Un martillo nunca podrá, obviamente, ser la herramienta adecuada para cualquier propósito, pero si sólo tenemos eso a mano nos forzará a utilizarlo a toda costa provocando algún inconveniente o desastre, sin considerar otras opciones como la de no utilizar ese medio, que sería la mejor solución.
sábado, 5 de junio de 2021
La ley del instrumento o El martillo de Maslow
Un martillo nunca podrá, obviamente, ser la herramienta adecuada para cualquier propósito, pero si sólo tenemos eso a mano nos forzará a utilizarlo a toda costa provocando algún inconveniente o desastre, sin considerar otras opciones como la de no utilizar ese medio, que sería la mejor solución.
viernes, 4 de junio de 2021
De la leche que mamamos y la OMS
El doctor Florencio Escardó (1904-1992), pediatra argentino, fue un buen discípulo de Hipócrates. Solía aconsejar a las madres, según se cuenta, “lleve a su hijo a la plaza y a los cumpleaños”, y cuando éstas le replicaban “Pero está lleno de bacterias y virus”, respondía con buen criterio médico: “Por eso mismo, señora, es que debe llevarlo”.
Daba a entender así este predicador del sentido común que la mejor manera de inmunizarse contra virus y bacterias es exponiéndose a ellas, como siempre se había pensado. Consideraba también el ilustre pediatra argentino que el miedo y el abandono enfermaban mucho más que los virus y las bacterias, y que el juego era una función tan vital para los niños como la respiración y la nutrición.
No sé si llegó a decirlo alguna vez, pero si no lo dijo seguramente que hubiera hecho suyo el célebre verso de Wordsworth de que “el niño es el padre del hombre”.
El doctor Florencio Escardó y un niño
Lo que sí nos ha dejado escrito, bajo su pseudónimo literario de Macramé de Piolín es una serie de artículos periodísticos titulados “¡Oh!”. Entresaco de allí algunas de sus ocurrencias, es decir algunas de las cosas que le han salido al paso sobre el particular de la lactancia materna:
De ¡Oh! Los niños: Los niños son un producto de la sociedad de consumo. Cuando nace un niño, nace un consumidor... Los niños son anarquistas. Y por lo tanto antisociales. Practican un individualismo atroz. Exigen una madre para cada uno... Algunos agitadores profesionales exigen para ellos leche barata. Pero a los chicos de la leche lo que más les interesa es el envase. Por eso prefieren la humana.
Publicidad de Nestlé
De ¡Oh! Los envases: Desde que el hombre viene al mundo lo asedian los envases. Si tiene suerte le ofrecen el alimento en el más natural de todos. Si no la tiene se lo dan en mamadera. La mamadera es un seno no conyugal. Impar. Y con usufructuario único. El biberón es el envase del complejo de Edipo. Que se llama mamadera si el bebé es pobre. Y biberón si es rico. La mamadera la puede administrar "una chica". Pero el biberón siempre lo da una "nurse". Se llama nursery al zoológico de los recién nacidos. Son habitaciones de vidrio. Que sirven para separar al bebé de su mamá. A la que tuvo para él solito durante nueve meses. No hay que dejarlo abusar. La nursery es el envase de la crueldad. Inventado por los parteros que cuando hablan del niño lo denominan "el proyectil”.
El boticario suizo Henry Nestlé había inventado en 1867 la leche en polvo para bebés, elaborada con leche de vaca deshidratada y cereales, pero el auténtico 'boom' de este producto vendría casi cien años después, tras la Segunda Guerra Mundial, merced a una campaña de publicidad agresiva y mentirosa. Al parecer, en los años cincuenta y sesenta la OMS y muchas asociaciones médicas y de enfermería lanzaron una alerta sanitaria criticando la lactancia materna alegando que las aréolas de los pezones de las madres contenían gérmenes y bacterias que infectaban a los bebés lactantes. La industria de la alimentación infantil convenció así a medio mundo de las excelencias de su producto, con el argumento de que la leche en polvo era mejor que la materna, lo que luego se demostró que era falso. Al mismo tiempo que aquella alerta sanitaria aparecía en el mercado el producto salvador: la leche en polvo S 26, “nutritiva y saludable” detrás de la que se encontraba la Empresa Nestlé.
