miércoles, 20 de octubre de 2021

'El Triunfo de la Muerte' de Pencz

 

El Triunfo de la Muerte, Georg Penz (1539)

    Lo que pretende la estampa de Georg Pencz titulada El Triunfo de la Muerte es inculcarnos la idea de que todos vamos a morir, de que hemos de morir y, por lo tanto, morir hemos:  moriremos, y a quí no se salva ni Dios. Es un claro memento mori o recordatorio de nuestra condición mortal, por si se nos había olvidado nuestro destino y en lugar de vivir aterrorizados a la sombra perniciosa de la idea de la muerte, falsa como todas las ideas pero real, nos habíamos descuidado un poco y dedicado a vivir sin saber muy bien tampoco en qué consiste la vida. 

    La palabra "triunfo" en el título del grabado es una clara referencia a la ceremonia de entrada solemne en la ciudad de un general vencedor con una corona de laurel en la frente, símbolo de la victoria, en un carro tirado por cuatro caballos, llevando delante de él el botín, y detrás una selección de sus tropas en un desfile que iba hasta el templo de Júpiter en el Capitolio. Pero no estamos aquí ante un desfile pacífico para conmemorar una victoria después de una gran batalla, sino ante la mismísima batalla en la que un esqueleto, que simboliza a la Muerte,  blande la guadaña con la que siega las vidas de todos los que encuentra a su paso. Que la Muerte esgrima una guadaña es herencia de la iconografía de Saturno, el viejo dios agrícola romano, confundido desde muy pronto con el tiempo cronometrado. Y que el Tiempo sea una epifanía de la Muerte no debería extrañarnos.  

     El esqueleto parece sonreír llevándose por delante los cadáveres de todos los estamentos de la sociedad, incluida la corona real y la tiara de un papa, atropellados bajo las ruedas de su carro tirado por dos siniestros y no precisamente muy pacíficos bueyes.

    Al fondo del grabado está implícito el Juicio Final y la moral del premio y el castigo que quiere inculcarnos: se abren dos planos que anuncian el destino de los hombres después de la muerte, y del Juicio Final que condena a unos y regala a otros con la vida eterna. A la derecha, y entre llamas, la boca de Leviatán, que es la mismísima puerta de los infiernos, a la que entran irremisiblemente las almas de los condenados tras atravesar la laguna estigia en la barca de Caronte. A la izquierda, las almas salvadas ascendiendo hacia la luz del Empíreo para llegar a la fuente de la vida, a la inmortalidad.

    En el pie del grabado aparecen dos versos latinos: un hexámetro tomado del poema astronómico de Manilio nascentes morimur, finisque ab origine pendet (Astronomicon IV 16) y un pentámetro tomado de una elegía de Propercio longius aut propius    mors sua quemque manet.(II, 28, verso 58). Con ambos se forma un dístico elegíaco híbrido, que podemos traducir rítmicamente así: Cuando nacemos morimos, y el fin corresponde al inicio; / tarde o temprano a su vez     va cada cual a morir.


     ¿Qué podemos decir frente a esta imposición descarada de la idea de la Muerte? Que no hay muerte aquí y ahora. Que la muerte que nos prometen y con la que nos aterrorizan desde que tenemos uso de razón y entendimiento, nuestra propia muerte, es siempre futura y por lo tanto nunca presente, aunque no por ello deja de existir como amenaza real. Nada ni nadie nos asegura tampoco que vaya a haber un Juicio Final, ni juicio ni fin, ni tampoco juez. Podemos decir que no hay ninguna evidencia de que haya ningún fin, y entonces decimos: No hay fin, sin afirmar que haya infinito porque al incorporar la negación latina (in-) a la palabra, creamos una idea nueva, otro concepto, cuando lo que pretendíamos con la negación viva era negar una palabra y una idea que ya estaba establecida, sin afirmar otra a cambio. 
 
    Esa imagen del grabado de Pencz de la muerte avasalladora que a todos nos iguala bajo su yugo pretende infunidrnos el miedo a lo desconocido, presentándonoslo como conocido y sabido, cuando no tenemos ninguna certidumbre de las cosas de ultratumba. De las que sí tenemos certeza es de las cosas de aquí y de ahora.

martes, 19 de octubre de 2021

Vencedores y vencidos: una lección de historia.

