sábado, 5 de junio de 2021

La ley del instrumento o El martillo de Maslow

    A. Kaplan formuló en 1964 lo que llamó la ley de la herramienta: Si le das a un niño un martillo, le parecerá que todo lo que encuentra necesita un golpe. Me identifico de alguna manera personalmente con esta afirmación, ya que creo que tengo algún recuerdo infantil en mi memoria de haber hecho precisamente algo parecido la primera vez que manejé el martillo que guardaba mi padre en la caja de herramientas. 
 
 
 
    A. Maslow lo reformuló en su libro "The Psychology of Science" (1966): A un hombre que sólo tiene un martillo, todo lo que encuentra empieza a parecérsele a un clavo” ("To a man who only has a hammer, everything he encounters begins to look like a nail").
 
    La frase se le ha atribuido erróneamente a la pluma de Mark Twain, como tantas otras ocurrencias ingeniosas, para darle cierto empaque literario, y corre por la Red como tantas otras citas espurias atribuyéndole su prestigio al autor de Las aventuras de Tom Sawyer.
 
Cita espuria de Mark Twain
 
    El martillo de Maslow condiciona tanto nuestro comportamiento y nuestra percepción de la realidad que hace que imaginemos todas las cosas que hay a nuestro alrededor como si fueran clavos, y el martillo como si fuera la herramienta dorada que sirve para todo.
 
    Esta llamada ley del instrumento establece la tendencia natural que tenemos a depender en exceso de los medios de que disponemos. Pero también es preciso verlo al revés: Los instrumentos nos condicionan e instrumentalizan a nosotros, sus usuarios, o dicho con otro símil, el utilitario nos utiliza, porque las herramientas llevan inscritos en sí los fines a que están destinadas.
 
    
    Un martillo nunca podrá, obviamente, ser la herramienta adecuada para cualquier propósito, pero si sólo tenemos eso a mano nos forzará a utilizarlo a toda costa provocando algún inconveniente o desastre, sin considerar otras opciones como la de no utilizar ese medio, que sería la mejor solución.
 
    Como el martillo, pues, de Maslow que hace que todo nos parezca un clavo, una pistola en la mano convierte todo lo que tenemos a nuestro alrededor en la diana de un objetivo de tiro al blanco. El gatillo llama al dedo. Es como la hoja de la catana del samurái japonés: una vez desenvainada ella sola como solución de un altercado, guiando a la mano que la maneja, atravesará la carne hasta el derramamiento de la sangre.

viernes, 4 de junio de 2021

De la leche que mamamos y la OMS

    El doctor Florencio Escardó (1904-1992), pediatra argentino, fue un buen discípulo de Hipócrates. Solía aconsejar a las madres, según se cuenta, “lleve a su hijo a la plaza y a los cumpleaños”, y cuando éstas le replicaban “Pero está lleno de bacterias y virus”, respondía con buen criterio médico: “Por eso mismo, señora, es que debe llevarlo”. 

    Daba a entender así este predicador del sentido común que la mejor manera de inmunizarse contra virus y bacterias es exponiéndose a ellas, como siempre se había pensado. Consideraba también el ilustre pediatra argentino que el miedo y el abandono enfermaban mucho más que los virus y las bacterias, y que el juego era una función tan vital para los niños como la respiración y la nutrición.

    No sé si llegó a decirlo alguna vez, pero si no lo dijo seguramente que hubiera hecho suyo el célebre verso de Wordsworth de que “el niño es el padre del hombre”. 

El doctor Florencio Escardó y un niño
 

    Lo que sí nos ha dejado escrito, bajo su pseudónimo literario de Macramé de Piolín es una serie de artículos periodísticos titulados “¡Oh!”. Entresaco de allí algunas de sus ocurrencias, es decir algunas de las cosas que le han salido al paso sobre el particular de la lactancia materna:

    De ¡Oh! Los niños: Los niños son un producto de la sociedad de consumo. Cuando nace un niño, nace un consumidor... Los niños son anarquistas. Y por lo tanto antisociales. Practican un individualismo atroz. Exigen una madre para cada uno... Algunos agitadores profesionales exigen para ellos leche barata. Pero a los chicos de la leche lo que más les interesa es el envase. Por eso prefieren la humana

Publicidad de Nestlé
 

     De ¡Oh! Los envases: Desde que el hombre viene al mundo lo asedian los envases. Si tiene suerte le ofrecen el alimento en el más natural de todos. Si no la tiene se lo dan en mamadera. La mamadera es un seno no conyugal. Impar. Y con usufructuario único. El biberón es el envase del complejo de Edipo. Que se llama mamadera si el bebé es pobre. Y biberón si es rico. La mamadera la puede administrar "una chica". Pero el biberón siempre lo da una "nurse". Se llama nursery al zoológico de los recién nacidos. Son habitaciones de vidrio. Que sirven para separar al bebé de su mamá. A la que tuvo para él solito durante nueve meses. No hay que dejarlo abusar. La nursery es el envase de la crueldad. Inventado por los parteros que cuando hablan del niño lo denominan "el proyectil”.

