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sábado, 6 de diciembre de 2025

Esperando a los bárbaros (y II)

    El enemigo según la Unión Europea es el Oso ruso, el nuevo zar neoimperialista, que se presenta a veces como el abominable hombre de las nieves, la legendaria criatura que habitaba, según algunos, que avistaron sus huellas, en las montañas del Himalaya, el país del invierno. ¿O fue en los Montes Urales? En todo caso, el enemigo, perfectamente identificado, es el Oso estepario. 

    Frente a ese enemigo, no podemos escudarnos en que estamos fuera de peligro porque somos aliados efectivos de muchos países europeos en el marco de la OTAN y la UE, porque las dos guerras mundiales del siglo pasado, de hecho, llegaron a ser globales, es decir, casi planetarias, gracias a los sistemas de alianzas: la Triple Entente contra la Triple Alianza, los Aliados contra las potencias del Eje, como cualquier estudiante de historia de bachillerato reconoce enseguida. 

     Si Rusia atacara a uno de los países bálticos, tan lejos del Ruedo Ibérico, ¿íbamos los españolitos a acudir solícitos en su ayuda? ¿Qué ha sucedido en el caso de la invasión de Ucrania, que aunque no forma parte todavía del engendro de la UE aspira a entrar? ¿Declararíamos solemnemente la guerra a Rusia? Seguramente ya lo hemos hecho sin tantas alharacas, sin atacarla militarmente, bonita paradoja, porque la guerra no se lleva a cabo en su forma tradicional sino en versión económica, porque el dinero es lo que manda: palabras, armas, dinero, mucho dinero, instructores y mucho más, pero nada de incordiar directamente demasiado al Oso ruso, que podría enfurecerse y ensañarse con nosotros.

    Pero ¿qué está sucediendo allende nuestras fronteras, en el país vecino, por ejemplo, sin ir más lejos? Antes de la movilización general, se anuncia el regreso del servicio militar, voluntario en principio. ¿Para qué servirá? Probablemente para nada bueno para la gente, pero sí le va a servir a un presidente como el actual carente de legitimidad, dispuesto a proclamar otra vez «Estamos en guerra» para conservar un mínimo de autoridad y respeto. No es la primera vez que lo hace el mandatario francés. Ya lo hizo hace cinco años cuando dijo a los franceses: «Estamos en guerra, sin duda, una guerra sanitaria… pero el enemigo es invisible». 

"¡Comprometeos!"
     
     El enemigo invisible es el enemigo imaginario de todas las fantasías, creado a semejanza pero por contraposición del amigo imaginario infantil. Son los bárbaros, o los tártaros, o la estepa rusa... Los ciberataques y los drones rusos son hoy este enemigo invisible, que nadie es capaz de ver a no ser que lo vea vía eurovisión, pero hay que creer la palabra de los expertos y de los medios de información que la predican como si fuera el evangelio, la buena nueva, la gran noticia... 

    El presidente francés ha anunciado ya el regreso del servicio militar nacional, al igual que otros países europeos, incluida Alemania, a pesar de que Francia está más endeudada que nunca. Se trata de algo innecesario para la gente, necesario para el presidente de la república, ávido de legitimar su autoridad. Desde el punto de vista estratégico: en el contexto actual, donde los misiles hipersónicos rusos con ojivas nucleares son motivo de preocupación, lo que se necesita no es un ejército improvisado como en 1940 en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, sino, según los militronchos, armamento de vanguardia capaz de disuadir a cualquier enemigo potencial de atacarnos, y Francia ya lo posee, por lo que el servicio militar anunciado, primero voluntario y después obligatorio, un ejército improvisado ahora de golpe y sopetón, queda obsoleto cuando existe la disuasión nuclear desde hace años y cuando las nuevas formas que reviste la guerra son básicamente económicas. 


