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viernes, 17 de septiembre de 2021

La rentrée escolar

    Publica el tristemente célebre semanario satírico francés Charlie Hebdo una portada que no tiene desperdicio: un niño -de azul, con pantaloncito corto- y una niña -de rosa, con faldita corta- enmascarillados ambos como mandan los protocolos escolares caminan de la mano. ¿A dónde van? Se supone que al colegio. A sus espaldas cargan con su mochila respectiva que consiste... en un ataúd: el de él, acorde con su estatura, un poco mayor que el de su supuesta hermanita. La humorística revista da rienda suelta así a lo que se suele denominar 'humor negro'. 

     La escena está decorada con cinco mariposas que contrastan como símbolo de vida y libertad con las mascarillas y los ataúdes, y dos rótulos: uno dice 'rentrée scolaire', que es propiamente el título de la composición, que nosotros podemos traducir por 'vuelta al cole', y el otro es una pregunta: Vont-ils finir l'anné? Se entiende que se pregunta si van a acabar el año escolar, es decir, el curso que ahora comienza, y se supone que quiere decir sanos y salvos como lo empezaron, o acabarán encerrados para sus restos en el sarcófago que portan a sus espaldas. 
 
    ¿Qué quiere decir o insinuar esta macabra portada, no poco polémica en el sentido etimológico del término, que es "guerrera", dado que pólemos es el nombre de la guerra en la lengua de Homero, y lo que pretende es sembrar la guerra entre los creyentes y los no creyentes? ¿Por qué cargan con el féretro a sus espaldas? Dicen los exegetas que Charlie Hebdo quiere poner en duda así que la seguridad en el regreso a las (j)aulas se haya hecho con las debidas garantías sanitarias... 
 
    ¿Por qué llevan mascarilla? Bueno, lo de la mascarilla es fácil de responder: porque se lo exige el protocolo escolar, a ellos y a sus profesores, habida cuenta de la guerra contra el virus que desde hace más de un año y medio que la declararon sostienen todavía los gobiernos del universo mundo aguijoneados por la Organización Mundial de la Enfermedad. Respecto a lo del ataúd, parece que se quiere dar a entender que en la situación actual de emergencia sanitaria, como revela la mascarilla quirúrgica que portan estos pequeños cirujanos, volver a la escuela pudiera ser un peligro mortal... 
 
    Pero deberíamos ir un poco más lejos todavía y, haciendo abstracción de la 'emergencia sanitaria' y de la actualidad, olvidarnos del virus y del miedo que nos quieren seguir infundiendo en nuestros adentros entre bromas y veras, y ver en esta imagen algo más de lo que hemos dicho: la vuelta al cole, la famosa 'rentrée scolaire', que coincide entre nosotros con los últimos coletazos del verano y el barrunto del otoño, supone siempre una vuelta al aburrimiento, supone siempre que ha sonado el timbre que determina que se ha acabado el recreo y que toca volver a clase, porque la mochila donde llevan los materiales escolares -libros de texto, cuadernos y demás parafernalias para aprender- es en realidad la caja donde va el cadáver de los saberes que van a ser enterrados o incinerados. 
 
Estudio para pompas de jabón, Fotografía de Gabriel Pérez-Juana (2021)
 
 
    El niño y la niña vuelven al cole a morir de aburrimiento, a matar su curiosidad, y a someterse al currículum oculto del calendario escolar de días lectivos y no lectivos, que equivalen a los futuros días laborales y festivos de sumisión al trabajo asalariado, vuelven pues a inmolarse en las aras sangrientas del más cruento de los dioses al que nos sacrificamos desde bien pequeños: el Futuro.
 
    El niño y la niña, los dos hermanos, van a la escuela a aprender a morir, van al cementerio donde serán adoctrinados para el día de mañana, independientemente de que puedan contagiarse de algún virus que por allí campee... Y es en ese sentido en el que la portada de Charlie Hebdo dice mucho más de lo que pretendía decir en principio, que era una simple tontería como que los niños vuelven a la rutina escolar donde corren el peligro mortal de contraer un virus que ha matado ya según los más alarmistas a uno de cada cien de sus mayores que lo habían contraído y según otros a dos de cada mil, pero no a los niños, que a esos ya los mata Herodes, es decir, el único pedagogo que en el mundo ha sido: el sistema educativo y escolar.   

sábado, 21 de agosto de 2021

La falacia de Macron

    «Le vaccin sauve des vies, le virus tue, c’est simple». E.M.