 «(…) la creencia de que las causas que triunfan tendrían que ser las únicas de interés para los historiadores conduce, como James Joll observó recientemente, al menosprecio de muchos aspectos del pasado que son estimables y tienen interés, y reduce nuestra visión del mundo.»

Cita del libro Los anarquistas rusos del historiador estadounidense Paul Avrich (1931-2006), que podría aplicarse, a lo que sucedió en algunos lugares de nuestro país en julio de 1936 como respuesta al golpe militar de Franco contra la República española. 

 

En algunos lugares, en efecto, de la resistencia antifranquista, por ejemplo en Aragón, se llegó a abolir el dinero de curso legal y a establecer una sociedad horizontal y comunista libertaria, gracias a la CNT, experiencias estas que fueron abortadas con la derrota militar, y olvidadas después, porque la historia la han escrito los vencedores. Ahora algunos dicen que esas experiencias son utópicas, no han existido nunca, son imposibles. Y no es verdad. Precisamente porque no se sabía que fueran imposibles se llevaron a cabo.
 
Se tacha a veces el comunismo libertario de utópico, es decir, de que no tiene lugar, y se cree que si no se da en la realidad la abolición del dinero y la propiedad privada -un robo, según sentenció Proudhon-  y la proclamación de la comunidad de bienes es porque es imposible y, por lo tanto, no puede darse. Sin embargo, las cosas no son así. Lo imposible es, por el contrario, lo tópico, lo que ya tiene lugar, no lo utópico. Lo que no puede ser es vivir bajo el régimen del dinero, porque eso es lo que ya es, lo que hay ya, lo que por lo tanto no entra dentro de las posibilidades sin fin, sino de la cruda y dura realidad. Todo es posible menos lo real. Lo imposible, por otra parte y bien mirado, es vivir bajo el régimen del dinero y del gobierno, porque bajo este régimen no hay vida posible que valga.

Y es aquí donde nos viene en ayuda el verso de Lucano dedicado a Catón: VICTRIX CAVSA DIIS PLACVIT, SED VICTA CATONI, en cuya traducción cambio los dioses politeistas antiguos del original por el déspota monoteísta actual: Quísola Dios la razón que venció, mas Catón la vencida. A Catón no le agradó la causa vencedora, la dictadura de Julio César que acabó con el régimen republicano, sino la vencida. Lo mismo podríamos decir aquí de la dictadura y la república. Pero la guerra civil española no sólo acabó con la república, sino con la experiencia revolucionaria libertaria. 


La lección que podemos sacar de aquí es que la nobleza de una causa no se mide por su éxito o su fracaso, criterios estos más propios de las empresas capitalistas o de las competiciones deportivas en las que importa más el resultado de un partido de balompié, por ejemplo, que el propio juego en sí del balón en el campo, sino por su pretensión. Y en este sentido el hecho de que el experimento libertario fracasara no debe hacernos olvidar ni perder de vista la nobleza del intento. En este caso, era sin duda ética- y moralmente superior la causa abortada -y no sólo la republicana, sino mucho más la revolucionaria- que la vencedora. 

 

La historia, sin embargo, la han hecho y escrito los vencedores, condenando al olvido las mejores lecciones del pasado que, por eso mismo, no deberíamos olvidar.

lunes, 18 de octubre de 2021

El precio justo

    El recurso que hacen los comerciantes y mercachifles de poca monta del engaño y la falsedad para vendernos sus mercancías, a las que previamente ponen un precio que deben justificar, recorre como un verdadero leit-motiv toda la literatura antigua. Y es que las cosas tienen siempre el valor que queramos darles para su uso, pero el precio que se les pone para su comercio nunca es, como en el infame concurso televisivo, un precio justo. Para justipreciar hay que mentir necesariamente. No hay ningún precio justo. Recordemos, a este propósito además, aquello que don Antonio Machado dijo tan bien en pocas palabras: "Todo necio confunde valor y precio".   


