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jueves, 13 de octubre de 2022

El terraplanismo de la vacunación

    Dice en una entrevista concedida a raíz de la publicación de su libro “El año de la pandemia”, subtitulado “Del estado de alarma al inicio de la vacunación”, el que fuera ministro de Sanidad de las Españas durante el primer mandato pandémico, cuyo nombre propio omito por la delicadeza de no hacer ningún chiste fácil con él, que su mayor preocupación en aquel entonces fueron “los terraplanistas de la vacunación”.
 
 
 
    La pregunta capciosa que le hacía el periodista era: “¿Qué bulo difundido por la derecha recuerda con especial preocupación?” A lo que el señor exministro responde literalmente: "Lo que más nos preocupaba, aunque teníamos datos históricos positivos, era durante la campaña de vacunación todo lo relativo a los terraplanistas de la vacunación; eso sí que nos preocupó. Nuestros índices de vacunación siempre han sido muy altos y creo que se debe a la credibilidad del sistema, pero tuvimos que combatirlo y salir con claridad al respecto".  
 
  Se daba a entender que negar la seguridad y eficacia de los fármacos era “un bulo difundido por la derecha”. Y no sólo la negación sino la simple puesta en tela de juicio: dudar de su seguridad, habida cuenta de su aprobación por vía de urgencia y su carácter experimental, era algo propio de la derecha y, además, un bulo, porque las vacunas -todas, incluidas hasta las que no son vacunas en el sentido tradicional- son seguras y efectivas.
 
    "Los medios de comunicación tuvieron un papel relevante y entendieron lo que había. Nos esforzamos por comunicar y por reconocer qué no sabíamos. Cuando cambiábamos de posición lo explicábamos y creo que la labor de los medios fue muy profesional." 
 
  
 

      Resulta conmovedor, si no fuera patético, el agradecimiento que hace el que regentó el Ministerio de Sanidad a la labor de complicidad y al papel relevante de los medios de comunicación "que entendieron lo que había." 
 
    Daba a entender, en resumidas cuentas, el exministro con el término de “terraplanismo” que los que se oponían a la inoculación de fármacos experimentales eran defensores de que la superficie de la Tierra era, contra toda evidencia científica, plana en lugar de esférica, según la observación desde el espacio y la experiencia de los que como Magallanes y Elcano circunnavegaron los mares del planeta haciendo redondo el mundo "como manda Ptolomeo".
 

        Pero con el término de "vacunación" no estamos hablando de la vacunación en general, ni de todas las tradicionalmente llamadas vacunas, sino solo de las inoculaciones experimentales de ARN mensajero y de vectores virales aprobadas por razones de una emergencia que se declaró adrede para dar salida a dichos tratamientos que no eran otra cosa sino productos comerciales. El león no era tan fiero como nos lo pintaban, pero nos lo pintaron así de fiero para que, amedrentados, nos sometiéramos al experimento voluntariamente.  
 
    Pero lo que nos ha demostrado la experiencia, pasado el tiempo, es que la duda era bastante razonable, y lo que resulta a estas alturas irracional es la pretensión propia de encefalogramas planos de que los sueros inyectados hayan salvado vidas. 
 
    Habida cuenta de ello, los auténticos terraplanistas de la vacunación que deberían preocuparnos son los que, como el señor exministro y los medios de comunicación "que entendieron lo que había", defienden a capa y espada que la susodicha inoculación ha sido la panacea que nos ha librado de la pandemia y ha salvado millones de vidas humanas de la muerte. Que se lo pregunten a las víctimas del experimento que yacen en los cementerios, y a las que, vivas, sufren sus secuelas quizás irreparables.

sábado, 10 de septiembre de 2022

En Dios confiamos

    El billete de dólar americano les dice bien claro a los yanquis en su lengua, que es la del Imperio: in God we trust ("en Dios confiamos", o, enderezando el hipérbaton, que es la alteración del orden de palabras en el discurso para dar énfasis a lo que se cambia de sitio, "confiamos en Dios"). Por algo será. En todo caso, muy significativo que sea el propio billete de banco el que lo diga. El dinero nos recuerda a sus usuarios que ponemos nuestra confianza, nuestra fe, nuestro crédito, en el mismo dinero, es decir: en Dios.

    In God we trust es el lema de los Estados Unidos de América desde que lo decretara en 1956 el presidente del país por aquel entonces, el señor Eisenhouer. En la letra de la última estrofa del himno americano, que habitualmente no se canta, ya se decía algo parecido: in God is our trust ("en Dios está nuestra confianza"). 


     El caso es que el otro día, el doctor Ashish Kumar Jha (a la derecha en la fotografía de abajo), que no es un doctor cualquiera, sino, además, el coordinador de COVID-19 de la Casa Blanca afirmó en una comparecencia televisiva que la FDA (Administración de  Medicamentos y Alimentos)  había actualizado -y los CDC recomendado (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades)- las inoculaciones contra la última variante del virus coronado, llamada Ómicron con nombre de letra griega que no ofende a nadie, excepto al alfabeto griego. Y ya estaba disponible la milagrosa y falsa vacuna para todos los americanos y americanas mayores de 12 años de edad, que iba a dispensarse al mismo tiempo que la de la gripe. Y añadió sonriendo, como si la cosa fuera de broma, una boutade: "Dios nos dio dos brazos: uno para la vacuna de la gripe y otro para la de COVID-19". 

"Dios nos dio dos brazos: uno para la vacuna de la gripe y otro para la del COVID-19".

     No incurría, sin embargo, en una blasfemia el doctor porque no estaba citando el nombre de Dios en vano. Al contrario. Según la Iglesia de la Inmunología y de la Ciencia, que el estómago agradecido de este sacristán representa, ambas "nuevas" vacunas ofrecen al creyente que comulga con ellas una protección mejor ante la infección, ante el contagio y ante las formas severas o graves de la enfermedad. La supuesta vacuna les ofrece la salvación milagrosa de un supuesto virus. Cuestión de fe. Pero ¿quién o qué va a salvarles de los efectos adversos y reales como la vida misma de la supuesta vacuna? Más claro, agua.

jueves, 14 de julio de 2022

¿Qué dice la señá Ema?

    La señá EMA (la comisaria política de la Agencia Europea del Medicamento, según sus siglas en inglés, que es la lengua del Imperio) ha recomendado comenzar ya, en pleno verano, el suministro y administración de la segunda dosis de refuerzo de la vacuna contra la COVID-19, es decir, la cuarta dosis o cuarto pinchazo, en mayores de 60 años y personas vulnerables de cualquier edad, así como continuar con una quinta dosis en otoño "siempre que haya transcurrido el tiempo suficiente desde la administración de la dosis de refuerzo anterior", no vaya a ser que se junten la cuarta y quinta inyección y provoquen una muerte súbita por sobredosis. 
 
