Se deastó una frenética campaña de inoculación masiva sin precedentes, realizada con fondos públicos, en última instancia, en beneficio de ganancias astronómicas para las compañías farmacéuticas y sus accionistas. Desde las altas esferas se propagaban bulos como que la vacuna era, nada más falso, lo dijo entre nosotros el doctor en economía Sánchez Pérez-Castejón: “Libertad, libertad y libertad”. Si queríamos salir del callejón sin salida de la caverna en la que nos habían confinado, tendríamos que someternos a la inyección. Se promovió el jeringuillazo incluso entre la juventud del país, que no se había visto afectada por la enfermedad, acusándola de contagiar irresponsablemente a sus mayores y llevándola a aceptar una terapia de cuyas consecuencias a medio y largo plazo nada se sabía.
Las llamadas insidiosamente 'vacunas cóvid' no protegen al individuo. Todos hemos visto en nuestro entorno personas vacunadas que han contraído la enfermedad. Dijeron, para justificar la anomalía, que protegían de las formas graves de la enfermedad. Es curioso cómo, con estas palabras, reconocían sin querer expresamente que no protegían de la enfermedad, sino solo de su forma grave. Pero esta afirmación también se viene abajo y se revela completamente falsa porque no hay ningún estudio científico serio que la avale, y, porque ¿cómo podemos, lógicamente, afirmar que una persona vacunada que enferma hubiera padecido una forma más grave de la enfermedad si no se hubiera inoculado cuando no es posible deshacer lo que está hecho para ver cuál hubiera sido el efecto?
Ya en julio de 2021 se podía ver que los países que más habían inoculado, como por ejemplo Israel, no solo no detuvieron la enfermedad, sino que fue allí donde se registraron los mayores picos, más graves que los registrados antes de las inyecciones génicas, de personas infectadas. Y también se podía ver que la situación era mucho mejor en los países que menos acceso habían tenido a la supuestamente salvífica vacuna.
La segunda cualidad esencial de una vacuna en condiciones es la de evitar la propagación del virus y por tanto romper las cadenas de transmisión. Divulgaron el lema: “todos vacunados, todos protegidos”. Usaban la palabra 'inmunizar' como sinónimo de 'vacunar' y denominaban 'vacunar' a lo que era inyectar una sustancia experimental. Esta mentira permitió a los Estados establecer el certificado cóvid, un salvoconducto o pasaporte que privó a los ciudadanos no vacunados de algunos derechos fundamentales. Los parias no vacunados, ciudadanos irresponsables, tenían que quedarse en casa. No merecían acceso a restaurantes, cines, conciertos, ocio nocturno, etcétera.
Por otro lado, era justo reservar estas comodidades para ciudadanos dóciles engañados y sumisos. ¡Qué gran acierto de un gobierno promover un certificado que discrimina a parte de su población! Ya lo dice el latinajo: diuide et impera: divide y domina. Se propagó que los vacunados eran ciudadanos responsables, solidarios y altruistas, a diferencia de los no vacunados que eran egoístas, creándose una división entre "buenos" y "malos" ciudadanos. Se rompieron algunas relaciones. Se apoderó de la gente el miedo al otro. Incluso llegó a decirse que una persona no vacunada no debería ser tratada si enfermaba porque se lo había buscado.
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