    Desde el punto de vista estratégico, la reactivación del servicio militar no se hace para mejorar la defensa militar, sino con una finalidad política. No tiene más objetivo real que ese, con el agravante de que endeudará y perjudicará a los ciudadanos. Francia va a introducir un servicio militar voluntario de diez meses destinado principalmente a los jóvenes de 18 y 19 años de ambos sexos, mientras crece la preocupación en Europa por la amenaza de Rusia. Bajo el nuevo servicio militar, hombres y mujeres -no vamos a discriminar a las mujeres-, en su mayoría de 18 y 19 años, podrían alistarse como voluntarios durante diez meses. Recibirían un salario mínimo de ochocientos euros al mes, la vieja soldada o paga del soldado que, etimológicamente, es el que está a sueldo, además de alojamiento y manutención, y un 75% de descuento en viajes en tren, tropas que solo serían desplegadas en caso de necesidad en territorio nacional.

    El presidente del ejecutivo francés dijo que el servicio comenzaría a mediados de 2026 y ayudaría a Francia a responder a las "amenazas aceleradas" en el escenario mundial. Casi treinta años después de que el país galo eliminara el servicio militar obligatorio, Monsieur le Président dijo que no se retractaría de esa decisión, pero agregó: "Necesitamos movilización", porque Francia no puede permanecer de brazos cruzados. Creía, cacareó además el gallo del corral, que la juventud francesa tenía sed de compromiso y afirmó que había una generación joven «lista para defender a su nación». 

"Para dar vuestra opinión, esperad a que os dé la orden de responder".

    Hasta el momento no hay ninguna sugerencia de que el servicio militar podría volver a ser obligatorio en Francia, como lo era antes de que el entonces presidente aboliera el servicio militar obligatorio en 1997. De hecho el presidente actual ha dicho: “No podemos volver a la época del servicio militar obligatorio”. Eso mismo dice el gobierno progre del Ruedo Ibérico.  Y es que, visto lo visto, lo obligatorio no mola, por eso hay que buscar un modelo híbrido, volungatorio, digamos, que no te obliga, pero que si lo eliges te facilita un poco el hecho de ganarte la vida, según la moderna ecuación de que ganarse la vida es ganar dinero.

    “Este modelo de ejército híbrido responde a las amenazas y riesgos que se avecinan, integrando a jóvenes del servicio militar, reservistas y el ejército en activo”. Tras el programa, en efecto, los participantes podrían integrarse a la vida civil, convertirse en reservistas o permanecer en las fuerzas armadas, añadió el jefe del ejecutivo francés. Dijo que el plan estaba “inspirado en las prácticas de nuestros socios europeos… en un momento en que todos nuestros aliados europeos avanzan en respuesta a una amenaza que pesa sobre todos nosotros”. El anuncio coloca a Francia en línea con casi una docena de otras naciones europeas, como Alemania y Dinamarca, que han lanzado proyectos similares.

jueves, 4 de diciembre de 2025

Esperando a los bárbaros (I)

    Hay cuatro obras literarias -el poema “Esperando a los Bárbaros” de Cavafis (1898), y las novelas “El Desierto de los Tártaros” de Dino Buzzati (1940), 1984 de George Órgüel (1948) y “Esperando a los Bárbaros” de J. M. Coetzee (1980)- que forman un cuadrilátero temático en torno a la amenaza de la existencia -que solo cobra carta de naturaleza porque se habla constantemente de ella- de un enemigo externo  que son los bárbaros en un caso y los tártaros en otro. 
 
  
    En el poema de Cavafis, escrito en griego, la ciudad, trasunto de Roma, la urbe por excelencia, y el Imperio romano, viven pendientes de la inminente llegada de los bárbaros; las autoridades se preparan para recibirlos, incluso depositan en ellos alguna esperanza de cambio y regeneración. Al final, los bárbaros que iban a redimir el Imperio no llegan, y la población se queda sin propósito: “¿Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros? / Esa gente era una solución”. Los bárbaros simbolizaban una expectativa de cambio que no se produce, pero con la que se ha largamente convivido. 
 

    En la novela “El Desierto de los Tártaros”, escrita originalmente en italiano, la Fortaleza Bastiani a la que es destinado el joven oficial Giovanni Drogo, recién salido de la academia, vive en eterna vigilia ante una amenaza que nunca se materializa. El protagonista vive en un largo compás de espera. El enemigo brilla por su ausencia, y lo que en Cavafis era una experiencia colectiva, en Buzzati es una tragedia personal. 
 