 
    ¿En qué se basa la señá EMA para hacer tal recomendación? En una sugerencia (sic) de los modelos matemáticos (resic). Según sus propias palabras: Los modelos matemáticos sugieren claros beneficios de una segunda dosis de refuerzo para proteger a las personas mayores de 60 años
 
    Los 'claros beneficios' que sugieren los modelos matemáticos, esos nuevos expertos que no tienen nombre y apellidos porque nadie en su sano juicio quiere cargar con el muerto y los muertos, no están tan claros ni se verán nunca en el mundo real, a diferencia del virtual o metaverso paranormal, porque son hipótesis contrafactuales o contrafácticas. 
 
 
    
     ¿Qué habría pasado si... ? Nadie, ni dios omnisciente, puede saberlo. Si los sexagenarios, septuagenarios, octogenarios, nonagenarios, y etcétera si queda alguno todavía por ahí, que se pinchen por cuarta vez consecutiva no contraen la enfermedad, dirán que ha sido gracias a haber seguido las prudentes recomendaciones de madame EMA, pero nunca sabremos qué hubiera pasado en caso contrario. 
 
    ¿Qué habría pasado si...? Pero si contraen, sin embargo, la enfermedad, que es lo más probable porque es lo que está sucediendo a todo el mundo, vacunados y no vacunados, que caen como moscas víctimas de un vulgar catarro o proceso gripal veraniego, y porque todo el mundo reconoce que las nuevas variantes escapan, proteicas que son, de la definición que establecen los modelos matemáticos,  dirán que podría haber sido peor, es decir, mucho más grave, de no haberse pinchado, cosa que tampoco hay manera de saberla porque no tenemos la certidumbre contraria. 
 
 
    Recuerdo, a propósito de esto, un caso de una septuagenaria conocida que antes de la pandemia se puso literalmente a morir, según confesó ella misma,  después de una vulgar vacuna de la gripe. Sufrió un trancazo como nunca en su vida había padecido. Sin embargo, nunca estableció una relación entre la prevención y el gripazo que vino después. Al contrario, se dijo a sí misma y a los demás, dejándonos estupefactos: Menos mal que me vacuné, que si no, hubiera sido muchísimo peor. ¡Ay! ¿Qué habría sido de mí, Dios mío, si no me hubiese vacunado? 
 
    No reconocía la gilipollas* -omito su nombre propio por delicadeza- que no podía saber lo que hubiera sido de ella de no haberse inoculado porque ese caso hipotético no se ha dado, y al no haberse dado no hay posibilidad de comparación. Lo que se ha dado y lo que sabía, sin embargo, cualquiera menos ella es lo que le había pasado: que se había vacunado para no pillar la gripe, y había pillado una que no se la llevó al otro barrio de milagro. Ella dice, terca como una mula, que el milagro fue obra de la salvífica vacuna. 
 
     
     Y volviendo a las hipótesis factuales: si después de contraer la enfermedad tras inocularse, los viejos palman, se achacará el éxitus (letalis) -muerte en la jerga médica- a su avanzada edad y nunca a los efectos quien sabe ya si primarios o secundarios -llaman enrevesadamente 'beneficiosos' a los adversos- de los pinchazos. Y mientras tanto, los magnates de los laboratorios se frotan las manos y se forran. 
 
    *Se utiliza el término no como insulto, sino en el sentido de 'persona que asume como propio lo que le ha sido impuesto', o, dicho de otra manera, 'que hace, dice o piensa lo que le mandan creyendo que lo hace, dice y piensa no porque se lo manden, sino porque le sale espontáneamente' .

jueves, 9 de junio de 2022

Sobredosis de recuerdos

    El Ministerio de Sanidad de la Gobernación de las Españas nos larga ahora una campaña, cofinanciada por los fondos REACT EU next generation de la Unión Europea,  bajo el lema de «Necesitamos dosis de recuerdos para olvidarnos de la Covid». La campaña se lanza con abrumadora presencia en televisión, radio, exteriores, internet e inevitables redes sociales, compuesta por una cuña radiofónica, gráficas y una pieza audiovisual pensada para hacer recordar a los espectadores lo pasado,  agradecerles los esfuerzos realizados y animales a seguir tomando las medidas necesarias para estar protegidos, es decir los refuerzos vacunales.

 
    Analicemos esta sugerente fórmula breve y original utilizada como lema. Emplea por un lado una palabra culta como es «dosis», un helenismo relacionado con la medicina y con la drogadicción que significa 'entrega', 'acción de dar', y por otro lado una palabra patrimonial, popular como «recuerdos»,  que nos trae a la memoria, literalmente, al corazón (cor cordis, en latín), vivencias pasadas. Malamente se avienen estos dos términos, uno cultísimo y otro popular, pero ahí quizá radica el éxito del eslogan propagandístico de la campaña: Hay que ponerse una dosis -un pinchazo más- de recuerdo, cuando lo que se quiere decir es "refuerzo", es decir fortalecimiento de algo que se ha debilitado. Pero la contradicción sublime es que hay que ponerse una dosis de recuerdo... para olvidar. Este es el auténtico logro publicitario: el ridículo oximoro de recordar para olvidarse de lo que la OMS ha denomiando la 'fatiga pandémica' que hace que la gente se desmotive ante las consignas sanitarias que hay que seguir paradójicamente si se quiere olvidar uno del asunto: "completa tu vacunación, ponte dosis de recuerdo". Hay que completar la vacunación porque está incompleta por definición y lo estará siempre porque nunca hallará su completitud, dada su rápida y evanescente obsolescencia.
      
    Pongámonos una dosis, sí, de recuerdos, hagamos caso al Ministerio por una vez, y no olvidemos lo que hemos vivido, es decir, lo que hemos sufrido bajo este régimen sanitario terrorista del que por más que queramos librarnos no hemos salido todavía. Recordemos las calles vacías, los niños encerrados en sus casas y los perros paseando con sus dueños, las mascarillas obligatorias en interiores y exteriores, el ejército en las calles y en las ruedas de prensa del gobierno, la policía de los balcones, la televisión y la radio y los periódicos con la matraca constante de contagiados y muertos, las consignas lanzadas desde el Gobierno, las restricciones de los movimientos, la prohibición de reuniones... No olvidemos nada de eso, aunque precisamente queramos borrarlo de nuestra memoria histórica y hacer cuenta nueva como si no hubiera pasado nunca, como si hubiera sido una mala pesadilla. 
 
 
 
    Esta campaña embustera como ella sola alardea de que «hemos salvado muchas vidas», como afirma orgullosa en primer lugar, aunque, acto seguido, nos recuerde a los que «desgraciadamente ya no están con nosotros» y que han muerto sin poderse despedir de los vivos en las residencias geriátricas confinadas. Justamente el recuerdo de los que se ha llevado la Parca en la barca de Caronte al otro barrio sirve para corroborar que nosotros estamos vivos y que, por lo tanto, nuestras vidas se han salvado gracias a las medidas adoptadas por el Estado bienhechor del bienestar que es lo mismo, huelga decirlo, que  por el bienestar del Estado malhechor. 
 