    El boticario suizo Henry Nestlé había inventado en 1867 la leche en polvo para bebés, elaborada con leche de vaca deshidratada y cereales, pero el auténtico 'boom' de este producto vendría casi cien años después, tras la Segunda Guerra Mundial, merced a una campaña de publicidad agresiva y mentirosa. Al parecer, en los años cincuenta y sesenta la OMS y muchas asociaciones médicas y de enfermería lanzaron una alerta sanitaria criticando la lactancia materna alegando que las aréolas de los pezones de las madres contenían gérmenes y bacterias que infectaban a los bebés lactantes. La industria de la alimentación infantil convenció así a medio mundo de las excelencias de su producto, con el argumento de que la leche en polvo era mejor que la materna, lo que luego se demostró que era falso. Al mismo tiempo que aquella alerta sanitaria aparecía en el mercado el producto salvador: la leche en polvo S 26, “nutritiva y saludable” detrás de la que se encontraba la Empresa Nestlé.

    No pocas madres, que siempre quieren lo mejor para sus hijos, alarmadas, dejaron de amamantar, destetando a las tiernas criaturas antes de tiempo. Detrás de este bulo se escondía, no cabe duda, Nestlé, que había pagado a dichas asociaciones, para lanzar al mercado la leche maternizada que liberaba a las mujeres de tener que amamantar a los bebés. La publicidad de Nestlé rezaba:  "When the Stork has brought the Baby, Nestlé's Food will keep the Baby" (Cuando la Cigüeña ha traído al Bebé, la Comida de Nestlé mantendrá al Bebé).

 

    La doctrina de la OMS es hoy en día muy otra, acérrima defensora como es en la actualidad de la lactancia materna durante los seis primeros meses de vida. No encuentro ninguna huella que pueda rastrearse en internet de que en aquellos años la OMS desaconsejara la lactancia materna. Sin embargo, aunque no puedo atestiguarlo, no me extrañaría mucho que haya sido esa su postura, que hoy no lo es, habida cuenta del doble discurso que practica constantemente esta organización, capaz de afirmar una cosa y, acto seguido, la contraria.  

    La OMS, en efecto, ha rechazado en la actualidad, según declaraciones de su Director General, el señor Tedros Adhanom, la estrategia de la inmunidad colectiva frente al virus coronado porque sería poco ética y produciría muertes innecesarias (sic), afirmando torticeramente que la inmunidad colectiva se logra protegiendo a las personas de un virus, no exponiéndolas a él.   Y a la pregunta del millón de cómo se protege a todas las personas y no sólo a las más vulnerables de un virus sin exponerlas a él, ya se pueden imaginar ustedes la respuesta grata a los laboratorios farmacéuticos: alcanzando un umbral óptimo de... vacunación.

jueves, 3 de junio de 2021

Sólo yo, yo solo, y nadie más que yo

La palabra “yo” es un monosílabo aparentemente inofensivo pero no poco egoísta que decimos todos y que poco a poco va ganando terreno a lo largo de la vida. 

Hace gracia en el niño cuando está aprendiendo a hablar y lo pronuncia por primera vez porque suena como eco todavía lejano de lo que será en el futuro. 

Pero con el paso lento y pausado del tiempo la palabra va desplegando su cola de pavo real y adquiriendo sin querer un tono más imperioso y avasallador. 

En la adolescencia, el globo de la personalidad se infla, y en la juventud, lejos de desinflarse, se hincha mucho más para no dejar de crecer en el adulto. 

La esgrime el matón del colegio, que será poco después el matón del barrio, y el macarra que chulea a las putas, y todo el que se cree poseedor de la verdad.
 

Se diría que el ego tiene miedo de ser un Don Nadie, uno de tantos, uno como otro cualquiera, y siente la necesidad imperiosa de ser alguien y ser algo. 

El ego se mira en el espejo como Narciso, donde se encuentra con su propia imagen, de la que se enamora perdidamente hasta la extenuación y egocentrismo.

Yo que no nací, me digo yo también, para ocultarme en el anonimato, yo salgo adelante como sea, no soporto la idea de ser uno más del montón como cualquiera.

