lunes, 15 de marzo de 2021

Democracia vs. dictadura

 Non illi imperium pelagi saeuomque tridentem (Virgilio, Eneida I, 138)

Suyo no es el gobierno del mar ni el fiero tridente.

Se le atribuye a uno de los siete legendarios sabios de Grecia, a Periandro de Corinto, ciudad de la que fue tirano en el siglo VII antes de nuestra era,  la máxima: “Mejor la democracia que la tiranía”. ¿Qué quiere decir esta frase en boca precisamente de un tirano? Hay que entenderla en su contexto, que es que Periandro decía también, según Diógenes Laercio, que para establecer una tiranía segura había que escudarse en la benevolencia y no en las armas, por lo que daba a entender que el fundamento del poder debía ser no la imposición de la fuerza, sino el amor o al menos la afección, si no se quiere tanto, de los súbditos, para lo que no hay nada mejor que el refrendo popular, es decir, que el pueblo elija a su tirano, de forma que la tiranía no se sienta como una imposición externa sino como una elección "libre" y, por lo tanto, expresión voluntaria de lo que el pueblo quiere.


Periandro no estaba lejos del descubrimiento moderno de que la democracia es mejor tiranía que la tiranía pura y dura, y que, por lo tanto, es la mejor dictadura que puede haber en el mundo moderno, en el sentido de más eficaz, porque no se siente como imposición dictatorial. Ese descubrimiento lo hizo entre otros Rousseau cuando escribió que el pueblo inglés creía que era libre y se equivocaba, ya que sólo lo era durante la elección de los miembros de su parlamento; una vez que habían elegido a sus representantes, los ingleses se convertían en sus esclavos, dado que esos supuestos representantes de la voluntad popular no eran otra cosa que comisarios delegados. Lo que decía de los ingleses se puede hacer extensivo, por supuesto, a cualquier democracia moderna. La voluntad popular no admite ninguna representación que la sojuzgue: “La soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser alienada”.

La soberanía popular, de hecho, no va más allá de depositar un voto en una urna cada cuatro o cinco años para decidir quiénes, dentro de la lista cerrada de un partido o coalición electoral, van a ser los supuestos representantes, es decir, gobernantes, del pueblo durante un período determinado de tiempo. ¿Por qué cada cuatro o cinco años? ¿No podría hacerse en un período más dilatado de tiempo, por ejemplo, cada veinticinco años, o en uno mucho más breve, quizá cada mes o, mejor aún, cada día?

He aquí la perversión conceptual de la democracia moderna: llamar a los gobernantes, que antes lo eran por imposición divina de la línea dinástica o por la fuerza de las armas, representantes de la voluntad popular, una voluntad que parece que lo que quiere es que la gobiernen a toda costa, no sea que ella sola vaya a desmandarse. La democracia sería, pues, la “libertad” que tiene el pueblo de elegir a sus gobernantes. 
 -¿Qué es la democracia? -La "libertad" de elegir a los  jefes (o las cadenas).

Se oye mucho decir que el pueblo es soberano, pero hay que preguntarse: soberano ¿de quién? Hay quien dice que en democracia, que es el régimen actual que inventaron los griegos y que nos ha tocado padecer a nosotros, incluidos los griegos actuales, el pueblo es soberano de sí mismo. Pero no se puede ser a la vez soberano y súbdito, ya que el pueblo que gobierna no es el pueblo que obedece. El soberano es el que manda, el que gobierna, el que reina, y el pueblo, por definición, el mandado. El pueblo soberano sería el que sólo obedece a su propia voluntad. Pero la voluntad popular no puede tener representantes, porque lo que el pueblo quiere es que no gobierne nadie o, como la gente dice, que nadie sea más que nadie. Cuando el pueblo habla en primera persona del singular, un singular colectivo, dice: A mí no me representa nadie. Y cuando habla en primera persona del plural: Nadie nos representa, nuestros representantes no nos representan ni a nosotros ni a sí mismos ni siquiera.
Política de Aristóteles, Loeb Classical Library (traducción inglesa de H. Rackham)

Algo de esto quizá ya intuyó Aristóteles en su Política 1312b cuando escribió en el inciso de un breve paréntesis que la democracia final o extrema -dejemos el adjetivo τελευταία y lo que haya querido decir el estagirita con él, para centrarnos en el sustantivo sustancial- era una tiranía, juntando las palabras δημοκρατία (compuesta de demos/pueblo, y kratos/gobierno en la lengua de Homero) y τυραννίς (que es el nombre de la tiranía) en una frase copulativa donde la democracia extrema es el sujeto y el atributo la dictadura.

 
Y a todo esto, como se preguntaba Larra, El Pobrecito Hablador, ¿dónde está el público (o el pueblo, que diríamos nosotros)? ¿Dónde se lo encuentra uno? ¿Qué dice el pueblo de esta usurpación de su nombre común por los nombres propios de los aspirantes a déspotas democráticos? El pueblo se pavonea orgulloso porque le han impuesto el título deslumbrantemente versallesco y evocador del antiguo régimen de “soberano”, como a Luis XIV,  y lo que resulta es que es soberanamente necio si no comprende que con ese pomposo y rocambolesco halago de oropel y purpurina le están engañando los que se dedican profesionalmente a la política, es decir los demagogos profesionales,  para que los invista no ya de un poder divino sino para que los revista de un mandato popular, que es lo mismo pero en versión laica,  como representantes vicarios de su voluntad en la teatrocracia del mundo, y para que ellos puedan ser sus modernos dictatores o déspotas de una ilustración que fundamenta su dominio absolutista en el nombre del pueblo y de su espíritu santo.  