    A continuación se describe la medida estrella: la hostia consagrada de la vacuna salvífica. Si la Iglesia católica nos prometía la salvación del alma y el logro de la vida eterna, la Ciencia, que es la nueva iglesia que enarbolan los gobiernos, nos ha salvado la vida: «Somos uno de los países con más vacunados: el 93% de la población mayor de 12 años se ha administrado la pauta completa de primovacunación». (Se la ha administrado ella sola, voluntariamente, nótese la expresión, no se le ha administrado). Curioso el terminacho este de «primovacunación» que parece que se contradice con la «pauta completa» que se ha citado antes, dado que esa inoculación inicial no sirve para considerar al sujeto de ella inmunizado de por vida, sino sólo en un momento determinado, quizá no más allá de sies meses, dado que al cabo de este tiempo probablemente necesitará «dosis de refuerzo» para mantener el nivel de inmunidad necesario que lo proteja frente a la enfermedad y sus múltiples transformismos, máxime si su sistema inmunitario se ha visto debilitado. 
 
 
    Vuelve la propaganda oficial a repetir una de las consignas más repetidas y coreadas, habida cuenta de su éxito propagandístico confundiendo el egoísmo más recalcitrante delq ue quiere salvar su propia vida con el altruismo del que quiere salvar la vida de los demás, sobre todo de los más vulnerables, nuestros venerables ancianos: «Vacunarse es un acto de solidaridad con el que proteges a los más vulnerables». En el caso de la enfermedad que nos ocupa, la COVID-19, se ha visto que esto no era así, que es falso, sin embargo se sigue diciendo a fin de que repitiéndolo una y otra vez parezca hacerse verdadero. Se vuelve a repetir el mantra principal que se ha demostrado completamente falaz en el caso que nos ocupa: «Las vacuans son seguras y eficaces». Y finalmente se nos invita a los españolitos y españolitas a seguir actuando contra la pandemia y a recordar -con la connotación de reforzar- que no podemos darla por concluida.

lunes, 31 de enero de 2022

El caso de Szilveszter Csollany

    El periódico británico The independent, fundado en 1986 y de ideología liberal y de centro izquierda, según lo cataloga la inevitable güiquipedia, publicó la siguiente noticia el 25 de enero del presente año: Medallista de oro olímpico antivacunas Szilveszter Csollany muere de covid a sus 51 años.

    Al parecer el gimnasta húngaro Szilveszter Csollany enfermó en diciembre, fue hospitalizado, lo entubaron y falleció el 24 de enero.

 

    Lo curioso de esta noticia es que, más allá del titular, en el tercer párrafo se dice que el seis veces medallista, a pesar de haber manifestado opiniones contrarias a la vacunación en sus redes sociales, había sido vacunado para poder continuar trabajando como entrenador de gimnasia en Austria. 

   Esta, pues, es una muestra más de periodismo terrorista, de cómo se tergiversa una noticia. De la lectura del titular se desprendía que si Szilveszter Csollany, al que se calificaba de anti-vax antivacunas, había muerto de Covid, era porque, siendo consecuente con su postura, no se habría vacunado, habría contraído la enfermedad y no la habría superado.

    ¿Cómo es posible que un deportista olímpico de 51 años  muriera de Covid, pese a estar vacunado? Como eso hay que explicarlo, se dice que “contrajo el virus poco después de recibir su vacuna y, por lo tanto, no había desarrollado suficientes niveles de anticuerpos” , lo que no está respaldado por ninguna opinión científica ni fuente médica.

 

    Lo peor de esta noticia no es el titular deliberadamente engañoso ni la falta deontológica de ética periodística, sino algo más profundo: parece que el gimnasta húngaro a pesar de estar vacunado merecía morir, porque había albergado y expresado sus dudas y porque se había sometido a la inoculación sin fe en ella, obligado por las circunstancias, como si hubiera caído sobre él una maldición divina. 

     Esto me recuerda al aviso aquel del agua supuestamente milagrosa del santuario de Lourdes que decía que la virtud del líquido elemento no residía en el agua misma, sino en la fe del que la bebía.

    Uno puede estar vacunado, pero como ha expresado dudas anteriormente sobre la seguridad y efectividad de los sueros que ha recibido, el mantra cacareado hasta la sociedad en todos los platós televisivos, no le harán ningún efecto, no le inmunizarán. Es más, como castigo divino, le inocularán el virus mortal. Las creencias -la fe en definitiva- es más importante que lo que haya hecho o dejado uno de hacer.   De todo ello se deduce que estar vacunado pero no creer en la vacuna es tan malo como haber rechazado físicamente la vacuna, o incluso peor.

 


    El pobre Szilveszter Csollany recibió el suero y murió de todos modos, quizá porque su fe no era lo suficientemente fuerte, porque en su fuero interno seguía siendo un 'antivaxxer', porque no se te juzga por lo que has hecho o dejado de hacer, sino por lo que has dicho, por las dudas que has sembrado en el fervor científico y religioso de la gente. 

   El caso del gimnasta húngaro me recuerda al lobo del bellísimo cuento de R. Sánchez Ferlosio titulado "El reincidente", incluido en su libro El Geco, Cuentos y fragmentos (2004). Cuando el lobo siente cercana su hora, y se acerca a las puertas del Cielo es rechazado porque ha sido un asesino que ha matado muchos corderos para comer. Deja de matar, y vuelve a intentarlo por segunda vez. Esta vez es rechazado por ladrón que ha robado mendrugos de pan para alimentarse. Cuando vuelve a intentarlo por tercera vez, el querubín de guardia vuelve a rechazarlo espetándole: "Bien lo sabías o lo adivinabas la primera vez; mejor lo supiste y hasta corroboraste la segunda; ¡y a despecho de todo te has empeñado en volver una tercera! ¡Sea, pues! ¡Tú lo has querido! Ahora te irás como las otras veces, pero esta vez no volverás jamás. Ya no es por asesino. Tampoco es por ladrón. Ahora es por lobo". 

    Da igual que el gimnasta estuviera vacunado, que lo estaba, o no lo estuviera, era un antivacunas, había sido visto varias veces sin la mascarilla reglamentaria, compartía imágenes y contenido en sus redes sociales donde propagaba diferentes teorías conspirativas sobre la inoculación. No podía, por lo tanto, seguir llamando a las puertas del Cielo, reservado solo a los justos y obedientes. Merecía la peor y más horrible de las muertes.

martes, 21 de diciembre de 2021

Del fanatismo vacunatorio

    La vacunación avanza, rauda y veloz, como un tiro, según expresión cacareada por nuestro presidente del gobierno, hacia una cobertura del 100% de la población general, incluidas las tiernas criaturas, no sólo las que tenemos, sino también las venideras, dado que el proceso incluye a las madres embarazadas. La salvación merced a la inoculación general de la mesiánica vacuna, sin embargo, es una falacia que salta enseguida a la vista de cualquiera que lo quiera ver -pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. 

 

    Como la virtud salvífica del agua bendita de Lourdes, que no depende de la composición química del líquido elemento (H2O), sino de la fe que depositan en ella los que la beben, porque es esta y no el agua la que obra los milagros. Todas las religiones se fundamentan en la fe de sus fieles feligreses, y el fanatismo vacunatorio no iba a ser menos. Pero la verdad es muy otra: la vacunación no hace nada para detener la propagación de la epidemia, porque no evita ni la contaminación ni la transmisión del virus. 
 
