La señá EMA (la comisaria política de la Agencia Europea del Medicamento, según sus siglas en inglés, que es la lengua del Imperio) ha recomendado comenzar ya, en pleno verano, el suministro y administración de la segunda dosis de refuerzo de la vacuna contra la COVID-19, es decir, la cuarta dosis o cuarto pinchazo, en mayores de 60 años y personas vulnerables de cualquier edad, así como continuar con una quinta dosis en otoño "siempre que haya transcurrido el tiempo suficiente desde la administración de la dosis de refuerzo anterior", no vaya a ser que se junten la cuarta y quinta inyección y provoquen una muerte súbita por sobredosis.
¿En qué se basa la señá EMA para hacer tal recomendación? En una sugerencia (sic) de los modelos matemáticos (resic). Según sus propias palabras: Los modelos matemáticos sugieren claros beneficios de una segunda dosis de refuerzo para proteger a las personas mayores de 60 años.
Los 'claros beneficios' que sugieren los modelos matemáticos, esos nuevos expertos que no tienen nombre y apellidos porque nadie en su sano juicio quiere cargar con el muerto y los muertos, no están tan claros ni se verán nunca en el mundo real, a diferencia del virtual o metaverso paranormal, porque son hipótesis contrafactuales o contrafácticas.
¿Qué habría pasado si... ? Nadie, ni dios omnisciente, puede saberlo. Si los sexagenarios, septuagenarios, octogenarios, nonagenarios, y etcétera si queda alguno todavía por ahí, que se pinchen por cuarta vez consecutiva no contraen la enfermedad, dirán que ha sido gracias a haber seguido las prudentes recomendaciones de madame EMA, pero nunca sabremos qué hubiera pasado en caso contrario.
¿Qué habría pasado si...? Pero si contraen, sin embargo, la enfermedad, que es lo más probable porque es lo que está sucediendo a todo el mundo, vacunados y no vacunados, que caen como moscas víctimas de un vulgar catarro o proceso gripal veraniego, y porque todo el mundo reconoce que las nuevas variantes escapan, proteicas que son, de la definición que establecen los modelos matemáticos, dirán que podría haber sido peor, es decir, mucho más grave, de no haberse pinchado, cosa que tampoco hay manera de saberla porque no tenemos la certidumbre contraria.
Recuerdo, a propósito de esto, un caso de una septuagenaria conocida que antes de la pandemia se puso literalmente a morir, según confesó ella misma, después de una vulgar vacuna de la gripe. Sufrió un trancazo como nunca en su vida había padecido. Sin embargo, nunca estableció una relación entre la prevención y el gripazo que vino después. Al contrario, se dijo a sí misma y a los demás, dejándonos estupefactos: Menos mal que me vacuné, que si no, hubiera sido muchísimo peor. ¡Ay! ¿Qué habría sido de mí, Dios mío, si no me hubiese vacunado?
No reconocía la gilipollas* -omito su nombre propio por delicadeza- que no podía saber lo que hubiera sido de ella de no haberse inoculado porque ese caso hipotético no se ha dado, y al no haberse dado no hay posibilidad de comparación. Lo que se ha dado y lo que sabía, sin embargo, cualquiera menos ella es lo que le había pasado: que se había vacunado para no pillar la gripe, y había pillado una que no se la llevó al otro barrio de milagro. Ella dice, terca como una mula, que el milagro fue obra de la salvífica vacuna.
Y volviendo a las hipótesis factuales: si después de contraer la enfermedad tras inocularse, los viejos palman, se achacará el éxitus (letalis) -muerte en la jerga médica- a su avanzada edad y nunca a los efectos quien sabe ya si primarios o secundarios -llaman enrevesadamente 'beneficiosos' a los adversos- de los pinchazos. Y mientras tanto, los magnates de los laboratorios se frotan las manos y se forran.
*Se utiliza el término no como insulto, sino en el sentido de 'persona que asume como propio lo que le ha sido impuesto', o, dicho de otra manera, 'que hace, dice o piensa lo que le mandan creyendo que lo hace, dice y piensa no porque se lo manden, sino porque le sale espontáneamente' .