    Frente a la costumbre occidental del precio fijo, que nunca es tal, pese a su nombre, sujeto como está según la disposición y demanda del producto a subidas y bajadas, la costumbre oriental del regateo en que se debate el precio parece un poco más sensata. El comprador y el vendedor discuten el precio hasta llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos, lo que no anula tampoco la noción de que el producto tiene un precio, es decir un valor de cambio medido por el dinero en términos cuantitativos, al margen de su valor de uso.

 

   Según el tetimonio que Platón le hace decir a Sócrates en el Protágoras, el sofista o intelectual, que hace publicidad y venta de bienes inmateriales como son sus conocimientos, haciendo de ellos también un comercio para el alma, se comporta igual que cualquier comerciante o mercachifle, a diferencia del propio Sócrates que no cobraba por sus enseñanzas. Tanto los comerciantes como los intelectuales que comercian con la cultura y las obras de arte engañan a la contraparte comercial gracias al elogio desmesurado de lo que venden para justificar el precio que le ponen. 

     Oigamos a Sócrates (313 c-e): “De modo que, amigo, cuidemos de que no nos engañe el sofista con sus elogios de lo que vende, como el traficante y el tendero con respecto al alimento del cuerpo. Pues tampoco ellos saben, de las mercancías que traen ellos mismos, lo que es bueno o nocivo para el cuerpo, pero las alaban al venderlas; y lo mismo los que se las compran, a no ser que uno sea un maestro de gimnasia o un médico. Así también, los que introducen sus enseñanzas por las ciudades para venderlas al por mayor o al por menor a quien lo desee, elogian todo lo que venden; y seguramente algunos también desconocerán, de lo que venden, lo que es bueno o nocivo para el alma. Y del mismo modo también los que las compran, a no ser que por casualidad se encuentre por allí un médico del alma”.

    La publicidad, siempre engañosa, es el instrumento que en primer lugar crea la apetencia de una cosa, lo que a menudo se ha llamado la “necesidad”, es decir, la creencia de que esa cosa es necesaria o conveniente, y, en segundo lugar, la propaganda persuade al comprador de que el valor de esa cosa se corresponde con el precio con el que se ha tasado, incitándole a participar en el proceso de compraventa. La publicidad era, entonces como hoy, el medio empleado para atraer a la gente a  la compraventa. Pero no sólo eran los bienes materiales de consumo como el pan y el vino los objetos de la publicidad, como queda dicho, sino que también la cultura, sólo aparentementre extraña a la lógica del mercado, era un bien vendible, sin que los que comercian con ella sepan si es buena o mala, pese a lo mucho que la elogian.

Tuit del Ministerio de Sanidad: las vacunas son seguras aun en fase experimental.
 

    Igualmente sucede en nuestros días con la salud y con los medicamentos que supuestamente la procuran. Los fabricantes y expendedores deben engañarnos para que procedamos al consumo de los productos diciéndonos que son buenos y saludables, lo que se consigue a veces repitiendo una y mil veces una consigna, que suele ser mentira. La mentira, mil veces repetida, suena a verdadera. Se nos asegura, por ejemplo, que un fármaco es seguro, cuando no se sabe a ciencia cierta que lo sea. Nos repite por todos los medios a su alcance, que no son pocos, que un medicamento o una vacuna no tiene efectos secundarios especialmente preocupantes a corto, medio y largo plazo cuando no se ha experimentado nunca antes.

    Lo triste de todo es que muchos de los que se dedican a vendernos el producto elogiando su bondad, como le dice el bueno de Sócrates a su interlocutor, desconocen lo que es nocivo tanto para el cuerpo como para el alma. Igual que nosotros, los compradores que, como dice la voz popular, “hemos sido engañados”.

domingo, 17 de octubre de 2021

Últimas noticias

El hombre moderno, abolida la esclavitud de la faz de la tierra, es incapaz de ser libre porque sufre de eleuterofobia, o sea de miedo patológico a la libertad. 
 
Dice la ministra de Sanidad: «Las mascarillas han llegado para quedarse mientras haya gripe u otros virus, y hay que, estando la ley en vigor, enmascararse». 
 

 Se genera un debate sobre la creación de un ejército europeo: Un 71% de los españoles (encuestados) apoya su creación e integración en él del ejército español. 
 
