Hay en el blog de Miguel Lizano Ordovás una estupenda entrada sobre las faltas de ortografía, que comienza así: “Ensalada
 mista”, leo en el menú del bar de la esquina. ¿Falta de ortografía? Tal
 vez, pero hay otra cosa más interesante: Si esa palabra se pronunciara 
como los bustos parlantes y los políticos creen, o sea "miksta", ¿cómo 
se le iba a ocurrir a nadie escribir “mista”? Si el camarero del bar de 
la esquina lo ha escrito así, es, obviamente, porque él así lo dice. Es 
decir: porque él así oye la palabra. Lo mismo que yo, por otra parte. 
Y lo mismo que cualquier hablante español, añado yo, que no sea un pedante o un locutor televisivo.  Y lo mismo que el lingüista venezolano don Andrés Bello, que aconsejaba, con muy buen criterio,
reemplazar la “x” por “s” ante consonante y escribir, por ejemplo esplicar y estraño en lugar de las formas restituidas por la etimología explicar y extraño, como había sucedido en italiano donde se escribe y se dice: insalata mista.  Pero la Real Academia Española de la Lengua se negó en 1864 a tomar esa iniciativa porque “so color de suavizar la pronunciación de aquellas sílabas se desvirtúa y afemina” (sic, literalmente por lo de afemina).  
Pero incógnita matemática:
 ¿de dónde nos viene esa misteriosa letra equis que el camarero del bar 
ha sustituido no sin razón por una ese? Pues como casi todo lo bueno y 
lo malo que tenemos: del latín y el griego. 
La
 letra equis procede del abecedario latino, que a su vez deriva de un 
alfabeto griego occidental, que por su parte deriva del hebreo, que los romanos tomaron prestado vía etrusca.
 El latín adoptó este grafema y a diferencia de otros que tenían un valor monofonemático le dio a este un valor 
difonemático, es decir, reflejaba en la escritura dos fonemas: uno 
oclusivo gutural y otro silbante /k/+/s/. 
La
 anomalía de utilizar un solo signo para dos fonemas se remonta, por lo 
tanto, al alfabeto griego, donde no es el único caso por otra parte. 
Es curioso, por otro lado, que la “x” sea la única letra de nuestro 
abecedario que no conserve en su nombre el sonido que representa /ks/, 
aunque en latín sí que lo representaba, ya que se denominaba “ix”. 
¿Cómo
 evolucionó esta equis latina en castellano medieval? Pues se palatalizó
 enseguida convirtiéndose en algo parecido a la “ch” francesa o al “sh” 
inglés actuales, es decir, en un sonido similar al de cuando chistamos 
para imponer silencio, hasta que en el siglo XVII evolucionó a 
fricativa, es decir, comenzó a pronunciarse como una jota actual, aunque
 se seguía escribiendo equis todavía: Ximena, Quixote, texer, 
cosa que a veces da lugar a algún que otro equívoco y gracioso 
malentendido, como cuando alguno ve escrito “México”, que es una grafía 
arcaizante, y lee /méksiko/, como oí una vez a un profesor español de 
Geografía e Historia, en vez de /méjiko/, que es como debe 
pronunciarse. 
Poco
 a poco, pues, comenzó a usarse la grafía actual “jota”, por lo que la 
letra equis quedó vacante y hubiera desaparecido de no ser por los 
numerosos cultismos latinos que la contenían como sexo, máximo, explicar, etc., y sobre todo por el empeño académico en restituir su valor difonemático para distinguir cosas como expirar/espirar, o sexo/seso.
 Pero la evolución popular de la equis latina en posición intervocálica 
hizo que pasara, como queda dicho, a jota en castellano: exemplum, verbigracia, evolucionó a ejemplo,  en castellano viejo ensiemplo, aunque en otras lenguas haya mantenido su antiguo valor, como el francés (éxemple) o catalán (exemple),  o evolucionado a ese sonora en italiano (esempio). 
Si atendemos a la evolución, por ejemplo, de la palabra latina SEXTAM, resulta que tenemos un cultismo “sexta”,
 es decir una palabra que conserva después de la apócope de la eme final
 del acusativo la equis etimológica, pero también una palabra 
patrimonial “siesta”, por la diptongación castellana de la e 
breve tónica en /ié/, donde ha desaparecido además el fonema oclusivo 
gutural previo en el margen heterosilábico, conservándose el silbante 
como cierre de sílaba. La relación semántica, por otra parte, entre 
ambos términos sexta/siesta se explica porque la sexta hora de luz solar solía ser la hora de la siesta. 
¿A
 qué se debe entonces que algunos hablantes del español puedan escribir 
cosas como la citada "mista", que un profesor de lengua castellana 
tacharía enseguida de falta de ortografía? Sería, sí, una falta de 
ortografía, pero como dice Lizano Ordovás, quien comete la falta de ortografía en este caso no es el escribiente, que es más bien la víctima, sino la Academia, que en su día no recogió la lengua que se hablaba, sino que prefirió atenerse a la grafía latina etimológica de esas palabras.
¿Quién
 es el responsable de que no se escriba como se habla y de que pueda 
haber faltas de ortografía? Obviamente la Real Academia que, fundada en 
1713, y siguiendo el criterio de restitución etimológica impone unas 
reglas ortográficas que no tienen ningún fundamento fonológico, que a su vez someten el habla a la escritura,
 de forma que lo escrito ya no refleja el habla de la gente sino que es el habla la 
que responde sumisa a los dictados etimológicos de la Academia,
 lo que no va a afectar solamente a la ortografía, sino también, y esto 
es más grave aún, si cabe, a la pronunciación de la lengua hablada, que 
se impone como corrección lingüística y política.
Concluye
 su reflexión Lizano Ordovás diciendo que las normas están para 
facilitar la vida a la gente, no para complicársela, con lo que por mi 
parte sólo puedo estar de acuerdo si lo entendemos con la debida ironía:
 debería ser así, tal vez; las normas deberían facilitarnos la vida, 
pero las reglas ortográficas desde luego no están hechas para eso, sino 
para complicárnosla todavía más innecesariamente. 