Conviene recordar, hoy que tan habituados estamos a las elecciones democráticas, que en la Atenas democrática de Periclés, cuna de la democracia, los cargos de gobierno o puestos de responsabilidad política no eran electivos, sino que se otorgaban por sorteo (como se hace entre nosotros en algunas comunidades de vecinos). Un filósofo de la talla de Aristóteles sostuvo que eso era lo más democrático: el sorteo crea democracia, mientras que la elección genera oligarquía (el gobierno -arquía-  de unos pocos -oligo-, los representantes, sobre la mayoría de sus representados).

"Y afirmo, por ejemplo, que parece ser democrático que los cargos se den por sorteo, y oligárquico que por elección" (Aristóteles, Política, 1294b 8ss).

En la democracia directa ateniense, el poder de decisión no estaba en representantes o gobernantes, sino en el conjunto de los ciudadanos, por lo que no había partidos políticos ni listas cerradas, sino una amplia asamblea. No había elecciones cada cuatro años, sino una constante implicación de los ciudadanos en la toma de decisiones.    

 
La paradoja democrática reside en que los gobernantes son elegidos por los gobernados, lo que a veces se llama la sociedad civil,  para que gobiernen en su nombre, pero una vez en el poder se erigen en dueños y señores del electorado que los encumbró, gobiernan con su consentimiento, bajo el trampantojo de la representatividad, que no es más que una coartada, porque la “representación” es imposible. Son muchas las sugerencias de la palabra representar, pero quizá la más interesante sea la siguiente, que da idea de la irresponsabilidad que supone su aceptación: “sustituir a alguien o hacer sus veces desempeñando su función”.  

Y viceversa: Las dictaduras sólo funcionan bien en las democracias.

domingo, 14 de marzo de 2021

Imágenes con palabras

Hoy se cumple un año justo ya. Un titular periodístico miente en primera plana: “Un año con la libertad restringida”. Un año, debería decir mejor, sin libertad. 
 
 
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Hay un antes y un después de mi viaje a la India, un encuentro y encontronazo inesperado que cambió el rumbo de mi vida: Me encontré a mí mismo. ¡Qué fatalidad!
 
 
 
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Hay que ver cómo son los espejos, que repiten mirándonos a la cara insultantemente el dicho aquel del matón con chulería: "A mí el que me busca me encuentra".

 
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A veces lee uno en la prensa declaraciones valientes como esta de un inspector del cuerpo de policía: Hay más delincuentes dentro de la Policía que en la calle.


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 El Líder Supremo pide "aguantar como sea" una Semana Santa "restrictiva" para que el verano sea "casi normal", o sea, sacrifícate ahora, luego ya disfrutarás.

 

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En lenguaje popular para entenderse: Ajo y agua: a joderse y aguantarse mes y medio para tener después en mayo y durante el verano una plena casi ya normalidad.
 

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Profesionales de sectores esenciales protegidos con la vacuna antivírica se quejan de la fuerte reacción que produce, aunque celebran que ya están inmunizados.

 


sábado, 13 de marzo de 2021

Reprimenda a médicos y boticarios contrahecha del cancionero de Sebastián de Horozco

Ochocientos años fueron / en que antiguos los romanos / sin galenos estuvieron, / y en tanto tiempo vivieron / sin hospitales, bien sanos.
 
Vivían a su sabor / con salud, sin medicina, / escogiendo por mejor / para vivir sin dolor / huir de sanidad dañina. 
 
Pero vinieron doctores / y a todos nos enfermaron / haciéndonos sabedores / de que éramos portadores / de gérmenes que inventaron.
 
Para mayores desgracias, / nos convirtieron en clientes / suyos y de las farmacias; / a Dios y a análisis gracias, / todos somos sus pacientes. 
 
Aunque estés malo y doliente / sanarás sin mucha pena, / si eres enfermo paciente / y sobre todo obediente / a lo que el doctor ordena.
 
Así que la medicina / de tal arte multiplica / que es cosa que desatina / ver hoy que tras cada esquina / hay una puta botica. 
 
Y, a su lado, alternativa, / hay una parafarmacia, / para que así siga viva / la farmacia putativa: / la boticaria falacia.
 
Los fármacos, te dirán, /obrarán con tanto esmero / que tu bolsa purgarán / y de ella te sacarán / lo malo, que es el dinero.
 
Muchos, cuando no catáis, / los veis hechos matasanos, / y después, cuando enfermáis, / por fuerza, aunque no queráis / vais a morir a sus manos. 
 
Que curan cualquier dolencia / con protocolo que acatan: / no me cabe en la conciencia / que consista al fin su ciencia / en las personas que matan. 
 
Siguiendo por esa vía / dicen que hay que vacunar / a todo Cristo a porfía, / y hay quienes entodavía / se hacen pinchar y sangrar. 
 
 
Pues la ciencia lo consiente / por la vía intravernosa, / la biomédica entente / te meterá detergente / aderezado con sosa. 

Ya mató el virus, Felipe, / mucho antes que la vacuna, / entre sus víctimas a una / que es la influenza o bien la gripe, / muy más vieja que ninguna.

 
Escarmiente cada cual, / y en doctores no confíe, / que ninguno hay tan cabal / que por curar poco mal / a la tumba no te envíe. 
 
No hay que hacerse chequear, / que es sin duda lo peor; / mas debemos procurar / muy claro y limpio mear / y hacerle la higa al doctor. 
 
Convertir el agua en vino, / también las piedras en pan, / es un milagro divino / que sólo a Cristo convino / y que otros jamás harán.
 
Boticarios, lo que hacéis / lo transformáis de tal suerte, / que todo lo que tenéis / y en la farmacia vendéis / en mierda ya se convierte. 
 