“Érase una vez...” o “Había una vez...” así solían empezar antes los cuentos. Ahora empiezan con un “Según los últimos estudios y la opinión de los expertos...” 
 

  Encomiéndate a San Eleuterio, no por santo ni beato, sino por esclavo liberado, como indica su nombre, que significa en griego "que habla y actúa como libre". 
 
Vacunación simultánea «totalmente segura» de gripe y covid, una en cada brazo, a la población de más de 70 años. No se prevén efectos secundarios «especiales». 
 

 
Es extraño: antes todas las muertes se catalogaban de covid, pero ahora hay crisis cardíacas, trombos, miocarditis, derrames cerebrales... sin ninguna conexión. 
 
¿Quién verifica a los verificadores que dictan lo que es verdad y mentira y se han erigido a sí mismos en los modernos censores y Torquemadas inquisitoriales?

sábado, 16 de octubre de 2021

No hay Dios ni dioses que valgan

    Conservamos, no se sabe gracias a qué Dios o dioses, un fragmento del Belerofonte, una tragedia griega y perdida de Eurípides, que debió de estrenarse en torno al año 430 a. C. en Atenas, donde el propio héroe  protagonista proclamaba al comienzo de la obra que no había dioses. Todavía no se había inventado el verbo "existir", por lo que conviene traducir esta reivindicación atea en trímetros yámbicos con la fórmula popular "No hay dioses", en lugar de "No existen los dioses".

¿Dice alguien que hay sin duda dioses en el cielo?
No hay dioses, no los hay, excepto si uno quiere
creer igual que un tonto en trasnochados cuentos.
 
 φησίν τις εἶναι δῆτ’ ἐν οὐρανῷ θεούς;
οὐκ εἰσίν, οὐκ εἴσ’, εἴ τις ἀνθρώπων θέλει
μὴ τῷ παλαιῷ μῶρος ὢν χρῆσθαι λόγῳ.
 

 La imagen representa a Belerofonte a lomos de Pegaso, matando a la Quimera.

    Hay quien dice que esos versos no reflejan el modo de pensar ni el sentir de Eurípides, el autor de la tragedia, sino de uno de sus personajes, Belerofonte, un antihéroe mejor que un héroe en el sentido moderno de la palabra, un héroe fallido, porque, después de su heroica hazaña de matar al monstruo que era la Quimera, intentó subir al cielo para descubrir si había dioses y allí, en lugar del conocimiento que buscaba, encontró el castigo divino en forma de caída que lo precipitó al abismo y la muerte. 

    Hay quien opina que Eurípides no era ateo, y que hizo que su personaje, Belerofonte, fuera castigado precisamente por su proclamación de ateísmo con su trágico final. Sin embargo, Eurípides era considerado un sindiós por sus conciudadanos, por ejemplo por Aristófanes, que lo critica y se burla de él en alguna comedia por enseñar a la juventud que no había dioses.

    El razonamiento de Belerofonte es bastante claro: no hay dioses en el cielo, no los hay, lo repite dos veces por si alguien no se ha enterado,  a no ser que uno quiera creer, aunque ni siquiera dice "creer", un verbo muy cristiano que no se había inventado todavía con el sentido de "tener fe", sino dar crédito o prestar atención (χρῆσθαι chréesthai) como un estúpido (μῶρος móoros),  en lo que hemos traducido como "trasnochados cuentos" (παλαιῷ λόγῳ palaióoi lógooi, literalmente una doctrina o enseñanza o razonamiento antiguos), es decir, en cuentos de viejas como aquel  otro de que viene el coco.   

viernes, 15 de octubre de 2021

Decir amén a todo

     Los musulmanes, al igual que los judíos y los cristianos, concluyen sus oraciones con la misma fórmula litúrgica: amén. Las tres grandes religiones monoteístas coinciden en el empleo de esta vieja palabra de origen hebrea o arameo אמן‎.


