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domingo, 22 de junio de 2025

Dicen que no hablan

    Debía de estar cursando yo quinto o sexto del bachillerato antiguo de letras, en aquel Instituto de Enseñanza Media Mixto, después Instituto Nacional de Bachillerato, y finalmente hoy, creo, Instituto de Educación Secundaria. ¡Cómo se ha devaluado la Enseñanza y convertido en Educación, madre mía! ¡Cómo cambian los tiempos para no mejorar, empeorando! 

     Me viene ahora el recuerdo de una profesora de Literatura que cojeaba al andar, ya algo entrada en años, que hace ya más de cincuenta primaveras, nos recitó unos versos que no he olvidado todavía. Sigo viéndola a ella y oyéndole recitarlos en medio de un silencio sepulcral y pedagógico en el aula donde resuena su voz emocionada, que daba vida a aquellas palabras rimadas: "Ahí va la loca soñando". Eran versos de Rosalía de Castro. Me dejaron una huella muy profunda. La poesía surgía en medio de una aburrida clase de literatura.
  
    No recuerdo mucho ahora de la autora, del movimiento literario, creo que era el romanticismo, de su vida y su obra. El programa que estudiábamos era Historia de la Literatura Española o Universal, no recuerdo bien. En todo caso era un programa que como el de Historia nunca llegaba a completarse ni llegaba a lo de hoy, inabarcable pero eso era lo de menos. La Historia de la Literatura que estudiábamos y de la que nos examinábamos y se nos evaluaba era el Programa que había que cursar para conseguir el título, pero de aquello no me ha quedado prácticamente nada, al menos nada comparable a la impresión que me causaron aquellos versos que hoy vuelven a resonar y escucho recitados por Aitana Sánchez Gijón en el vídeo adjunto. 
 

     Son versos populares porque son octosílabos pareados que forman según  los críticos literarios un verso más largo, hexadecasílabos podría decirse con cesura intermedia que los convierte en dos hemistiquios de ocho sílabas cada uno, con rimas asonantes que configuran tres estrofas: la primera de siete versos, con asonancia en -áo, la segunda de cinco en -áa, y la tercera y última de dos con rima en -éo, que nos recuerdan a los romances medievales. También es popular la contracción de 'ahí' -dos sílabas-, en 'áhi' -una sola- en la producción del verso. 
 
    Pero lo más popular es que da voz a las cosas, a las plantas, a las fuentes, a los pájaros, a las aguas, voces que le reprochan a la autora que sueñe “con la eterna primavera de la vida y los campos”, ella, que, como aquella profesora de literatura, ya peinaba canas, y era una “incurable sonámbula”. Sus sueños se rebelan -y eso es lo popular- contra la realidad de las cosas que se agostan y se abrasan, es decir, mueren, sin embargo no se puede vivir sin ellos. 
 
    Me recuerdan a Virgilio y su “sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt”: Lágrimas hay en las cosas y toca el alma lo humano, o, quizá mejor, la muerte, lo mortal. Lo propio de los hombres es lo que nos llega al alma.  Y lo propio de los mortales es rebelarse soñando contra la muerte a la que se nos condena, contra el futuro al que nos condenamos. Los sueños se rebelan contra la tierra prometida de la muerte: no quieren morir, realizarse.  
 
  
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, 
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, 
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, 
De mí murmuran y exclaman: 
-Ahí va la loca soñando 
Con la eterna primavera de la vida y los campos, 
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, 
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado. 
 
Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, 
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, 
Con la eterna primavera de la vida que se apaga 
Y la perenne frescura de los campos y las almas, 
Aunque los unos se agostan, y aunque las otras se abrasan. 
 
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños, 
Sin ellos, ¿Cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

domingo, 28 de junio de 2020

Follas novas

Recuerdo a Quique, mi compañero de pupitre del Instituto de Bachillerato. De él aprendí que los profesores no siempre tienen razón. Estábamos en clase de Literatura Española, y nuestro barbudo profesor progre y barrigudo de aquellos años de oprobiosa dictadura franquista nos explicaba la lección de Rosalía de Castro y el romanticismo gallego, que era lo que tocaba entonces. 

Al llegar a la obra poética de Rosalía, nos mandó subrayar el título “Follas novas”, que se apresuró a traducirnos como "Hojas nuevas" para deshacer cualquier equívoco,  y que pronunció a la latina o a la italiana, “folas” en vez de “follas”, quizá para evitar el cachondeo general de toda la clase,  quizá por ignorancia de la lengua de Rosalía. 

 Rosalía de Castro (1837-1885)

Quique me dio un codazo entonces y me dijo por lo bajo muy indignado que en gallego se decía “follas novas” con elle, como follar, y no “folas novas”, con ele, como había dicho el profe, que eso no era gallego. Yo, que no sabía a quién debía hacer más caso, si al profesor de Lengua y Literatura o a mi compañero de pupitre, me decanté al fin por este último, que era de la Coruña y era amigo mío, aunque el compañero de atrás se reía de nosotros diciendo que a ver si íbamos a saber nosotros y, especialmente, Quique más que el profesor… 

Efectivamente, en gallego se pronuncia, como en portugués folhas y el francés feuilles, e incluso en italiano foglie con elle, por así decirlo, pese a que haya desaparecido la letra y el fonema prácticamente a causa del yeísmo general. Todas estas formas derivan de la palabra latina folia, que era el plural de folium, del que conservamos el cultismo folioque se reinterpretó como singular femenino, evolucionando después en castellano a hoja, de donde nuestra hojarasca y el verbo hojear.


Quique me contó que la morriña, esa muertecita de la que hablaba la poesía de Rosalía de Castro existía, porque él padecía aquel sentimiento de nostalgia infinita de Galicia, de destierro del paraíso, una profunda sensación de abandono íntimo y de soledad o desolación que un gallego sufría cuando estaba mucho tiempo lejos de su madre edípica, Galicia. 

 Adiós, ríos; adiós, fontes. (Cantares Gallegos, 1863) Canta Amancio Prada.

Recuerdo aquí su nombre, amistad y trato de tres o cuatro años por haber sido él, Quique, Enrique, el primer gallego que conocí y que me hace evocar la dulzura de la Galicia verde y húmeda de la lluvia sempiterna, la Galicia que se siente desamparada, peregrina, compostelana y ausente de sí misma como si fuera una encarnación viva de la Virxe da Soidade, la Virgen y Madre de la Soledad con el corazón atravesado por la tristeza de numerosos puñales.