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viernes, 21 de febrero de 2025

El agua de Portland (Oregón)

    Todo ocurrió cuando las cámaras de seguridad, malditos sean los ojos panópticos y ciegos a través de los que nos controla el Gran Hermano, o sea, Dios o el Estado, que viene a ser lo mismo. Esos ojos ciegos que todo lo quieren ver captaron el momento en el que un niño, al que le apretaban las ganas de mear y creía que nadie lo veía, se sacaba el pitilín y se ponía a orinar tan rica- y descuidadamente, como el Manneken Piss* u hombrecito meón bruselense,  sobre una de las represas de agua destinada al consumo humano que hay en la ciudad de Portland (Oregón, Estados Unidos de América).

Mount Hood, Portland (Oregón) 

    Las imágenes, filtradas ipsofacto a la opinión pública, ese engendro del Poder que son las masas manipuladas por los medios de (in)comunicación, esto es, mediatizadas  y desprovistas así del sentido común de la razón, causaron  un sentimiento general de “repulsa” al pensar que esa agua acabaría directamente en los grifos de sus casas y, al menor descuido, en sus estómagos. De poco sirvió que las autoridades sanitarias afirmaran por activa y por pasiva que una cantidad tan insignificante de ácido úrico diluida en una cantidad tan ingente de líquido elemento compuesto de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno, no entrañaba riesgo ni peligro alguno para la salud. 

     El rechazo de la opinión pública fue tal que las autoridades decidieron finalmente vaciar esa presa: estamos hablando de treinta millones de litros de agua potable, que se dice pronto y no es moco de pavo, cuando en el mundo tantos y tantos millares de personas no tienen agua corriente en sus casas. Esta medida, totalmente exagerada, como algunos vecinos, a la sazón muy pocos, han reconocido, no tiene en cuenta que son muchos los animales que hacen sus necesidades en esa presa, tanto aguas menores como mayores, o que incluso mueren en ellas, por no hablar de todos los que antes y después han hecho lo mismo que ese niño, ponerse a orinar de pie o bien agachándose, con la diferencia de que no han sido captados por el Ojo de Dios que casi todo lo ve, la cámara de videovigilancia. ¡Necios!

     Ellos se han perdido la ricura del sabor del agua de Portland (Oregón), que ya incolora, inodora e insípida no sabe a nada. Si la hubieran probado, habrían comprobado que sabía un poco a zarzaparrilla,  y era porque un niño, bendito de Dios,  había derramado el largo chorro de la lluvia de oro de su meada en ella. 

     *El Manneken Pis es una estatuilla de bronce de Jérôme  Duquesnoy el Viejo (1570-1641) de poco más de medio metro de estatura emplazada en el centro histórico de Bruselas a comienzos del siglo XVII que representa a un niño pequeño desnudo orinando dentro del cuenco de la fuente, que se ha convertido en uno de los símbolos emblemáticos de esa ciudad, que, según la inevitable Güiquipedia simboliza "el espíritu independiente de sus habitantes".

viernes, 24 de enero de 2025

"Intelijencia, dame"

    Le pedía el poeta Juan Ramón Jiménez a la 'intelijencia' (así escribía la letra ge cuando sonaba jota) que le diera el nombre 'esacto' (en lugar de exacto) de las cosas para que la palabra, ese nombre, fuera la cosa misma y pudiera así acercarse a la esencia de la realidad, descubriendo acaso algo de su esencial falsedad. 
 
    Seguía el poeta Juan Ramón las recomendaciones de su amigo don Miguel de Unamuno de procurar, a la hora de escribir, hacerlo como se habla, difiriendo en varios puntos de las normas de la docta Academia de la Lengua Española, y defendiendo en la práctica de su escritura la reforma ortográfica de la lengua castellana.
 

 
     Su pretensión era que la palabra fuera la cosa misma que nos permitiera a todos conocer las cosas, no olvidarlas, amarlas... Pero la palabra no es la cosa, aunque dialécticamente pueda convertirse en una cosa cuando hablamos de ella, lo mismo que las cosas se convierten en palabras, se vuelven ideas e idealizan... 
 
    Le pide a la inteligencia que le dé el nombre exacto y común de las cosas. Y la inteligencia, por su parte, guarda silencio, no dice nada, con lo que nos demuestra que brilla por su ausencia. Lo que, en todo caso, deberíamos pedirle a la inteligencia es que nos dé... inteligencia.