      Las letras hebreas se leen de derecha a izquierda, al revés de como hacemos nosotros: en ese orden son alef, mem y nun final. Puede traducirse por “verdaderamente”, que es el que parece que era su significado inicial de este adverbio, y también por “así es”, constatando una realidad, o “así sea”, expresando un deseo. Del hebreo pasó al griego ἀμήν, de ahí al latín amen, y de ahí al castellano donde ya está atestiguada hacia 1140 según Corominas, donde conservamos también la expresión arcaica “en un santiamén”, que eran las dos últimas palabras de la fórmula latina que se utilizaba para santiguarse: “In nomine Patris et Filii et Spíritu Sancti. Amen”, por lo que significa en un instante, en un suspiro, en menos tiempo de lo que tarda uno en pronunciar esa fórmula. 

    Su origen, pues, remonta al judaísmo, de donde se extendió al cristianismo, que en su origen era una secta judía -una religión no es más que una secta que ha triunfado- y de ahí al islam (en árabe آمين āmīn). La palabra en cualquiera de sus tres versiones -judía, cristiana, islámica- sirve para reafirmar la fe del creyente en un solo dios, una divinidad monoteísta todopoderosa. 

    En lenguaje coloquial español, “decir amén a todo” significa decir que sí a todo, es una forma de expresar el conformismo con la realidad el que expresan las tres grandes iglesias. El espíritu religioso, sin embargo, es inconformista con la realidad.

    Rafael Sánchez Ferlosio en su ensayo “O Religión o Historia” (1984) define la religiosidad “como rechazo del principio de realidad por criterio pertinente para determinar el bien y el mal del mundo” y por lo tanto como negación también de la legitimación histórica que determina identidades étnicas o nacionales.

    En el evangelio cristiano se expresa la consigna “niégate a ti mismo”, profundamente religiosa, a la que, sin embargo, la vuelve boca abajo la moral de identidad, diciendo “afírmate a ti mismo”, junto con toda la familia de expresiones de la moderna jerga psicológica de la “autorrealización”

Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019)
 

    La religiosidad para don Rafael sería, por lo tanto, todo lo contrario de decir precisamente amén a todo, sería, más bien esa obstinación del espíritu contra el mundo dado con su impío principio del “así es, así ha sido y así será por siempre”. Cita Ferlosio en el mencionado ensayo unos viejos versos castellanos ("Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios protege a los malos / cuando son más que los buenos") donde los buenos son los derrotados, que tienen la fuerza de la razón,  y los malos los vencedores, que tienen la razón de la fuerza y la benevolencia de Dios, que se asocia siempre al triunfo y la victoria. Ponen estos versos de relieve, igual que el hexámetro de Lucano Victrix causa deis placuit, sed uicta Catoni ("Plugo a los dioses razón vencedora, a Catón la vencida") cómo el fundamento del Estado, que es la victoria como razón jurídica, es profundamente antirreligioso. 

jueves, 14 de octubre de 2021

Cuestión de vida o muerte

 ¿Quién sabe si esta vida no es estar ya muerto, 

 y la muerte estar viviendo?
τίς δ’ οἶδεν, εἰ τὸ ζῆν μέν ἐστι κατθανεῖν, 
 τὸ κατθανεῖν δὲ ζῆν;
Eurípides fragmento 638



 Fotograma de Los otros (Alejandro Amenábar, 2001)


Viñeta de Miguel Brieva.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Por soleares

A la puerta del presidio, / un cartel de "Entrada libre", /  harto significativo.

Hartémonos a vivir, / no nos atrape la Parca / en ayunas del festín.

Por la calle, grita un loco,  / llamando a todas las puertas: / "¡Dejadme salir! ¡Socorro!".

Somos, vida mía, reyes / de una antigua dinastía / de un país inexistente. 

"Vislumbro seres humanos, / no humanidad".  Dijo Diógenes, /  con el candil en la mano. 


Sin esposas en las manos, / sin grilletes en los pies, /
¿cómo estoy encadenado?

Aunque parezca mentira, / el futuro era mejor / antes, cuando no existía. 

La paz social es la guerra / de una baja intensidad, / pero guerra a fin de cuentas. 

De la caja de Pandora / salieron todos los males: / las ideas de las cosas.

El presente no es lo que es / ni el pasado es lo que era / y el futuro... ¿qué va a ser?



 Cuando se funde la nieve / ¿a dónde va su blancura?; / ¿por qué ya no resplandece? 

La realidad, mi vida, / es una falsa moneda; / no seas tan realista. 

