Me entero de que el hijo de Lucy la pastelera ha publicado un poemario que se titula “Poesías de combate”. Según la noticia del periódico local se trata de “versos libres que no guardan una métrica”, lo que ya me parece mala cosa: versos libres de las ataduras rítmicas y prosódicas que los convierten en versos, o sea, prosa corriente y moliente, vulgar, escrita en renglones truncados.
Cuarenta poemas, en palabras del autor, que constituyen “una poesía urbana de lenguaje punk y cotidiano pero agresivos para romper la idea frágil del poeta convencional”. Me recuerda a la poesía llamada social de un Gabriel Celaya, por ejemplo, que se cultivó en España durante la dictadura, y que cantaba Paco Ibáñez, aquella poesía concebida como un arma "cargada de futuro", cargada y por lo tanto condenada a la maldición del futuro que nadie ha visto nunca ni verá, y al compromiso político con el "partido" hasta mancharse a lo Jean Paul Sartre las manos: Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Recuerdo a su madre, a Lucy la pastelera, una mujer que siempre, según sus propias palabras, lo había visto todo negro, y no sin razón, pero que cuando se casó comenzó a verlo todo blanco, como si hubiera caído una copiosísima nevada. Siempre me pareció esto tan simple, que imaginaba yo su noche de bodas, su luna de miel, vestida como novia de blanco impoluto, y rodeada de un merengue empalagoso y pastelón que salía de la manga pastelera de su marido y que caía en forma de copos de nieve resplandeciente sobre el lecho nupcial donde se consumaba el matrimonio del que nueve meses después nacería puntualmente el poeta roquero y maldito que, como reacción contra el optimismo materno, iba a verlo todo negro y a protestar por ello, y a combatirlo con sus presuntos versos, rompiendo con "la idea frágil del poeta convencional".
Tanto la madre optimista como el vástago pesimista y poeta social roquero olvidan que las cosas no suelen ser de ordinario ni tan blancas ni tan negras, sino todo lo contrario. Y no unas veces una cosa y otras otra, sino las dos cosas a la vez y al mismo tiempo, por lo que no hay muchas razones ni para el optimismo ni para el pesimismo, porque no se sabe.