    La palabra 'inteligencia' proviene del latín intelligentia, derivado del verbo intellegere —término compuesto de inter («entre») y legere («coger, escoger, y de ahí 'leer'»)— que significa comprender o percibir, distinguir entre una cosa y otra. Y lo primero que tenemos que distinguir es la diferencia que hay entre las palabras y las cosas, una diferencia que es al mismo tiempo identidad, que reside en su contraposición, y no hay diferencia entre las cosas y las palabras que no implique la identidad de ambas: las palabras se convierten en cosas cuando se habla de ellas metalingüísticamente, y las cosas no son nada sin las palabras que las crean. 

 
    Y sin embargo nunca como ahora se le aplican a la inteligencia tantos adjetivos calificativos. Se habla por ejemplo de inteligencia artificial, ciudades inteligentes (smart cities), cámaras de videovigilancia inteligente, y de todo tipo de tecnologías supuestamente inteligentes... pero no solo se habla de ingeniería tecnológica inteligente, sino también de inteligencia emocional, que es lo más tonto y menos inteligente que hay: una contradicción en sus términos.
 
     Poco a poco todas las ciudades quieren apuntarse a la IA (Inteligencia Artificial) e instalan cámaras de videovigilancia inteligentes, so pretexto de fomentar la seguridad ciudadana, cuando lo que se logra imponiendo limitaciones no es seguridad, sino más control y vigilancia.
 
 
    Leamos el poema de Juan Ramón, inserto en "De Eternidades" (1916-1917):   ¡Intelijencia, dame / el nombre esacto de las cosas! / ...Que mi palabra sea / la cosa misma / creada por mi alma nuevamente. / Que por mí vayan todos / los que no las conocen, a las cosas; / que por mí vayan todos / los que ya las olvidan, a las cosas; / que por mí vayan todos / los mismos que las aman, a las cosas... / ¡Intelijencia, dame / el nombre esacto, y tuyo, / y suyo, y mío, de las cosas!

martes, 10 de septiembre de 2024

La lección de un profesor

    Un profesor de Alicante arrancó tres cámaras de videovigilancia, que habían sido colocadas por orden de la dirección del instituto donde impartía clase,  en un arrebato de santa indignación,  sana cólera e ira racional. El profesor, filmado por las propias cámaras que desmontó, fue detenido y pasó una noche en comisaría.


    ¿Cómo es posible que haya cámaras de videovigilancia en los sedicentes centros "educativos"? ¿No tenemos una Ley Orgánica 1/1982 de  grandilocuente Derecho al Honor, la Intimidad y la Propia Imagen que protege especialmente a los menores, benditos sean esos angelitos,  de semejantes atropellos y tropelías orgüelianas propias del estado policial del Gran Hermano, y no hablo del concurso de la telebasura?

    Muy sencillo: Los centros "educativos", aunque se llamen Institutos de Educación Secundaria con rimbombante apelación, no son tales centros educativos, porque no pretenden educar, ni siquiera, más modestamente, enseñar e instruir, como cuando se hablaba  humildemente de centros de Enseñanza -que no Educación- General Básica o de Institutos de Enseñanza Media, sino controlar a la población infantil y juvenil forzosamente escolarizada o recluida, mejor dicho, en ellos.
 

    La dirección justifica la instalación de las cámaras diciendo que se pretendía evitar los robos, y que esta medida había sido decidida y aprobada por los órganos de gobierno colegiados y unipersonales del centro elegidos democráticamente. Se pone como justificación de algo injusto su carácter democrático, decidido por el órgano representativo de una mayoría, como si la mayoría fuese totalidad y como si fuese más legítimo porque lo pide la mayoría. Sin embargo, una elección democrática por muy mayoritaria que sea no tiene por qué ser justa. Es más: Esta no lo es, porque no se ajusta a derecho ni al más común de los sentidos. 
 
    Además, si hay robos es porque hay desigualdad económica, si hay desigualdad económica es porque hay dinero y no hay justicia en la sociedad. La sociedad, por lo tanto, debería procurar que hubiera justicia -y no dinero ni propiedad privada- para que no hubiera robos. Pero ¿cómo va a haber justicia si cuando hay crisis económica, por ejemplo, se destina dinero público de las arcas del Estado a los bancos privados, o sea, a los  ricos usureros que menos lo necesitan?