No pocas madres, que siempre quieren lo mejor para sus hijos, alarmadas, dejaron de amamantar, destetando a las tiernas criaturas antes de tiempo. Detrás de este bulo se escondía, no cabe duda, Nestlé, que había pagado a dichas asociaciones, para lanzar al mercado la leche maternizada que liberaba a las mujeres de tener que amamantar a los bebés. La publicidad de Nestlé rezaba: "When the Stork has brought the Baby, Nestlé's Food will keep the Baby" (Cuando la Cigüeña ha traído al Bebé, la Comida de Nestlé mantendrá al Bebé).
La doctrina de la OMS es hoy en día muy otra, acérrima defensora como es en la actualidad de la lactancia materna durante los seis primeros meses de vida. No encuentro ninguna huella que pueda rastrearse en internet de que en aquellos años la OMS desaconsejara la lactancia materna. Sin embargo, aunque no puedo atestiguarlo, no me extrañaría mucho que haya sido esa su postura, que hoy no lo es, habida cuenta del doble discurso que practica constantemente esta organización, capaz de afirmar una cosa y, acto seguido, la contraria.
La OMS, en efecto, ha rechazado en la actualidad, según declaraciones de su Director General, el señor Tedros Adhanom, la estrategia de la inmunidad colectiva frente al virus coronado porque sería poco ética y produciría muertes innecesarias (sic), afirmando torticeramente que la inmunidad colectiva se logra protegiendo a las personas de un virus, no exponiéndolas a él. Y a la pregunta del millón de cómo se protege a todas las personas y no sólo a las más vulnerables de un virus sin exponerlas a él, ya se pueden imaginar ustedes la respuesta grata a los laboratorios farmacéuticos: alcanzando un umbral óptimo de... vacunación.
jueves, 3 de junio de 2021
Sólo yo, yo solo, y nadie más que yo
La esgrime el matón del colegio, que será poco después el matón del barrio, y el macarra que chulea a las putas, y todo el que se cree poseedor de la verdad.
miércoles, 2 de junio de 2021
Dos cuestiones bizantinas
¿Qué importa si el virus fue creado artificialmente y cultivado en el laboratorio de Wuhan para destruir a la humanidad como presunta arma biobacteriológica por el malvado doctor Fu-Manchú, encarnación del peligro amarillo, o tiene un origen zoonótico natural saltando de los murciélagos a los seres humanos vía pangolín?
Todavía, incluso, se discute si el virus Sars-Cov-2 ha sido aislado y puede, por lo tanto, demostrarse su existencia y si es el causante de la enfermedad llamada Covid-19... Supongamos que existe, no vamos a negarlo, y que es el agente de dicho síndrome, mejor que enfermedad. Demos estas cuestiones por zanjadas, aunque no lo estén, y afirmemos que el virus Sars-Cov-2 existe. Negarlo sería una tontería comparable a decir que Dios no existe, ya que el virus, lo haya o no lo haya, está presente para desgracia nuestra, una vez declarada su existencia por la OMS y por los medios de masificación. Admitamos, además, que es el causante de la enfermedad o síndrome del virus coronado Covid-19, como nos han hecho creer.
Se trata en todo caso de un virus y una enfermedad que no presentan síntomas muy considerables en las personas expuestas a él, que suele cursar levemente en la gran mayoría de los casos y que tiene una tasa de supervivencia del 99,8%.
Démonos cuenta de que poco importa si el virus existe realmente o no. Esta es nuestra segunda cuestión bizantina. Para nuestra desgracia existe, como Dios y todos los nombres propios, incluido el nuestro propio.
Lo que interesa, y esta no es una cuestión precisamente propia de los teólogos de Bizancio sino de cualquiera que se cuestione un poco las cosas que pasan, es la utilización política que se ha hecho y se sigue haciendo de Él -vamos a poner el pronombre de tercera persona con mayúscula teológica- para controlar a la gente obligándola a someterse a las directrices gubernamentales por su propio bien, bajo la excusa de que son "sanitarias", tales como hacer uso de mascarillas, encerrarse en casa y vacunarse para volver a la vieja normalidad.
martes, 1 de junio de 2021
"Un millón para el mejor"
lunes, 31 de mayo de 2021
T.S.E. (Tested, Safe and Effective)
domingo, 30 de mayo de 2021
"Solo cumplo órdenes"
Me hace gracia desde hace tiempo un debate que hay en la Red por su ingenuidad: si tal o cual internauta es o no un bot. Bueno, antes de seguir adelante y adentrarnos en la discusión, preguntémonos qué es un bot. ¿De dónde procede este monosílabo? Se trata, según la inevitable güiquipedia, de una aféresis, es decir de la supresión de uno o más sonidos en posición inicial de palabra: en este caso de (RO)BOT. Y robot es un préstamo del inglés robot, que a su vez está tomado del checo robota que significa ‘servidumbre y trabajo forzado’.
