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jueves, 4 de diciembre de 2025

Esperando a los bárbaros (I)

    Hay cuatro obras literarias -el poema “Esperando a los Bárbaros” de Cavafis (1898), y las novelas “El Desierto de los Tártaros” de Dino Buzzati (1940), 1984 de George Órgüel (1948) y “Esperando a los Bárbaros” de J. M. Coetzee (1980)- que forman un cuadrilátero temático en torno a la amenaza de la existencia -que solo cobra carta de naturaleza porque se habla constantemente de ella- de un enemigo externo  que son los bárbaros en un caso y los tártaros en otro. 
 
  
    En el poema de Cavafis, escrito en griego, la ciudad, trasunto de Roma, la urbe por excelencia, y el Imperio romano, viven pendientes de la inminente llegada de los bárbaros; las autoridades se preparan para recibirlos, incluso depositan en ellos alguna esperanza de cambio y regeneración. Al final, los bárbaros que iban a redimir el Imperio no llegan, y la población se queda sin propósito: “¿Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros? / Esa gente era una solución”. Los bárbaros simbolizaban una expectativa de cambio que no se produce, pero con la que se ha largamente convivido. 
 

    En la novela “El Desierto de los Tártaros”, escrita originalmente en italiano, la Fortaleza Bastiani a la que es destinado el joven oficial Giovanni Drogo, recién salido de la academia, vive en eterna vigilia ante una amenaza que nunca se materializa. El protagonista vive en un largo compás de espera. El enemigo brilla por su ausencia, y lo que en Cavafis era una experiencia colectiva, en Buzzati es una tragedia personal. 
 
     
    Órgüel, que en 1984 (escrita originalmente en inglés en 1948), y también en Animal Farm) nos presenta la fabricación del enemigo, la inculcación del miedo y la función política de la amenaza. Aquí el Poder necesita un enemigo permanente para sostenerse. Ese enemigo —Eurasia, Asia Oriental, Goldstein— cambia según convenga, pero su función es siempre la misma: hace que cunda el pánico, justifica las medidas represivas de vigilancia y mantiene a la población estado de alerta y obediencia constantes.
 

    Coetze en su novela Esperando a los Bárbaros (Waiting for the Barbarians)”, escrita originalmente en inglés, que toma el título de Cavafis, retoma la figura del Imperio que teme a los bárbaros, pero aquí se ve claramente que el enemigo externo es una construcción del propio Imperio, que fabrica amenazas para justificar la violencia y el control. El magistrado protagonista empieza a cuestionar esta estructura cuando ve la brutalidad ejercida “en nombre de la seguridad”. Los bárbaros son aquí un mero pretexto del poder para perpetuarse. 
 
    Cavafis plantea, cronológicamente el primero, la paradoja de que se necesita al enemigo para existir. Buzzati convierte esa paradoja en una biografía, la de su protagonista, que vive en perpetua sala de espera hasta que le llega la muerte. Órgüel y Coetzee presentan la amenaza construida por el Poder revelando que el enemigo era una ficción útil y necesaria para su sustento. La identidad colectiva necesita una amenaza porque sin ella perdería cohesión y legitimidad. 
    ¿No vemos acaso en la actualidad lo que nos sugieren estas cuatro obras literarias de ficción? Cavafis introduce la idea del enemigo como necesidad. Buzzati muestra cómo esa necesidad consume una vida. Órgüel demuestra que, llevada al extremo, esa fabricación puede dominar el tiempo, la memoria y la realidad misma. Coetzee revela que el enemigo es una fabricación del poder. 
 
    ¿Quién, nos preguntamos nosotros hoy, aquí y ahora, es el enemigo del que tanto se habla en este viejo continente en el que habitamos? ¿Cual es el enemigo de Europa, cuál el de España?
(continuará