    En todo caso, el daño que se hace a la libertad es mayor que el que se hace a la propiedad. ¿Quién controla a los controladores? Ya formuló la pregunta Juvenal: quis custodiet ipsos custodes? Y la pregunta sigue flotando en el aire, sin respuesta ninguna que valga.

    La educación debería basarse en la libertad y en la responsabilidad y no en el control ajeno, pero algunos prefieren pagar sofisticados sistemas de videovigilancia y seguridad porque, por muy caros que sean, son más baratos que la ímproba tarea de educar, que además no se sabe muy bien en qué consiste. Preguntémonos socráticamente: ¿Qué es la educación? A ver qué pasa. Al fin y a la postre esos aparatos sólo cuestan dinero, dinero de todos los contribuyentes.
 
     ¡Contribuyentes! ¡Qué palabra más ominosa ésta, pero qué reveladora de que todos estamos contribuyendo democráticamente a que se instalen estas cámaras, y fomentando la vigilancia y el control ajenos en lugar de la libertad y la responsabilidad -y la justicia- para que no sucedan los hechos que se pretenden vigilar y castigar! ¡Cuánto mejor hubiera sido que el dinero –público, no se olvide- que se ha invertido en cámaras que fomentan el voyeurismo y el exhibicionismo se hubiera destinado a la compra de libros, esos objetos tan raros y antiguos que se guardan en las bibliotecas y que ya no lee casi nadie!

    Lejos de considerar la actitud de este profesor una locura extemporánea o un delito, deberíamos todos decidirnos si no a hacer lo mismo so pena de pasar una noche en comisaría, a denunciar y exigir al menos que se retiren las cámaras de vigilancia de nuestros lugares de ocio y de trabajo. Deberíamos aplaudir a ese profesor, que le ha dado una lección a toda la sociedad.

sábado, 11 de mayo de 2024

El ojo de Dios

    Hay que protestar como sea, cuando sea y donde sea por la excesiva vigilancia a la que estamos siendo sometidos por el Gran Hermano (el Gobierno del Estado orgüeliano en que se ha convertido el universo mundo) y los Pequeños Hermanos del sector privado (las empresas en nuestro puesto de trabajo, que no se quedan mancas, por no hablar de los centros de estudio) por nuestra propia seguridad, según dicen, y nuestro propio bien y bienestar. 
 
  
    Estado y Mercado, siempre de la mano, se unen en perfecto matrimonio o concubinato para mantenernos bajo perpetuo control, monitorizados y controlados, constituyendo el Ojo de Dios una sagrada trinidad pública, privada y concertada que quiere verlo todo, si no lo ve todo ya. 
 
 
    Ese Ojo de Dios con el que aterrorizaron mi infancia metido en un triángulo equilátero, supongo que por aquello de la santísima trinidad lo de los tres lados iguales. Era un ojo que decían que todo lo veía, panóptico. No se le escapaba nada. ¡Cuidado con lo que haces, niño! Dios te vigila. No te toques, que Dios te ve. 
 
 
    Ese ojo, que como cantó Machado no es ojo porque nosotros lo veamos sino porque él nos ve a nosotros, son las cámaras de videovigilancia instaladas por donde quiera y que funcionan día y noche durante las veinticuatro horas que dicen que tarda la Tierra en dar una vuelta completa sobre su propio eje, el ojo que controlan el reality show de nuestra vida cotidiana convirtiéndola en existencia anodina y gris, en un espectáculo serial televisivo, porque eso y no otra cosa es la realidad: el espectáculo. 
 
¿Qué miras?, Banksy
 
    Pero no se queda ahí la cosa: el ojo de Dios no se limita a vernos y fotografiarnos y filmarnos, sino que sabe quién somos, nos conoce y nos reconoce gracias a la posesión de nuestros datos biométricos, la nueva ficha policial, y si nos descuidamos hasta nuestro historial médico -¿dónde está la cacareada protección de datos?-, a través del reconocimiento facial, dado que la cara ha venido a ser, como se sospechaba, el espejo del alma individual. 
 

martes, 20 de octubre de 2020

Homenaje de Cataluña a Orwell

Si George Orwell escribió "Homage to Catalonia", Cataluña le rinde ahora un homenaje póstumo al autor de "1984" dedicándole una plaza en la ciudad de Barcelona: la plaça de George Orwell, en pleno Barrio Gótico, distrito de Ciutat Vella.