Y aunque nos cuestan dineros, / no aprovechan medicinas; / lo que os hace enriqueceros / todo va por los gargueros / a parar en las letrinas. 
 
Si aún tenéis dudas, mirad / al heleno dios Apolo, / que salud y enfermedad, / como médica deidad, / a él le atribuían solo. 
 
Él nos muestra que, en verdad, / era Enfermedad salud, / y Salud, enfermedad, / que es partirlas necedad / y casarlas es virtud.
 
¿Todavía no lo ves? / La ciencia, no se te pierda, / si quieres saber lo que es, / como dice el portugués: / voto a Deus que tudo é merda
 

 
(La reprimenda está contrahecha a partir del cancionero de Sebastián de Horozco y de cuatro varias aportaciones personales, con la fusión de las quintillas de la canción número 11 donde "reprehende el auctor la multitud de los médicos", la 21 que le dedica el autor a un amigo suyo boticario, y la 103, dedicada a un enfermo que no se purgó con las píldoras que le recetó el médico).
 
 

viernes, 12 de marzo de 2021

Almas muertas

Chíchikov es un personaje misterioso que llega un buen día a la ciudad para emprender un negocio no menos misterioso. Entabla relaciones con los hombres más importantes del lugar y les hace una extraña proposición:

...Me gustaría comprar unos campesinos… —dijo Chíchikov, vacilante, y sin llegar a completar la frase.

Permítame que le haga algunas preguntas —dijo Manílov—. ¿Cómo querría comprarlos? ¿Con la tierra o simplemente para llevárselos, es decir, sin tierra?

No, no quiero exactamente campesinos —dijo Chíchikov—. Quiero comprar los muertos…

¿Cómo dice, muy señor mío? Disculpe… Soy un poco duro de oído y me ha parecido oír una curiosa formulación…

Me propongo adquirir los muertos que, por lo demás, aún figuren en el censo como vivos —explicó Chíchikov.

(Fragmento de la novela “Almas muertas” de Nikolai V. Gogol (1809-1852), publicada en 1842 y subtitulada “Las aventuras de Chíchikov”, considerada por muchos la primera gran novela de la literatura rusa moderna).

Antes de la emancipación de los siervos en 1861, y siervos eran la mayoría de los campesinos rusos, estos eran una propiedad, un bien que podía comprarse y venderse, por el que los dueños tenían que pagar un impuesto al Estado, como se tributa por la posesión de cualquier otro bien. El cobro de impuestos a los terratenientes se basaba en el número de siervos (o «almas» que es como se denomina en ruso a los siervos, lo que explica el título de la novela), que el propietario tenía en su haber, ya que la riqueza de un propietario se medía por el número de «almas» que figuraban a su nombre.

 

Chíchikov lo sabe y por eso quiere hacerse dueño de un gran número de ellas. Estos registros eran realizados mediante un censo, pero los censos no solían actualizarse frecuentemente. Cuando llegaba la recaudación de impuestos, los terratenientes a menudo se encontraban en la obligación de pagar por los siervos que ya no vivían, porque eran “almas muertas” que a efectos legales estaban todavía vivas porque no habían sido dadas de baja en el registro de propiedades por defunción. Chíchikov, que como él mismo afirma tiene "por costumbre respetar la ley a pie juntillas”, lo hace de forma legal, procediendo a la redacción de una escritura de compraventa pero no de las almas muertas efectivamente, sino escriturando las que figuran en el censo como que están vivas todavía. 

Lo que pretende Chíchikov, que llega a reconocer en algún momento que es “un miserable y el peor de los canallas”, es comprarles por una suma insignificante de dinero el mayor número posible de siervos difuntos a los propietarios terratenientes que visita. Lo hace con el pretexto de liberarlos de una presión fiscal innecesaria, y a fin de labrarse él de este modo un buen nombre que se traduce en una fortuna y un porvenir, como se suele decir, convirtiéndose en un hombre respetado y venerado en la sociedad de la época.

Gogol quemando el manuscrito de la segunda parte de Almas muertas, Iliá Repin (1909)

Una vez adquiridas suficiente almas de los muertos, el gobierno central, según la cantidad de «siervos» que posea, y llega a poseer unos cuatrocientos, le adjudicará tierras, con lo que se retirará a una granja y logrará obtener un préstamo enorme por ellos, consiguiendo la adquisición de la riqueza que deseaba. 

Muchos influencers de nuestro tiempo compran followers o seguidores y sus correspondientes likes para aumentar su prestigio en las redes sociales y monetizar su nombre propio, es decir para convertir en oro todo lo que tocan como el legendario rey Midas,  a través de la publicidad, emulando quizá sin saberlo a Chíchikov.

jueves, 11 de marzo de 2021

La paradoja de la nave de Teseo

Es conocida por cualquier alumno de Bachillerato de Humanidades la historia de Teseo, hijo del rey Egeo, soberano de Atenas,  que, tras abatir al Minotauro, logró salir del Laberinto de Creta con ayuda del hilo de Ariadna,  y regresar sano y salvo a su ciudad de origen. Es sabido que se le olvidó cambiar las velas de la nave. Su padre le había dicho que arriara las velas negras que llevaba si volvía a salvo de su misión, y que izara en su lugar unas blancas, olvido que acarreó el suicidio de su padre,  que se precipitó al mar que lleva su nombre.  