Patrullaba Talos la isla de Creta tres veces al día como celoso guardián del rey Minos. No dejaba entrar a los extranjeros, a los inmigrantes clandestinos, que diríamos hoy, ni a los cretenses abandonar la isla sin autorización del monarca, hasta el punto de que Dédalo y su hijo Ícaro, como se sabe, tuvieron que salir del laberinto y de la isla de Creta volando...
Era, pues, un agente del orden, celoso guardián del cierre perimetral de la isla de Creta. Arrojaba gigantescas piedras a las embarcaciones, haciéndolas naufragar y hundiéndolas como en el juego de los barcos. Si alguno se burlaba de su vigilancia, no por ello se libraba de su castigo: Talos calentaba al fuego, metáfora quizá del sol de Creta, su cuerpo metálico, que era de bronce, hasta volverse incandescente, y luego abrazaba hasta abrasar a los intrusos.
Medea y Talos, Sybil Tawse (1920)
Talos era invulnerable según se creía pero, como Aquiles, tenía su punto débil: una vena cerrada con una clavija en la pierna, que Medea, la hechicera, logró romper con su magia matando al autómata para salvaguardar a los Argonautas, y, sobre todo, a su enamorado Jasón.
Traducida al inglés la obra de Čapek, conservó la palabra que, preservada en la lengua del Imperio, se popularizó después en todo el mundo. La obra comienza con una visita a la fábrica de Roboti (plural checo de robota), donde se fabrican máquinas de aspecto humano que carecen de emociones, diseñadas para servir a las personas como esclavos y trabajar por ellas.
Jarrón que representa a Talos derramando una lágrima.
Igual que Talos, el autómata cretense al servicio del rey Minos, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no se plantean si está bien o mal lo que hacen: simplemente, cumplen órdenes, que para eso están: hacen aquello para lo que han sido programados y no pueden hacer otra cosa.
El debate sobre los bots que se suscita en la Red no es fácil de responder. Debemos decir que no somos un robot. Pero ¿y si hemos sido programados para decir eso mismo inculcándonos la creencia de que tenemos libre albedrío y somos libres por lo tanto? La cuestión revela, si escarbamos un poco en el fondo, algo aterrador, y es que todos nosotros hemos sido cuidadosamente programados y dotados de una inteligencia, por así llamarla, artificial, que se ha impuesto a la natural, que sería nuestro sentido o razón común, embutidos como estamos de prejuicios y opiniones y creencias de forma que nuestras supuestas ideas personales se parecen como las de un clon a otro, incluso la idea más contradictoria y confusa de todas: la de que los (ro)bots no somos (ro)bots carentes de sentimientos y de sensibilidad, aunque todos tengamos “nuestro corazoncito” robótico.
Si escarbamos un poco más en la etimología de la palabra checa robota, resulta que está emparentada con la alemana Arbeit “trabajo”, y ya sabemos lo que decían los nazis del trabajo: que era la libertad, que te liberaba. Y preguntémonos ahora no ya si un presunto internauta es un bot, sino si nosotros mismos, cualquiera de nosotros, internautas o no, no seremos bots, robots diseñados para hacer lo que hacemos, decir lo que decimos y pensar lo que pensamos, que es por otra parte lo que Dios manda.
sábado, 29 de mayo de 2021
Vacunódromo y entrada libre al parque de atracciones USA
No debe andar muy bien el asunto del jeringuillazo en
los Estados Unidos de América cuando para convencer a los
adolescentes de arremangarse y prestar su brazo para chutarse la primera dosis
de la inyección mágica que les hará inmortales, y que
salvará las vidas de los seres queridos que les rodean, otorgándoles el pasaporte
dorado a la gloria y la libertad, no basta con decirles que las vacunas contra la COVID-19 están
“tested”, lo cual no es cierto porque ellos mismos son los candidatos a conejillos de Indias para la experimentación que todavía no ha concluido, y son
“Safe and Effective”, Seguras y Efectivas con mayúsculas, seguridad y efectividad que no están demostradas a fecha de hoy. Tienen
que ofrecerles, además, una golosina como esta que les regalan: la entrada gratis a un parque de atracciones a cambio de dejarse pinchar por su propio "bien" y sobre todo por el de la industria farmacéutica.
