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sábado, 26 de noviembre de 2022

La Luna y las Pléyades

    Me he entretenido leyendo el breve y bellísimo fagmento de  la media noche de un poema perdido de la poetisa Safó de Lesbo, la décima musa según Platón, que dice así en versión original: δέδυκε μὲν ἀ σελάννα / καὶ Πληΐαδες· μέσαι δὲ / νύκτες, παρὰ δ' ἔρχετ' ὤρα, / ἔγω δὲ μόνα κατεύδω. Está compueso por cuatro hagesicoreos, que son versos octosílabos con el siguiente esquema rítmico, donde el signo “+” representa la sílaba marcada con el ritmo y el signo “-” la no marcada: - + - - + - + -.

 

    En traducción de Aurora Luque: Se han ocultado ya / las Pléyades, la luna: mediada está la noche, / la hora propicia escapa, / yo duermo sola.

    En versión rítmica de Agustín García Calvo, que traduce acertadamente Πληΐαδες como Cabrillas, porque a las Pléyades también se las conoce popularmente como las Siete Cabrillas o las Siete Hermanas, que serían, según la leyenda mitológica, las siete hijas de Atlas y Pléyone, convertidas por Zeus en palomas y luego en estrellas para escapar del constante acoso de Orión: Hundídose ha la luna; / también las Cabrillas; media / la noche, y la hora pasa; / y yo a dormir me voy sola.

    Y traducido por José Emilio Pacheco: Se fue la Luna. / Se pusieron las Pléyades. / Es medianoche. / Pasa el tiempo. / Estoy sola.

    Carlos Montemayor, que traduce el δέ final, que significa “y” y también “pero” por “pero”: Se han puesto la luna y las Pléyades; ya es media / noche; las horas avanzan, pero yo duermo sola.

    Francisco Rodríguez Adrados: Se ha puesto la luna y las Pléyades: es la media noche; pasa el momento, y yo duermo sola. Comenta Adrados en nota a pie de página a la palabra momento (que traduce el ὤρα de Safó): interpretación controvertida: ¿momento del relevo de la guardia? ¿hora? ¿juventud? Parece que es el “momento adecuado”, “oportuno”.

 

La Luna de abril y las Pléyades.

    Y en versión de Gabriel Zaid, que utiliza Pleias en vez de Pléyades: La luna apagó la luz, / con las Pleias se acostó; / y, a oscuras, pasan de largo / las horas, la noche y yo.

    En medio de esa noche, cuando la Luna y las Pléyades ya se habían puesto, pasa el tiempo y la poetisa duerme sola. Sin ningún género de duda, la palabra más importante del poema es ὤρα (hora, en latín), tiempo, que combina varios significados: la época del año, la primavera -el nuevo comienzo del año después del invierno, la estación del amor-, mientras que Safó también va pasando la juventud, que se gasta en vano, ya que no hay nadie en su cama. Las distintas traducciones que se han dado a esta palabra en nuestra lengua son: hora propicia (Aurora Luque), hora (García Calvo), tiempo (Pacheco), horas (Montemayor, Zaid) momento (Adrados). Esta palabra en griego antiguo también significa estación, ya en Homero, y también significa el tiempo en el sentido general, no el tiempo de los relojes, sino el tiempo como una subdivisión de la duración del día, y la ocasión o momento oportuno. 

Safó, Ary Renan (1893)

    Poco importa para el disfrute y comprensión de este poema de Safó que haya despertado el interés de un grupo de astrónomos de la Universidad de Texas en Arlington, quienes utilizando dos programas informáticos han encontrado la fecha en que la constelación de las Pléyades se ocultó antes de la media noche, que podría haber sido la del 25 de enero o la del 31 de marzo del año 570 antes de nuestra era, siendo esta última fecha la de la primera luna nueva de la primavera. Si Safó nació como algunos creen en el 650 antes de nuestra era, la poetisa contaría, ya anciana, 80 años; si lo hizo, como creen otros, en el 610, tendría 40 años cuando escribió el poema. En esa franja de edad, correspondiente a su madurez o vejez, escribe este poema en que la mujer lamenta su lecho vacío, transida quizá de añoranza de la persona amada o del amor.

    Si quisiéramos hacer una paráfrasis del poema, diríamos en prosa y traduciendo la palabra de tres formas distintas: La Luna y las Pléyades se han puesto, es medianoche; la estación, el tiempo, la juventud pasan y yo duermo sola. Pero como la poesía no se debe traducir en prosa si se quiere que siga siendo poesía y una palabra no debe traducirse con tres, he aquí mi versión propia en hagesicoreos Se ha puesto en el mar la Luna / y Pléyades; ya mediada / la noche; se pasa la hora; / yo voy a acostarme sola.

 


     (Incluyo en mi traducción la palabra “mar” que no está explícita en el texto original de Safó pero sí sugerida implícitamente, habida cuenta de la apreciación de Cornelius Castoriadis de que en Grecia, con sus doscientas islas habitadas y sus diez mil quilómetros de costa, el sol, la luna y las estrellas no retroceden, se sumergen en el mar, se hunden, que es lo que significa el verbo δέδυκε, que utiliza la poetisa).
 