La ciudad no es una jungla, / es un parque zoológico, / que es metáfora más justa.

La identidad personal, / un fetiche narcisista, / igual que la nacional.

La identidad nacional / es una pura quimera, / igual que la personal.

No descendemos del mono, / sino más bien del borrego, / pobrecitos de nosotros. 


Las cosas que poseemos, / dueños que somos del aire, / nos acaban poseyendo.

Poder elegir un amo, / no es ninguna libertad / que te haga
menos esclavo.

Si tú eres tú y yo soy yo, / ¿quién está más engañado  / entre tú y yo de los dos?

Imágenes, escondeos; / matáis la imaginación, / a fuerza de tanto veros.

Trabaja para comprar / un auto para poder / ir a diario a trabajar.  

martes, 12 de octubre de 2021

Hamburguesa y paquete de condones a cambio

    En Alemania se ha impuesto la regla de las 3 G. Se llama así por la letra inicial con la que empiezan las palabras mágicas que  dan vía libre a la mayoría de los lugares públicos a quien pueda acreditar que está  geimpft (vacunado contra el virus en la lengua de Goethe), genesen (recuperado de la enfermedad) o getestet (que ha resultado negativo en una prueba de detección reciente). Estas personas, siempre que porten la mascarilla reglamentaria, que se ha convertido en el símbolo de sumisión islámica a la Nueva Normalidad, pueden entrar en todos los espacios públicos cerrados, a los que no pueden acceder quienes no cumplan alguna de las tres G y no porten el dichoso tapabocas.

 

 

    Se supone -y es mucho suponer- que las personas vacunadas y las que han resultado negativas a la prueba de laboratorio están libres de contagios, tanto por activa como por pasiva, es decir que ni pueden infectar ni ser infectadas, por lo que no se entiende que aun así tengan que entrar embozados en los espacios públicos cerrados. No es cierto la suposición porque la mayoría de los enfermos que están ingresados ahora mismo en los hospitales diagnosticados de covid-19 están vacunados, lo que revela que la vacuna y la mascarilla no protegen en absoluto.
    
     Sin embargo se está siguiendo ese criterio erróneo, que de alguna forma se quiere también implantar entre nosotros, donde todavía no es obligatorio el pasaporte de vacunación que certifique alguno de esos supuestos. En nuestro país, en efecto, no ha sido necesario implantarlo para forzar a la población a inocularse, porque la campaña mediática de concienciación y propaganda del miedo ha sido tan efectiva que lo ha hecho casi todo el mundo.

 

        En Alemania, sin embargo, es preciso incentivar la vacunación de algún modo, habida cuenta de la desconfianza que hay. ¿Cómo lo hacen? En Magdeburgo, en concreto, ofrecen el siguiente aliciente a cambio de los pinchazos del ARNm (abreviatura de 'ácido ribonucleico mensajero')  de los fabricantes Biontech o Moderna. El lema de la campaña, en la lengua del Imperio, es "Eat, Prick & Love": Come, pínchate y haz el amor. Para convencer a los estudiantes, se les ofrece una hamburguesa gratuita, opcionalmente vegetariana después del primer jeringuillazo, y un paquete de condones gratis tras el segundo y por ahora definitivo.  Aunque la oferta está dirigida principalmente a los estudiantes y al personal universitario, también está abierta a cualquier persona mayor de edad que lo desee.
 

 
     En la ilustración adjunta, puede observarse cómo los tres jóvenes exhiben sonrientes músculo y tirita en el área del deltoides, que revela que han recibido el pinchazo y sonríen felices, y ya pueden saltarse la regla de la distancia social y echar un par de polvos y evitar un embarazo no deseado, si así lo desean, gracias a los preservativos.

