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sábado, 7 de mayo de 2022

Viajar ¿para qué?

    ¿Qué necesidad tiene uno de viajar y de meterse en un medio de trasporte como es el avión, donde los pasajeros van apelotonados como si fueran sardinas enlatadas?  ¿De qué puede servirle a alguien viajar? ¿De evasión? ¿Acaso de distracción momentánea? Efectivamente. Y de poco más que eso. El viaje, desde luego, ya no sirve para conocer un mundo que es cada vez más homogéneo, y más igual a sí mismo, donde Oriente se ha desorientado, nunca mejor dicho, y ha acabado occidentalizándose. El viaje, por lo tanto, ya no existe: ha sido sustituido por el turismo, que es una de las industrias que más capital mueve. 
 
    Desengañémonos, ya no hay viajes: lo único que hay, y mucho, es turismo, que viene del francés “tour”, sí, como el “tour” de Francia, y que significa “vuelta”: porque el turista es el que da vueltas, más vueltas que un tonto, y más vueltas todavía hasta descubrir un buen día en el mejor de los casos que no va a ninguna parte dando tantas vueltas como da, que es como una peonza que siempre está girando sobre sí misma en el mismo lugar. 
 
"Tourist go home, you are the terrorist".
 
    El viajero de verdad, por el contrario, no sabe a dónde va, a diferencia del turista que conoce muy bien el destino al que se dirige antes de emprender el viaje, del que podría muy bien prescindir pues no va a aportarle nada que no sepa ya.   Cuando viajamos cambiamos de paisaje y paisanaje, pero nosotros no cambiamos por el mero hecho de trasladarnos: sólo cambia el lugar donde nos encontramos, nuestra posición en el espacio, no nosotros mismos. 

    Hay un pensamiento de Pascal muy oportuno a este respecto. Dice que ha descubierto que toda la infelicidad humana radica en no saber estarse quietos en un lugar: “ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre”, literalmente: no saber permanecer en reposo en una habitación

    La necesidad de movernos, de no parar quietos, de no saber estar tranquilos en ningún lugar, de ser como el gato hiperactivo que cuando está fuera quiere entrar y cuando está dentro quiere salir, igual que la mosca cojonera tras el cristal, nos obliga continuamente a ponernos en circulación y a trasladarnos de un lugar a otro sin descanso. 
 
Fotografía de uno de los viajes del IMSERSO
 
     Le pasaba al poeta Horacio, que hablando de sí mismo, reconocía: "Romae rus optas; absentem rusticus urbem / tollis ad astra leuis." Lo que viene a decir algo así como: Quieres en Roma el campo; ya rústico, la urbe lejana, / frívolo, subes al cielo. Cuando estaba en Roma echaba en falta la paz y el silencio del campo, y cuando se hallaba en la campiña, donde disponía de una cómoda residencia regalo de Mecenas, añoraba el ajetreo y el bullicio de la gran ciudad. No estaba contento en ningún lugar disfrutando de sus ventajas, sino que echaba siempre en falta las que no tenía en ese momento. Le pasaba a él y nos pasa a nosotros, los modernos.

    ¿De qué le sirve a uno viajar, aparte del hecho de hacer turismo, algo que ya está hecho antes de hacerlo, porque el turista sabe lo que debe ver, lo que debe comer, las fotos que debe tomar para asegurarse de que ha estado en el destino al que se dirigía? De eso se aprovechan las agencias de viaje del capital privado y el propio Estado en programas de termalismo y turismo como los que organiza el IMSERSO en España para engañarnos como a bobalicones y vendernos sus paquetes turísticos. Y, sin embargo, ya lo cantó Baudelaire: “Amer savoir celui qu' on tire du voyage”. ¡Cuánta razón tienen los poetas!: Saber amargo aquél que se saca del viaje. Un saber que deja mal sabor de boca al descubrir que el viaje es un engaño de las angencias del gremio respectivo y del Estado que lo promocionan.

    Ya se lo decía Séneca a su querido Lucilio, que era como su alter ego, en la carta número 28 de su voluminosa correspondencia, cuyo titulo podía ser: "Nadie huye de sí mismo": ¿Que esto a ti solo, piensas, te ha pasado y te extrañas como de cosa nueva de que con tan largo viaje y con tantas mudanzas de parajes no te has sacudido la tristeza y el agobio de tu alma? Hoc tibi soli putas accidisse et admiraris quasi rem nouam quod peregrinatione tam longa et tot locorum uarietatibus non discussisti tristitiam grauitatemque mentis? Debes cambiar de mentalidad, no de atmósfera. Animum debes mutare, non caelum. Aunque cruces el anchuroso mar, aunque como dice nuestro Virgilio, “tierras atrás y ciudades se alejen” te seguirán a donde quiera que vayas tus vicios. Licet uastum traieceris mare, licet, ut ait Vergilius noster, terraeque urbesque recedant, sequentur te quocumque perueneris uitia.  
 
