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martes, 28 de enero de 2020

Del pin parental

Eso de "pin" es un acrónimo de Personal Identification Number (NIP en castellano: Número de Identificación Personal) y anglicismo por lo tanto, que se refiere a la contraseña compuesta por letras y/o dígitos con la que los padres (parents en la lengua del Imperio, derivado del latín parentes) restringen el acceso de sus churumbeles a determinadas pantallas de la Red Informática Universal. La expresión es sinónima de control o veto parental de lo que los progenitores no juzgan apropiado para la educación de sus tiernas criaturas.

Aclarada la etimología y sentido de la expresión, paso a ocuparme de la polvareda que se ha levantado entre los políticos profesionales, aireada y azuzada por los medios de formación de masas, acerca de si los padres pueden prohibir a sus hijos acceder a determinados contenidos que unos juzgan educativos y formativos y otros no, distinguiendo el ámbito privado de la familia, donde nada les impide hacerlo si son más expertos en informática que sus hijos en desactivar la contraseña alfanumérica y saltarse el veto, y el ámbito público de la enseñanza, donde ha surgido la polémica por la impartición de determinadas charlas relacionadas con la educación sexual a cargo de colectivos elegetebés. 

Los políticos se han enzarzado enseguida en la discusión: la Ministra de Educación ha dicho citando al poeta libanés Jalil Yibrán que los niños no son de sus padres sino de la vida, y los políticos de derechas han replicado que sus hijos son suyos y no del Estado ni de la Señora Ministra. 


Tienen en parte razón los dos, y, por consiguiente, yerran también en parte los dos, la señora Celaá y el señor Casado: los hijos son de sus padres, ya que ejercen su tutela hasta la mayoría de edad, en el ámbito privado de la familia, y son también propiedad del Estado que asume la tarea constitucional de educarlos desde el momento en que la escolaridad es obligatoria en España desde los seis hasta los dieciséis años. 

Pero hacen mal los padres en general en escandalizarse por la impartición de talleres (sic) sobre sexualidad y por creer que por asistir a una de esas charlas sus hijos van a volverse maricones de repente si no lo son, y no por el adoctrinamiento general tóxico que padecen, esa y no otra es la palabra, tanto en el currículo oculto del horario y calendario académicos, como de los contenidos curriculares que reciben sus vástagos. 

En la escuela se les enseña, por ejemplo, que las vacas nos dan carne y leche a los seres humanos, como si no fuéramos nosotros los que les arrebatamos por la fuerza la leche materna y su propia vida y la de sus terneros sacrificándolos en los mataderos. Con la ortografía, por ejemplo, que aprenden los escolares en la escuela, y que aprenden mal porque no saben colocar ni una tilde correctamente al haber perdido el oído, se les enseña en realidad a obedecer ciegamente sin entender la razón. 


Y no hablemos ya de las nociones de Historia de España (o de Catalunya, da igual para el caso), creadora de una identidad nacional ficticia como es la Historia; ni de la asignatura de Economía, que sustituye a la vieja Religión y Moral Católica, que en mis tiempos era obligatoria, ahora que se ha visto que el Dinero bajo su hipóstasis de Capital es la moderna epifanía de Dios: ni la propia Tecnología... Ahí nadie habla de objeción o veto parental: en la escuela van a aprender Ciencia, y eso es enseñanza objetiva, creen, y no adoctrinamiento subjetivo: no se dan cuenta de que la Ciencia es la nueva Religión, y que la religión,  bajo cualquiera de las formas que adopte, es el opio del pueblo, según el venerable Carlos Marx.