 
Hay, según quien lo cuente, muchas versiones sobre la causa de este olvido. Para Plutarco es la alegría de la hazaña heroica; para Diodoro, Apolodoro, Pausanias e Higino, la pena que lo embargó de añoranza por la pérdida de Ariadna. Para Catulo se trata de un castigo divino de Júpiter como venganza por el abandono de Ariadna. Podemos incluso llegar a pensar, siguiendo a Sigmund Freud, que se trata de un ajuste de cuentas: el olvido del héroe no sería un acto involuntario, sino la afloración del deseo inconsciente de matar al padre que todo hijo lleva consigo debido al complejo de Edipo. En efecto, al desembarcar en el Ática el príncipe heredero, una vez fallecido el monarca, sería coronado rey él mismo: a rey muerto, rey puesto.
El caso es que, leyendo la biografía de Teseo que escribió Plutarco, que traza un paralelismo con la de Rómulo, nos encontramos con un sorprendente hallazgo: la célebre paradoja de la nave de Teseo.  Los atenienses habrían conservado esta nave desde tiempos inmemoriales. Suponemos que esta era la nave que los ciudadanos de Atenas enviaban a la isla de Delos todos los años en procesión como agradecimiento al dios Apolo, que había nacido allí, por haberse salvado Teseo y sus compañeros, los siete muchachos y las siete doncellas que viajaron con él a la isla del rey Minos como ofrenda sacrificial del Minotauro, y haber librado a la ciudad de su tributo de sangre humana.

Cedamos la palabra a Platón, que nos cuenta en el Fedón: “Esta es la nave, según cuentan los atenienses, en la que zarpó Teseo antaño hacia Creta llevando a las famosas siete parejas, y los salvó y se salvó a sí mismo. Así que le hicieron a Apolo la promesa entonces, según se refiere, de que si se salvaban, cada año llevarían una procesión a Delos. Y la envían, en efecto, continuamente, año tras año, hasta ahora en honor al dios… El comienzo de la procesión es cuando el sacerdote de Apolo corona la popa de la nave”.

La víspera del día del juicio en que Sócrates fue condenado a muerte por la democracia ateniense comenzó la procesión de la nave de Teseo a Delos, donde se hallaba uno de los principales santuarios del dios. Durante ese tiempo no se puede ejecutar públicamente a nadie hasta que no haya regresado la nave de vuelta a Atenas, lo que a veces tardaba mucho tiempo, treinta días en el caso de Sócrates, que murió en el 399 antes de Cristo. La nave seguiría existiendo hasta los tiempos de Demetrio de Falero, según cuenta Plutarco, es decir, al menos unos ochenta y dos años más de los que tenía entonces.

Pero, en este punto, debemos preguntarnos: ¿Era la misma nave? He aquí la paradoja de la nave de Teseo, una paradoja que, como veremos, afecta a todas las cosas y personas, incluidos también nosotros mismos, por muy extraño que nos parezca a simple vista. Cedamos la palabra a Plutarco, que así escribió en la lengua de Homero en Vidas paralelas, Teseo, 23: τὸ δὲ πλοῖον ἐν ᾧ μετὰ τῶν ἠϊθέων ἔπλευσε καὶ πάλιν ἐσώθη, τὴν τριακόντορον, ἄχρι τῶν Δημητρίου τοῦ Φαληρέως χρόνων διεφύλαττον οἱ Ἀθηναῖοι, τὰ μὲν παλαιὰ τῶν ξύλων ὑφαιροῦντες, ἄλλα δὲ ἐμβάλλοντες ἰσχυρὰ καὶ συμπηγνύντες οὕτως ὥστε καὶ τοῖς· φιλοσόφοις εἰς τὸν αὐξόμενον λόγον ἀμφιδοξούμενον παράδειγμα τὸ πλοῖον εἶναι, τῶν μὲν ὡς τὸ αὐτό, τῶν δὲ ὡς οὐ τὸ αὐτὸ διαμένοι λεγόντων.



Y su traducción  dice aproximadamante lo siguiente: Y la nave en la que (Teseo) navegó con los jóvenes y regresó a salvo, la de treinta remeros,  la conservaron los atenienses hasta los tiempos de Demetrio de Falero (gobernador de Atenas entre 317 y 307 a. de Cristo),   quitándole las tablas deterioradas de la madera y poniéndole otras sólidas y resistentes de modo que  la nave también les servía a los filósofos como ejemplo del  muy discutido argumento de la renovación por sustitución (auxómenos logos), ya que unos decían que seguía siendo la misma y otros que no.    

Los atenienses conservaron la embarcación de Teseo eliminando tablas estropeadas y reemplazándolas por otras nuevas según se iban deteriorando. El  barco se convirtió así  en un paradigma filosófico sobre la identidad de las cosas que cambian, sobre la necesidad incluso, diríamos, de que las cosas cambien para poder seguir igual.

Recordemos aquí la célebre paradoja que formuló Giuseppe di Lampedusa en su novela Il Gatopardo, puesta en boca del príncipe Fabrizio Salina, llevada magistralmente a la gran pantalla por Luchino Visconti en la película homónima: Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.   "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

¿Hasta qué punto seguía siendo la misma nave si se iban reemplazando cada una de las tablazones, cuadernas o costillas del casco,  varengas, remos y mástiles? Si las partes de ese todo que es la nave van cambiando gradualmente una tras otra ¿cómo se mantiene la unidad del conjunto, o la identidad de la propia nave?
 
 
De manera similar en todo ser vivo se producen cambios fisiológicos y aun psicológicos. Hagamos un pequeño experimento filosófico poniéndonos frente a un espejo, consistente en una simple pregunta: ¿Somos nosotros mismos? ¿O somos otros? Estamos formulando el principio de identidad A=A, pero con el solo hecho de formularlo lo estamos contradiciendo: ¿Cómo va a ser la primera A, la de la izquierda de la ecuación,  igual a la segunda A, la de la derecha, si ni siquiera son una sola A, si estamos escribiendo y pronunciando dos aes? ¿Cómo voy a ser yo mismo igual a la imagen que me refleja en el espejo, si una cosa soy yo y otra muy distinta, aunque se me parezca,  mi reflejo?