Cada día que pasa me crezco al grito de ¡Viva yo!, y ¡Nadie más que yo!, pues mi destino es ser el centro del universo, en torno al que gira todo lo demás. 

Estoy dispuesto yo a cualquier cosa para ser y para sentirme importante, pero debo darme prisa, no vaya a ser que otro llegue antes que yo y ocupe mi lugar.

En esta ascensión imparable, puedo simular que soy altruista y puedo pensar en los demás y no sólo en mí, pero hasta eso lo hago por egolatría y egoísmo. 

Tengo claro, sediento como estoy de poder, que debo dominar: soy yo quien manda, el que tiene la sartén por el mango, aquí se hace lo que yo diga porque sí.

La palabra “yo”, aquel dulce monosílabo que parecía inofensivo, resultó ser bala mortal de pistola, cóctel Molotov, tanque que apisona, ráfaga de metralleta:

yo vanidoso, presuntuoso, exhibicionista, jactancioso, orgulloso, soberbio, necio, megalómano, exagerado, ávido, posesivo, envidioso, arrogante, prepotente;

ególatra, egocéntrico, egoísta, yo, solamente yo, por todas partes yo, yo y sólo yo, solo en el mundo a fin de cuentas, idéntico a mí mismo, como todos. 


(Versión libre de la canción "La parola io" del imprescindible Giorgio Gaber, arriba original del autor y abajo interpretada por el grande y llorado Franco Battiato).


miércoles, 2 de junio de 2021

Dos cuestiones bizantinas

    ¿Qué importa si el virus fue creado artificialmente y cultivado en el laboratorio de Wuhan para destruir a la humanidad como presunta arma biobacteriológica por el malvado doctor Fu-Manchú, encarnación del peligro amarillo, o tiene un origen zoonótico natural saltando de los murciélagos a los seres humanos vía pangolín? 


     Algunos vimos desde el primer momento que este debate que se planteó al principio y vuelven a sacar a relucir ahora los medios informativos carecía de mucho interés. Es una mera cuestión bizantina como aquellas que entretenían a los distraídos sabios de Bizancio cuando los otomanos estaban atacando la ciudad, una disputa sobre la causa de un fenómeno que sólo pretende  distraernos de lo fundamental, que son las consecuencias que estamos padeciendo.

    Todavía, incluso, se discute si el virus Sars-Cov-2 ha sido aislado y puede, por lo tanto, demostrarse su existencia y si es el causante de la enfermedad llamada Covid-19... Supongamos que existe, no vamos a negarlo, y que es el agente de dicho síndrome, mejor que enfermedad. Demos estas cuestiones por zanjadas, aunque no lo estén, y afirmemos que el virus Sars-Cov-2 existe. Negarlo sería una tontería comparable a decir que Dios no existe, ya que el virus, lo haya o no lo haya, está presente para desgracia nuestra, una vez declarada su existencia por la OMS y por los medios de masificación. Admitamos, además, que es el causante de la enfermedad o síndrome del virus coronado Covid-19, como nos han hecho creer.

    Se trata en todo caso de un virus y una enfermedad que no presentan síntomas muy considerables en las personas expuestas a él, que suele cursar levemente en la gran mayoría de los casos y que tiene una tasa de supervivencia del 99,8%.

    Démonos cuenta de que poco importa si el virus existe realmente o no. Esta es nuestra segunda cuestión bizantina. Para nuestra desgracia existe, como Dios y todos los nombres propios, incluido el nuestro propio.

    Lo que interesa, y esta no es una cuestión precisamente propia de los teólogos de Bizancio sino de cualquiera que se cuestione un poco las cosas que pasan,  es la utilización política que se ha hecho y se sigue haciendo de Él -vamos a poner el pronombre de tercera persona con mayúscula teológica- para controlar a la gente obligándola a someterse a las directrices gubernamentales por su propio bien, bajo la excusa de que son "sanitarias", tales como hacer uso de mascarillas, encerrarse en casa y vacunarse para volver a la vieja normalidad.

martes, 1 de junio de 2021

"Un millón para el mejor"

    Parece que en Norteamérica hay personas renuentes a ponerse la inyección contra el virus coronado, de ahí que algunos Estados se hayan visto en la obligación de animar a la gente a someterse al proceso de vacunación. Ya teníamos noticias de que se regalaban donuts, helados y hamburguesas tras el pinchazo de la dosis correspondiente. 
 