    “La vacuna salva vidas, el virus mata, es simple”. Demasiado simplón, señor Macron como para ser cierto. Al eslogan triplemente mentiroso que cacarean los gobiernos y traficantes de drogas de las altas esferas, que dice en la lengua del Imperio que las sedicentes 'vacunas' anticovidianas son tested, safe y effective, el presidente de la V República Francesa, o sea usted no contento con eso, saca a relucir el fetiche y dogma nacional en el país de Pasteur de que las vacunas en general salvan vidas, y de que esto, sea lo que sea, es una 'vacuna' como las de toda la vida, por lo que como aquellas es un chaleco salvavidas que va a impedir que nos ahoguemos y que hará que vivamos eternamente sanos y salvos, y el otro fetiche de que el virus mata, por lo que le ponen el epíteto muy a menudo de 'asesino'.


     La que hemos llamado “falacia de Macron” no es exclusiva del presidente galo, ni muchísimo menos, pero él ha acertado a formularla con gran economía de palabras y con lenguaje sencillo, si exceptuamos esos dos términos culteranos y cuasi religiosos de 'vacuna' y 'virus', que pertenecen a la jerga científico-farmacológica que nos invade e intoxica. Ha venido a decir que lo uno salva la vida y lo otro mata en un lenguaje elemental y grosero, simplificado hasta el absurdo, porque todas las vidas, salvadas o no, están abocadas a la muerte, y porque el virus no mata, no es un asesino que mate conscientemente sino, en el peor de los casos, un homicida que puede llevarte al otro barrio si no te has muerto todavía y si tienes otras papeletas en tu haber como una vejez prolongada y algunos achaques propios de la provecta edad. Pero en el fondo del virus lo que subyace es otra cosa: la contradicción de que es al mismo tiempo exógeno (viene de fuera a matarnos) y endógeno (sale de dentro de nosotros a matar a los demás), por lo que somos nosotros, poseídos por él, su receptáculo, al mismo tiempo el verdugo que puede matar a los demás y la víctima de cualquier desaprensivo. 

  

 "Obedece, vacúnate" LREM (La République En Marche, partido que sostiene a Macron, caracterizado aquí como Hitler por el cartelero Michel-Ange Flori)

    Yendo más lejos todavía, el señor Emmanuel Macron, ha culpado de irresponsabilidad y de egoísmo, a quien, haciendo uso de su libertad, ha decidido no 'vacunarse': Si mañana usted contamina a su padre, a su madre o a mí mismo, yo soy víctima de su libertad porque usted tenía la posibilidad de tener algo para protegerse y protegerme. Eso no es la libertad. Eso se llama irresponsabilidad, eso se llama egoísmo.

    Parte el señor Macron de una hipótesis futura, situada en el incierto día de mañana. Se supone que el interlocutor no va a contaminar hoy ni a su padre ni a su madre ni al Presidente de la República Francesa, porque hoy, aquí y ahora, se encuentra en perfecto estado de salud, y, por lo tanto, no puede contagiar una enfermedad que no tiene todavía. Por eso hay que situarse en un hipotético futuro en que el interlocutor estuviera contaminado, como dice Emmanuel Macron, y convertirse en agente contaminador para contaminar a los demás... Olvida que si uno está enfermo no va por ahí contagiando alegremente a la gente, procura tratarse y aislarse si es preciso. Pero no entremos ahora en la función curativa de la medicina, tan olvidada y menospreciada en estos tiempos profilácticos.

 

    El presidente de la República, con un tono de sermón de vicario aficionado que se ha puesto como ejemplo, se considera contaminado por su interlocutor en el futuro, y eso le lleva a considerarse víctima -qué abuso hacen de esta palabra y del victimismo todos los políticos- de la libertad de su interlocutor, con lo que está culpabilizándolo y responsabilizándolo de su contaminación. Algo que a todas luces sería imposible si él mismo hubiera tomado las medidas individuales de protección que acusa de no haber tomado a su intercolutor, y estuviera protegido al cien por cien. El problema es que la protección -metáfora de la vacuna y, antes, de la mascarilla- no es segura del todo, es decir, no era verdad que estuviera tan tested, ni era tan safe ni efficient como predicaban para que la gente se arrepintiera de sus pecados y se redimiera, o sea que la 'vacuna' no salva vidas al cien por cien, sino que se lleva algunas, y no pocas por delante.