  
    (Si no nos gusta demasiado la traducción moralizante de "vicios", podemos decir más sencillamente: "problemas, preocupaciones". La sombra, metáfora de la negra cuita, como cantó el poeta Horacio, siempre acompaña al jinete que galopa huyendo de sí mismo: post equitem sedet atra cura. Pero sigamos leyendo lo que Séneca le escribe a su amigo Lucilio:)
 
    A uno que se quejaba de eso mismo Sócrates le dijo:¿Por qué te extrañas de que no te valgan de nada los viajes, cuando te pones en circulación? Hoc idem querenti cuidam Socrates ait, 'quid miraris nihil tibi peregrinationes prodesse, cum te circumferas? Te agobia la misma causa que te obligó a partir.” premit te eadem causa quae expulit'. ¿En qué puede reconfortarte la novedad de las tierras? Quid terrarum iuuare nouitas potest? ¿Qué el conocimiento de ciudades y paisajes? quid cognitio urbium aut locorum? A nada va a parar ese trajín. in irritum cedit ista iactatio. ¿Quieres saber por qué no te consuela esa huida? Quaeris quare te fuga ista non adiuvet? Huyes contigo mismo. tecum fugis.
 
    Una de las quejas más frecuentes de los destinos turísticos consiste en decir que había muchos turistas, como si quienes lo dicen no fueran igualmente turistas, como si quisieran encontrar algo auténtico y no, como suele decirse, para turistas.  Por eso hay tantos turistas, pero ningún viajero, porque el viajero de verdad no sabe a dónde va, mientras que el turista sabe muy bien a dónde va: al mismo hotel, al mismo restorán, al mismo país, al mismo sitio siempre.
 

 
    Cualquier cosa les vale a los turistas, como la fotografía de arriba a lado de la pintada 'tourists go home'; son como esponjas que absorben  y se enorgullecen de todos los residuos y nocividades con tal de que entre ellos se incluyan sus imágenes.
 

martes, 9 de junio de 2020

Dos apuntes

Efecto nocebo
El efecto placebo (“agradaré” en latín), por el que conferimos a una sustancia generalmente inocua poderes curativos inexistentes en la realidad pero funcionales en nuestra imaginación, tiene su contrario, el efecto nocebo (“perjudicaré” en latín), que le confiere a una sustancia igualmente inofensiva unos poderes malignos y perjudiciales para nuestra salud que no posee. Ambas formas son futuros imperfectos que expresan, por lo tanto, no un tiempo futuro que, como tal no existe, sino un deseo (el placebo) y un temor (el nocebo), pero no una realidad, nunca un hecho futuro porque no hay, por definición, hechos futuros. El futuro no es más que el fruto de nuestro deseo o de nuestro temor. Existir, existe, porque lo creamos nosotros con nuestras expectativas y temores. Pero no nos engañemos. Haber, no hay futuro.




¿Viajar o hacer turismo?

Hoy ya no se viaja para descubrir territorios ignotos, terra incognita de nuevos mundos, ni islas vírgenes y paradisíacas, porque hemos descubierto que no existen los paraísos. Cualquiera puede ver en cualquier momento en la pantalla de su teléfono móvil imágenes del rincón más recóndito del mundo. Hoy, en realidad, ya no se viaja. Sin más. Se hace turismo, que no es lo mismo que viajar. El primer descubrimiento que hace el turista es que no existe el viaje. El viajero de verdad, el viajero romántico, no sabía a dónde iba, viajaba para descubrir lo que nadie había visto nunca y él no conocía. El turista de hoy se traslada para ver lo que ya han visto y documentado los demás y lo que él ya conoce antes de verlo. Se hacen públicos los traslados -no vamos a decir viajes, por lo tanto- en las redes sociales para demostrar que existe el movimiento y que soluitur ambulando, se demuestra andando, lo que es falso. Andando puede mostrarse pero no demostrarse el movimiento, pero ya hablaremos de Zenón de Elea en alguna otra ocasión... 


Templo de Posidón en el cabo de Sunio con la luna roja de fondo.

El viajero romántico podía extasiarse como lord Byron con la puesta de sol en el cabo de Sunio en Grecia. El turista del siglo XX, cámara japonesa en ristre, tomaba una fotografía del evento para contemplarla tiempo después en casa, con lo que se perdía el espectáculo que fascinó a Byron y que él posponía en el momento de retratarlo, porque no miraba lo que estaba viendo. El turista actual del siglo XXI da la espalda al majestuoso sol poniente en la línea del horizonte donde se confunden el cielo y la mar salada, y con su teléfono siempre a mano se hace eso que llaman un selfi autista o autorretrato, que acto seguido publica en todas sus redes sociales para mostrar dónde está en sus redes sociales: el centro de la imagen no es la puesta de sol ni el templo de Posidón, que quedan en un segundo plano, sino el careto sonriente del fotógrafo que parece que quiere decirnos que él está allí y nosotros no, como si quisiera darnos envidia. Pero lo malo de esa costumbre narcisista de hacerse selfis y publicarlos en las redes sociales es que se ha generalizado a todos los ámbitos de la vida privada y de nuestra rutina cotidiana.