lunes, 11 de octubre de 2021

Añoranza de la paz del campo sin compraventa

    En la comedia de Aristófanes Los Acarnienses o Los carboneros Diceópolis, nombre parlante del protagonista, es decir nombre común ascendido a la categoría de Nombre Propio, que podemos traducir, por Buenciudadano o Buenvecino, como hace Agustín García Calvo en su versión, se dirige al público en el monólogo del exordio desolado porque es el primero en llegar a la Asamblea donde se va a tratar el tema de la guerra que asola la ciudad y no hay nadie todavía. Maldice la ciudad y añora su pueblo acaba de llegar evocando la Edad de Oro primigenia, típica de su pueblo de Acarna, el más vasto de los municipios de la región griega del Ática, del que ha tenido que salir huyendo para refugiarse entre los muros de la ciudad. No hay nadie en la Asamblea, pero no dejan de oírse los gritos de los mercaderes del ágora de Atenas que instan a los viandantes a comprar, comprar y comprar. Echa de menos el silencio de Acarna, donde el aprovisionamiento de los bienes de consumo no estaba subordinado a las reglas de compraventa del mercado, y añora un mundo mejor, libre de la guerra y del tráfago comercial. Son los versos 28-36, que Agustín García Calvo traduce así en su versión rítmica:

Oh país, país.

Y yo el primero siempre a la Asamblea vengo

del pueblo, aquí me siento, y viéndome aquí solo,

suspiro, me desperezo, bostezo, pedorreo,

en la arena escribo, arranco pelos, echo cuentas,

mirando allá hacia el campo, en amores de la paz,

en odio de la ciudad, añorando aquel mi pueblo,

que nunca oyó pregón de “¡Compren el carbón!”

ni “Aceite” ni “Vinagre”, ni de comprar sabía,

sino que él de todo daba, y ¡fuera intermediarios!

 

 

 

     He aquí el texto original en griego antiguo, sobre el que destaco en negrita algunas palabras que son importantes por su trascendencia etimológica, es decir, porque seguimos usándolas todavía en las lenguas modernas formando parte de muchas de nuestras palabras derivadas de ellas, y seguimos hablando griego sin ser conscientes de ello:

πόλις πόλις.

ἐγὼ δ᾽ ἀεὶ πρώτιστος εἰς ἐκκλησίαν
νοστῶν κάθημαι· κᾆτ᾽ ἐπειδὰν ὦ μόνος,
  στένω κέχηνα σκορδινῶμαι πέρδομαι,
ἀπορῶ γράφω παρατίλλομαι λογίζομαι,
ἀποβλέπων ἐς τὸν ἀγρὸν εἰρήνης ἐρῶν,
στυγῶν μὲν ἄστυ τὸν δ᾽ ἐμὸν δῆμον ποθῶν,
ὃς οὐδεπώποτ᾽ εἶπεν, ἄνθρακας πρίω,
 οὐκ ὄξος οὐκ ἔλαιον, οὐδ᾽ ᾔδει ‘πρίω,’
ἀλλ᾽ αὐτὸς ἔφερε πάντα χὠ πρίων ἀπῆν.

   En la traducción en prosa del llorado Luis Gil Fernández, recientemente fallecido, resuenan así los mismos versos: ¡Oh ciudad! ¡Oh ciudad! Yo, sin embargo, llego siempre antes que nadie a la asamblea y me siento. Luego, aburrido de estar solo, suspiro, bostezo, me estiro, me peo, no sé qué hacer, dibujo en el suelo, me arranco pelos, hago mis cuentas, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo, que jamás pregonó “compra carbones”, ni “compra vinagre, ni “compra aceite”, y ni siquiera conocía eso de “compra”, pues por sí mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído diciendo “compra”.

 

    Encontramos en el texto que Aristófanes pone en boca del bueno de Diceópolis la doble dicotomía de la ciudad y el campo por un lado, y por el otro de la guerra y la paz: las primeras víctimas de la guerra fueron los ciudadanos forzados a abandonar sus tierras y a establecerse dentro de los muros de la ciudad. Diceópolis es un representante de estos campesinos urbanizados por causa de la guerra, lo que explica su añoranza del campo y de la paz. La idea de la conquista de la paz y del regreso al bienamado y añorado campo está aquí enfatizada por la alusión mítica a la Edad de Oro, en la que la tierra producía de suyo todos los bienes para la humanidad y no existía el trabajo, como la evocó Hesíodo en su obra Trabajos y Días cuando los hombres vivían igual que los dioses, sin preocupaciones, libres de esfuerzos y trabajos, y la tierra les ofrecía todos sus frutos sin tasa de balde.