    Los dirigentes políticos no quieren la libertad. Si lo hicieran, no serían lo que son. Es el nudo del problema desde el comienzo. Nadie puede responsabilizar a los demás y culpabilizarlos porque nadie tiene el derecho de exigir a los demás que no le contaminen, en primer lugar porque hay medidas de supuesta protección individual que pueden adoptarse y evitarlo como el aislamiento antisocial y anacoreta, y, en segundo y no menos importante lugar porque una hipotética contaminación, de producirse, no supone una ofensa ni una afrenta de los demás, que han querido ponernos en peligro, sino una consecuencia indirecta del mero hecho de vivir y convivir. Y además no es tan peligrosa como nos han hecho creer como para que corramos despavoridos al vacunódromo. 

 

   Pero analicemos la finalidad de esa supuesta doble protección. ¿Qué pretende el que tiene la 'protección'? Pretende protegerse en primer lugar a sí mismo. No haría falta justificar lo que es un gesto de egoísmo -querer salvaguardarse uno a sí mismo, querer salvar su alma como se decía antes evitando el purgatorio y las llamas del infierno de la condenación eterna- como si fuera un símbolo de altruismo. La 'protección' me protege a mí, si es el caso, y punto. Hace que al estar yo protegido no esté contaminado, y por lo tanto no pueda contaminar ni a mi padre, ni a la madre que me parió ni a monsieur Macron. Decir que lo hago para proteger a los demás es hipocresía, es camuflar mi amor propio como si fuera amor ajeno, algo que queda muy bien de cara a la galería, pero que resulta mentiroso. 

    ¿Qué sucedería si como resultado de ese contagio muriese el Presidente de la República Francesa? Pues que sería, como suele decirse, una pérdida irreparable humanamente hablando en lo que concierne a la persona que ostenta el cargo. Pero ojalá muriera el cargo que ostenta la persona y no tanto la persona, por más que se identifique la una con lo otro, a fin de liberarse a sí mismo y a los demás de la carga de su cargo. Si muriese como víctima de mi contagio, no sería penalmente un asesinato,  que ese es el miedo que tiene en el fondo el señor Macron, sino un homicidio fortuito y accidental, nunca un crimen cabal premeditado.

jueves, 29 de julio de 2021

El trampantojo (Crónica de actualidad sempiterna)

    Leo el siguiente titular alarmante en la portada del periódico local: “El pico de la quinta ola en Cantabria ni se vislumbra”. Se supone que la ola es tan descomunal que no se ve su cresta. Debe de ser tan grande que lo tapa todo y no nos deja ver ninguna otra cosa en el horizonte. Parece que los periodistas han inventado esta metáfora para poder hablar de ella y llenar los espacios informativos. 

    ¿Dónde está esa ola que yo no la veo? ¿Dónde está que sólo tengo noticia de ella no por mi humilde experiencia, sino a través de la lectura de la prensa local envenenada y de lo mucho que oigo hablar de ella en la radio y la televisión, que son fuentes tóxicas de información? No está por ninguna parte, no la hay. Pero a fuerza de hablar de ella y de nombrarla una y mil veces acaba adquiriendo carta de naturaleza existencial y existiendo, al revés que las meigas gallegas que no existen, pero haberlas haylas. 

La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (entre 1830-1833)

     La ola, que es metáfora del virus, no la hay, pero existe, y mucho. Estamos aquí negando su habencia, pero afirmando su existencia, porque somos al mismo tiempo negacionistas de una cosa y afirmacionistas de otra. La ola es el dios o el demonio, según se mire, de una nueva religión. No creemos en ella porque la veamos, sino que la vemos porque creemos en ella.

    No parece que sea el virus coronado, a estas alturas de la película, lo que se propaga causando estragos, sino otro virus: el del miedo a la muerte, que es miedo a la vida, al amor y a la libertad, un virus letal, un virus que no te lleva necesariamente al otro barrio, sino que te mata en vida convirtiéndote en un zombie de telefilme barato de serie B.

    Se ha propagado tanto ese virus que la zombificación o conversión de las masas en muertos vivientes es casi total porque la gran mayoría de la población se ha contagiado adhiriéndose a estas medidas sanitarias e higienistas, que no higiénicas, completamente desmesuradas y sin ninguna justificación científica sostenible, al menos para las cabezas bien amuebladas que no dicen amén a las desautorizadas autoridades sanitarias.

 

    La tanatofobia colectiva que ha sostenido el Poder y sus colaboradores expertos pseudocientíficos y pseudosanitarios ha hecho su efecto, atrayendo el fantasma de la muerte que querían conjurar y exorcizar.

    Todos esos virólogos a la virulé, epidemiólogos, infectólogos, urgenciólogos y demás especialistólogos harían mejor psicoanalizándose un poco y analizando a qué se debe su ingente miedo a la muerte, que no deja de ser una patología de tipo psicótico. Enfermos ellos, nos enferman gravemente a todos los demás deteriorando nuestra salud física y psíquica.