No vamos a decantarnos por una respuesta unívoca y única, vamos a dar una respuesta contradictoria como la misma paradoja, es decir, una respuesta que no anule la contradicción, sino que la mantenga  viva.
 
La respuesta fácil, apelando a Heraclito y su famoso río en el que uno no puede bañarse dos veces seguidas, porque ni el hombre ni el agua del río serán los mismos la segunda vez, sería que somos otros, que hemos cambiado. El río es, sin embargo,  siempre el mismo río, aunque sus aguas no dejen nunca de fluir y no vuelvan nunca a bañarnos. Y, como el río, también nosotros, que nos bañamos en sus aguas, somos, a pesar de nuestros cambios fisiológicos y psicológicos, los mismos cada vez que entramos en él.   

Sin embargo, la otra mitad del sentido común que todos albergamos, pese al dicho de que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, nos dice que todo cambia, también nosotros mismos. Machado corrigió el "todo fluye" que suele atribuirse a Heraclito añadiéndole un segundo término que lo contradecía: "Todo pasa y todo queda". 

Si no somos el mismo personaje que nació hace unos años, si estamos cambiando cada dos por tres, ¿por qué ese empeño e insistencia en seguir siendo el mismo y en seguir llamándonos igual y en adscribirnos un número en el DNI, en hacer las mismas cosas, en repetir la misma historia una y otra vez, en responsabilizarnos de nuestros actos y culpabilizarnos incluso por ellos? No es una pregunta ingenua. No debería escapársenos el hecho bastante importante desde un punto de vista político, sí, político y no sólo metafísico y filosófico, de que existe la imposición de que sigamos siendo nosotros mismos, de que cambiemos para seguir siendo los mismos, de que todo cambie periódicamente para que permanezca igual a sí mismo, como la nave de Teseo.

miércoles, 10 de marzo de 2021

El gozque de san Roque

En época de epidemias y desde el siglo XIV se pintaba en las puertas de las casas de muchos pueblos del sur de Francia y del norte de España las tres letras V S R, que eran las iniciales de “Vive saint Roch” y de Viva san Roque” a modo de conjuro para que la peste no entrara por la puerta. Y es que el santo, según la devoción popular, curaba pavorosas enfermedades como la lepra o la peste, que se consideraban castigos de Dios. 

Hay una copla anónima y popular castellana donde se le promete a la amada (llamada “niña”) librarla de la peste, siguiendo la tradición que tiene al santo francés como abogado contra la pestilencia. Se trata de una seguidilla de cuatro versos en pareja de heptasílabo y pentasílabo, con rima en este caso consonante en los pentasílabos: Arrímate a mí, niña, / que soy san Roque, / por si viene la peste / que no te toque. Y una segunda que repite los motivos anteriores omitiendo el de la peste: Que no te toque, niña, / que no te toque. / Arrímate a mí, niña, / que soy san Roque. 
 
La copla popular, como puede verse, no propone la distancia social de un metro y medio para evitar la plaga como las hodiernas autoridades sanitarias, sino justamente lo contrario: arrimarse a fin de beneficiarse de la inmunidad que proporciona el santo, juntarse para contagiarse y así por paradójico que parezca librarse del contagio.

San Roque, manuscrito medieval 
 
Otra copla, esta vez una cuarteta compuesta por cuatro octosílabos con rima abab, también de carácter anónimo y popular, introduce el tema de “Viva San Roque” como grito que hace que encarcelen a quien lo pronuncia, quizá porque el santo, que era objeto de devoción popular, no estaba todavía reconocido por la Iglesia y el Santo Oficio. Aparece en la copla también el motivo del perro, que se asocia siempre a Roque hasta el punto de que se llega a decir de dos amigos inseparables que son como san Roque y su gozque. 
 
Cuando san Roque curaba a los leprosos, contrajo la peste y estuvo a las puertas de la muerte. Aislado como estuvo, un perro robaba un mendrugo de pan todos los días a su dueño y se lo llevaba al santo y le lamía las llagas hasta que se curó. Desde entonces acompaña al santo andariego y peregrino como fiel compañero. 
 
Así dice la copla:  Por decir “¡Viva San Roque!”, / me llevaron prisionero. / Y ahora que estoy en prisiones: / “¡Viva San Roque y el perro!”.  Una versión gallega, por su parte: Por gritar “¡viva San Roque!” / prenderon a meu irmán. / Agora que o soltaron / “¡Viva San Roque e o can!”.
 
En las representaciones que se ven en algunas iglesias del santo y el perro, la llaga o bubón que le lamía el perro se presenta no en las ingles, donde solían aparecer, sino en el más púdico muslo.



Este perro es el del famoso trabalenguas popular en forma de seguidilla también que aprenden los niños para pronunciar bien la erre: El perro de san Roque / no tiene rabo, / porque Ramón Ramírez / se lo ha cortado (o se lo ha robado, en otra versión). 

Al parecer, este trabalenguas era un modo que tenía la Inquisición de identificar a los judíos conversos: les obligaba a recitar la cantilena con tanta erre que erre, que ordinariamente eran incapaces de pronunciar, lo cual delataba su condición.