    Todas las ideologías religiosas o laicas como esta de la vacunación integral son sordas a la mera constatación de cualquier efecto perverso y sordas a cualquier cuestionamiento crítico que se haga desde la razón. En este caso, es tabú hablar de los graves efectos indeseables relacionados con la inoculación de los jóvenes. Pero la realidad está ahí, y no se puede esconder como el polvo bajo la alfombra indefinidamente. Los seguidores del nuevo credo basado en la ciencia  niegan la importancia de las muertes: es un caso entre un millón, dicen. Pero si te toca, te tocó. Pero no es una lotería, es la lógica del sacrificio: para que los demás vivan alguien tiene que morir. 
 
 
    Esta ideología industrial y científica de la vacunación integral funciona como las religiones en tiempos de crisis en el pasado. Tiene sus sumos sacerdotes, los expertos -antiguos péritos, con acento esdrújulo ridiculizador de su pericia- y sus devotos, que acaparan más que nunca la palabra en los púlpitos televisivos. Tiene su Santa Inquisición mediática, que excomulga a los pensadores desviados que difunden 'desinformación médica o científica' -ellos se arrogan el monopolio de la Información-  y quisiera quemarlos vivos como a las brujas en el pasado. Y produce masivamente chivos expiatorios (los que no se han sometido a la inoculación) que son tratados como las víctimas de la peste o los leprosos medievales, o más recientemente como las víctimas del SIDA. Esta situación es tanto más absurda cuanto que cada persona vacunada es una futura persona no vacunada que no lo sabe, ya que todo se pondrá en cuestión para los que no tomen su tercera dosis, antes de la cuarta, la quinta, la sexta, etc. 
 
    Puede que el principio mismo del "salvoconducto sanitario" se base en una mentira descarada, pero su lógica discriminatoria se viene desarrollando de forma drástica desde hace varios meses. Y por si la pérdida de puestos de trabajo, la falta de acceso a restaurantes, locales culturales, etc., no fueran suficientes, los gobiernos europeos compiten ahora entre sí en su carrera contra el nuevo enemigo público número uno en que se han convertido los no vacunados. Algunos países ya no se limitan a excluir, ahora quieren multar, castigar y encarcelar. Esta mórbida lógica discriminatoria, que viola los derechos humanos que se creían "inalienables", enfrenta a los ciudadanos entre sí y seguramente será descrita algún día por los historiadores del futuro como una especie de locura colectiva que nos invadió en esta Edad Media de la que no hemos acabado todavía de salir.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Sacrificios humanos: la razón de la sinrazón del sacrificio (y II)

    Uno de estos ideales abstractos actuales o abstracciones que han venido a sustituir a los dioses de antaño, y no la menos importante, es la Sanidad Pública, que no la salud de la gente, que es cosa bien distinta, como se ha podido comprobar a raíz de la proclamación de la pandemia y la instauración del covi, o sea del virus coronado, en cuyas aras se sacrifica la salud y la vida de los súbditos de las democracias modernas. 

 

    Se han reportado algunas muertes de jóvenes en buen estado de salud a causa de la doble inoculación milagrosa que iba a salvar a la humanidad, y que ahora resulta que tiene una validez inmunitaria no superior, dicen, a seis meses, por lo que se hace necesaria la revacunación. Podría ser casualidad o causalidad. Parece que hay cierta relación de inmediatez entre la inyección y la muerte en los casos a los que me refiero, y no hay otros antecedentes que las expliquen tratándose de personas jóvenes sanas sin antecedentes personales ni familiares conocidos. ¿Por qué nadie se escandaliza de esas muertes? Muy sencillo, porque se consideran sacrificios necesarios. Porque lo que subyace detrás de esto es la razón del sacrificio, el asesinato ritualizado de un chivo expiatorio, que canaliza la violencia de toda la sociedad en una sola víctima expiatoria, un pensamiento mágico, en el peor sentido de la palabra, es decir, una razón irracional. 


    El covi o virus coronado ha servido para renovar un miedo ancestral, el miedo a lo invisible, a la peste negra contagiosa. Desde las pantallas los telepredicadores y locutores decían que estábamos en guerra. Es verdad que nosotros no hemos sacrificado cruelmente a ningún individuo para salvarnos. De hecho nuestra sociedad reemplazó el sacrificio humano cruento por el animal, y el animal por el vegetal, y este por el simbólico. Pero en realidad lo que subyace en el fondo es que no hay más que sacrificios humanos porque son los hombres los que los hacen, bien sacrificando a sus congéneros o a los animales y  flores u otros símbolos como sustitutos, o bien sacrificándose a sí mismos. 

     Aunque ya no hay sacrificios humanos cruentos propiamente dichos, la razón del sacrificio está siempre vigente en el inconsciente individual y colectivo. Lo vemos en el caso de las acciones militares, denominadas a veces 'misiones humanitarias', con sus víctimas y hostias* colaterales para referirse a mujeres, ancianos y niños. ¿En qué consiste la razón del sacrificio? Es preciso que algunos mueran, si acaso unos pocos, para que otros vivan. Pero también dentro de uno mismo: es preciso que yo me sacrifique hoy (trabajando por ejemplo como un negro, que suele decirse como sinónimo de esclavo, o como un cabrón, no sé si aludiendo al chivo expiatorio o al marido cornudo), para poder yo -el yo del futuro, otro que no el yo actual- disfrutar mañana, de la jubilación o el jubileo, por ejemplo. Es lo que debe denominarse sacrificar el presente en aras del siempre incierto porvenir, por más que se nos asegure su certeza. Por lo tanto, para inmunizar a toda la población, hay que aceptar que haya algunas víctimas y efectos colaterales en número no despreciable, incluso dentro de uno mismo: son los efectos secundarios.                   

    La salud de todos depende en la confianza ciega, es decir, de la fe, en la ciencia, que no deja de ser una creencia, un ideal abstracto. Arremangándose en los grandes centros ceremoniales que son los así llamados vacunódromos, los ciudadanos occidentales han abandonado su libre albedrío en manos de sacerdotes laicos de bata blanca, agentes de la autoridad que fomentan el miedo y que nos obligan coaccionándonos de formas muy diversas.

    A los que se niegan al sacrifico se les denomina negacionistas, y como ya no se trata de sacrificar a estos pharmakoí -término griego que designa a la vez a la víctima expiatoria y el remedio, confundiendo ambas cosas-, lo que hacen es marginarlos, ponerlos al margen de la sociedad, culpabilizarlos de la peste, pese a su buen estado de salud, ya que no padecen los efectos secundarios adversos y el riesgo que tienen de contraer la supuesta peste es el mismo que los demás, a fin de convertirlos en ciudadanos de segunda clase recluidos en un apatheid o cordón sanitario: los Untermenschen o infrahombres de los nazis.

   


    La elección sacrificial que se ha hecho es en apariencia la menos sangrienta y por eso parece que la más aceptable -no se les mata como a los judíos del ghetto de Varsovia, a los que Goebbels acusó de propagar el tifus-, pero no deja de ser un acto irracional y criminal. La exposición al peligro de los niños viene detrás de la de los adolescentes. Hay quien ha dicho que hay que inocularlos, a ellos que no tienen ningún riesgo de muerte que no sea la propia amenaza que les echan encima, para que vivan sus padres y sus abuelos, con lo que se trata de colocar a los niños o, mejor dicho, a los menores de edad, en un estatuto de inferioridad, sacrificándolos a Moloch, el viejo dios feroz y sanguinario. 
 