    ¡Cuánto mejor era el confinamiento puro y duro que no este simulacro de desconfinamiento en que uno se confina enmascarándose voluntariamente por su propio bien y por el de los demás, sin que se lo ordenen las autoridades gubernamentales, sino su propia voluntad! ¡Qué falso el desconfinamiento que no deja de ser un encierro individual y colectivo políticamente corregido! ¡Qué trampantojo!

    El término 'trampantojo', como su nombre indica, por cierto, es contracción de “trampa ante ojo”. Es un compuesto en que entra el ojo, como en 'antojo'. En el siglo XIII, en efecto, según el maestro Coromines, tenemos ya documentado en castellano el término 'antojarse' con el significado de “ponérsele a uno una idea ante los ojos”. Pero esa idea que nos han puesto delante de los ojos es una trampa que pretende engañarnos, como todas las ideas por otra parte y como la famosa zanahoria inalcanzable delante del borrico. 

    El trampantojo nos tiende una trampa para que veamos lo que no hay. La docta Academia lo define como: “Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”. Eso es el virus coronado, un trampantojo.

    En pintura, el término francés "trompe-l'oeil" (engaña el ojo) da nombre a la técnica que consigue distorsionar nuestra percepción visual jugando, intencionalmente, con la perspectiva y otros elementos ópticos, sugiriendo desde las dos dimensiones del lienzo la tridimensionalidad.

Huyendo de la Crítica, Pere Borrel del Caso (1874)
 

    Un buen ejemplo de trampantojo es el lienzo "Huyendo de la Crítica", también titulado "Una cosa que no puede ser" o, más descriptivamente, "Muchacho huyendo de un cuadro" de Pere Borrel del Caso (1835-1910), que es considerado como uno de los máximos exponentes de esta técnica. Un muchacho, entre asustado y fascinado, trata de salir del marco que lo encuadra, viéndose prisionero en su cárcel pictórica, pugnando por integrarse en el espacio real en el que estamos los espectadores de ese trampantojo intentando también salir del marco restringido que nos encuadra.

miércoles, 2 de junio de 2021

Dos cuestiones bizantinas

    ¿Qué importa si el virus fue creado artificialmente y cultivado en el laboratorio de Wuhan para destruir a la humanidad como presunta arma biobacteriológica por el malvado doctor Fu-Manchú, encarnación del peligro amarillo, o tiene un origen zoonótico natural saltando de los murciélagos a los seres humanos vía pangolín? 


     Algunos vimos desde el primer momento que este debate que se planteó al principio y vuelven a sacar a relucir ahora los medios informativos carecía de mucho interés. Es una mera cuestión bizantina como aquellas que entretenían a los distraídos sabios de Bizancio cuando los otomanos estaban atacando la ciudad, una disputa sobre la causa de un fenómeno que sólo pretende  distraernos de lo fundamental, que son las consecuencias que estamos padeciendo.

    Todavía, incluso, se discute si el virus Sars-Cov-2 ha sido aislado y puede, por lo tanto, demostrarse su existencia y si es el causante de la enfermedad llamada Covid-19... Supongamos que existe, no vamos a negarlo, y que es el agente de dicho síndrome, mejor que enfermedad. Demos estas cuestiones por zanjadas, aunque no lo estén, y afirmemos que el virus Sars-Cov-2 existe. Negarlo sería una tontería comparable a decir que Dios no existe, ya que el virus, lo haya o no lo haya, está presente para desgracia nuestra, una vez declarada su existencia por la OMS y por los medios de masificación. Admitamos, además, que es el causante de la enfermedad o síndrome del virus coronado Covid-19, como nos han hecho creer.

    Se trata en todo caso de un virus y una enfermedad que no presentan síntomas muy considerables en las personas expuestas a él, que suele cursar levemente en la gran mayoría de los casos y que tiene una tasa de supervivencia del 99,8%.

    Démonos cuenta de que poco importa si el virus existe realmente o no. Esta es nuestra segunda cuestión bizantina. Para nuestra desgracia existe, como Dios y todos los nombres propios, incluido el nuestro propio.

