En el Día Internacional para
Concienciar sobre el Desarme y la No Proliferación, que fue anteayer, 5
de marzo, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas,
los gobiernos de la Unión Europea, incluido pese al Brexit, no faltaba más, el
británico, e incluido también, no iba a ser menos,
el gobierno más progresista de la historia de las Españas, deciden
que la prioridad europea es gastar 800.000 millones de euros en armas para la
paz... Locos están estos gobiernos democráticos nuestros, han perdido la razón. En
lugar de desarmarse deciden todo lo contrario: rearmarse. Lo disimulan -camuflaje de guerra- diciendo que es por la paz amenazada y hablan de defensa de los derechos humanos y de la democracia, lucha contra el terrorismo, misión humanitaria, y, colmo de los colmos, llaman a las tropas de las fuerzas armadas fuerzas... de paz.

Uno de los primeros manifiestos
pacifistas de la literatura occidental es la décima elegía del libro primero del poeta latino Albio Tibulo, compuesta en dísticos elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos, de la que ofrezco una versión rítmica fiel al fondo y a la forma. Si hubiera que destacar uno solo de sus versos, quizá elegiría, este hexámetro: Quis furor est atram
bellis accersere mortem! ¡Qué desvarío atraer con guerras la muerte funesta!
He aquí la elegía completa de Tibulo:
¿Quién
el primero fue en empuñar espadas horribles?
¡Cuán
brutal y en verdad hombre de hierro fue aquel!
Vino
entonces el crimen al género humano, y la guerra,
más
rauda entonces se abrió vía de muerte feroz.
Detalle de la columna de Trajano, Roma
¿Culpa no
tuvo ninguna el pobre y nosotros a nuestra
costa
trocamos lo que él contra alimañas nos dio?
Ni esta
codicia del oro valioso había ni guerras
cuando
solía tazón de haya en las mesas estar.
Ni
ciudadelas había ni muros, y el sueño lograba
el
rabadán en paz, diseminada su grey.
Que yo
viviera entonces y al pueblo no viera con tristes
armas
ni oyera el clarín y el corazón palpitar.
Hoy a la
guerra me arrastran, y acaso ya un enemigo
lleva
la flecha que me ha de atravesar el costal.
Pero
guardadme, Lares paternos: también me cuidasteis
cuando
a vuestros pies correteaba chaval.
No os sepa
mal estar en tosca madera tallados:
que
presidisteis hogar de antepasados así.
Ellos
mejor os honraron, cuando con rústico culto
en
hornacina vulgar talla se alzaba de un dios.
Se le
aplacaba a aquél, si libaba alguien con vino
o a
su sagrada testuz daba espigado festón.
Y uno en
persona llevaba, cumplido el deseo, pasteles
y pura
miel, con él, su hija pequeña detrás.
Pero
alejad de nosotros los dardos, Lares, de bronce,
(...)
y un cerdo, ofrenda rural, de un rebosante cubil.
Voy a
seguirla con puro vestido y llevar entrelazados
cestos
de mirto, y también frente ceñida de tal.
Yo os
guste así: que valiente soldado sea en las armas
otro
y con Marte a favor venza a caudillo rival,
para que
mientras bebo narrarme pueda sus gestas
él
y con vino pintar sobre la mesa el cuartel.
¡Qué
desvarío atraer con guerras la muerte funesta!
Cerca
está ella y sin ver viene con tácito pie.
No hay
mies ni viñas abajo: sino el can Cérbero fiero
y el
barquero feroz de la laguna infernal.
Con las
mejillas ajadas allí y chamuscado el cabello
vaga
la pálida grey hacia la charca espectral.
Cuánto
más elogiable aquel al que junto a su prole
gana
en humilde hogar la perezosa vejez.
Él va
tras sus ovejas, y tras los corderos el hijo
y
agua al cansado le da tibia la esposa a sus pies.
Sea yo así
y platear mis sienes pueda de canas
y
hechos, viejo, de un tiempo pasado narrar.
Paz entre
tanto cultive los campos; la paz lo primero
puso,
radiante, bajo un yugo a los bueyes a arar.
Paz nutrió
las viñas y el zumo crió de las uvas,
para a su
hijo el porrón darle paterno a beber.
Brillan en
paz azada y arado -pero las tristes
armas
de atroz militar baña en tinieblas orín.
Y el
campesino del bosque, apenas sereno a su esposa
e
hijos se pone a llevar sobre su carro al hogar.
Mas ya se
avivan las lides de Venus, y el pelo jalado
y el
derribado dintel hace a la chica llorar.
Llora
ajando sus frescas mejillas, pero él victorioso
llora
que hicieran también tanto sus manos furor.
Pero gandul, el
Amor, inspira a la riña palabras
duras
y sienta en mitad él de enfadados los dos.
Ah, es
una roca y un trozo de hierro quien a su chica
pega:
del cielo aquel hace a los dioses caer.
Sea
bastante rasgar de su cuerpo el ligero vestido,
baste
con despeinar moño del pelo sin más.
Baste
haber provocado el llanto: cien veces dichoso,
al
que enfadado llorar puede la tierna mujer.
Pero el
que sea cruel con sus manos, escudo y la lanza
porte
y de dulce amor póngase lejos aquél.
Pero a
nosotros ven, madre Paz, y sujeta la espiga,
y
tu radiante faldón frutos nos dé a rebosar.
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