    *Utilizo aquí los términos 'víctima' y 'hostia' con el significado primigenio que tenían en latín: 'víctima' (persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio, según la docta Academia) y 'hostia' (cosa que se ofrece en sacrificio, según la misma Academia, pero en Roma animal de pequeño tamaño específicamente, como un cordero, y en la versión cristiana el agnus Dei).

jueves, 18 de noviembre de 2021

"Por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar"

    El presidente la taifa de Cantabria ha eructado que hay que vacunar a todo el mundo "por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar". Nótese el efecto especial del paralelismo retórico que emplea y que equipara las buenas maneras al civismo, y las malas al militarismo del estado policial. Muy significativo.

    ¿Cuál es su 'razonamiento'? Argumenta, si se puede llamar argumentación a esto, que “no hay derecho a que unos señores pongan en peligro al resto porque no se quieran vacunar”. Según él no tiene que quedar nadie vivo sin vacunar porque es un peligro público para los inmunizados aunque no desde un punto de vista sanitario, sino desde el político, porque el no vacunado es un ciudadano irresponsable y que no obedece a “lo que está mandado” o, como se decía en otro tiempo, “a lo que Dios manda”.

    No se entiende desde la lógica común y corriente cómo alguien que no está vacunado puede poner en peligro al que está vacunado y, se supone, aunque es mucho suponer, que inmunizado. En todo caso se pondría en peligro a sí mismo. Y no es el caso. Pero lo que no se le puede consentir, desde luego, es que goce de buena salud y no padezca los efectos secundarios de los que se han pinchado con convencimiento o sin él, porque es un ejemplo de mal ciudadano insolidario. Es como si yo voy caminando sin paraguas por la calle bajo la lluvia y alguien, protegido con su chubasquero y su paraguas, me acusa a mí de ser el responsable de la lluvia que está cayendo y que hará que muchas personas se empapen, cojan una pulmonía, colapsen las UCI,s de los hospitales y, acto seguido, se mueran, o, en el colmo del absurdo, me quiera responsabilizar de estar mojándose él por mi maldita e irresponsable culpa. 


     Si la vacuna funciona, el que la ha recibido no tendría nada que temer. Y si no funciona, ¿por qué ese afán totalitario de “vacunar a todo el mundo”? A su juicio, que no es mucho, si la vacuna fuese obligatoria este repunte que se ha producido a nivel nacional e internacional de aumento de los casos de virus coronado se hubiera “ahorrado”. 

    Al parecer la incidencia en la piel de toro que es España ha aumentado diez puntos hasta sumar 82 casos por cada 100.000 habitantes, lo que es una barbaridad que escandaliza al gerifalte cántabro porque, según el criterio aleatorio de las autoridades sanitarias si se producen más de 50 casos pasamos del riesgo “bajo”, al “medio”, que es hasta 150 personas por cada 100.000, aunque no todavía “alto” ni “extremo”? ¿Se trata de casos de enfermos ingresados en UCI,s o de fallecidos? No, ni siquiera se trata de pacientes, sino de resultados positivos, la mayoría asintomáticos, a la prueba de Reacción en Cadena a la Polimerasa o PCR, todo un chiste, una prueba que no es diagnóstica ni específica, y que su inventor, el premio Nobel Kary Mullis dijo que no servía para detectar una infección vírica. Desde la declaración de la pandemia, ese baremo de riesgo o semáforo, como lo llaman a veces, (bajo, medio, alto, extremo) ha sido uno de los marcadores que determinaba las decisiones políticas. 

 

 
     Y claro está que lo que le molesta al personaje mediático que es el Jefe Supremo de la taifa cántabra, es que el discurso negacionista “ha calado”, dice él, en la sociedad, por lo que mucha gente rechaza la vacuna. Y añade con tono intolerante: "No lo podemos tolerar, porque si no, no acabamos con la pandemia". Con la pandemia, señor presidente, entérese ya, hemos acabado hace muchísimo tiempo. Ahora bien, con las decisiones políticas autoritarias que toman nuestros gobernantes fundamentándose en ella, con esas todavía no, desgraciadamente.

    Pero lo más interesante políticamente de sus declaraciones no son esos exabruptos sino la consideración que hace de la necesidad de que “se creen instrumentos jurídicos para que sea obligatorio vacunarse”, ya que no lo es, y que los tribunales garanticen que “eso es posible”, porque ahora no lo es dado que la vacunación no es obligatoria. Según dicho gerifalte,  “para eso está el poder legislativo del país”. Analicemos esta afirmación, que es lo más relevante desde el punto de vista de lo político. El poder legislativo de un país está para adecuar las leyes a los designios del poder ejecutivo, de forma que el poder judicial no pueda poner obstáculos a los caprichos de los gobernantes. Toda una maquiavélica lección de alta política: el poder legislativo debe subordinarse al poder ejecutivo, porque “para eso está”, para que yo pueda ordenar y mandar sin que los jueces me pongan trabas legales lo que me dé la gana, y decretar como el canciller austriaco, por ejemplo, que si usted no se vacuna no sale de su casa, se queda allí confinado hasta que ceda y se someta, por las buenas o por las malas, convencido o sin convencer.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Hechos, no probabilidades

    Cuando muere de repente un joven 'en buen estado de salud', es decir, sin ningún antecedente conocido hasta la fecha, al muy poco tiempo de haber recibido un pinchazo de la vacuna contra la enfermedad del virus coronado, y estar oficialmente inmunizado; cuando muere un joven que, prestándose voluntaria- y desinteresadamente a la inoculación,  pretendía salvar su vida y la de los demás, se dice que no hay por qué establecer una relación de causa a efecto entre lo uno y lo otro, que puede tratarse de una casualidad y no necesariamente de causalidad, con lo que la sedicente vacuna queda exonerada de toda responsabilidad, como ya están exentos los laboratorios que la crearon. Es cierto: no hay por qué caer en la falacia del 'post hoc ergo propter hoc' creyendo que lo que sucede antes es causa siempre de lo que viene después, que pasa así a ser su consecuencia.

    Los efectos clínicos adversos posteriores a la vacunación registrados podrían ser, en efecto,  casualidades, y no causalidades. Podrían en realidad  deberse a otros factores. Pero hay que tener en cuenta un criterio no poco importante, que es el tiempo transcurrido entre la inyección salvífica y la presentación del cuadro clínico adverso y contraproducente. Si vemos que el número de efectos adversos (por ejemplo infartos de miocardio e ictus) aumenta considerablemente en los primeros días posteriores a la inoculación y luego declina, parece una señal de que podría estar causalmente relacionado.

Centro de vacunación en Transilvania (Rumanía), castillo del conde Drácula.