    Lo que interesa, y esta no es una cuestión precisamente propia de los teólogos de Bizancio sino de cualquiera que se cuestione un poco las cosas que pasan,  es la utilización política que se ha hecho y se sigue haciendo de Él -vamos a poner el pronombre de tercera persona con mayúscula teológica- para controlar a la gente obligándola a someterse a las directrices gubernamentales por su propio bien, bajo la excusa de que son "sanitarias", tales como hacer uso de mascarillas, encerrarse en casa y vacunarse para volver a la vieja normalidad.

lunes, 3 de mayo de 2021

Un silencio que dice mucho

    Hasta una etiqueta en tuíter han sacado con su almohadilla correspondiente y todo: #ViajaCalladoEvitaContagios. El metro de Panamá ordena silencio a sus usuarios y saca eslóganes que deberían darles vergüenza como : “No hablar durante tu viaje es cuidar la salud de todos” o “Tu silencio dice mucho”. Un mimo con la cara pintada de blanco a lo Marcel Marceau nos tapa la boca con la mano a modo de mascarilla o nos hace el gesto de callarnos con el dedo índice en los labios y nos invita a que nos callemos o a expresarnos con gestos mudos en lenguaje para sordos.


     Está claro que las autoridades que velan por nuestra salud no quieren que hablemos porque hablando se entiende la gente y no quieren tampoco que entendamos lo que está pasando. Claro que ellas van a justificarlo de otro modo. No quieren que nos desentendamos del virus, que nos despreocupemos y por eso nos amordazan y nos dicen que nos callemos. Eso sí, podemos enviar todos los tuites que queramos con nuestros dispositivos telemáticos en modo silencio, que para eso están. Imponen así la escritura en detrimento de la lengua hablada y de la comunicación de viva voz entre la gente.

    Hay algo en este empeño autoritario de imponer el silencio que no se entiende muy bien: si nos obligan a ponernos la mascarilla para evitar el contagio del virus coronado, ¿por qué no basta y sobra con eso en los transportes públicos? ¿por qué además insisten en que no digamos ni pío? ¿Pretenden acaso taparnos literalmente la nariz y la boca y que nos asfixiemos sin poder comunicarnos y revelar a nuestros compañeros de viaje, por ejemplo, este modesto descubrimiento que hacemos aquí, que no deja de ser una perogrullada, de que no sólo hablar, cantar y gritar, como ellos dicen, sino también simplemente respirar con el bozal es contagioso y mortal de necesidad?

 

    Si no hablamos entre nosotros, en efecto, no podemos decirnos cosas como que no hay ninguna pandemia, que si nos hemos enterado de que la había fue por los mass media, medios cuyos fines son la manipulación, el adoctrinamiento y conformismo de las masas a través de la propaganda de agitación y de difusión del pánico.

    Pero en algo tienen razón y vamos a dársela: el virus se propaga hablando de él. Así lo han propalado ellos. Así lo hemos esparcido y ciscado nosotros haciéndonos eco de sus noticias y consignas. Lo han hecho viral. Lo hemos viralizado entre todos. Ahora tienen que prohibir también hablar, cantar y gritar no por nada, no porque sea una imposición autoritaria y dictatorial que se justifica con una falsa razón sanitaria, sino porque hablando podríamos argumentar contra la invención del virus y contra las razones que lo avalan. Ellos no lo dicen así, nos dicen que no hablemos porque si guardamos silencio, un silencio que dice mucho de nosotros, evitamos "la emisión de partículas en el aire(sic)". Ese silencio es el silencio resignado de los corderos en el matadero, el silencio sepulcral del cementerio. 

 

    Lo dicen los científicos y los expertos. Hay que evitar la emisión de aerosoles y de gotículas mortales... Así que a callar se ha dicho. Ya procuran además que no nos sentemos juntos, sino que guardemos las debidas distancias con el prójimo -el próximo, cada vez más lejano. Así que nada de comentar con el vecino de al lado esto mismo: que el virus existe porque hablamos de él, que si dejamos de hablar de él, deja de ser operativo y se hace inviable. Que el mejor antivirus es dejar de creer en él. Mejor que cualquier vacuna habida y por haber es la pérdida de la fe que lo sustenta y aferra a nuestras células. 

    Pero ese silencio que quieren imponernos en el transporte público, hay que exigírselo lo primero de todo a las propias autoridades, que se han apropiado de todos los argumentos científicos de autoridad, y a los propios medios a su servicio, que son los que han aireado el virus coronado a través de las perniciosas ondas audiovisuales. Que prediquen con el ejemplo y tiendan un tupido velo de silencio. Amén.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Calladitos

Leía yo el otro día una noticia que publicaba La voz de Galicia, cuyo titular rezaba: ¿La solución para el covid? Ponte la mascarilla, habla más bajo y sal afuera. Pero lo mejor de ella venía en el subtítulo: “Los expertos aseguran que si toda la humanidad estuviese en silencio durante uno o dos meses la pandemia desaparecería”. Y también se decía: “Quienes investigan el covid-19 han ensalzado con razón las virtudes de las mascarillas; han aclamado la necesidad de la ventilación y han elogiado la naturaleza saludable de las actividades al aire libre. Pero hay otra táctica conductual que no ha recibido suficiente atención, en parte, porque se da a conocer por su ausencia.” La tácita alusión se refiere al silencio, que, efectivamente, brilla por su ausencia. 