    Ahora en la ciudad de Guasintón después del chute, como denominan los drogadictos a la inyección estupefaciente, te ofrecen una cerveza. En Memphis se sortean automóviles de prestigiosas marcas. En Nueva York puedes asistir gratis presentando el certificado de buena conducta sanitaria que acredita que te has dejado inocular a un amplio abanico de eventos culturales (?) como partidos de baloncesto (!) o de beisbol (!) o entrar sin pagar al zoo a ver cómo viven los animales salvajes enjaulados, fiel reflejo de la humana condición. 
 
    Pero la iniciativa más curiosa ha sido sin duda la del Estado de Ohio (Vax-A-Million), que sortea un millón de dólares norteamericanos a la semana durante cinco semanas entre los súbditos que se hayan arremangado y prestado el brazo a la jeringuilla contra la covid-19. 
 
 
      Me recordaba a mí esto a un programa televisivo español de gran éxito que hubo a finales de los años 60 que se llamaba “Un millón para el mejor”, y que era como la lotería nacional. Con un millón ya entrabas en la categoría de millonario. Entonces se repartía un millón de las antiguas pesetas, que hoy, al cambio, no son gran cosa, casi "nada" (seis mil euros, creo), pero que entonces suponían un dineral que te "solucionaba" la vida en el sentido de que te permitía poder vivir sin trabajar o sea, sin dar un palo al agua. 
 
    Una iniciativa pública que ha sido anunciada por su Gobernador, al que algunos le han reprochado el enorme dispendio económico que supone. Pero él opina que lo que no se puede permitir es el derroche de vidas humanas, convencido como está de que el fármaco milagroso salva vidas. A tal fin ha destinado cinco millones de dólares del erario público que se sortearán a razón de un millón cada semana entre los ciudadanos mayores de edad, residentes en el Estado de Ohio y que hayan recibido al menos la gracia de  la primera dosis. 
 
    Confía así el señor gobernador en animar a los remisos votantes y contribuyentes a vacunarse, dado que el Estado de Ohio se halla varios puntos por debajo de la media nacional, y eso no puede consentirse. 
  
...Y la agraciada con el millón de dólares es: ¡Abbey Bugenske!
 
    La primera ganadora de esta lotería estatal ha sido una tal  Abbey Bugenske, joven de 22 años, que no se podía creer la noticia de que había sido agraciada con un millón de dólares cuando recibió la llamada del propio Gobernador para confirmárselo, creyendo que se trataba de una broma. La afortunada anima ahora a todo el mundo a vacunarse ("I would encourage anyone to get the vaccine).“Si ganar un millón no es suficiente incentivo, no sé realmente qué lo sería”, ha afirmado (If winning $1 million isn't incentive enough, I don't really know what would be")
 
    En los USA no faltan las estrategias del márquetin que se emplean para la comercialización de un producto y para estimular su demanda, confiando en que la ilusión movilice a la población más remisa. La suya es otra moral, protestante, evangélica, retribuida económicamente. Nosotros, aquí, más católicos, confiamos exclusivamente en la virtud salvífica de la fe, por lo que no se hace mucho uso de la mercadotecnia. La fe, por sí sola, obra el milagro y nos redime.

lunes, 31 de mayo de 2021

T.S.E. (Tested, Safe and Effective)

    La Agencia Europea de los Medicamentos (EMA), después de dar luz verde para poner la inyección del fármaco experimental a partir de los 16 años a todo cristo viviente, amplía ahora la franja de edad desde los 12 en adelante. 
 
    Asegura la mentada EMA que, tras el estudio realizado entre dos mil adolescentes, el inmunógeno (sic, por el término) tiene una efectividad del 100% entre los chicos de 12 a 15 años, una población que sin embargo ya estaba inmunizada naturalmente desde el momento en que a lo largo del año y pico que llevamos de pandemia no ha contraído la enfermedad, y en el caso de haber sucumbido a ella como daban a entender falsamente con el estigma de "positivo" algunas pruebas PCR realizadas, ni ha desarrollado síntomas ni la ha contagiado, de lo que se deduce que no necesitaba para nada ni las mascarillas obligatorias a partir de los seis años en los centros escolares, ni la segregación obligatoria de los estigmatizados con el sambenito de "positivo" y sus contactos, ni la administración ahora, no corriendo ningún peligro, de una sustancia capaz de provocar una respuesta inmunitaria innecesaria. 
 
 
    ¿Qué necesidad, en efecto, tenían los adolescentes de entre 12 y 15 años de ponerse una vacuna T.S.E. (i.e. tested, safe and effective, experimentada, segura y efectiva, según dice la propaganda de la EMA) en dos dosis separadas por un período de tres semanas? Ellos, probablemente ninguna. Pero los laboratorios estarán sin duda satisfechos de haber aumentado considerablemente su lucro y su clientela en el universo mundo. También los gobiernos y autoridades sanitarias podrán ponerse la medalla por salvar vidas que no corrían ningún riesgo a costa de hacer creer que estaban en grave peligro de muerte. 
 