Estampa de san Roque, siglo XVII

¿Quién era este Ramón Ramírez? Alrededor de 1885 hubo una fuerte epidemia de viruela en San Roque (Cádiz), y los fieles devotos del santo acudían a la ermita donde vivía un santero de nombre Ramón Ramírez que vendía oraciones y unos polvos mágicos que entre otras cosas incluían raspaduras del rabo del perro de san Roque, que así perdió la cola. Junto a las ciencias siempre han florecido las pseudociencias. Estas últimas, siendo falsas como indica el prefijo pseudo- de su  nombre, sirven sin embargo para certificar la "verdad" de la Ciencia oficial.

martes, 9 de marzo de 2021

Negacionistas

En tiempos antiguos, serían denominados sin duda alguna herejes, apóstatas, blasfemos, negadores de Dios. Hoy son llamados negacionistas, que es una mala traducción de deniers en la lengua del Imperio.

Analicemos un poco el término anglosajón. El diccionario de Cambridge define así el término denier: “Una persona que dice que algo no ha sucedido o que una situación no existe, especialmente algo que la mayoría de la gente está de acuerdo en que ha sucedido o que existe” (a person who says that something did not happen or that a situation does not exist, especially something that most people agree did happen or does exist). Los ejemplos más habituales conciernen a la negación de la existencia del cambio climático y del holocausto judío y, más recientemente, la pandemia del virus coronado.

El término es un derivado lejano del latín DENEGARE, compuesto a su vez del prefijo intensivo DE- y del verbo NEGARE (it. dinegare, fr. dénier, esp. y port. denegar), que entró en la lengua de Shakespeare a través del francés, y que da origen al verbo to deny, de donde surge con el sufijo de agente -er. Es por lo tanto un pariente lejano de DENEGATOR, aquel que niega y que reniega, y también, tomando la activa por pasiva, el renegado.

Suele traducirse al castellano por “negacionista”, que nuestro venerable diccionario define como “perteneciente o relativo y también partidario del negacionismo”, que, a su vez, define como “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.” 

Sería, sin embargo, más propio traducirlo al castellano por “negador”, sin más, sin el sufijo -ista. Según esto los negacionistas serían los negadores de la Ciencia, los que saben más que la Ciencia, sea quien sea esa señora a la que no le cabe ninguna duda, los que reniegan del Virus Coronado, y, en último extremo, de la Realidad. (Las mayúsculas honoríficas quieren sugerir la divinización de esos conceptos que vienen a ocupar el lugar de Dios como artículos de fe).

La negación de la Realidad nos lleva por los caminos del psicoanálisis freudiano a relacionar este fenómeno con lo que el doctor de Viena denominaba el principio de placer, que, según él, en los primeros estadios de la evolución del ser humano era enseguida relevado por el principio de realidad, la “dura Realidad” que decimos a veces, que nos hace que, sin renunciar a un placer final, pospongamos la satisfacción, renunciando a varias posibilidades de lograrla y llegando incluso a tolerar lo que podríamos llamar el displacer en su largo y sin duda erróneo rodeo hacia el placer, cuyo principio reina sin restricciones en el Ello, pese a los intentos del Yo que se esfuerza una y otra vez por transmitirle al Ello el principio de realidad.

Los negacionistas odian la Realidad, no la aceptan, padecen un desorden psiquiátrico que no consiste en su distorsión o percepción errónea, sino en su negación sin más, por lo que deben ser tratados como enfermos mentales hasta que, una vez reeducados, la acepten.

Pero hay una negación, sin más, sin ideología o -ismo que la ampare, que consiste en afirmar que la realidad, igual que el dinero, que es su máxima expresión, siendo reales como son (por lo que no puede negarse su existencia), son sin embargo falsedades.

lunes, 8 de marzo de 2021

Tanto monta

 

«Tanto monta» fue el emblema personal del rey Fernando de Aragón, que es abreviación de “Tanto monta cortar como desatar”, que hace referencia al encuentro de Alejandro Magno con el nudo gordiano. Según la leyenda, cuando Alejandro tomó la ciudad de Gordio, en la Frigia, actual Turquía, se dirigió al templo de Júpiter, donde pudo contemplar el carro del rey Gordio y el yugo que estaba amarrado al carro por un complicadísimo nudo inextricable. 

Consultado el oráculo de Apolo por los frigios a quién eligirían rey, pues había quedado el trono vacante al morir el monarca sin dejar descendencia, el oráculo respondió que al primero que entrase en el templo. Sucedió que un tal Gordio, un labrador, entró en él con las coyundas de sus bueyes en la mano, y fue enseguida coronado para dar cumplimiento a la voluntad del oráculo. En agradecimiento dejó en el templo colgadas las coyundas, dándoles un nudo indisoluble, el famoso e inextricable nudo gordiano.

Cedo en este punto la palabra al verso de Sebastián de Horozco que glosa así en su cancionero el lema «Tanto monta cortar como desatar»: Alejandro cuando había / ganado aquella ciudad / que de Gordio se decía, / vio que en el templo había / un carro de majestad, / cuyo yugo estaba atado / con tan ciegas ataduras, / que a ningún hombre crïado / era posible ni dado / desatar sus ligaduras. / Y un oráculo decía / que el que aquéllas desatase / el Asia dominaría, / y señor de ella sería / cuando esto así pasase. / Teniendo por imposible / Alejandro desatarlas, / con su ánimo invencible / hizo la cosa posible / con echar mano y cortarlas. / Y como quien pretendía / el Asia y mundo ganar, / él cumplió la profecía, / que tanto monta, decía, / cortar como desatar. / Y así los antecesores / de nuestros reyes, que hoy son, / por ser tan conquistadores / con hazañas no menores / lo tomaron por blasón.