Uno de tales expertos, el profesor José L. Jiménez de la Universidad de Colorado, ha lanzado al mundo su remedio infalible: colocar como en las bibliotecas en todos los lugares públicos un cartel que diga: «Silencio, por la salud de todos». Y cumplimiento obligatorio. O sea: calladitos todos.

Nos han impuesto desde el quince de marzo como sin querer los votos monásticos o canónicos que distinguían a los religiosos de los seglares para acceder a nuestra salvación siempre futura renunciando a los placeres terrenales. Además del voto de obediencia a las recomendaciones sanitarias -ponte mascarilla, quédate en casa, guarda las distancias...-, voto de pobreza habida cuenta de la crisis económica que ya tenemos encima y voto de castidad por el distanciamiento social y el “noli me tangere” de rigor, parece que sería necesario ahora un nuevo e insólito voto, que sería el de silencio para acabar con la pandemia.  
 
 
 
Pero puede que este cuarto y piadoso voto, el de silencio, como creen algunos, sea el más efectivo y valioso si los primeros que tienden un tupido velo de silencio fuesen los telepredicadores: los locutores y locutrices de los púlpitos televisivos,  la radio e internet a través de los móviles, las tabletas y los ordenadores, que no en vano se llaman Personal Computers en la lengua del Imperio. Si dejan de sermonearnos a todos y en especial a la juventud por su insolidaridad e irresponsabilidad y dejan de vocear sobre el incremento de casos positivos, peceerres, tests, cordones sanitarios, contagios, UCI,s., brotes y rebrotes, segundas olas... ya veríamos cómo se acaba, tout court, la pandemia de todos los demonios. 

 
Lo malo de estos votos, incluido el de silencio, es que nos prometen los valores de una salvación futura y por lo tanto inalcanzable de salud corporal a cambio de los placeres terrenales que están aquí y ahora a nuestro alcance, lo que me recuerda a la vieja disputa y antagonismo irreductible de los bienes y los valores de Ferlosio,  y lo malo en concreto del voto de silencio que quiere imponérsenos a todos es que nos impediría maldecir al tirano por lo que nos ha echado encima y hacer uso de la blasfemia que tanto bien hace al que la profiere y tanto desahoga.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Ο κορωνοϊός, el virus coronado

Es difícil saber en español si virus es singular o plural, si hay uno solo, como creen los monoteístas, o si hay varios e incluso muchos, como opinan los politeístas. El inglés ha recurrido a formar un plural viruses, que me temo que acabe por imponerse también entre nosotros, que, mientras tanto, debemos acudir a los artículos, para especificar si hablamos del virus, o de los virus, si hay uno, único y verdadero como Dios padre, o muchos, reales y falsos.

De una misma palabra indoeuropea surgen latín uirus, griego antiguo ἰός veneno y griego moderno ιός virus; de hecho al virus coronado se le llama actualmente κορωνοϊός en griego moderno. Un virus que no ha dejado de existir porque se sigue hablando constantemente de él, incluso ahora cuando parece que ya no lo hay, o lo hay tan leve y tan poco virulento que es como si no lo hubiera... Pero sigue existiendo, y siguen las autoridades sanitarias de nuestro estado terapéutico haciéndonos la vida imposible con las medidas profilácticas que impiden no sólo el contacto social, sino hasta el familiar...
 
La palabra está relacionada también con el antiguo indio viṣam veneno de una serpiente. Por ello los lingüistas postulan un origen común de los tres términos que sería *wis-, o más propiamente *weis-, raíz esta de la que podría derivar también el latín uena, procedente de *weis-na, origen de nuestra vena

Hay que tener en cuenta, para entender la discutida relación entre el virus y la vena, y el significado de la raíz originaria, que uirus no sólo es veneno en latín, sino también moco, jugo, savia, líquido que fluye, flujo espeso, viscosidad, fluido ponzoñoso y secreciones varias, generalmente con una nota semántica de 'capacidad de penetración en los tejidos'. Los romanos lo usan a veces para referirse al licor seminal.  
 