 
    Por lo demás, hay que decir que el fármaco que quiere inoculárseles a los teenagers, del que obviamente no vamos aquí a hacer publicidad, no ha sido aprobado todavía, sino autorizado provisionalmente para su uso con la excusa de la emergencia sanitaria de la pandemia. Si desapareciera dicha coartada, es decir, la pandemia, que no deja de ser un constructo de los medios informativos, no tendría ningún sentido seguir con la campaña de inoculación. 
 
    Se dice sin embargo, ahora que se acerca el verano, que la pandemia está retrocediendo gracias, precisamente, a la masiva campaña vacunal, lo cual es la serpiente que se muerde la cola, el uróboro perfecto del cuento de nunca acabar.

domingo, 30 de mayo de 2021

"Solo cumplo órdenes"

    Me hace gracia desde hace tiempo un debate que hay en la Red por su ingenuidad: si tal o cual internauta es o no un bot. Bueno, antes de seguir adelante y adentrarnos en la discusión, preguntémonos qué es un bot. ¿De dónde procede este monosílabo? Se trata, según la inevitable güiquipedia, de una aféresis, es decir de la supresión de uno o más sonidos en posición inicial de palabra: en este caso de (RO)BOT. Y robot es un préstamo del inglés robot, que a su vez está tomado del checo robota que significa ‘servidumbre y trabajo forzado’. 

   
     El autor teatral checo Karel Čapek publicó en 1920 una obra teatral titulada R.U.R. (Robots Universales Rossum) que se estrenó con gran éxito, donde llamaba “robots” a los viejos autómatas que ya habían soñado los antiguos griegos, como aquel Talos, personaje gigante de la mitología cretense que conserva la ambigüedad que nos interesa de que unas veces se consideraba un ser humano y otras un androide. 

    Patrullaba Talos la isla de Creta tres veces al día como celoso guardián del rey Minos. No dejaba entrar a los extranjeros, a los inmigrantes clandestinos, que diríamos hoy, ni a los cretenses abandonar la isla sin autorización del monarca, hasta el punto de que Dédalo y su hijo Ícaro, como se sabe, tuvieron que salir del laberinto y de la isla de Creta volando... 

    Era, pues, un agente del orden, celoso guardián del cierre perimetral de la isla de Creta. Arrojaba gigantescas piedras a las embarcaciones, haciéndolas naufragar y hundiéndolas como en el juego de los barcos. Si alguno se burlaba de su vigilancia, no por ello se libraba de su castigo: Talos calentaba al fuego, metáfora quizá del sol de Creta, su cuerpo metálico, que era de bronce, hasta volverse incandescente, y luego abrazaba hasta abrasar a los intrusos. 

 

  Medea y Talos, Sybil Tawse (1920)

  Talos era invulnerable según se creía pero, como Aquiles, tenía su punto débil: una vena cerrada con una clavija en la pierna, que Medea, la hechicera, logró romper con su magia matando al autómata para salvaguardar a los Argonautas, y, sobre todo, a su enamorado Jasón.

    Traducida al inglés la obra de Čapek, conservó la palabra que, preservada en la lengua del Imperio, se popularizó después  en todo el mundo. La obra comienza con una visita a la fábrica de Roboti (plural checo de robota), donde se fabrican máquinas de aspecto humano que carecen de emociones, diseñadas para servir a las personas como esclavos y trabajar por ellas. 

Jarrón que representa a Talos derramando una lágrima.

     Igual que Talos, el autómata cretense al servicio del rey Minos, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no se plantean si está bien o mal lo que hacen: simplemente, cumplen órdenes, que para eso están: hacen aquello para lo que han sido programados y no pueden hacer otra cosa.

    El debate sobre los bots que se suscita en la Red no es fácil de responder. Debemos decir que no somos un robot. Pero ¿y si hemos sido programados para decir eso mismo inculcándonos la creencia de que tenemos libre albedrío y somos libres por lo tanto? La cuestión revela, si escarbamos un poco en el fondo, algo aterrador, y es que todos nosotros hemos sido cuidadosamente programados y dotados de una inteligencia, por así llamarla, artificial, que se ha impuesto a la natural, que sería nuestro sentido o razón común, embutidos como estamos de prejuicios y opiniones y creencias de forma que nuestras supuestas ideas personales se parecen como las de un clon a otro, incluso la idea más contradictoria y confusa de todas: la de que los (ro)bots no somos (ro)bots carentes de sentimientos y de sensibilidad, aunque todos tengamos “nuestro corazoncito” robótico. 

