El presidente del gobierno más progresista de todas las Españas desde que hay registros históricos, recuerda emocionado y con no poca sinvergonzonería cómo durante la pandemia, dejábamos nuestras labores y nos asomábamos todos, todas y todes puntualmente a las ocho de la tarde en todos los relojes a ventanas y balcones a aplaudir a los profesionales sanitarios y a las fuerzas de seguridad, y propone que volvamos a hacerlo ahora, esta vez a los "servidores públicos de todas las administraciones públicas que están trabajando codo con codo con los vecinos y vecinas, con las oenegés, a los cuales toda esta amalgama de desinformadores y de bulos lo que hacen es señalar injustamente. Bueno, todos somos Estado..."
Quizá a quien habría que aplaudir en todo caso es a los voluntarios anónimos, no a los servidores públicos y a las oenegés que brillaron por su ausencia, así como a las autoridades que, como usted, salieron corriendo. No, señor presidente, todos no somos Estado: unos, como usted, lo son más que otros, otros que son, que somos, menos Estado y más pueblo indefinido.