     
    Órgüel, que en 1984 (escrita originalmente en inglés en 1948), y también en Animal Farm) nos presenta la fabricación del enemigo, la inculcación del miedo y la función política de la amenaza. Aquí el Poder necesita un enemigo permanente para sostenerse. Ese enemigo —Eurasia, Asia Oriental, Goldstein— cambia según convenga, pero su función es siempre la misma: hace que cunda el pánico, justifica las medidas represivas de vigilancia y mantiene a la población estado de alerta y obediencia constantes.
 

    Coetze en su novela Esperando a los Bárbaros (Waiting for the Barbarians)”, escrita originalmente en inglés, que toma el título de Cavafis, retoma la figura del Imperio que teme a los bárbaros, pero aquí se ve claramente que el enemigo externo es una construcción del propio Imperio, que fabrica amenazas para justificar la violencia y el control. El magistrado protagonista empieza a cuestionar esta estructura cuando ve la brutalidad ejercida “en nombre de la seguridad”. Los bárbaros son aquí un mero pretexto del poder para perpetuarse. 
 
    Cavafis plantea, cronológicamente el primero, la paradoja de que se necesita al enemigo para existir. Buzzati convierte esa paradoja en una biografía, la de su protagonista, que vive en perpetua sala de espera hasta que le llega la muerte. Órgüel y Coetzee presentan la amenaza construida por el Poder revelando que el enemigo era una ficción útil y necesaria para su sustento. La identidad colectiva necesita una amenaza porque sin ella perdería cohesión y legitimidad. 
    ¿No vemos acaso en la actualidad lo que nos sugieren estas cuatro obras literarias de ficción? Cavafis introduce la idea del enemigo como necesidad. Buzzati muestra cómo esa necesidad consume una vida. Órgüel demuestra que, llevada al extremo, esa fabricación puede dominar el tiempo, la memoria y la realidad misma. Coetzee revela que el enemigo es una fabricación del poder. 
 
    ¿Quién, nos preguntamos nosotros hoy, aquí y ahora, es el enemigo del que tanto se habla en este viejo continente en el que habitamos? ¿Cual es el enemigo de Europa, cuál el de España?
(continuará 

martes, 18 de junio de 2024

Higos dulces como la miel

    Marco Porcio Catón, también conocido como Catón el Viejo o Catón el Censor, que vivió a caballo entre los siglos III y II antes de nuestra era, es en la historia de la literatura occidental el creador de la prosa latina; autor, entre otros libros, de una obra historiográfica Origines y de un tratado De agricultura, era un romano chapado a la antigua que se opuso al círculo helenístico de los Escipiones, y a la influencia griega que cada vez permeaba más en la sociedad romana, lo que no le impidió, según se cuenta, sin embargo, ponerse a estudiar griego a la avanzada edad de ochenta años.

    Cuenta Plutarco en su biografía de Catón el Viejo que en una sesión del senado sorprendió a los senadores haciendo aparecer ante su vista como por arte de magia unos higos frescos, muy apetecibles por su tamaño y hermosura, que sacó de los pliegues de su toga donde los llevaba guardados, y diciéndoles que las higueras de las que habían sido arrancados no distaban de Roma más de tres días de navegación, es decir, estaban cerca, muy cerca, relativamente cerca, en el norte de África, pues eran higos líbicos, de Cartago. La mención de aquel nombre propio sin duda les provocó el escalofrío del grito de alarma de '¡Aníbal está a las puertas!', es decir, que el enemigo estaba a pocas millas de Roma, como llegó a estar después de haber cruzado los Pirineos y los Alpes con sus elefantes y sus tropas y haberse introducido en la península itálica y estado a punto de destruir la ciudad eterna si no se hubiera demorado en las delicias de Capua.


    Aquellos higos de la Libia, dulces sin duda como la miel, eran la prueba palpable y evidente de la amenaza real del esplendor comercial cartaginés. Para el viejo terrateniente los púnicos, como llamaban los romanos a los de Cartago, descendientes de los fenicios, la odiada rival pese a haber sido derrotada dos veces antes, descollaba en la producción del vino y de los higos, y era pujante su comercio marítimo por el Mediterráneo. 