Ignoro cuántos acudirían. Pero cada niño recibió, a buen seguro, su dosis a modo de
primera comunión u hostia consagrada y tanto él como su imprescindible acompañante adulto, tenía que ser uno
de sus progenitores o tutores legales, consiguieron a cambio
una entrada gratuita, reservada a los doscientos primeros inscritos, para el parque de atracciones “Six Flags Great America”. Una entrada individual a dicho parque cuesta 29,99 dólares americanos.
Mientras en España, tan poco desarrollada, solo se escucha el infinitivo y monótono “vacunar, vacunar, vacunar”, sin mayor capacidad expresiva, en la tierra de la hegemonía cultural, donde el desarrollo científico está mucho más adelantado (I+D+I: Investigación Desarrollo Innovación), a los adolescentes que están comprendidos en la franja de edad de los 12 a los 17 años, se les brinda la oportunidad de que tras la inoculación acudan en tren, taxi o coche particular al parque de atracciones Six Flags Great America de Gurnee, en el área metropolitana de Chicago, dentro siempre del Estado de Illinois, (acompañados de un adulto, matando así dos pájaros de un tiro) para que todo su cuerpo se agite y mueva en sintonía concurrente con la proteína P inoculada.

Parque de atracciones Six Flags
Los laboratorios farmacéuticos y las luminarias sanitarias han descubierto que es la mejor forma de asegurar el “agitado”, para alcanzar la óptima distribución del salvífico inoculado.
La campaña de inoculación se basa en la confianza que ellos tienen en la estupidez de esa figura central que sostiene el sistema social: el consumidor, que a estas alturas del condicionamiento o crianza, con tal de consumir, hasta a sí mismo se devora en esta "emocionante" aventura histórica.
viernes, 28 de mayo de 2021
Contra el pasaporte sanitario
En Charleroi la ciudad más importante de la Valonia, la Bélgica de habla francesa, un sencillo cartel propagandístico anima a los ciudadanos a inocularse “para comer mañana en el restaurante, me vacuno”, estableciendo un período hipotético irracional: si cumplo el requisito, puedo comer mañana en el restaurante, es decir, puedo recuperar mi vida anterior a la (falsa) pandemia; si no lo hago, no.
El sector de la hostelería se preocupa ante esta consigna difícil de digerir que exige a los clientes la obligación de presentar un pasaporte "verde" -que a modo de semáforo te da vía libre-, pase sanitario o salvoconducto de vacunación, en realidad certificado de buena conducta cívica, para acceder al comedor, lo cual introduce una discriminación significativa. Cuesta trabajo imaginar a un chef o al dueño de un restorán pidiendo el certificado de vacunación, quizá en forma de código QR en el adminículo imprescindible que es el móvil o celular, a sus clientes para autorizarles la entrada y servirles una comida.
El
sitio web dedicado a lanzar dichas proclamas se llama jemevaccine.be -"be" es abreviatura de Bélgica, aunque podría ser repetido múltiples veces la onomatopeya del balido de las ovejas camino del matadero.
En todos los eslóganes publicitarios de propaganda que han elaborado
aparece como un talismán la palabra “mañana”. Además del
citado mensaje han sacado estos otros: “Para
volver al festival mañana,
me vacuno”, “Para ver a mis allegados cuando quiera mañana,
me vacuno”, “Para quedar con mis amigos mañana,
me vacuno” y también: “Para respirar mejor mañana,
me he vacunado hoy”. Como decía Lope, “¡Oh
dulces desvaríos! / Siempre mañana, y nunca mañanamos”. ¿Por qué no nos preguntamos por qué no podemos hacerlo hoy mismo y hemos de esperar al incierto día de mañana? ¿Qué o quién nos lo impide?
