«(…) la creencia de que las causas que triunfan tendrían que ser las únicas de interés para los historiadores conduce, como James Joll observó recientemente, al menosprecio de muchos aspectos del pasado que son estimables y tienen interés, y reduce nuestra visión del mundo.»
Cita
del libro Los anarquistas rusos del historiador estadounidense Paul Avrich (1931-2006), que
podría aplicarse, a lo que
sucedió en algunos lugares de nuestro país en julio de 1936 como respuesta al golpe militar de Franco contra la República
española.
En
algunos lugares, en efecto, de la resistencia antifranquista, por
ejemplo en Aragón, se llegó a abolir el dinero de curso legal y a establecer una
sociedad horizontal y comunista libertaria, gracias a la CNT,
experiencias estas que fueron abortadas con la derrota militar, y
olvidadas después, porque la historia la han escrito los vencedores.
Ahora algunos dicen que esas experiencias son utópicas, no han
existido nunca, son imposibles. Y no es verdad. Precisamente porque no se sabía que fueran imposibles se llevaron a cabo.
Se
tacha a veces el comunismo libertario de utópico, es decir, de que
no tiene lugar, y se cree que si no se da en la realidad la abolición del dinero y la propiedad privada -un robo, según sentenció Proudhon- y la proclamación de la comunidad de bienes es porque es
imposible y, por lo tanto, no puede darse. Sin embargo, las cosas no
son así. Lo imposible es, por el contrario, lo tópico, lo que ya
tiene lugar, no lo utópico. Lo que no puede ser es vivir bajo el
régimen del dinero, porque eso es lo que ya es, lo que hay ya, lo
que por lo tanto no entra dentro de las posibilidades sin fin, sino de la
cruda y dura realidad. Todo es posible menos lo real. Lo imposible, por otra parte y bien mirado, es vivir bajo
el régimen del dinero y del gobierno, porque bajo este régimen no
hay vida posible que valga.
Y
es aquí donde nos viene en ayuda el verso de Lucano dedicado a
Catón: VICTRIX CAVSA DIIS PLACVIT, SED VICTA CATONI, en cuya traducción cambio los dioses politeistas antiguos del original por el déspota monoteísta actual: Quísola Dios
la razón que venció, mas Catón la vencida. A
Catón no le agradó la causa vencedora, la dictadura de Julio
César que acabó con el régimen republicano, sino la vencida. Lo
mismo podríamos decir aquí de la dictadura y la república. Pero la
guerra civil española no sólo acabó con la república, sino con la
experiencia
revolucionaria libertaria.
La
lección que podemos sacar de aquí es que la nobleza de una causa no
se mide por su éxito o su fracaso, criterios estos más propios de las
empresas capitalistas o de las competiciones deportivas en las que
importa más el resultado de un partido de balompié, por ejemplo,
que el propio juego en sí del balón en el campo, sino por su
pretensión. Y en este sentido el hecho de que el experimento
libertario fracasara no debe hacernos olvidar ni perder de vista
la nobleza del intento. En este caso, era sin duda ética- y
moralmente superior la causa abortada -y no sólo la republicana, sino mucho más
la revolucionaria- que la vencedora.
La
historia, sin embargo, la han hecho y escrito los vencedores,
condenando al olvido las mejores lecciones del pasado que, por eso mismo, no deberíamos olvidar.