Un papiro nos devolvió en 2004 estos
versos griegos de la poetisa Safó de Mitilene o de Lesbo -conservo su acentuación aguda en griego ático y moderno Σαπφώ- oriunda de la isla de Lesbo y, por lo tanto, lesbia y lesbiana avant la lettre. La palabra “lesbiana”, en efecto, se creó, por
antonomasia, a raíz de su nombre propio, para calificar a la mujer homosexual.
La poetisa escribió poemas de amor a otras mujeres, porque amaba a las mujeres, sin que eso supusiera un encasillamiento previo bajo ninguna etiqueta de "homosexualidad" aún, en el siglo VIII antes de nuestra era, en un mundo sobre el que todavía no se proyectaba la sombra de la cruz de Cristo. Escribía en dialecto griego eolio, y fue considerada por los antiguos la décima Musa.
La poetisa escribió poemas de amor a otras mujeres, porque amaba a las mujeres, sin que eso supusiera un encasillamiento previo bajo ninguna etiqueta de "homosexualidad" aún, en el siglo VIII antes de nuestra era, en un mundo sobre el que todavía no se proyectaba la sombra de la cruz de Cristo. Escribía en dialecto griego eolio, y fue considerada por los antiguos la décima Musa.
En estos versos la autora
confiesa que envejece y que no puede hacer nada para evitarlo, y después de
constatar que su pelo está encaneciéndose y sus rodillas flaqueándole, nos trae
a la memoria el mito de la Aurora que se enamoró del joven Titono. Sin embargo
ella, la Aurora de dedos rosicler, que era inmortal, como comprobamos todos los
días al amanecer, descubrió una mañana que su joven enamorado había envejecido,
como la poetisa. Y es que el tiempo nos vuelve viejos. Sin embargo, no
deberíamos negarnos a envejecer: el otoño es bello, la vejez también puede
serlo, sobre todo cuando sigue brillando en ella la chispa de la juventud.
ὕμμες πεδὰ Μοίσαν ἰ]οκ[ό]λπων κάλα δῶρα, παῖδες,
σπουδάσδετε καὶ τὰ]ν φιλάοιδον λιγύραν χελύνναν∙
ἔμοι δ’ἄπαλον πρίν] ποτ’[ἔ]οντα χρόα γῆρας ἤδη
ἐπέλλαβε, λεῦκαι δ’ ἐγένοντο τρίχες ἐκ μελαίναν∙
βάρυς δέ μ’ ὀ [θ]ῦμος πεπόηται, γόνα δ’[ο]ὐ φέροισι,
τὰ δή ποτα λαίψηρ’ ἔον ὄρχησθ’ ἴσα νεβρίοισι.
τὰ <μὲν> στεχανίσδω θαμέως∙ ἀλλὰ τί κεν ποείην;
ἀγήραον ἄνθρωπον ἔοντ’ οὐ δύνατον γένεσθαι.
καὶ γάρ π[ο]τα Τίθωνον ἔφαντο βροδόπαχυν Αὔων
ἔρωι φ αθεισαν βάμεν’ εἰς ἔσχατα γᾶς φέροισα[ν,
ἔοντα [κ]άλον καὶ νέον, ἀλλ’ αὖτον ὔμως ἔμαρψε
χρόνωι πόλιον γῆρας, ἔχ[ο]ντ’ἀθανάταν ἄκοιτιν.
Tras frutos hermosos de las Musas
de floridos senos
id, niñas, vosotras, y melódica
la dulce lira.
Que ya me robó vejez el cuerpo a
mí que en otro tiempo
fue tierno, y se me han canosos
vuelto los cabellos negros.
Y duro se me hace el corazón, ni
me sostienen piernas
que otrora ligeras al bailar como
las corzas eran.
Mil veces por eso me lamento;
pero ¿qué iba a hacerle?
No puede dejar de envejecer el
que se sepa humano.
También se contaba de Titono que
rosada Aurora
raptándolo fue por sus amores
hasta el fin del mundo,
tan bello y tan joven, pero a él lo
sorprendió canosa
también a su tiempo la vejez,
siendo inmortal su esposa.

Otro poema de la misma autora: La Luna y las Pléyades.
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