Recuerdo a Quique, mi compañero de pupitre del Instituto de Bachillerato. De él aprendí que los profesores no siempre tienen razón. Estábamos en clase de Literatura Española, y nuestro barbudo profesor progre y barrigudo de aquellos años de oprobiosa dictadura franquista nos explicaba la lección de Rosalía de Castro y el romanticismo gallego, que era lo que tocaba entonces.
Al llegar a la obra poética de Rosalía, nos mandó subrayar el título “Follas novas”, que se apresuró a traducirnos como "Hojas nuevas" para deshacer cualquier equívoco, y que pronunció a la latina o a la italiana, “folas” en vez de “follas”, quizá para evitar el cachondeo general de toda la clase, quizá por ignorancia de la lengua de Rosalía.
Rosalía de Castro (1837-1885)
Quique me dio un codazo entonces y me dijo por lo bajo muy indignado que en gallego se decía “follas novas” con elle, como follar, y no “folas novas”, con ele, como había dicho el profe, que eso no era gallego. Yo, que no sabía a quién debía hacer más caso, si al profesor de Lengua y Literatura o a mi compañero de pupitre, me decanté al fin por este último, que era de la Coruña y era amigo mío, aunque el compañero de atrás se reía de nosotros diciendo que a ver si íbamos a saber nosotros y, especialmente, Quique más que el profesor…
Efectivamente, en gallego se pronuncia, como en portugués folhas y el francés feuilles, e incluso en italiano foglie con elle, por así decirlo, pese a que haya desaparecido la letra y el fonema prácticamente a causa del yeísmo general. Todas estas formas derivan de la palabra latina folia, que era el plural de folium, del que conservamos el cultismo folio, que se reinterpretó como singular femenino, evolucionando después en castellano a hoja, de donde nuestra hojarasca y el verbo hojear.
Quique me contó que la morriña, esa muertecita de la que hablaba la poesía de Rosalía de Castro existía, porque él padecía aquel sentimiento de nostalgia infinita de Galicia, de destierro del paraíso, una profunda sensación de abandono íntimo y de soledad o desolación que un gallego sufría cuando estaba mucho tiempo lejos de su madre edípica, Galicia.
Quique me contó que la morriña, esa muertecita de la que hablaba la poesía de Rosalía de Castro existía, porque él padecía aquel sentimiento de nostalgia infinita de Galicia, de destierro del paraíso, una profunda sensación de abandono íntimo y de soledad o desolación que un gallego sufría cuando estaba mucho tiempo lejos de su madre edípica, Galicia.
Adiós, ríos; adiós, fontes. (Cantares Gallegos, 1863) Canta Amancio Prada.
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