Leyendo a Salviano de Marsella: “(El profeta dice): ¡Ay de los que dicen dulce a lo amargo y amargo a lo dulce! Vae his qui dicunt dulce amarum, et amarum dulce. Y hay que aferrarse a la verdad por todos los medios de forma que lo que hay en una cosa esté también en las palabras ac per hoc modis omnibus tenenda ueritas, ut quod in re est, hoc et in uerbis sit; aquellas cosas que contienen en sí dulzura se llamen dulces, las que amargura amargas quae in se dulcedinem habent, dulcia, quae amaritudinem amara dicantur.” (Salviano, Del gobierno de Dios VIII, 1, traducción propia).
La fórmula que utiliza Salviano para decir que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, o mejor dicho, calificarlas con los adjetivos correspondientes es: quod in re est, hoc et in uerbis sit, contraponiendo in re (en la cosa, en la re-alidad) con in uerbis (en las palabras, en el lenguaje).
Cuando dice quod in re est no se refiere a la cosa o res propiamente dicha, a su sustancia, sino a sus cualidades. No se refiere al sustantivo, sino a sus adjetivos, por utilizar la terminología gramatical. Y contrapone como ejemplo, trayendo una cita de la Biblia, lo dulce y lo amargo.
La referencia de Salviano nos lleva al libro del profeta Isaías (5, 20), que cito por la traducción de la Biblia de Nácar-Colunga que manejo: ¡Ay de los que al mal llaman bien / y al bien mal; / que de la luz hacen tinieblas, / y de las tinieblas luz; / y dan lo amargo por dulce, / y lo dulce por amargo!
La cita completa de Isaías no se refiere sólo a los adjetivos amargo y dulce, que recoge Salviano, sino a los sustantivos luz y tinieblas, y a los abstractos morales “el bien” y “el mal”, que veo que en la Vulgata latina corresponden a adjetivos neutros sustantivados.
Si recurrimos, en efecto, a la Vulgata, que es la traducción al latín del texto hebreo, leemos: væ qui dicunt malum bonum et bonum malum ponentes tenebras lucem et lucem tenebras, ponentes amarum in dulce et dulce in amarum.
En latín las formas neutras del adjetivo “bonum” y “malum”, que teóricamente traducimos por “lo bueno” y “lo malo” cuando están sustantivadas, suelen verterse a veces también por sustantivos abstractos “el bien” y “el mal”, como hacen Nácar-Colunga.
Este fenómeno nos lleva a considerar también que no sólo se pueden trastrocar los adjetivos, sino también los sustantivos, contra lo que nos reconviene el refranero castellano que dice que hay que llamar “al pan, pan” y “al vino, vino”.
Profeta Isaías, Capilla sixtina, Miguel Ángel
Parece que con los nombres de las cosas concretas y materiales no cabe mucha confusión. A nadie se le ocurre, y no sería de recibo llamar vino al pan o pan al vino.
El problema, tal como lo plantean Salviano y el propio profeta Isaías, se complica con los adjetivos, que son más subjetivos, por así decirlo, y lo que a uno le parece dulce a otro puede resultarle amargo y viceversa.
Llegamos así al famoso dicho platónico de que los sofistas, aquellos intelectuales griegos contemporáneos de Sócrates, el último presocrático, que también era uno de ellos aunque no cobraba por serlo, eran capaces con sus enseñanzas o desenseñanzas de hacer del argumento menor o más flojo el de mayor peso, τὸν ἥττω λόγον κρείττω ποιεῖν, y por lo tanto de hacer ver lo blanco negro y lo negro blanco, y pasando de los colores a los adjetivos morales, de lo bueno malo y de lo malo bueno, propugnando el relativismo moral que condena el bíblico profeta.
La poetisa griega Safó de Lesbo calificó a Eros, el amor, de dulce y amargo simultáneamente, incapaz de decidirse por una u otra cualidad exclusivamente, pero no lo dijo en dos palabras, sino, haciendo uso de la plasticidad de la lengua de Homero, en una sola compuesta y contradictoria: dulciamargo o, si se prefiere, dulceamargo (γλυκύπικρον) como lo tradujo García Calvo en aquellos dos versos: “Héme aquí que me aguija atormentador, / dulceamarga insufrible alimaña amor”.
La poetisa griega Safó de Lesbo calificó a Eros, el amor, de dulce y amargo simultáneamente, incapaz de decidirse por una u otra cualidad exclusivamente, pero no lo dijo en dos palabras, sino, haciendo uso de la plasticidad de la lengua de Homero, en una sola compuesta y contradictoria: dulciamargo o, si se prefiere, dulceamargo (γλυκύπικρον) como lo tradujo García Calvo en aquellos dos versos: “Héme aquí que me aguija atormentador, / dulceamarga insufrible alimaña amor”.
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