    Si escarbamos un poco más en la etimología de la palabra checa robota, resulta que está emparentada con la alemana Arbeit “trabajo”, y ya sabemos lo que decían los nazis del trabajo: que era la libertad, que te liberaba. Y preguntémonos ahora no ya si un presunto internauta es un bot, sino si nosotros mismos, cualquiera de nosotros, internautas o no, no seremos bots, robots diseñados para hacer lo que hacemos, decir lo que decimos y pensar lo que pensamos, que es por otra parte lo que Dios manda.

sábado, 29 de mayo de 2021

Vacunódromo y entrada libre al parque de atracciones USA

    No debe andar muy bien el asunto del jeringuillazo en los Estados Unidos de América cuando para convencer a los adolescentes de arremangarse y prestar su brazo para chutarse la primera dosis de la inyección mágica que les hará inmortales, y que salvará las vidas de los seres queridos que les rodean, otorgándoles el pasaporte dorado a la gloria y la libertad, no basta con decirles que las vacunas contra la COVID-19 están “tested”, lo cual no es cierto porque ellos mismos son los candidatos a conejillos de Indias para la experimentación que todavía no ha concluido, y son “Safe and Effective”, Seguras y Efectivas con mayúsculas, seguridad y efectividad que no están demostradas a fecha de hoy. Tienen que ofrecerles, además, una golosina como esta que les regalan: la entrada gratis a un parque de atracciones a cambio de dejarse pinchar por su propio "bien" y sobre todo por el de la industria farmacéutica. 


    El despropósito lo organizó el Departamento de Sanidad del condado de DuPage County del Estado de Illinois, que el 27 de mayo de 2 a 6 de la tarde reservó el Recinto Ferial de la ciudad de Wheaton para los teenagers, al efecto de inmunizarles contra la enfermedad del virus coronado (corona virus disease-19), que no suele afectarles en absoluto por el poco o nulo riesgo que tienen de sucumbir a la enfermedad y mucho menos de morir por ella en el caso de contraerla.

Vacunódromo de Wheaton
 

    Ignoro cuántos acudirían. Pero cada niño recibió, a buen seguro, su dosis a modo de primera comunión u hostia consagrada y tanto él como su imprescindible acompañante adulto, tenía que ser uno de sus progenitores o tutores legales, consiguieron a cambio una entrada gratuita, reservada a los doscientos primeros inscritos, para el parque de atracciones “Six Flags Great America”.  Una entrada individual a dicho parque cuesta 29,99 dólares americanos.

    Mientras en España, tan poco desarrollada, solo se escucha el infinitivo y monótono “vacunar, vacunar, vacunar”, sin mayor capacidad expresiva, en la tierra de la hegemonía cultural, donde el desarrollo científico está mucho más adelantado (I+D+I: Investigación Desarrollo Innovación), a los adolescentes que están comprendidos en la franja de edad de los 12 a los 17 años, se les brinda la oportunidad de que tras la inoculación acudan en tren, taxi o coche particular  al parque de atracciones Six Flags Great America de Gurnee, en el área metropolitana de Chicago, dentro siempre del Estado de Illinois, (acompañados de un adulto, matando así dos pájaros de un tiro) para que todo su cuerpo se agite y mueva en sintonía concurrente con la proteína P inoculada.

 

 Parque de atracciones Six Flags

     Los laboratorios farmacéuticos y las luminarias sanitarias han descubierto que es la mejor forma de asegurar el “agitado”, para alcanzar la óptima distribución del salvífico inoculado.

    La campaña de inoculación se basa en la confianza que ellos tienen en la estupidez de esa figura central que sostiene el sistema social: el consumidor, que a estas alturas del condicionamiento o crianza, con tal de consumir, hasta a sí mismo se devora en esta "emocionante" aventura histórica.

viernes, 28 de mayo de 2021

Contra el pasaporte sanitario

         En Charleroi la ciudad más importante de la Valonia, la Bélgica de habla francesa, un sencillo cartel propagandístico anima a los ciudadanos a inocularse “para comer mañana en el restaurante, me vacuno”, estableciendo un período hipotético irracional: si cumplo el requisito, puedo comer mañana en el restaurante, es decir, puedo recuperar mi vida anterior a la (falsa) pandemia; si no lo hago, no. 