Había, en efecto, una profecía que decía que quien desatara ese nudo sería dueño de Asia. Alejandro no pudo resistir la tentación. Se puso manos a la obra. Después de luchar en vano contra el nudo y comprobar que no era capaz de desanudarlo pacientemente, lo cortó de un tajo con su espada, y debió de decirse a sí mismo algo así como: “Tanto monta, o lo que es lo mismo, igual da, cortar que desatar”. Poco importa la manera de hacerlo, lo importante es hacerlo como sea, y quizá anticipó un poco a Maquiavelo por aquello de que el fin justifica los medios.

Se cuenta que fue el maestro Antonio de Nebrija quien sugirió al rey Fernando el nudo gordiano como símbolo en forma de yugo con una cuerda suelta con el mote «tanto monta», que junto con el haz de flechas atado por una cuerda de la divisa heráldica de Isabel de Castilla se convertiría en el símbolo de los católicos monarcas. El yugo de la divisa de Fernando comienza con la letra Y del nombre de la reina, escrito Ysabel, y las flechas de la reina empiezan por F, que es la inicial de su esposo Fernando. 

Detalle de la Iglesia de Santiago Apóstol, Orihuela (Alicante)
 

El sentido del mote de los reyes católicos «tanto monta...» ha sido desvirtuado por la interpretación popular, fomentada desde el poder durante la dictadura franquista en pleno siglo XX, al añadirle a la expresión primitiva y original la coletilla «…monta tanto, Isabel como Fernando» por el carácter dual de aquella monarquía, ya que el régimen del dictador idealizó e idolatró el reinado de los Reyes Católicos, que con el descubrimiento de América y la expulsión de los moros habían llevado a España por los caminos del Imperio hacia Dios.

Hoy, en el día de la mujer, podemos reivindicar ese lema como consigna igualitaria, si Fernando e Isabel fueran dos nombres propios cualesquiera sin referencia a los reyes católicos, y dijéramos "tanto monta Juan como Juana". El problema es que Isabel y Fernando fueron dos reyes, y en ese sentido se da a entender que para desempeñar la monarquía vale lo mismo un rey que una reina, es decir que el poder no es exclusivamente masculino, sino que puede ser desempeñado igualmente por una mujer, y que como dice la copla que a propósito hemos fabricado: «Tanto montan Isabel / como Fernando: tanto  mandan, mandan / tanto: se ha logrado ya / que igual dé el timbre de la voz de mando»

Reyes Católicos, fachada de la Universidad de Salamanca.
 

Y eso es verdad, como vemos a lo largo de la Historia: ha habido y hay reinas y presidentas del gobierno y hasta jefas de Estado y ministras y ejecutivas y banqueras, poquísimas todavía en comparación con sus congéneres masculinos,  sin que por eso se desmorone ningún cimiento del entero tinglado del sistema, sino todo lo contrario. 

Ahora bien, lo que deberíamos plantearnos es si esa igualdad que persigue el movimiento feminista más domesticado y asimilado por el Poder de equiparar al hombre y a la mujer en los puestos de mando es un logro que debe perseguirse a toda costa. Dicho movimiento reivindica el empoderamiento de la mujer. Uno de sus logros fue la inclusión de la mujer en todas y cada uno de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, incluido el ejército, si aplicamos el rasero igualitario de  la «cuota de poder».  Sin duda es un logro en el camino hacia la igualdad bajo el mismo rasero. La lástima es que no lo es en el camino de la liberación.  El movimiento igualitario ha esclavizado a la mujer al mismo yugo que el varón. ¿Es eso lo que estamos celebrando una jornada como hoy, Día Internacional de la Mujer? Pregunto.

domingo, 7 de marzo de 2021

Cogito, ergo sum

Cogito ergo sum es la versión latina de la frase de Descartes Je pense, donc je suis, que suele traducirse al castellano por “Pienso, luego existo”, pero ni en francés ni en latín se utiliza el verbo existir, por lo que es mejor traducción: “Pienso, luego (es decir, por lo tanto) soy”. Pero la frase queda coja entonces, porque soy... ¿qué? Necesito un predicado nominal, ser algo, por ejemplo “el que está pensando”: Estoy pensando luego soy el que está pensando, con lo cual incurro en una tautología, y no es eso lo que quería decir Descartes. 

La intención cartesiana iba más bien por la traducción española del “sum” por existo, es decir: Estoy pensando luego existo, que es un verbo que ya no es copulativo, sino que tiene un sentido pleno, viene a ser algo así como: soy real, soy alguien, soy el que soy, estoy dentro de la realidad.

Esta célebre frase es en el pensamiento cartesiano la primera indudable certeza racional. El pensamiento de Descartes, en el que la certidumbre del cogito y del sum surge de la duda metódica, está muy bien sintetizado en la variante: dubito ergo sum, uel quod item est, cogito ergo sum (dudo, luego soy, o lo que es lo mismo, pienso luego soy). 

Para Descartes la duda es el principio de la sabiduría. Como dice el refrán popular: “el que no duda no sabe cosa alguna”. Y es que Cartesio escribe: pendant que je voulais ainsi penser que tout était faux, il fallait nécessairement que moi qui le pensais fusse quelque chose (mientras que yo quería pensar así que todo era falso, era preciso necesariamente que yo que lo pensaba fuese algo). Y es entonces cuando formula su je pense donc je suis como el primer principio de la filosofía que buscaba.

Corrección: Sí: Me dejan existir. Es lo único que me dejan, lo que no me dejan es vivir.

