Le pedía el poeta Juan Ramón Jiménez a la 'intelijencia' (así escribía la
letra ge cuando sonaba jota) que le diera el nombre 'esacto' (en lugar de
exacto) de las cosas para que la palabra, ese nombre, fuera la cosa
misma y pudiera así acercarse a la esencia de la realidad, descubriendo
acaso algo de su esencial falsedad.
Seguía el poeta Juan Ramón las recomendaciones de su amigo don Miguel de Unamuno de procurar, a la hora de escribir, hacerlo como se habla, difiriendo en varios puntos de las normas de la docta Academia de la Lengua Española, y defendiendo en la práctica de su escritura la reforma ortográfica de la lengua castellana.
Su pretensión era que la palabra fuera la cosa misma que nos permitiera a todos conocer las cosas, no olvidarlas, amarlas... Pero la palabra no es la cosa, aunque dialécticamente pueda convertirse en una cosa cuando hablamos de ella, lo mismo que las cosas se convierten en palabras, se vuelven ideas e idealizan...
Le pide a la inteligencia que le dé el nombre exacto y común de las cosas. Y la inteligencia, por su parte, guarda silencio, no dice nada, con lo que nos demuestra que brilla por su ausencia. Lo que, en todo caso, deberíamos pedirle a la inteligencia es que nos dé... inteligencia.
La palabra 'inteligencia' proviene del latín intelligentia, derivado del verbo intellegere —término compuesto de inter («entre») y legere («coger, escoger, y de ahí 'leer'»)— que significa comprender o percibir, distinguir entre una cosa y otra. Y lo primero que tenemos que distinguir es la diferencia que hay entre las palabras y las cosas, una diferencia que es al mismo tiempo identidad, que reside en su contraposición, y no hay diferencia entre las cosas y las palabras que no implique la identidad de ambas: las palabras se convierten en cosas cuando se habla de ellas metalingüísticamente, y las cosas no son nada sin las palabras que las crean.
Y sin embargo nunca como ahora se le aplican a la inteligencia tantos adjetivos calificativos. Se habla por ejemplo de inteligencia artificial, ciudades inteligentes (smart cities), cámaras de videovigilancia inteligente, y de todo tipo de tecnologías supuestamente inteligentes... pero no solo se habla de ingeniería tecnológica inteligente, sino también de inteligencia emocional, que es lo más tonto y menos inteligente que hay: una contradicción en sus términos.
Poco
a poco todas las ciudades quieren apuntarse a la IA (Inteligencia
Artificial) e instalan cámaras de videovigilancia inteligentes, so
pretexto de fomentar la seguridad ciudadana, cuando lo que se logra imponiendo limitaciones no es seguridad, sino más control y vigilancia.
Leamos el poema de Juan Ramón, inserto en "De Eternidades" (1916-1917): ¡Intelijencia, dame /
el nombre esacto de las cosas!
/ ...Que mi palabra sea
/ la cosa misma
/ creada por mi alma nuevamente. /
Que por mí vayan todos
/ los que no las conocen, a las cosas;
/ que por mí vayan todos
/ los que ya las olvidan, a las cosas;
/ que por mí vayan todos
/ los mismos que las aman, a las cosas... / ¡Intelijencia, dame
/ el nombre esacto, y tuyo,
/ y suyo, y mío, de las cosas!