    El sector de la hostelería se preocupa ante esta consigna difícil de digerir que exige a los clientes la obligación de presentar un pasaporte "verde" -que a modo de semáforo te da vía libre-, pase sanitario o salvoconducto de vacunación, en realidad certificado de buena conducta cívica, para acceder al comedor, lo cual introduce una discriminación significativa. Cuesta trabajo imaginar a un chef o al dueño de un restorán pidiendo el certificado de vacunación, quizá en forma de código QR en el adminículo imprescindible que es el móvil o celular, a sus clientes para autorizarles la entrada y servirles una comida. 

 


    El sitio web dedicado a lanzar dichas proclamas se llama jemevaccine.be -"be" es abreviatura de Bélgica, aunque podría ser repetido múltiples veces la onomatopeya del balido de las ovejas camino del matadero. En todos los eslóganes publicitarios de propaganda que han elaborado aparece como un talismán la palabra “mañana”. Además del citado mensaje han sacado estos otros: “Para volver al festival mañana, me vacuno”, “Para ver a mis allegados cuando quiera mañana, me vacuno”, “Para quedar con mis amigos mañana, me vacuno” y también: “Para respirar mejor mañana, me he vacunado hoy”. Como decía Lope, “¡Oh dulces desvaríos! / Siempre mañana, y nunca mañanamos”. ¿Por qué no nos preguntamos por qué no podemos hacerlo hoy mismo y hemos de esperar al incierto día de mañana? ¿Qué o quién nos lo impide?

"Una inyeccioncita de nada... y le devuelvo su libertad..."

    La campaña es sintomática de un totalitarismo delirante que avanza a pasos gigantescos con la complicidad de los que se prestan como cobayas humanas al experimento. La propaganda del Régimen nos promete un futuro halagüeño de vino y rosas que en realidad es una vuelta al pasado sólo para los que se vacunen. No hace falta decir que es un chantaje. Comprobar el estado de vacunación de una persona plantea serias cuestiones de violación de la privacidad de su historial médico, y además plantea la cuestión de quién debe supervisar dicho requisito. ¿Se nos pide a los ciudadanos que nos controlemos los unos a los otros, convirtiéndonos en policías del prójimo? ¿Será la policía la encargada que se limita, como siempre, a hacer el trabajo sucio de cumplir órdenes sin cuestionárselas?


     Lo que más cuesta creer es cómo la gente obedece sumisamente y traga. Unos lo hacen engañados pero convencidos de que van a inmunizarse, haciendo caso de la falsa ecuación que han establecido los medios de propaganda del Régimen consistente en utilizar el verbo “inmunizar” como sinónimo de “vacunar” indiscriminadamente, cuando no está demostrado que estas presuntas “vacunas”, vamos a llamarlas así para entendernos, inmunicen a nadie. Y otros lo hacen porque aceptan el caramelo envenenado que las autoridades sanitarias les ofrecen a cambio. 
 
    Tanto unos como otros están colaborando y son por lo tanto responsables de la implantación del certificado de buena conducta sanitaria, que no podría imponerse sin la aceptación de la población. Los que lo aceptan “por imperativo legal”, como dicen algunos imitando a los diputados y senadores que estando en contra de la Constitución la acataban contra su voluntad para recibir el acta y el salario correspondiente a su condición democrática recién estrenada, están legitimándolo con su aceptación y cediendo al chantaje. Los que lo aceptan como “mal menor” no se dan cuenta de que lo que están aceptando es el mal sin adjetivos, como decía Hannah Arendt, y que por lo tanto son cómplices colaboracionistas del apartheid sanitario que establece una segregación serológica que discrimina a la población. En realidad ni siquiera se trata de una cuestión relacionada con la salud, no es, como pretende, un pasaporte sanitario, sino de control de la gente, como la mascarilla obligatoria, otro símbolo visible de sumisión.

jueves, 27 de mayo de 2021

La prueba del diablo

    Pedir la demostración de algo que no puede demostrarse tiene nombre entre nosotros, se llama diabolica probatio’, la prueba del diablo o Devil's proof en la lengua del Imperio, y se estudia en primer año de la carrera de leyes. En el campo del derecho se adoptó el principio general de que la carga de la prueba corresponde a quien acusa, es decir, a quien afirma algo, no a quien lo niega: «ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat; negatiua non sunt probanda», según la máxima heredada del derecho romano: ‘le incumbe la prueba a quien afirma, no al que niega; los hechos negativos no se prueban’. Es lo que se ha denominado con el latinajo onus probandi o carga de la prueba. De ahí arraiga nuestra maltrecha presunción de inocencia.

