ponerse a girar sensu contrario, en torno a la palabra “menos”, y en vez de ir a más, ir a menos: menos policías, menos fronteras, menos guerras, menos terratenientes, menos cárceles, menos ideologías, menos religiones… 

184.- ¿Año nuevo? Se nos va del calendario y de la agenda 2023. Creía yo ingenuamente el año pasado que éste iba a ser el año en el que menos idiotas iban a cruzarse en mi camino, y lamento haberme equivocado, así que volcaré todas mis esperanzas en el año nuevo que dicen que ha comenzado ya, anoche después de las doce campanadas, aunque en realidad siempre he sospechado que no hay años nuevos, que siempre es el mismo año que se repite una y otra vez y que renace cuando finaliza. Pero no dejo de reconocer el éxito que tiene el cambio numérico de año, que da la falsa sensación de que cerramos un ciclo para abrir otro con nuevas y diferentes expectativas e ilusiones, y más cuando, como es el caso de un servidor, uno ya es más viejo que el catarro de Matusalén. Pero también debo agradecer, y no dejo de hacerlo, el estar rodeado de gente que mantiene una de las características más elementales y básicas del género humano, que es la de ser animales sociales, que se empeñan, pese a todas las recomendaciones sanitarias, en no guardar la distancia social con sus congéneres. Quien conserva esta característica es grato para mí, quien la ha perdido es uno de esos idiotas que tanto se han cruzado en mi camino, como he dicho más arriba, alguien que es mejor que se mantenga alejado y distanciado, dentro de su idiocia particular, putodefendiendo, como dicen los jóvenes ahora anteponiendo el prefijo puto- a las palabras que quiere denigrar, su limitación putomental.

185.- Terrorismo sanitario. Ante el repunte de enfermedades respiratorias como la gripe A y B (pronto vendrán la C, la D... y sucesivas, hasta la Z) y el Covid-19, que sigue vivito y coleando, que en la última semana ha mostrado un aumento considerable del 37,17 por ciento, el Ministerio de Sanidad ha publicado recomendaciones para prevenir el contagio que incluyen el lavado de manos, cubrirse la nariz o boca al toser o estornudar y usar mascarilla lo más opaca posible a fin de evitar la respiración en caso de padecer síntomas compatibles con una infección respiratoria. Por último, se -impersonalmente- recomienda seguir las pautas de vacunación frente a microorganismos respiratorios, es decir, arremangarse y someterse a los jeringuillazos que se dispongan, y evitar, en lo posible, acudir al puesto de trabajo con síntomas de enfermedad, para lo que será preciso que el médico de cabecera nos dé la baja, claro.

Respuesta de Stefano Scoglio, coautor de Virusmanía, a la pregunta: ¿Qué es un virus?

domingo, 31 de diciembre de 2023

Pero ¿qué día es hoy?

    La presentadora televisual Cristina Pedroche ha comenzado la cuenta atrás en las redes sociales de las que es prisionera para cautivar a sus muchos seguidores con una serie de fotografías y el siguiente mensaje:  "Una vez más, os esperamos el 31 de diciembre para despedir el año". 

 
    En una de ellas aparece enfundada en una blusa blanca delante de un enorme reloj, que se supone que es el que dará las doce campanadas de la última hora del año para que nos atragantemos con las uvas celebrando la estupidez de que un año se acaba en el mismo momento de volver a empezar igual que el ave Fénix, que renace así de sus cenizas. Ha obtenido con sus publicaciones miles de laix o megustas.
 
Saboreando el fruto prohibido
 
      Pero finalmente se ha mostrado, incendiando las redes, en un cortometraje en el que aparece en pelota picada con su larga y negra melena, como Dios la trajo al mundo, en un bosque paradisíaco, con flores y mariposas, bebiendo el agua de un arroyo en el cuenco de sus manos, oliendo la corteza de un árbol al que se abraza, comiendo el fruto prohibido y adormeciéndose cual Eva desnuda sobre una rama... hasta que aparece un coche blanco y la madrileña despierta de su erótica y bucólica ensoñación cuando resuena la canción de Mecano  "Y en el reloj de antaño, como de año en año...", y entonces se pregunta: Pero ¿qué día es hoy?, como si tuviera algo de particular este día, que es como otro cualquiera del calendario.  
 

 
    Y de pronto le vienen a la cabeza en rápida y vertiginosa sucesión todas las veces que ha dado las Campanadas desde la madrileña Puerta del Sol, nueve hasta ahora, que será la décima. Comienza a correr a toda hostia por el bosque. No es la naturaleza la que capta las miradas, sino el primer plano de su trasero que no deja lugar a dudas a la imaginación del espectador... Fiel a su misterio, no ha desvelado ninguna pista sobre el atuendo con el que vestirá, es un decir, y con el que dejará a media España boquiabierta después de la opípara e indigesta colación de Nochevieja. 
 