    Podemos también convertir la copla manteniendo su ritmo original en una redondilla castellana asonantada con rima abrazada abba, y quedaría así: Se ha puesto la Luna ahora / y Pléyades; ya mediada / la noche; y el tiempo pasa; / y yo, que me acuesto sola. O también: Se ha puesto la Luna y puesto / las Pléyades; ya mediada / la noche; el momento pasa; / y sola que yo me acuesto.  

sábado, 27 de junio de 2020

Lo dulce y lo amargo: dulceamargo

Leyendo a Salviano de Marsella: (El profeta dice): ¡Ay de los que dicen dulce a lo amargo y amargo a lo dulce! Vae his qui dicunt dulce amarum, et amarum dulce. Y hay que aferrarse a la verdad por todos los medios de forma que lo que hay en una cosa esté también en las palabras ac per hoc modis omnibus tenenda ueritas, ut quod in re est, hoc et in uerbis sit; aquellas cosas que contienen en sí dulzura se llamen dulces, las que amargura amargas quae in se dulcedinem habent, dulcia, quae amaritudinem amara dicantur.” (Salviano, Del gobierno de Dios VIII, 1, traducción propia). 

La fórmula que utiliza Salviano para decir que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, o mejor dicho, calificarlas con los adjetivos correspondientes es: quod in re est, hoc et in uerbis sit, contraponiendo in re (en la cosa, en la re-alidad) con in uerbis (en las palabras, en el lenguaje). 

Cuando dice quod in re est no se refiere a la cosa o res propiamente dicha, a su sustancia, sino a sus cualidades. No se refiere al sustantivo, sino a sus adjetivos, por utilizar la terminología gramatical. Y contrapone como ejemplo, trayendo una cita de la Biblia, lo dulce y lo amargo. 

La referencia de Salviano nos lleva al libro del profeta Isaías (5, 20), que cito por la traducción de la Biblia de Nácar-Colunga que manejo: ¡Ay de los que al mal llaman bien / y al bien mal; / que de la luz hacen tinieblas, / y de las tinieblas luz; / y dan lo amargo por dulce, / y lo dulce por amargo! 



La cita completa de Isaías no se refiere sólo a los adjetivos amargo y dulce, que recoge Salviano, sino a los sustantivos luz y tinieblas, y a los abstractos morales “el bien” y “el mal”, que veo que en la Vulgata latina corresponden a adjetivos neutros sustantivados. 

Si recurrimos, en efecto, a la Vulgata, que es la traducción al latín del texto hebreo, leemos: væ qui dicunt malum bonum et bonum malum ponentes tenebras lucem et lucem tenebras, ponentes amarum in dulce et dulce in amarum

En latín las formas neutras del adjetivo “bonum” y “malum”, que teóricamente traducimos por “lo bueno” y “lo malo” cuando están sustantivadas, suelen verterse a veces también por sustantivos abstractos “el bien” y “el mal”, como hacen Nácar-Colunga. Este fenómeno nos lleva a considerar también que no sólo se pueden trastrocar los adjetivos, sino también los sustantivos, contra lo que nos reconviene el refranero castellano que dice que hay que llamar “al pan, pan” y “al vino, vino”. 

 Profeta Isaías, Capilla sixtina, Miguel Ángel

Parece que con los nombres de las cosas concretas y materiales no cabe mucha confusión. A nadie se le ocurre, y no sería de recibo llamar vino al pan o pan al vino.

El problema, tal como lo plantean Salviano y el propio profeta Isaías, se complica con los adjetivos, que son más subjetivos, por así decirlo, y lo que a uno le parece dulce a otro puede resultarle amargo y viceversa. 

Llegamos así al famoso dicho platónico de que los sofistas, aquellos intelectuales griegos contemporáneos de Sócrates, el último presocrático, que también era uno de ellos aunque no cobraba por serlo, eran capaces con sus enseñanzas o desenseñanzas de hacer del argumento menor o más flojo el de mayor peso, τὸν ἥττω λόγον κρείττω ποιεῖν, y por lo tanto de hacer ver lo blanco negro y lo negro blanco, y pasando de los colores a los adjetivos morales, de lo bueno malo y de lo malo bueno, propugnando el relativismo moral que condena el bíblico profeta. 

La poetisa griega Safó de Lesbo calificó a Eros, el amor, de dulce y amargo simultáneamente, incapaz de decidirse por una u otra cualidad exclusivamente, pero no lo dijo en dos palabras, sino, haciendo uso de la plasticidad de la lengua de Homero, en una sola compuesta y contradictoria: dulciamargo o, si se prefiere, dulceamargo (γλυκύπικρον) como lo tradujo García Calvo en aquellos dos versos: “Héme aquí que me aguija atormentador, / dulceamarga insufrible alimaña amor”.