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viernes, 12 de mayo de 2023

Promesas electorales

     Puedo prometer y prometo, decía aquel presidente de cuyo nombre no quiero acordarme, artífice de la transición política española que hizo que todo lo que había quedado atado y bien atado según el decrépito dictador cambiara para seguir estando bien amarrado y siendo lo mismo, de forma que sólo hubiera un cambio nominal de régimen que de dictadura pasaba a democracia de la noche a la mañana: el mismo chucho viejo con un nuevo collar resplandeciente.

    El caso es que los candidatos prometen, vuelven a prometer y no hacen más que prometérnoslas y prometérselas muy felices: Como dice el vulgo con un refrán soez y picarón: Prometen hasta meter, y una vez que la han metido, olvidan lo prometido

    Su modus operandi es: Antes de meter, prometer. De hecho la palabra 'prometer' tiene, por algo será, las mismas letras que 'por meter'.

    También hay una relación etimológica entre ambos términos, dado que 'prometer', derivado del latín promittere, es un compuesto de 'meter', latín mittere, con el prefijo pro- que indica antelación (antes de meter) y finalidad (para meter). 

    Asimismo, la palabra 'promesa' es el antiguo participio de 'prometer', derivado del latín promissa, que se regularizó como 'prometida', parecido a lo que sucede con el compromiso y el comprometido.

      Critica el refrán popular, volviendo a él, con picante doble sentido, a los lengüilargos que ofrecen el oro y el moro con tal de conseguir el voto, y una vez logrado su objetivo que es la introducción en la urna olvidan, manicortos, sus promesas, como el hidalgo aquel o escudero, según otros, de Guadalajara que mucho prometía por la noche y por la mañana, nada de nada... o como aquel otro, que dice el vulgo: Mucho prometéis, don Diego; señal de no cumplir luego. 
 
    El caso es que nuestros políticos profesionales ahora que se acercan las elecciones autonómicas de los reinos de taifas y municipales no hacen nada más que prometer y prometer:  reducción de las listas de espera de la Seguridad Social, rebajas fiscales, ayudas para los jóvenes como el interrail a mitad de precio para que viajen por toda Europa, regulación de los alquileres... 

     Ya lo dice el pueblo, ese gran escéptico: prometer hasta meter, y una vez metido (el voto en la urna), nada de lo prometido, y aunque ya se sabe que “lo prometido es deuda”, también se sabe que todas las promesas (sobre todo las electorales) se las lleva el viento. 

    Lo que el pueblo no quiere son realidades, la dura, cruda y puta realidad, epíteto este último de 'puta' que es el que más le conviene a esa dama, como cantaba valientemente Mónica Naranjo en su Sobreviviré allá por el año 2000: Y cada amanecer me derrumbo al ver / la puta realidad. Por eso los candidatos, que saben que nadie en su fuero interno acepta la realidad, le ofrecen al pueblo convertido en electorado su catálogo interminable de promesas, le seducen con la palabra cambio, change en la lengua del Imperio, que al final no es más que recambio como veíamos al principio con la transición española: las cosas van a cambiar, la realidad va a dejar de ser lo que es, va a dejar de ser real y va a convertirse en lo que, por otra parte, aunque no nos hayamos percatado mucho, no ha dejado nunca de ser: en ideal, el ideal que es y que, por eso mismo, no puede ser y además, como decía el otro, es imposible.

 
Al recibo de la tarjeta censal...