Muérdago (viscum album)

Esta raíz indoeuropea puede estar, a su vez, emparentada con *weiks-, de la que procede el griego antiguo ἰξός, muérdago, y el moderno ιξός con el mismo significado, y el latín uiscum, también muérdago, en botánica viscum album, de donde nos viene a nosotros el término visco, que es sinónimo de liga o materia pegajosa, y sus derivados, viscoso, que significa “pegajoso, glutinoso”, viscosidad, que es la cualidad de ese adjetivo,  y el verbo enviscar, que significa en primer lugar “untar con liga para que se peguen en ella los pájaros a fin de cazarlos” y connota, y es su uso más extendido, “azuzar” e “irritar, enconar los ánimos”. 

La palabra indoeuropea madre nunca tuvo propiamente plural ni singular. De hecho en latín no se usa nunca en plural. Ni tampoco tuvo nunca género gramatical, ya que en latín es neutro (malum uirus) pero en griego es masculina, por ejemplo. Téngase en cuenta que el género es una categoría gramatical inexistente en indoeuropeo, y una creación moderna de algunas lenguas derivadas.   

He aquí un ejemplo de su uso en latín. Nos lo ofrece Lucano en su Farsalia IX, 741-742, donde narra cómo muere un tal Aulo víctima de la mordedura de una dípsada que había pisado: ecce subit uirus tacitum, carpitque medullas / ignis edax, calidaque incendit uiscera tabe (Ah que le sube, callado, el veneno, y hambrienta desgarra / fiebre sus carnes, y quema sus tripas con tórrida podre).


¿Hay alguna relación etimológica entre el virus y su significado de "veneno"? No. El término veneno, del latín uenenum,  remonta a una raíz *wen, relacionada con “desear, esforzarse”. Si le añadimos el sufijo -es, tenemos el nombre del amor físico y de la diosa romana del amor: Venus, procedente de *wen-es, y sus derivados venéreo, venerar, y venera que es el nombre de la concha, palabra que en gallego ha desembocado en vieira y "concha" precisamente es sinónimo del sexo femenino, como en Argentina se denomina al coño. Recuérdese a este respecto el cuadro de Botticelli representando el nacimiento de Venus surgiendo de una concha marina. Esta misma raíz, con el sufijo añadido -no, *wen-es-no, origina el latín uenenum, con el significado primitivo de "poción amorosa o erótico filtro" (bebida o composición con que se pretende conciliar el amor de una persona, término este de "filtro" relacionado con el verbo φιλεῖν querer, amar). Resulta curioso que la etimología de veneno remonte nada más y nada menos que al amor, al propio Cupido, hijo de su madre Venus, y nos sugiera el veneno de sus flechazos, la metáfora del enamoramiento como envenenamiento y el adjetivo de "tóxico" aplicado al amor.

Igualmente la raíz *wen- con el sufijo -ia, wen-ia, dio origen en latín a uenia, que nosotros conservamos en venia “favor, gracia, perdón” y en el adjetivo venial, la calificación de los pecados perdonables o veniales frente a los mortales, que hacía la Iglesia. 
 
Pero en indoeuropeo eran dos raíces distintas, dos viejas palabras que no estaban emparentadas.

jueves, 2 de julio de 2020

Cae el telón, y caen las máscaras

Cuando cae el telón, que pone fin a la representación de la tragicomedia de la realidad, esa farsa que todos llevamos a cabo, como dijo Rimbaud de la vida (“la vie est la farse à mener par tous”, en Una temporada en el infierno), una vida que más que vida es existencia y es supervivencia, los actores se quitan las máscaras, y lo que queda por debajo son los rostros. 

Recordemos a este respecto dos sugerentes lecciones etimológicas: la palabra “persona” significaba “máscara” en latín, y la palabra “hipócrita”  (ὑποκριτής, hypocrités) quería decir “actor” en griego. 


Pues bien, un intelectual orgánico del Régimen, cuyo nombre propio no merece la pena recordar ni viene al caso, se empeña en que, una vez finalizada la función, sigamos con las caretas escénicas puestas porque es lo que está mandado, y publica un artículo moralizante sobre el “placer de obedecer”, cuyo título, a modo de recriminación paternalista, lo dice todo:  “No llevas mascarilla porque no te da la gana”. Y el subtítulo: “Un repaso al repertorio de excusas para no cubrirnos boca y nariz ni aunque nos obliguen”. (Cursiva mía). 

Ese “ni aunque nos obliguen” es tan significativo que deja bien claro en nombre de qué razón o, mejor dicho, en nombre de qué sinrazón se habla aquí: la razón de la fuerza, que no la fuerza de la razón. 

Ese "ni aunque nos obliguen" es tan revelador, y sintetiza tan bien el espíritu y el contenido del artículo, que, además de llamarte ignorante e insolidario, te está diciendo: si lo han dicho las autoridades sanitarias, que son las que saben, ¿qué más tienes tú que pensar ni que decir?  