    Pero esa misma lógica que no quiere buscar la causa porque no cree en ella y no quiere responsabilidades,  que sirve para salvar la maltrecha reputación de las vacunas, no se aplica en el sentido contrario: si no es la causa de la muerte, ¿hemos de suponer que es la causa de que la inmensa mayoría de los que se han inoculado, como predican los gobiernos y los medios a su servicio, haya salvado el pellejo y siga con vida a fecha de hoy?

    El presidente del gobierno español, por ejemplo, llegó a afirmar que gracias a las medidas draconianas que impuso su gobierno en plena pandemia (encierros, toques de queda, cuarentenas, mascarillas quirúrgicas, distancias personales, prohibición de reunirse personas no convivientes...) y que luego han sido consideradas anticonstitucionales porque se aplicó el “estado de alarma” y no el “estado de excepción” previsto en la constitución, se habían salvado doscientas mil vidas en nuestro país: una hipótesis indemostrable que se basa en un a todas luces exagerado e interesadamente improbable cálculo de probabilidades que se justificaba porque las medidas salvaban vidas que de lo contrario habrían peligrado.

 

    La vacunación de la población, la censura mediática y la imposición de un nuevo documento de identidad que demuestre que uno ha recibido la pauta completa de vacunación para poder hacer ciertas cosas que antes hacía sin ningún problema y que van, según los sitios, desde tomarse un café en un bar hasta poder trabajar, recibir un trasplante o viajar han creado una doble ciudadanía: ciudadanos de primera clase que pueden hacer esas cosas porque han recibido la gracia divina de la bendita inoculación y ciudadanos de segunda clase o capitidisminuidos, que deberían tener la decencia de segregarse de la comunidad voluntariamente, según Noam Chosmky, o ser recluidos como si de prisioneros se tratara porque son peligrosos para la comunidad: de hecho son el enemigo público número uno: el peor terrorista habido y por haber. 

 

    Si una persona se ha vacunado -y lo han hecho cientos de millones en todo el mundo- ¿ha salvado por eso su vida? ¿Es la vacuna la causa de que siga con vida y no se haya muerto de la misteriosa enfermedad contagiosa? ¿Cómo sabemos que la vacuna ha impedido que contraiga la enfermedad y que se vaya al otro barrio? Es más, cada vez hay más personas vacunadas que contraen la enfermedad. Se dice que es lógico (?) porque cada vez son más los vacunados, y no solamente son más, sino que son la mayoría aplastante de los que contraen la supuesta enfermedad o síndrome del virus coronado, y la mayoría los que se mueren supuestamente de él, y que en todo caso contraen la enfermedad en forma leve, casi sin síntomas, y que si no lo hubieran hecho, enfermarían gravemente y se pondrían al cabo de la muerte... Pero no lo sabemos. Reconozcamos que la hipótesis de que la vacuna salva vidas es indemostrable porque no sabemos qué hubiera sido de las personas que se han vacunado si no lo hubieran hecho. Sí sabemos, sin embargo, que algunos que sí lo hicieron han enfermado gravemente al poco tiempo y han muerto. Y no sólo algunos, sino muchos, demasiados ya, son los que enfermaron gravemente y fallecieron. Y eso son hechos con los que hay que contar y de los que hay que dar cuenta, no probabilidades indemostrables.

jueves, 28 de octubre de 2021

Dos tazas

El Ministerio de in-sanidad y propagación de las enfermedades ha acuñado un nuevo término para meter más miedo todavía, si cabe, a la población: co-infección. 

Dicen que hay que vacunarse de la gripe porque, aunque el año pasado no se la vio ni por el forro porque todo era covi, este año viene reforzada y malisísima. 

A la gripe no se la comió el lobo, y vuelve con saña por sus fueros, así que hay que “reducir la carga de enfermedad y las complicaciones que pueda ocasionar”. 

Si hay infección conjunta de lo uno con lo otro, el riesgo de éxito letal o sea muerte, que ya era considerable en el caso de una sola infección, se reduplica. 

La Comisión de Enfermedad Pública ha acordado que ambas vacunas se inyecten simultáneamente, una en cada brazo, según la evidencia científica existente. 

Los mayores de 70 años recibirán la tercera dosis de inmunización del covi a la vez que la vacuna de la gripe, matando, por así decir, dos pájaros de un tiro.


Se espera lograr mayores tasas de cobertura de vacunación en la población “diana”: mayores de 65 años, embarazadas, personal sanitario y personas vulnerables.

El Ministerio señala que pueden coincidir ambas patologías y aumentar las complicaciones en los grupos de riesgo para los que ambas enfermedades pueden ser especialmente dañinas.

El Ministerio ha elaborado un documento para la población con el objetivo de aclarar todas las dudas que hay, combatir falsos mitos y difundir los verdaderos.

Ambos virus presentan una gran variedad de síntomas, que pueden ir desde la ausencia de síntomas, o que sean muy leves, hasta enfermedades graves y la muerte.

Dos millones de españoles que fueron inmunizados con un suero monodosis van a recibir ahora un segundo pinchazo o dosis de recuerdo para reforzar la inmunidad.

Los que nos han infundido el pánico nos proporcionan ahora el remedio que lo cura: la doble vacunación. Si no queríamos taza, dos tazas: toma dosis duplicada.

jueves, 30 de septiembre de 2021

¡Muéstreme su pase sanitario!

    La foto no está trucada. Las propias agencias de verificación lo reconocen. Muestra un cartel de la nueva película de cine holandesa "Mi mejor amiga Ana Frank" donde puede leerse diagonalmente, en mayúsculas negras sobre franja blanca, en neerlandés: "voor ongevaccineerden verboden", lo que en román paladino significa: “prohibido para los no vacunados”.

Cartel de la película "Mi mejor amiga Ana Frank", sólo para vacunados.
 

    Las agencias de verificación se han apresurado enseguida a investigar, y a desmentir la noticia, pese a que la imagen no está manipulada: “Una foto del cartel de una película holandesa sobre Ana Frank se está difundiendo en las redes sociales. Afirma que los no vacunados no pueden ver la película. Esto es falso.

    ¿Es verdad o es falso, como dicen las agencias de verificación, que no puedes ir al cine a ver esta película o cualquier otra si no estás vacunado?

    La afirmación es a la vez verdadera y falsa. En los Países Bajos se prohíbe la entrada al cine a las personas no vacunadas que no acrediten documentalmente que están libres de la mácula del pecado vírico mediante el green pass, pasaporte sanitario, certificado QR o como quiera llamarse al invento, o documento equivalente, porque se supone, y es demasiado suponer, que si has recibido  los pinchazos reglamentarios estás libre de contagio tanto por activa como por pasiva y media.

    La exigencia del salvoconducto se hace extensiva a los restaurantes o a cualquier espectáculo público cultural o deportivo. El gobierno holandés dice que las personas que no estén vacunadas o que no puedan demostrar que han pasado la infección pueden hacerse las pruebas correspondientes de forma gratuita, demostrando así el ejecutivo de ese país, que es como los periodistas llaman al gobierno, que no grava económica- y directamente a sus súbditos que no estén vacunados-¡menos mal, dentro de lo malo malo, faltaría más-!, aunque no por ello deja de hacerlo a través de los impuestos indirectos con que se pagan las pruebas y las vacunas y no por ello deja de obligarles a demostrar que están libres de pecado, es decir, de la mácula del virus. 

