Si los medios de (in)formación de masas difunden el miedo y la mentira merced a la intoxicación informativa a la que nos someten, y a nuestra credulidad, que
es la fe que depositamos en ellos, ¿cómo podemos librarnos de eso? ¿Cómo podemos hacer que germine en nosotros el beneficio del olvido y de la duda?
Se me ocurre una respuesta en principio muy sencilla: desconectando, no creyendo en ellos. No es fácil. Sin embargo,
hay algo que puede ayudar en la tarea. Me lo sugieren unos versos
de Claudiano que nos hablan del poder de la música y de la poesía como
remedio contra el miedo precisamente y a favor del olvido. Es el poder de Orfeo, en suma,
que puede con su voz y el acompañamiento musical de su lira hacer que
la naturaleza insensible sienta, calmándose los vientos y
apaciguándose las olas de los mares, fluyendo los
rápidos ríos más lentos, sacudiéndose los montes sus crestas heladas, y desarraigándose los árboles para seguir embelesados al
cantor junto a las fieras, que abandonan
su estado salvaje, y se amansan. Por algo se ha dicho siempre que la
música amansa a las fieras.
Claudiano lo expresa en estos dísticos
elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos: Mansos
molosos dieron calor a la liebre segura / y la cordera le dio próximo al lobo el costal.
Securum blandi
leporem fouere molossi / uicinumque lupo praebuit
agna latus. Junto
al tigre rayado los gamos, confiados, retozan,/ miedo los corzos no han del mauritano león. Concordes uaria
ludunt cum tigride dammae, / Massylam cerui non timuere iubam.
Hay un bellísimo pasaje en la Biblia, concretamente en el Libro de
Isaías (11 6-8), escrito mil años antes, que recuerda a esto y que ha podido ser la fuente de
inspiración de Claudiano, que dice: Habitará el lobo con el cordero, y
el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y
el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa, y
las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá
paja. El niño de teta jugará junto a la hura del áspid, y el recién
destetado meterá la mano en la caverna del basilisco.
Los versos de Claudiano nos presentan precisamente el miedo cerval
desactivado: los ciervos, dicen, no tuvieron miedo de la crin
mauritana, aludiendo a la melena del león africano, masilo, concretamente, de un pueblo vecino de la Numidia, el depredador
que podría devorarlos. El poder de la música era tan grande que
podía disolver el miedo, y hacer con su encanto que la liebre no temiera a
los molosos, que no solamente dejaban de ser sus enemigos, sino que
además la acariciaban. Igualmente la oveja, confiada, dejaba de tener miedo al
lobo, ofreciéndole su costado. Los gamos y los ciervos olvidaron el peligro que podía suponer para sus vidas la
aparición del tigre rayado y del león melenudo, que nunca es tan fiero como lo pintan porque nunca es como lo pintan. Pero la música,
además, tenía un poder mucho mayor que ese de disolución del
miedo y de brindarnos el olvido: podía hacer revivir a los muertos, como hizo Orfeo con su
amada Eurídice, pero de eso hablaremos otro día.
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