La campaña es sintomática de un totalitarismo delirante que avanza a pasos gigantescos con la complicidad de los que se prestan como cobayas humanas al experimento. La propaganda del Régimen nos promete un futuro halagüeño de vino y rosas que en realidad es una vuelta al pasado sólo para los que se vacunen. No hace falta decir que es un chantaje. Comprobar el estado de vacunación de una persona plantea serias cuestiones de violación de la privacidad de su historial médico, y además plantea la cuestión de quién debe supervisar dicho requisito. ¿Se nos pide a los ciudadanos que nos controlemos los unos a los otros, convirtiéndonos en policías del prójimo? ¿Será la policía la encargada que se limita, como siempre, a hacer el trabajo sucio de cumplir órdenes sin cuestionárselas?
jueves, 27 de mayo de 2021
La prueba del diablo
Pedir la demostración de algo que no puede demostrarse tiene nombre entre nosotros, se llama ‘diabolica probatio’, la prueba del diablo o Devil's proof en la lengua del Imperio, y se estudia en primer año de la carrera de leyes. En el campo del derecho se adoptó el principio general de que la carga de la prueba corresponde a quien acusa, es decir, a quien afirma algo, no a quien lo niega: «ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat; negatiua non sunt probanda», según la máxima heredada del derecho romano: ‘le incumbe la prueba a quien afirma, no al que niega; los hechos negativos no se prueban’. Es lo que se ha denominado con el latinajo onus probandi o carga de la prueba. De ahí arraiga nuestra maltrecha presunción de inocencia.
Establecer una prueba negativa es lo que los juristas de la baja Edad Media calificaban como prueba «diabólica». Quizá la expresión surja del dicho: “Prueba que no existe el diablo”. Nos están exigiendo una prueba negativa: alguien debe demostrar, por ejemplo, que no es algo que se considera repulsivo y merecedor de sanción, según las costumbres de la época, un poseso por ejemplo, o un enfermo asintomático con lenguaje de hoy.
Dado que los procedimientos judiciales de la Inquisición española no respetaban la presunción de inocencia de los acusados, a la prueba diabólica se la denominó también prueba inquisitorial. Si el acusado confesaba su culpabilidad era, por supuesto, culpable, pero si no lo hacía, incluso sometido a tortura, era porque el diablo le daba fuerzas sobrehumanas y demoniacas para soportarlo, y también era culpable. No había forma de probar la inocencia una vez que había recaído la acusación de culpabilidad, como si uno estuviera estigmatizado por el pecado original de por vida.
Aunque no hay pruebas fehacientes que demuestren la existencia del diablo, tampoco se puede probar que el diablo no exista, de lo que podría deducirse frívolamente su existencia: si no hay pruebas de que no existe es porque existe y las ha destruido. De ahí la broma magistral de aquel predicador de uno de los poemas en prosa de Baudelaire: ¡Queridos hermanos míos, no olvidéis nunca, cuando oigáis pregonar el progreso de las luces, que, la más inteligente de las tretas del diablo es persuadiros de que no existe!
No se le puede pedir a nadie, por ejemplo, que demuestre la inexistencia de seres extraterrestres. Lo que hay que demostrar, en todo caso, es su existencia, que hipotéticamente es posible si se presentan las pruebas adecuadas. Pero es metafísica- y lógicamente imposible probar su inexistencia. De ahí que algunos deduzcan apresuradamente a sensu contrario que los extraterrestres existen, lo que sirve para alimentar creencias irracionales en la ufología y cosas por el estilo.
Por su naturaleza racionalmente perversa, este tipo de prueba de Satanás es rechazada por los tribunales modernos de Justicia dado que supone una inversión de la carga de la prueba. También debe excluirse de cualquier razonamiento lógico que pretenda probar la inexistencia de algo. Lo que hay que probar siempre es la existencia, no la inexistencia, y en el caso de los tribunales de justicia la culpabilidad, no la inocencia.
En este sentido son apasionantes las recientes discusiones sobre la existencia del virus, porque con la sola mención de la palabra “virus” y del verbo “existir”, aunque sea para negarlo diciendo “el virus no existe”, ya estamos afirmando algo y dándole carta de naturaleza.
De algún modo es el argumento ontológico de san Anselmo, referido a Dios, que es el Ser por excelencia, el ente realísimo. Cuando un ateo dice “Dios no existe” está, paradójicamente, sacándolo a relucir como el conejo o la paloma que saca el mago de su chistera o de la manga. A pesar de que el verbo existir se inventó precisamente para un único sujeto en principio que era Dios, ahora puede utilizarse cualquier sustituto o sucedáneo como suplente en su lugar, pero siempre caeremos en la misma contradicción al negar su existencia. Habría que decir “No hay Dios”, que es la fórmula popular del ateísmo, pero ahí es donde vendría san Anselmo a decirnos que si no hay Dios en nuestro corazón descreído, hombres que somos de poca fe, hay un sitio por lo menos donde sí hay Dios: en el diccionario y en la Biblia.























