El portavoz
del gobierno francés, el benjamín Gabriel Attal, hablando por boca de ganso como
le corresponde a su condición gubernamental, dado que está
autorizado por su cargo a opinar en nombre y representación del
gobierno de su país, por lo que no expresa ideas o palabras propias,
sino que repite como buen pupilo, con fórmula más moderna, la voz
de su amo, que en este caso es el señor Emmanuel Macron, el monarca absoluto de la Macronía, que es en loq ue se ha convertido el país galo, declaró al
periódico Le Parisien que
el presidente del gabinete de su país planeaba “en la era
post-Covid”(sic, porque el hito determina un antes y un después) “perseguir la redefinición de nuestro contrato
social”, lo que implica, y aquí viene lo más interesante, el
establecimiento de "deberes que están por encima de los
derechos, desde el respeto a la autoridad hasta las prestaciones
sociales".
No estoy llamando ganso en el sentido moderno de la palabra al monarca de la Macronía atribuyéndole las gansadas o cualidades de torpe, patoso, desgarbado y sin gracia que el vulgo confiere, la verdad sea dicha, sin mucha razón, a este palmípedo, sino en el sentido clásico que denominaba ganso al ayo o preceptor de los niños, al pedagogo, diríamos hoy con helenismo más flagrante, como metáfora humorística dado que el ganso cuando cría a sus polluelos, muestra una actitud excesivametne vigilante y atenta, yendo siempre a la zaga de sus pupilos a los que guía a picotazos.
Una cosa es respetar la autoridad cuando obra legítimamente y otra es pretender que hay que respetarla siempre, en todo caso, independientemente de cómo obre. En cuanto a las prestaciones sociales es lógico que estas, como se da en algunos países, estén condicionadas a ciertas obligaciones, pero otra cosa muy distinta es que se conviertan en prebendas otorgadas a los ciudadanos juzgados según su comportamiento moral, lo cual supone situarnos en un orden maniqueo que distingue entre ciudadanos 'buenos' y 'malos' más que ante un orden jurídico. Pero esto, que añade moral a la ley, conduce a la denuncia de los “malos ciudadanos”, definidos según el criterio de obediencia a la autoridad, para la que se exige un respeto incondicional y una obediencia ciega. El monarca absoluto de la Macronía había cacareado directamente a propósito de la inoculación: “Los deberes están antes que los derechos”, y para él la vacunación era un deber al que no podía sustraerse ningún ciudadano.
Nos hallamos ante el intento de imponer una sociedad disciplinaria en la que ya no habría derechos inalienables, sino derechos sujetos al buen comportamiento de los ciudadanos, según el modelo chino del crédito social en el que el Estado otorga 'puntos' al ciudadano para gozar de bonificaciones, y de libertades, como dice Agamben, sujetas a autorización.
Cada derecho lleva aparejados unos deberes, eso lo entiende cualquiera. Pretender lo contrario, que un deber lleve aparejados unos derechos es un disparate. Lo primero es lo primero: lo primero son los derechos. No se deben anteponer los deberes a los derechos, por lo que los comentarios del señor Macron sobre los deberes que deben anteponerse a los derechos son inaceptables.
La prevalencia de los deberes sobre los
derechos es el lema de todos los gobiernos totalitarios y autoritarios. Decir
que hay que cambiar el cotnrato social para que los deberes están antes que los derechos es redefinir
una dictadura fascista, por muy democrática que se pretenda. Se están negando los derechos individuales,
subordinándose a los derechos de la colectividad fijados por el
Estado -el gobierno determina el Bien Común-, pero al negarse los derechos individuales se están negando
también, sopretexto de salvaguardarlos, los de la colectividad. Los derechos de todos son los de cada uno, y viceversa.