El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en la Cumbre de la OTAN celebrada en Guásinton en el pasado mes de julio, presentó de la siguiente guisa al presidente de Ucrania: And now I want to hand it over to the president of Ukraine, who has as much courage as he has determination, ladies and gentlemen: President Putin «Y ahora quiero darle la palabra al presidente de Ucrania, que tiene tanto coraje como determinación, señoras y señores: el presidente Putin». Tras un silencio y miradas de pánico entre los líderes asistentes, como el canciller alemán, enseguida se corrige.
Ha cometido un lapsus linguae bastante significativo, confundiendo los dos nombres propios de los presidentes: Putin y Zelensky. Un lapsus que, como dice la gente, puede cometerlo cualquiera: a todos nos ha pasado alguna vez. A fin de cuentas los dos son presidentes y los dos son extranjeros y, si me apuran, hasta se llaman igual: Vladimir el ruso, Volodimir el ucraniano, un nombre propio de origen eslavo antiguo que significaba algo así como "gobernante o propietario del mundo y/o de la paz", que castellanizamos como Baldomero.
Y en el fondo, da igual uno que otro. Sus nombres propios son perfectamente intercambiables, como al fin y a la postre, lo son todos los antropónimos o nombres propios de las personas. Y es que por un lado creemos que el individuo es único, singular e irrepetible, y que por lo tanto no se puede confundir a uno con otro, sería un error imperdonable porque son esencialmente distintos, pero por otro lado se nos impone la creencia contraria de que yo soy, como cualquiera, uno de tantos, uno entre los otros del montón, que tiene también el mismo derecho que yo a decir “yo”. En este sentido somos todos iguales e intercambiables como elementos de un conjunto homogéneo. Por un lado no pueden confundirse dos personas distintas como los señores Putin y Zelensky, pero por otro son la misma persona, y eso explica el lapsus linguae del presidente de los Estados Unidos y de cualquiera de nosotros que podemos cometerlo. Lo que salta a la vista enseguida es que estas dos creencias entre las que nos debatimos son claramente incompatibles entre sí. Sin embargo, en la ilusión de su compatibilidad, impuesta a todos en general y a cada uno en particular, se funda este orden en el que decimos que vivimos.
Era este el primer discurso desde el lamentable, dicen los que lo vieron, debate electoral con el otro candidato a la presidencia norteamericana, en el que no iba a utilizar teleprónter o teleapuntador electrónico, por lo que todo el mundo estaba expectante a ver si el anciano senil cometía algún desliz. Y claro, el vejete gagá metió la pata y confundió al amigo con el enemigo.
Los comentaristas dicen que resulta ya penoso. Y las agencias de verificación de hechos no pueden ocultar ya la demencia y el deterioro cognitivo del anciano, por más que algunas como Newtral, dirigida por una conocida periodista española, se hayan empeñado en desmentirlo.
Pero él parece dispuesto a seguir en el cargo, como dijo en su primera entrevista tras el calamitoso debate, atrincherándose en su determinación de seguir como candidato: "Solo si el Señor todopoderoso me dijera que abandonara lo haría". Pero el Señor todopoderoso parece que ya ha hablado: el electorado y, sobre todo, los patrocinadores no quieren que siga al frente, no quieren que sea su candidato, porque su demencia, ha puesto de manifiesto la demencia de la realidad: que el amigo y el enemigo que él ha confundido son el mismo, y que todos, tan distintos como parecemos y nos creemos, somos idénticos e iguales.
Pero él, terco como una mula, defendió su candidatura proclamando, no sin razón que «La edad te da sabiduría». A fin de cuentas, qué mas da. En eso tiene razón. Los que mandan son los más mandados.
Me permito en este punto traer a cuento dos reflexiones de Marguerite Yourcenar tomadas de Los archivos del norte sobre la infancia y la vejez: “Cuanto más vieja me hago, más me doy cuenta de que la infancia y la vejez no sólo se conectan, sino que son los dos estados más profundos en los que se nos permite vivir. Revelan la verdadera esencia de un individuo, antes o después de los esfuerzos, aspiraciones, ambiciones en la vida”, y esta otra frase: “Los ojos del niño y los ojos de la vieja miran con la franqueza tranquila de quienes aún no han entrado al baile de máscaras o ya lo han dejado. Y todo el intervalo parece una conmoción vana, una agitación vacía, un caos innecesario por el que te preguntas por qué tuvo que pasar.” Sin duda, el presidente norteamericano está ya a punto de abandonar el salón donde se celebra el baile de máscaras.
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