    Hasta tal punto se había obsesionado Catón con Cartago que, aunque no viniera a cuento, siempre que tenía oportunidad concluía con un odio implacable sus intervenciones en el senado con la misma cantilena: “Creo que Cartago tiene que dejar de ser lo que es”, o, como diríamos con verbo más moderno: Cartago tiene que dejar de existir”. Escipión Nasica, sin embargo, cuenta Plutarco, opinaba lo contrario. Para él Cartago tenía que seguir siendo lo que fuera y existiendo.

    Son dos actitudes aparentemente contrapuestas: Catón el Viejo representa el delenda est Carthago -'hay que destruir Cartago'-, mientras que Escipión Nasica representa lo contrario: seruanda est Carthago -'hay que conservar Cartago'-. Pero Nasica no lo hacía por amor a la paz, porque él, en eso era igual que Catón, no era ningún pacifista, sino porque interesaba a la república mantener una 'guerra fría', avant la lettre, y crear así la ilusión de que había un enemigo externo que había que preservar, porque el enemigo, a fin de cuentas, era más útil vivo y tenido a raya que muerto y como tal eliminado. 

Catón y Escipión discutiendo la destrucción de Cartago, Maître François (1475)

 Escipión: -Non destruatur Cart(h)ago propter mala nobis inde uentura. (Que no se destruya Cartago por los males que van a venirnos a raíz de eso)

Catón: -Destruatur Cart(h)ago propter mala nobis iugiter mun(i)enda. (Que se destruya Cartago por los males que van a creársenos constantemente

    Cartago había sido la potencia rival de Roma, el enemigo histórico que había sido derrotado en la primera y en la segunda guerra púnicas, cuyo recuerdo convenía mantener vivo porque la plebe romana vivía aquella paz desordenadamente y era menos obediente al senado, por lo que en cualquier momento podía estallar una revuelta social. En realidad Escipión Nasica sabía que el poder de los cartagineses no era tan grande como para temer que pudieran vencer a los romanos ni tan pequeño como para despreciarlo.

    Catón el Viejo convenció al senado gracias a su retórica y a sus higos presuntamente cartagineses, y fue el responsable de la tercera y última guerra púnica que estalló en el año de su muerte, el 149 antes de nuestra era, cuya destrucción acaeció en la primavera del año 146, por lo que él no pudo contemplar cómo los legionarios de Escipión Emiliano demolieron durante días lo mucho que todavía quedaba en pie tras el asedio, roturando el solar durante diecisiete días, según se cuenta, con sal para que no germinara ni creciera siquiera una triste higuera. 

Guerra civil en Roma tras la destrucción de Cartago, Maître François (1475) 

    La destrucción de Cartago al final de la tercera guerra púnica, como escribirá el historiador Salustio, supondrá paradójicamente el inicio de la decadencia de Roma y su régimen republicano. Desaparecido el enemigo exterior, que garantizaba la cohesión interna, la ciudad se volverá contra sí misma, pues era el miedo al enemigo cartaginés o púnico lo que la mantenía unida “in bonis artibus” en el buen gobierno, metus hostilis in bonis artibus ciuitatem retinebat, como dejó escrito Salustio. 

    Jacobo de la Vorágine pone en boca de Nasica las siguientes palabras que resumen a la perfección su pensamiento: "No me gusta el consejo de Catón. Pues yo considero que es útil a la república que tengamos ciertos enemigos, porque eso nos mantendrá en el temor y el temor nos mantendrá en la unidad, pero si no tenemos enemigos exteriores, nos nacerán interiores, ya que si nos falta por cualquier parte una guerra externa, sin duda la tendremos intestina, porque la propia seguridad y la paz serán entre nosotros la causa de múltiples desgracias".    

     Viniendo a lo de hoy, asistimos a una nueva estrategia: enarbolar el catoniano delenda est Rusia azuzando a otros para que combatan contra el enemigo, al que hay que destruir, evitando así el desgaste propio. El imperio estadounidense, que podría ser en la actualidad, mutatis mutandis, el equivalente del romano, se encuentra ante Rusia y China en la misma coyuntura que Roma ante Cartago. El tío Sam teme a Rusia, pero en lugar de enfrentarse a ella directamente lo hace a través de su títere ucraniano, el actor nato, con el apoyo político y económico de la Unión Europea y de sus aliados atlantistas.