Tumbonas reservadas sólo para vacunados en Israel.

     Parece que hay una razón sanitaria de tipo médico detrás de esta segregación, pero no la hay, porque el hecho de estar vacunado no demuestra per se que uno esté libre del virus coronado, como se está viendo en países como Israel, pionero en la vacunación, donde hasta su propio gobierno lo ha reconocido, y donde ya van por la cuarta comunión de la dosis. Y suma y sigue. La razón es otra, es política, los fines de esta medida de apartheid son el control social. No tiene nada que ver, por lo tanto, con la salud. 

    La segregación de los no vacunados, que se justifica por su supuesto peligro de contagio, no tiene ningún sentido desde el punto de vista médico y epidemiológico si la vacuna cumple su función. Los certificados de vacunación y la propia vacunación son absurdos. Si la vacunación fuera efectiva no necesitaría ningún documento acreditativo, demostraría su eficacia por sí sola, lo que, por cierto, no se está viendo.

     La polvareda que ha levantado la cartelera de “Mi mejor amiga Ana Frank” es grande en las redes sociales, por mucho que quieran taparla los verificadores. Enseguida, y no sin razón, se ha comparado la segregación de los que no quieren o no pueden vacunarse contra el virus coronado por cualquier razón con la exclusión de los judíos bajo el nacionalsocialismo, y esto, precisamente, en una película sobre Ana Frank, la niña judía que se escondió de los nazis con su familia y conocidos durante algo más de dos años en una casa trasera de Ámsterdam, pero que finalmente fue descubierta y murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, de lo que nos dio cuenta en su famoso diario.

       

     Hay quien comenta, estableciendo con razón ciertos paralelismos: "La historia se repite". Las comparaciones se establecen con la estrella judía, la estrella amarilla que los judíos estaban obligados a llevar como marca distintiva en su solapa durante el nacionalsocialismo, y, en segundo, lugar con el pasaporte o salvoconducto sanitario, instaurado en algunos países europeos a imagen y semejanza del Gesundheitspass nazi. 

sábado, 18 de septiembre de 2021

Fumar es un placer

    Hubo un tiempo no del todo muy lejano en que era políticamente correcto fumar, era un rito de paso de la infancia a la adolescencia, significaba que si eras chico o chica y fumabas, dejabas ipsofacto de serlo y ya eras mayor, podías ser considerado un adulto, un hombre o, en su caso, una mujer hecha y derecha, como solía decirse. Y fumar no estaba mal visto, e incluso era signo de buena educación tolerarlo en público aunque uno no fuera fumador. Y además, fumar, como rezaba aquel cuplé que cantaba Sarita Montiel, que esperaba fumando al hombre que más quería, era "un placer genial, sensual", y el humo embriagador del cigarrillo acababa prendiendo "la llama ardiente del amor". 

    Resulta curioso cómo el nombre de la chaqueta que se ponía para fumar (smoking jacket en la lengua del Imperio) sobre el traje de etiqueta de caballero a fin de no impregnarlo del olor del tabaco, acabó designando en nuestra lengua al propio traje del caballero: el esmoquin, adaptación del gerundio inglés smoking.  

 


     Pero lo más pasmoso de todo es que llegó a decirse que el tabaco era saludable o, al menos, no era perjudicial para la salud. Había numerosos anuncios televisivos. La industria tabacalera cacareaba a través de su publicidad que había “evidencia científica” (scientific evidence, en la lengua del Imperio) de que el tabaco no era nocivo, como nos muestra este viejo anuncio de propaganda de Chesterfield aparecido en la prestigiosa revista Life de 23 marzo de 1953, que decía que después de diez meses de estudios los especialistas médicos concluían que no había efectos adversos en nariz, garganta y senos nasales en los fumadores de esos cigarrillos.  De los pulmones no decían nada. 

 

    El suave sabor que anhelan las madres expectantes (o mujeres embarazadas).        

      Comparando la imagen publicitaria de arriba de la mujer preñada que está fumando con la fotografía de la que está recibiendo la vacuna abajo, veo cierta similitud, salvando las distancias temporales: En ambos casos se afirmaba que era saludable la ingestión de algo para las embarazadas (el humo del tabaco entonces, ahora la vacuna). Con el paso del tiempo se ha acabado reconociendo que el tabaco era bastante perjudicial tanto para la madre como sobre todo para el bebé que estaba gestando. ¿Sucederá lo mismo con la vacuna? ¿Tendrá que pasar el tiempo para que lo sepamos?


    ¡Cómo ha cambiado el discurso! Ahora el Estado, a través de sus Autoridades Sanitarias, nos dice que el tabaco es perjudicial para la salud, y que puede llegar a matar. Fumar está prohibido por decreto ley en todos los lugares públicos. Durante la crisis sanitaria actual, sin embargo, se dispensaba a los fumadores del uso de la mascarilla cuando era obligatoria en exteriores siempre que puedan guardar la distancia de seguridad con el resto de la gente: al parecer los viruses no viajan en el humo del cigarro. A partir de 2003 aparece en todas las cajetillas la advertencia de lo malo que es el tabaco que se despacha en los estancos, y que en España había sido un monopolio estatal -del mismo Estado que ahora nos advierte de su peligrosidad mortal- durante el franquismo hasta que en 1999 se privatizó y convirtió en monopolio del Capital... La primera ley antitabaco española se promulgó en 2006, y se endureció en 2011 prohibiendo la habilitación de espacios públicos para fumadores que contemplaba la anterior.
 
    ¿Qué ha pasado para que cambie tanto la narrativa oficial? A corto plazo el cigarrillo calmaba la ansiedad del momento de la embarazada que estaba nerviosa, era innegable, pero a largo plazo se ha visto después, con el paso del tiempo, que era cancerígeno, por lo que se llegó a decir "El tabaco mata lentamente", a lo que los fumadores jóvenes que estaban empezando a desarrollar el hábito adictivo solían replicar "no tenemos ninguna prisa". Muchos jóvenes hoy en día a la hora de pedir un cigarrillo a algún colega le dicen desafiantes con la misma insolencia: "¡Pásame la muerte!", la muerte que les da la vida.

 

martes, 17 de agosto de 2021

Miedo y presión farmacológica

    A veces los periodistas, aunque pueda parecerle mentira a alguien, dicen más verdad de la que pretenden cuando se les escapa algo que a lo mejor no querían decir pero que resulta razonable e incluso contradice a veces la narrativa oficial que habitualmente suelen predicar. Me dio la sensación de que pasaba algo de esto y se les había escapado algo a su pesar cuando leía distraídamente lo que habían escrito las periodistas Mónica Zas Martos y Marta Borraz coautoras del artículo “El miedo por los vulnerables y la presión de las farmacéuticas avivan la fiebre por la tercera dosis en los países ricos” que publicaba el deleznable Diario.es el otro día.