La fotografía adjunta, tomada de la Red, muestra cómo el vaticinio de Orwell, que nunca pretendió ser un profeta, se ha cumplido sin embargo. Al lado del letrero de la plaza, qué paradoja, tenemos un panel del Ajuntament de Barcelona que nos advierte en catalán, pero se entiende en castellano, de que nos hallamos en una zona videovigilada en un radio de 500 m.


¿Quién nos vigila? Sin duda ninguna, el Big Brother o Gran Hermano, que es, para los que no lo sepan, algo más que el nombre de un infame concurso televisivo: es el Gran Dictador (y no estamos hablando sólo de los personajes históricos como Stalin, Hitler, Mussolini o Franco, que son agua pasada), sino de los regímenes democráticos y totalitarios que padecemos en la actualidad, Gran Dictador que pretende controlar todos y cada uno de nuestros pasos "por nuestra propia seguridad y nuestro propio bien".
 
La telecámara recibía y transmitía simultáneamente: no sólo imágenes, sino hasta el más leve susurro. Poseía, además de un enorme ojo, dos enormes oídos para escuchar todas nuestras conversaciones. Los espectadores y oyentes éramos vistos y escuchados al otro lado de la cámara por el Gran Hermano, llamemos así al Estado Moderno en honor del padre Orwell, único profeta del siglo XX cuya distopía plasmada en su novela 1984 se ha visto realizada. El Hermano Mayor vela, como si fuera Dios padre todopoderoso, por todos nosotros y nos hace mal, si es preciso, por nuestro propio bien.
 
 
Fue precisamente en el año de gracia de 1984, varias décadas después de escrita la novela, cuando se instaló la primera cámara de videocontrol en el Reino Unido. Por eso el año 1984 de la era cristiana constituye el año I de la new age orwelliana: la Nueva Era ya está aquí. Desde entonces se han instalado hasta cuatro millones de cámaras en dicho país de la vieja Europa. Una persona podría ser grabada hasta trescientas veces en un solo día de vida normal por las calles de Londres, sin que por ello la capital británica sea más segura que antes ni haya tampoco descendido la criminalidad.
 
Desde entonces hemos visto la aprobación de diversas Leyes de Videovigilancia por doquier que permitían la colocación de cámaras para uso policial en los espacios públicos, como en la susodicha plaza barcelonesa, pero también han proliferado las cámaras privadas en hoteles, bancos, domicilios particulares y toda suerte de edificios y transportes. Y ahora, bajo la dictadura sanitaria y so pretexto de la lucha contra el virus coronado, se intensifica el control social y el aparato policial y parapolicial.  Un cartel debajo de un semáforo nos recuerda, por ejemplo, que hay un control fotográfico para los conductores que no respeten la señalización y se salten el semáforo.
 
 
Otro cartel nos recuerda en catalán que debemos guardar la distancia de seguridad de dos metros con otros viandantes, y caminar por la acera de la derecha... Sólo faltaba ya que nos dijeran que marcáramos el paso como en un desfile militar...

Algunas cámaras son de mentiras y forman parte de la escenografía panóptica del miedo: son falsas, como la realidad, pero hacen su trabajo. Mientras la gente no se percate y mientras crea que funcionan, cumplen su misión induciendo al miedo, la paranoia cívica y la sumisión al estado policial. 

Orwell, que no era un profeta, como decíamos, lo clavó sin embargo en su novela 1984, escrita treinta y cinco años atrás, describió  la sociedad totalitaria del control audiovisual del futuro que ya está aquí instalado entre nosotros desde hace mucho tiempo. Cumplido ese plazo con creces, pues hemos entrado ya en el siglo XXI, podemos comprobar en el cartel instalado en  la plaça  que le dedica el Ajuntament de Barcelona que la videovigilancia es un fenómeno global no sólo desde el sector privado sino desde el público, como demuestra la fotografía. Y no se puede decir que haya aumentado objetivamente nuestra seguridad, ni siquiera nuestra sensación subjetiva de seguridad, sino sólo nuestro control por parte del Estado y el Capital, tanto monta... ¡Si Orwell levantara la cabeza...!