Nos hallamos ante una llamada a la responsabilidad entendida como obediencia ciega a lo que está mandado, más allá de lo que dicta la propia ley que no nos obliga a tanto.


Publicaba, en efecto, el Boletín Oficial del Estado lo siguiente: El uso de mascarilla será obligatorio en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público, siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de al menos dos metros. La obligación se hacía extensiva “a las personas de seis años en adelante”, privándonos así de algo tan precioso como es la sonrisa de los niños, pero uno de los supuestos contemplados en que no sería exigible la mascarilla en los espacios públicos era el "desarrollo de actividades en las que, por la propia naturaleza de estas, resulte incompatible el uso de la mascarilla". ¿A qué supuestas actividades se refiere? El propio texto, en otro lugar, las especificaba: la ingesta de alimentos y bebidas. Lógicamente no se puede comer ni beber con mascarilla. Tampoco fumar o besar. Pero de los besos  no dice nada la Gaceta de Madrid.

Nos hallamos ante el consenso unánimemente forzoso, el desprecio de la crítica y del razonamiento, la salud vista como obligación abstracta de cada quisque, la incitación nada velada a la intimidación de todo el que se atreva a desobedecer, desoyendo las razones que pueda haber para ello... 

Espeluznante. Una de nuestras autoridades sanitarias explicaba el otro día por la radio algo muy ilustrativo: las dos razones que había para usar la mascarilla eran protegernos, en primer lugar, y en segunda y no menos importante instancia, concienciarnos sobre la importancia de su uso.  


Siempre me ha llamado la atención la polisemia de la palabra “autoridad” que veo reflejada en esta expresión ambigua como ninguna otra de “autoridades sanitarias”. La confusión radica en lo siguiente: en primer lugar autoridad quiere decir, como recoge el diccionario académico, “poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho”, pero también “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”. 

Cabe preguntarse, cuando hablamos de autoridades sanitarias o educativas, que para el caso viene a ser lo mismo, a qué nos referíamos si a los que tienen el poder de mando en esta materia (latín potestas) o a los que tienen competencia reconocida (latín auctoritas). Parece que en ambos casos nos referimos más a los que tienen la sartén por el mango que a los que tienen la razón.

domingo, 19 de abril de 2020

Túcidides a propósito de la peste ilustrado por Arnold Böcklin

Escribe Tucídides a propósito de la peste de Atenas (La Guerra del Peloponeso, II, 53): πρῶτόν τε ἦρξε καὶ ἐς τἆλλα τῇ πόλει ἐπὶ πλέον ἀνομίας τὸ νόσημα. Por lo demás, la epidemia -hoy ya pandemia- fue también para la ciudad -la polis en griego, pero hoy diríamos el Estado- el comienzo de un mayor desprecio por las leyes (anomía, en griego, con prefijo negativo). 

Lo mismo podríamos decir en la coyuntura actual en la que el virus coronado ha supuesto la suspensión de algunos derechos no voy a decir ya constitucionales sino fundamentales como el de reunión y asociación, imponiendo el llamado distanciamiento social, así como el de la libre circulación de las personas, que se ven constreñidas al confinamiento en sus hogares, que pueden ser un auténtico infierno, renunciando a todo contacto físico con el exterior. 


 La Peste, Arnold Böcklin (1898)

Ilustro la cita de Tucídides con una imagen del cuadro “La Peste” (1898) de Arnold Böcklin (1827-1901), el pintor suizo considerado uno de los grandes maestros del simbolismo romántico alemán. 

En este impresionante cuadro pintado al temple sobre madera, antigua técnica pictórica característica de los estilos románico y gótico, y de los iconos bizantinos y ortodoxos, el objetivo del artista es representar el sufrimiento de la gente bajo la Peste Negra que azotó Europa en el siglo XIV. 

El cuadro representa la cabalgada de la Muerte, en su alegoría de Señora de la Guadaña, que blande con dos manos, sobre una criatura alada similar a un dragón con alas de murciélago que sobrevuela la calle de una ciudad cercenando la vida de todas  las personas que encuentra a su paso.  En esta alegoría la Muerte no es la consecuencia de la peste, sino que ella misma es la peste. 

La Muerte, vestida de negro, presenta en rostro y extremidades un tono verde pálido cadavérico. Destacan, por lo demás, los tonos oscuros en la ropa de las víctimas. El color rojo de la mujer cuya vida ha sido truncada simboliza la sangre, el único color vivo en el cuadro, que contrasta con el vestido blanco de la otra mujer sobre la que yace.