    No me refiero al título citado del artículo, bastante claro por cierto, ni a la explicación subsiguiente, que era esta: Estados Unidos, Alemania, Francia y Austria se han sumado a la decisión de Israel de inyectar una dosis de refuerzo a los más vulnerables, una estrategia puesta encima de la mesa por las empresas, según los expertos, reforzada por la idea de atajar los contagios entre los mayores; ni me refiero tampoco a la constatación que hacían de que: Solo el 1% de la población empobrecida ha recibido alguna dosis anti-COVID mientras crece la presión para el tercer pinchazo, sino a las siguientes frases que no me pasaron desapercibidas, tratándose de una reflexión aparentemente trivial pero muy significativa y no de una información como las dadas previamente: Los virus no son lo único que se transmite a gran velocidad por el mundo. Hay polémicas o debates que comienzan de forma residual y se propagan hasta dar lugar a una fiebre colectiva como el caso de la tercera dosis en Occidente (subrayado mío).

    Ya intuíamos que los virus se viralizaban, valga la redundancia, como demostraba el uso del adjetivo 'viral' antes ya de que se declarara el SARS COV-2. La docta Academia además de recoger la esperada acepción de “concerniente o relativo a los virus” incluye: Dicho de un mensaje o de un contenido: Que se difunde con gran rapidez en las redes sociales a través de internet. Lo que aprendemos ahora es que los virus son información, genética o productiva, si se quiere matizar más, pero información al fin y al cabo que modifica nuestro comportamiento una vez que nuestrras células la alojan o procesan, o como dice la FDA: A virus is a small collection of genetic code, either DNA or RNA, surrounded by a protein coat.

    En ese sentido resulta interesante la constatación que hacen las citadas periodistas de que los virus “no son lo único que se transmite a gran velocidad por el mundo”, porque también hay “polémicas o debates” es decir, ideas u opiniones, que se transmiten como los virus haciéndose virales, a gran velocidad por la Red, propagándose hasta dar lugar a una fiebre colectiva, es decir, a generar síntomas como este de la fiebre. La información es el auténtico virus. No se olvide que el virus es un código informatizado. Información, es por ejemplo, la necesidad o conveniencia al menos de la susodicha “tercera dosis”. Ya en el titular reconocían las autoras del artículo que la fiebre (muy interesante la sintomática metáfora clínica que cuando la utilizamos dice más cosas que las que queríamos decir y de alguna manera habla y obra por nosotros) de la tercera dosis estaba avivada por el miedo (fundado porque ya está sucediendo) a que los vulnerables, que ya están vacunados (y presuntamente inmunizados), contraigan el virus, así como por la presión de las farmacéuticas; en resumen, pánico y presión. 

 


    En cuanto a lo primero, parece que es un miedo bastante razonable dentro de lo razonable que puede ser el miedo irracional, si tenemos en cuenta que los vacunados, pese a lo que digan los periodistas a veces, no están inmunizados y de hecho pueden contraer el virus. Por poner un ejemplo leído en la prensa local de Cantabria de anteayer: En los últimos 14 días ha habido 70 ingresos hospitalarios en Cantabria que tenían la pauta completa, lo que supone un 42% de pacientes covid que ha registrado la región.

    Lo que implica que esas personas, que no son simples casos farmacológicos asintomáticos que han resultado positivos tras una prueba de laboratorio, sino casos clínicos que han necesitado hospitalización, disponían, habida cuenta de la “pauta completa” o doble dosis de vacunación, ya de un teórico pasaporte sanitario que les permitiría, por ejemplo, viajar por la Unión Europea sin ninguna restricción e incluso entrar en el Reino Unido exhibir una PCR realizada como mínimo 72 horas antes como condición imprescindible ni tener que guardar cuarentena después y realizar otras dos PCR,s. algo que resulta por lo menos paradójico y por lo más incomprensible. Tienen un salvoconducto que acredita que están inmunizados y como consecuencia de ello pueden viajar y desplazarse sin restricciones pero sin embargo están contagiados -y, se deduce de ello, son contagiosos, por lo que se desmorona la coartada de la inmunización colectiva o de rebaño. ¿Cómo es posible que dispongan de tal salvoconducto con licencia para contagiar una enfermedad que ha matado a tantísimas personas? ¿No se revela aquí la falsedad de dicho documento que no merece por lo tanto el adjetivo de “sanitario”, ni siquiera el metafórico de “verde”, aludiendo a la luz del semáforo que nos da vía libre?

    Resulta curioso cómo la libre circulación de las personas carente de salvoconducto o papeles (vamos a decirlo así aunque nos refiramos a un ridículo código QR que nos remite a una página web donde aparece nuestro nombre propio y apellidos registrado como vacunado) recibe un serio golpe del Estado como es la prohibición, mientras que la de los capitales, tan campantes, no encuentra ningún obstáculo que se interponga en su camino a los denominados paraísos fiscales. Se suprimieron las antiguas fronteras en la Unión Europea pero se han creado ahora mismo otras nuevas más segregacionistas e infranqueables. La movilidad numérica sanitaria de la vieja Europa se parece cada vez más al universo matricial digital con libertad restringida y condicionada que a un espacio de libertad y de apertura.

    Alguien, un diablejo que parece un ángel, me susurra al oído que es por el bien común, por nuestra seguridad, que la vacuna nos hace libres, como el trabajo en los campos de exterminio nazis según aquella divisa en la lengua de Goethe de ARBEIT MACHT FREI, que ahora podíamos sustituir por IMPFUNG MACHT FREI, o sea la inyección nos hace libres, como cacareó con otras palabras el atolondrado presidente del gobierno español, que en el fondo es un tontaina muy listillo, al calor de un mitin en plena campaña electoral madrileña, soltando la siguiente ecuación, que era una perla: Libertad hoy es vacunar, vacunar y vacunar. Nos proporcionaba así el doctor en economía la definición seguramente más original por lo estrambótica y rocambolesca que haya dado nunca alguien de libertad. Y no contento con decirlo una vez, repitió hasta tres veces el verbo “vacunar”, como si quisiera inocularnos verbalmente de ese modo el sacrosanto suero libertario en tres dosis sucesivas.

    En cuanto a lo segundo, que era la presión de la industria farmacéutica, cuya codicia es insaciable... poco o nada puedo yo decir que no se haya dicho ya.

 

    Volviendo, pues, sobre el artículo de las dos periodistas que venían a decir que el virus no era lo único que se viralizaba, habría que añadir que, en efecto, la información a través de todos sus medios tradicionales y sobre todo digitales ya en nuestra era es lo único que se transmite a mayor velocidad que los virus y las bacterias y demás gérmenes o microbios entre la gente por el mundo. Y recordando la paradoja de McLuhan de que “el medio es el mensaje”, podemos afirmar que la Red Informática Mundial, la World Wide Web que abreviamos WWW, es el auténtico virus que se viraliza a gran velocidad, y el que mueve ahora a los gobiernos de Occidente (empezando por el pueblo elegido de Israel, y siguiendo por sus aliados de Estados Unidos, Alemania, Francia y Austria, como señala el artículo de las citadas periodistas) a plantearse ya la tercera dosis vacunal para evitar que se propague la fiebre colectiva, movidos, no se olvide, por el miedo y por la presión farmacológica.