Algo sin embargo nos dice que el sum, la existencia, el ser, no puede deducirse del hecho de pensar, del cogito, si no existe previamente antes de formular su certeza existencial. Detrás del cogito inicial hay un ego, explícito o no, es decir, una primera persona del singular, en términos gramaticales, que está diciendo “yo, que soy el que habla” digo que “yo -que soy el sujeto de la frase, es decir, el objeto de mi pensamiento, o sea, la idea que tengo de mí mismo- pienso, estoy pensando”. Da igual lo que predique de ese ego. Puedo decir dubito, ergo sum; credo, ergo sum... Cualquier predicación.

Se notaría mejor esto que trato de decir, si recurrimos a la tercera persona, a la no-persona, es decir, la que no es ni el hablante ni el oyente, sino el objeto de su discurso, y decimos COGITAT, ERGO EST. Que hay que interpretar así: Yo, que soy el hablante metalingüístico y que por lo tanto estoy fuera de la realidad, digo que alguien está pensando (o dudando, o creyendo o haciendo cualquier otra cosa que se le antoje), por lo tanto ese alguien existe, es alguien en la realidad, porque yo que, como hablante estoy fuera de ella, doy cuenta de ella, la configuro, la creo con el acto de hablar: soy su demiurgo, y he metido a ese alguien dentro de ella mencionándolo. 

Pero no digamos, como dice la pintada anónima en la pared: PIENSO... LUEGO NO ME DEJAN EXISTIR. Hay que corregirla: PIENSO... LUEGO ME DEJAN EXISTIR, DE HECHO ES LO ÚNICO QUE SE ME PERMITE COMO A TODO HIJO DE VECINO Y QUE YO MISMO ME PERMITO, LO QUE NO ME DEJAMOS ES... VIVIR. 

sábado, 6 de marzo de 2021

Ordeno y mando

El concepto de “autoridad” recubre entre nosotros la identificación de lo que los romanos llamaban potestas (el poder político efectivo) y auctoritas (la opinión de los expertos que hace que “aumente” la confianza y el reconocimiento de los gobernados; la raíz de la palabra es el verbo augere “aumentar”): la potestas requiere auctoritas: el poder quiere autorizarse, justificarse: tener razón. No sólo quiere el gobierno, sino el reconocimiento de los gobernados, porque sin ese requisito se desautorizaría su mandato.

Pero la razón, como el logos de Heraclito, es común, no es de nadie en particular porque lo que es del común “non es de ningún”. El que pretende arrogarse la razón lo que quiere de verdad es mandar, imponer la suya. Pero la razón y el ordeno-y-mando no se confunden nunca, como pretenden nuestros mandamases, porque son todo lo contrario.

Sufrimos un poder que quiere legitimarse doblemente, por un lado democráticamente al ser elegido por la mayoría del electorado, no por el pueblo, que ese no elige a nadie, pero como eso no basta, necesita también el aval constante de la ciencia y del saber de los expertos.

Cuando ciencia y poder político se confunden entre sí de manera que no se distinguen lo uno de lo otro, no es porque el poder se vuelva más racional, sino porque la ciencia se vuelve pseudociencia irracional.


“Quienes mandan y quienes obedecen mantienen un tipo de relación que causa miseria a todos los niveles”

El poder no sólo quiere la legitimidad democrática, sino además la legitimidad divina, vamos a decir, que le da la ciencia en esta época pretendidamente atea pero en verdad teológica, a fin de que el carisma científico legitime su gobierno y este pueda pasar por la expresión de la razón y por un despotismo democrático ilustrado. 

El boss, o sea el jefe que tiene la potestas, quiere revestirse, del carisma del leader, del que es seguido por su prestigio o auctoritas, por su "capacidad de liderazgo", no del que es obedecido porque tiene el mando. Pero en el fondo el leader no deja de ser el boss, el lobo disfrazado con la piel de cordero. Un calco semántico del término leader es el alemán Führer, y ya sabemos a dónde le llevó al pueblo alemán su seguimiento.

 

No es tanto que la ciencia se ha hecho con el poder político, como en otro tiempo lo hizo la religión, sino al revés, que el poder político se ha hecho con la ciencia, al menos la más sumisa y vendida. Con esta maniobra trata de infundirnos miedo, un miedo que está, según la ciencia a su servicio, justificado, de donde resulta que el miedo, que es lo más irracional que hay, se "racionaliza". Pero todo el mundo sabe que eso no puede ser porque es lo contrario, que el miedo que nos meten para que obedezcamos es una sinrazón. 

Si obedezco es porque a la fuerza ahorcan, no porque me parezca razonable hacerlo, como se me exige. El Poder, no contento con su ejercicio de gobierno y ordeno-y-mando, quiere que todos y cada uno de sus súbditos le den la razón, hasta que lo que se manda y lo que es razonable se confundan y sean lo mismo y parezca razonable que a uno le manden cualquier cosa que sea, de modo que dé la sensación de que uno no obedece al gobierno, sino a su fuero interno y hace lo que tiene que hacer y que, en todo caso, sometiéndose a la propia diosa Razón, porque eso es lo razonable. Parece así que no es necesario que le ordenen a uno hacer algo, ya que sale de uno mismo el hacerlo, sin necesidad de que se lo mande nadie. La voluntad individual se convierte de este modo en el peor de los tiranos. Y el más efectivo porque pasa inadvertido. 

El poder no se conforma con el hecho de vencernos, sino que quiere convencernos. Y ahí es donde falla, porque siempre podremos soltarle aquellas palabras tal vez apócrifas que se le atribuyen a don Miguel de Unamuno, rector a la sazón de la Universidad de Salamanca, que  el 12 de octubre de 1936 le espetó al general franquista Millán Astray : “Venceréis pero no convenceréis”. Es la eterna lucha de la razón y la fuerza: la fuerza de la razón contra la razón de la fuerza, el poder de la razón contra la razón del poder.