Hace algo más de un siglo ya, y antes de la primera guerra mundial, la publicación semanal francesa Le libertaire sacó el 2 de octubre de 1910 un artículo "À bas les Casernes!" (¡Abajo los Cuarteles!) de Anna Mahé en forma de carta de una madre a su hijo que había cumplido la edad de incorporarse a filas, que le supuso a la autora un proceso judicial por injurias al ejército del que salió finalmente absuelta al ampararse en el derecho a la libertad de expresión.
Una madre a su hijo:
Ha llegado la hora tan temida de las madres: el Cuartel abre sus puertas de par en par a los jóvenes de veinte años.
Hace veinte años que soy madre.
Tú estabas ahí, tan frágil, con una vidita algo vacilante, subordinada a los deseos de los que te rodeaban y ya llegó un hombre, el médico del estado civil, y dijo:
-¡Es un futuro defensor de la Patria!
Tú, el pequeño inofensivo y desarmado, eras el futuro artesano de la obra de la muerte, eras, criaturita rosa salida de mí, carne de cañón para el futuro.
Hace veinte años de eso.
Hoy, apto para el Cuartel, apto para la servidumbre, apto para el crimen, apto para el matadero.
Las demás se limitan a llorar. Yo, yo no me resigno a eso.
He querido hacer de mi hijo un hombre íntegro, inteligente y bueno, orgulloso y libre.
Los que nos gobiernan quieren hacer de él un esclavo, un cobarde, un asesino, o, en caso de rebeldía, una víctima.
¿En nombre de qué?
Te han dicho: “Ha llegado la hora de pagar tu deuda a la Patria. Joven, debes ignorarte a ti mismo, doblegar tu voluntad a la voluntad de otros hombres. La única cualidad que se te exigirá será la obediencia, pero una obediencia pasiva. Serás el instrumento, el autómata que hacemos funcionar a capricho. Tu papel es hermoso. Eres un defensor de la Patria”.
¿La Patria?
Es decir, una porción de tierra delimitada por unos hombres y más allá de la cual comienza otra patria donde viven otros hombres semejantes, con necesidades iguales. Aquí Francia; veinte metros más allá Bélgica, Alemania, Suiza, Italia o España.
La madre Patria, la buena madre a la que el pobre debe pagar su ¿deuda? más aún que el rico, a la que los poetas han cantado. La patria es un engaño, tú lo sabes. Sabes que los alemanes, los rusos, los chinos, los negros y los pieles rojas son hombres, y que el único enemigo es el amo, el que sobre su semejante ejerce su autoridad.
Así que ¿qué irías a hacer tú en el cuartel?
Piénsalo bien: el cuartel es el inevitable colapso moral, es la camareta del dejarse llevar, la suciedad física e intelectual, los malos hábitos contraídos para siempre quizá...
El cuartel es la obediencia pasiva a todas las órdenes, por ineptas que sean. Es el envilecimiento, es la abdicación de la voluntad.
El Cuartel es la escuela del asesinato, donde se elabora la defensa del Capital por el Trabajo; donde se lleva a los trabajadores de ayer hacia los huelguistas diciendo: 'Disparen”.
El cuartel, cuando uno no sabe plegarse, es la antesala de Biribí. (en argot militar, las antiguas compañías disciplinarias del norte de África a donde destinaban a los soldados condenados, n. del t.).
El cuartel es toda la podredumbre, todas las taras, todas las vergüenzas, todos los crímenes.
¿Has pensado solo por un momento que podrías abdicar de tu personalidad hasta el punto de someterte al yugo del militarismo,? ¿Has pensado en aprender el oficio de asesino sin rebelarte?
Mi orgullo de madre se niega a creerte capaz de ese compromiso.
Antes que verte degradado, envilecido por la disciplina, rebajado a las faenas inmundas de un asesino, prefiero no volver a verte nunca más, hijo mío querido.
¡El mundo es grande! Y la posible miseria es preferible a la miseria moral que te esperaría allí, en ese cuartel donde los hombres encierran a los hombres para entrenarlos en obras de muerte.
Una madre. Para copia certificada. A. Mahé.