El cortometraje de marras
 
    Y todo para celebrar un año que no acaba nunca, o que acaba donde vuelve a empezar, girando interminablemente alrededor de un sol que no deja de preguntarse, estupefacto, pero ¿qué día es hoy? ¿qué tiene de particular este día que no tengan todos los demás días del calendario durante la órbita anual, por ejemplo el de ayer o el de mañana mismo o el de pasado mañana?  ¿qué celebran estos terrícolas brindando con champán y emborrachándose?


sábado, 30 de diciembre de 2023

Parpadeos

    Acaba de publicar Andrés Rábago, cuyos heterónimos son OPS y El Roto, un libro de paremias titulado "Parpadeos", dedicado a la pintura, que contiene en la mejor tradición aforística de Machado o de Bergamín unas preciosas reflexiones sobre los pintores que más son de su agrado y el mundo y la vida en general. Lo he leído con deleite, porque no dejo de admirar casi todos los días su viñeta de El Periódico Global(ista) y de apreciar la agudeza de su lenguaje sentencioso, que es el que nos hace pensar. En fin, todo un ramillete de parpadeos ilustrados con algunos de sus dibujos, como el de la portada, que para mí son lo menos valioso de su obra, pero reconozco que es un juicio mío muy personal.

    Como muestra algunos de estos parpadeos entremezclados con algunas de las viñetas de El Roto publicadas en los últimos meses: 

    -"Los ojos son ratones inquietos que caen en las trampas que les tienden las pantallas; también los míos".

    -"Compadecemos a los ciegos porque no pueden ver y supongo que ellos nos compadecerán porque pueden intuir que nosotros tampoco podemos".

 

    -"Cuando era joven me preocupaba no saber ganarme la vida; ahora, ya viejo, me preocupa no saber ganarme la otra vida".

      -"He tenido que llegar a viejo para saber un poco, pero ya no me queda tiempo para que eso poco que sé me sirva de algo".

 

     -"La seguridad no es fiable, sólo la duda lo es".

    -"Cuando me olvido de mí mismo es cuando más cerca estoy de mí, ¡y yo sin enterarme!"


    Y, desde luego: "Haber alcanzado lo que pretendíamos es generalmente prueba de nuestro fracaso o de nuestra insuficiente ambición". 

 

     -"OPS, El Roto y Rábago son mis tres estaciones: primavera, verano y otoño. Ya no me queda tiempo para llegar al invierno".

        -"En la Castilla de mi infancia, la profundidad estaba en lo llano; y en la Cantabria de mi vejez, la profundidad está en lo alto."

viernes, 29 de diciembre de 2023

El fruto prohibido (y II)

     Buscando el simbolismo de la manzana dentro de la mitología clásica, puede uno remontarse a la manzana de la Discordia del Juicio de Paris que este le otorgó a la diosa más bella, Afrodita, a cambio del amor de la mujer más hermosa que pisaba la tierra Hélena de Esparta primero y luego de Troya, a donde se la llevó. La manzana sería a la postre el origen de la Guerra de Troya, la primera guerra mundial de nuestra literatura occidental.

     

   La ninfa Atalanta, por otra parte, que era invencible en la carrera y que desafiaba a sus pretendientes a competir con ella, siendo su recompensa su amor y su castigo si eran derrotados por ella la muerte, fue vencida por Hipómenes gracias a la estratagema que le inspiró la diosa Afrodita, precisamente, de arrojarle manzanas de oro del jardín de las Hespérides, que eran las hijas de Atlas o Atlante, que vivía en el confín occidental del mundo y sostenía sobre sus hombros la bóveda celeste, como hacemos por otra parte todos y cada uno de los humanos habitualmente, cargando con todo el peso del planeta sin querer. Atalanta, veloz como el viento, se detuvo sin embargo a recoger las preciosas manzanas, lo que aprovechó Hipómenes a fin de aventajarla ganando la carrera. 

Atlas y las Hespérides, John Singer Sargent (1922-25)
 
     Para los griegos y romanos antiguos, ofrecerle una manzana a una mujer era declararle su amor, como revela el poema de Catulo en el que lamenta la muerte accidental del hermano al que quería más que su propia vida, y que le sume en un perpetuo dolor que le impide dedicarse a componer poesía, pero sin embargo ha traducido un poema griego de Calímaco al latín siguiendo los consejos de un amigo al que se lo dedica, diciéndole que sus palabras que lo animaban no han caído en el olvido ut missum sponsi furtiuo munere malum, como tampoco la manzana que le ha dado el mozo furtivamente a la niña y que ella guardaba en su regazo bajo la túnica pero que al levantarse ante la llegada inesperada de la madre se le cae al suelo, lo que hace que la hija se ruborice al haber sido descubierto su amorío.

        El simbolismo de la manzana es claramente erótico en el mundo grecolatino, lo que, unido a la traducción del pasaje del Génesis de la Biblia que hizo san Jerónimo, del "árbol del conocimiento o ciencia del bien y del mal", -lignum scientiae boni et mali-, hizo que se confundiera el mal con la manzana, (mali significa ambas cosas en latín, recuérdese su ambigüedad), y que se interpretara el erotismo, que es lo que simboliza la manzana como queda dicho, como el fruto prohibido responsable de la expulsión del paraíso, cuando lo que aleja a Adán y Eva del Edén es el conocimiento o toma de conciencia de su propio cuerpo, lo que les avergüenza y hace que se cubran unas partes de su cuerpo que se denominan 'pudendas', es decir, etimológicamente, 'que han de causarles el pudor de la vergüenza'.