     Establecer una prueba negativa es lo que los juristas de la baja Edad Media calificaban como prueba «diabólica». Quizá la expresión surja del dicho: “Prueba que no existe el diablo”. Nos están exigiendo una prueba negativa: alguien debe demostrar, por ejemplo, que no es algo que se considera repulsivo y merecedor de sanción, según las costumbres de la época, un poseso por ejemplo, o un enfermo asintomático con lenguaje de hoy. 

Mártir del fanatismo, José de Brito (1895)
  
   Si nos adentramos, así, en el lienzo al óleo del pintor portugués José de Brito titulado “Mártir del fanatismo” (1895) nos encontraremos con el terror de la Santa Inquisición. Entre las oscuras figuras masculinas destaca la desnudez y la blancura de un cuerpo femenino a modo de Cristo crucificado iluminado por la luz que entra por el ventanuco en la tétrica sala de torturas donde se alza una también desnuda cruz. La mujer, bellísima modelo, está fuertemente iluminada. La víctima está sentada sobre el potro de tormentos, sufriendo la brutal tortura de los dos verdugos y sometida al interrogatorio de los tres inquisidores, que le piden a la bruja, acusada de haber tenido tratos carnales con el mismísimo Satanás, que demuestre que no es una bruja, lo que lógicamente no puede demostrar. En la pared del fondo se insinúan las alucinaciones de la mártir del fanatismo religioso inquisitorial. La escena tiene algo de erótico y de sádico a la vez, mezclándose el horror  y la belleza femenina.

    Dado que los procedimientos judiciales de la Inquisición española no respetaban la presunción de inocencia de los acusados,  a la prueba diabólica se la denominó también prueba inquisitorial. Si el acusado confesaba su culpabilidad era, por supuesto, culpable, pero si no lo hacía, incluso sometido a tortura, era porque el diablo le daba fuerzas sobrehumanas y demoniacas para soportarlo, y también era culpable. No había forma de probar la inocencia una vez que había recaído la acusación de culpabilidad, como si uno estuviera estigmatizado por el pecado original de por vida.

    Aunque no hay pruebas fehacientes que demuestren la existencia del diablo, tampoco se puede probar que el diablo no exista, de lo que podría deducirse frívolamente su existencia: si no hay pruebas de que no existe es porque existe y las ha destruido. De ahí la broma magistral de aquel predicador de uno de los poemas en prosa de Baudelaire: ¡Queridos hermanos míos, no olvidéis nunca, cuando oigáis pregonar el progreso de las luces, que, la más inteligente de las tretas del diablo es persuadiros de que no existe!

El ángel caído, Ricardo Bellver (1877)
 

    No se le puede pedir a nadie, por ejemplo, que demuestre la inexistencia de seres extraterrestres. Lo que hay que demostrar, en todo caso, es su existencia, que hipotéticamente es posible si se presentan las pruebas adecuadas. Pero es metafísica- y lógicamente imposible probar su inexistencia. De ahí que algunos deduzcan apresuradamente a sensu contrario que los extraterrestres existen, lo que sirve para alimentar creencias irracionales en la ufología y cosas por el estilo.

    Por su naturaleza racionalmente perversa, este tipo de prueba de Satanás es rechazada por los tribunales modernos de Justicia dado que supone una inversión de la carga de la prueba. También debe excluirse de cualquier razonamiento lógico que pretenda probar la inexistencia de algo. Lo que hay que probar siempre es la existencia, no la inexistencia, y en el caso de los tribunales de justicia la culpabilidad, no la inocencia.

   En este sentido son apasionantes las recientes discusiones sobre la existencia del virus, porque con la sola mención de la palabra “virus” y del verbo “existir”, aunque sea para negarlo diciendo “el virus no existe”, ya estamos afirmando algo y dándole carta de naturaleza.

    De algún modo es el argumento ontológico de san Anselmo, referido a Dios, que es el Ser por excelencia, el ente realísimo. Cuando un ateo dice “Dios no existe” está, paradójicamente, sacándolo a relucir como el conejo o la paloma que saca el mago de su chistera o de la manga. A pesar de que el verbo existir se inventó precisamente para un único sujeto en principio que era Dios, ahora puede utilizarse cualquier sustituto o sucedáneo como suplente en su lugar, pero siempre caeremos en la misma contradicción al negar su existencia. Habría que decir “No hay Dios”, que es la fórmula popular del ateísmo, pero ahí es donde vendría san Anselmo a decirnos que si no hay Dios en nuestro corazón descreído, hombres que somos de poca fe,  hay un sitio por lo menos donde sí hay Dios:  en el diccionario y en la Biblia.